29 de julio, rugosa sed al despertar, seguro que dormí con la boca cual hueco. Por fin se ha disipado por completo el persistente aroma de alcanfor. El aire acondicionado zumba imperceptible, el doble vidrio del balcón nos exime de la bulla citadina proveniente de coches y vehículos, y de un sosegado rumor como de avispones lejanos. Como yo me demoro y desperezo y quiero leer un ratito, Boconcita, hambrienta de un desayuno con croissants et pain au chocolat, sale a buscarlo en el Grand Hotel de la plaza Omonia. « A toute à l’heure, chéri, t’inquiète pas, je reviens vite » « Ok, je ne m’inquiète pas » « On est en vacances, chéri » dice « ne travaille pas trop! Tu veux un croissant? » « Non, merci » digo « je prendrais un jus de fruit en bas, c’est tout. »
Hoy, quinto día en Atenas, tenemos cita con Zeus, ni más ni menos. Después del duchazo benefactor, rápidamente comienzo a preparar el terreno degustando un jugo de naranjas griegas. Como la víspera ha sido fecunda, me siento feliz, algo eufórico incluso, fenómeno que siempre opera cuando me doy cuenta de que he realizado, gracias a la irregular irrupción de las Musas, algo que me parece muy bueno, a la altura de lo que intento. Ella se ha llevado su smartphone, no importa, empiezo anotando « transcribir los himnos órficos consagrados al ardiente Zeus ».
Existen varias traducciones al francés de los Himnos órficos, dos de ellas realizadas por admirables poetas, el parnasiano Leconte de Lisle, y mi querido Jacques Lacarrière, guía y maestro en este trabajo. El gran Jacques ha realizado, entre sus múltiples opus griegos, su versión, Hymnes et discours sacrées / Orphée, libro rarísimo editado por la Imprimerie Nationale, Paris, 1995. « Estos himnos son poemas cantados, plegarias, encantaciones, talismanes dedicados al universo y sus elementos, percibidos como divinidades » me informará, después, la formidable e infinita Wikipedia. No tengo el libro de Lacarrière, no tengo el libro de Leconte de Lisle, pero este último es accesible vía la magia de Internet.
¡Oh, Zeus rey!
Señor del Eter infinito
Señor del Cielo cambiante
Ensamblador del Rayo
Administrador del Trueno
Retumbador celeste
Corifeo de las Nubes
Lanzador de Relámpagos
Amigo de los Vientos
Hacedor de Lluvias
Desviador de nuestros males
Anunciador de presagios
Protector de recintos
Tú que salvas
Tú que oyes a los suplicantes
Tú que alivias los sufrimientos
Sopesador de nuestro mundo
Perfección de nuestro universo
¡Oh, Zeus rey!
(Jacques Lacarrière, de la traducción de los epítetos prodigados a Zeus por Sófocles, Esquilo y Eurípides, Dictionnaire amoureux de la Grèce)
XIV
Perfume de Zeus
El styrax
Muy venerable Zeus, Zeus incorruptible, te ofrecemos nuestro testimonio, nuestras expiaciones y nuestras plegarias. ¡Oh, Rey! Tú controlas a Gaya la Tierra, madre de las montañas, y a las montañas altas y sonoras, y a Pontos, y a todas las cosas que Urano envuelve… ¡Zeus Kronión! Soporte de cetro de gran corazón, Generador universal, Principio y fin de todas las cosas, que mueves la Tierra, que todo sacudes, resplandeciente, tronante, fulminante, Zeus creador, escúchame dios cambiante, dáme la salud, la paz y la gloria impecable de las riquezas.
XVIII
Perfume de Zeus tronante
El styrax
Padre Zeus que corres flamígero en las alturas, que agitas el kosmos encendido, ígneo por el resplandor radiante del Éter, que remueves con tus divinos truenos la morada de los Dichosos, que caminas esparciendo espesos torrentes de fuego, que conduces las nubes, las lluvias, la llama uraniana, los rayos terribles que todo incendian, alados, de cresta erizada, arma invencible que brota del trueno, que todo devora en los impetuosos torbellinos de un ruido inmenso, arma segura, creíble e inexorable, flecha uraniana de Zeus que quema, que espanta la Tierra y el mar, y que aterra a las bestias feroces cuando la escuchan… Entonces todo resplandece, el trueno que retumba en las profundidades del Éter, ¡y tú lanzas el rayo que desgarra la bóveda uraniana! Oh, Dichoso, golpea tan sólo las olas del mar y la cumbre de las montañas, nosotros conocemos tu poder. Recibe favorablemente nuestras libaciones, concede a nuestros espíritus dones felices, días propicios, la salud y una vida siempre feliz y tal como la deseamos.
XIX
Perfume de Zeus fulminante
Invoco al gran Zeus, sagrado, resonante, ilustre, aéreo, quemante, que corre en el fuego, que estalla en el aire, fulmina, que levanta su terrible voz en el vuelo de las nubes, aterrador, que recuerda las injurias, indomable, sagrado, Zeus fulminante, Generador universal, Rey de gran poder, a él invoco y suplico que le dé a mi vida un final feliz.
(Hymnes orphiques, de la traducción de Leconte de Lisle)
Cada realización, de lo que sea, tiene su momento favorable, siento que este es el preciso para de nuevo evocar a Píndaro, para dejarnos llevar por su carro genial. Píndaro, poeta bebedor, cantante y bailador, está convencido, por ejemplo, de que « no hay nada que cambiar, nada que reprobar en todo lo que producen la tierra espléndida y las olas del mar. »
Ser admirado no cuenta, es como ser criticado, como ser temido, Píndaro es un poeta esencialmente amado, e incluso idolatrado, como dice Holderlin. Sus poemas son grabados con letras de oro en los templos de Atenas y otras ciudades importantes como Tebas, Argos, Troya o Delfos. Según Píndaro, las Musas tienen « voz de miel. »
« Nosotros lo admiramos » escribe Hölderlin « los griegos lo idolatraban. Su estatua de bronce, ceñida por una diadema, estaba en la galería de los reyes de Atenas. En Delfos se conservaba como reliquia la silla por él ocupada cuando le cantaba a Apolo. Platón lo llama el divino, y también el sabio, por su grandeza de corazón, no por el intelecto. Se dice que Pan cantaba sus poemas en los bosques. Y cuando el conquistador Alejandro Magno destruyó Tebas, la ciudad natal de Píndaro, no tocó la casa que había sido la suya, y tomó bajo su protección a su familia. Estoy convencido de que llegó al apogeo de su arte poético gracias a la densidad y a la concisión. Pitágoras fue su filósofo predilecto. »
Píndaro inventa, gracias al influjo fresco y al brillo procurado por la Musa, una nueva manera de asociar el canto a la cadencia. Su objetivo es encontrar algo nuevo en materia de poesía, cuando ya todo lo dicho y escrito ha sido dicho y escrito desde siempre. Píndaro le canta al ardiente Zeus. Dice que la voz del dios de dioses es el susurro del follaje de los cedros. Al expresarse, Zeus utiliza palabras aladas… ¡Zeus! Zeus es « el que lanza el rayo, y el impulso rápido de las olas y los vientos, de las noches y de los caminos del mar, y de los días propicios, y de la dicha del retorno. » Amén. SIN VéRTEBRAS. CíRCULO D.M.
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