[El triunfo de Baco, Velásquez]
Por Miguel Rodríguez.
De la prolongación de la calle muy significativamente llamada Apóstol Pablo, Apostolou Pavlou, se llama, muy simbólicamente, Dionysiou Areopagitou, pero no en homenaje a Dionysos Pater Liber sino a Dionisio el Aeropagita, personaje que aparece con el nombre de Denis en el capítulo 17 de Actos de los Apóstoles. Veamos.
¡El gran Pablo de Tarso! Es fácil suponer que conoce, como todos los letrados y gente culta de su época, el griego koiné al revés y al derecho; pertenece pues a la tradición del judaísmo helenístico, surgido de un capital encuentro de la tradición hebraica y la cultura griega. En el Nuevo Testamento, trece epístolas son atribuídas inicialmente a la esclarecida y convincente pluma de Pablo; después, los exégetas dirán que por lo menos seis epístolas son pseudoepígrafas, es decir falsamente atribuídas, pero eso no importa, de cualquier modo Pablo, o quien así firma , es autor de una obra literaria que constituye el fundamento de la futura teología dogmática (pleonasmo, otra palabra griega), y en especial de la cristología, rama de la literatura fantástica greco-hebrea que estudia la persona, la obra y la doctrina del último dios griego, el Christos. Ahora, Pablo está aquí, en Atenas.
Los filósofos epicúreos y estoicos se burlan del gran personaje, lo tratan de charlatán, su discurso es confuso, es un revoltijo incoherente de ideas venidas quién sabe de dónde, dicen. Lo conducen al Aerópago, una colina situada detrás del Agora y de la Akrópolis, para pedirle detalles y esclarecimientos sobre su prédica estrambótica… ¡Ah! ¡Pobres filósofos atenienses de la época! ¡No saben con quien se están metiendo! Con toda justicia y acierto, Pablo, achorado, pudo decirle a uno de ellos: « Tú no sabes quién soy yo ». El Aerópago se encuentra cerca de donde estamos en este momento, Boconcita y el suscrito. Imagino a los principales, a los filósofos, a las autoridades, a los arcontes, a los aeropagitas (como Denis), la crema y nata de la intelligentzia greca. Frente a este distinguido público, y muy suelto de huesos, el gran Pablo les dice: « Atenienses, por donde quiera que los considere, veo a los hombres más religiosos que jamás he visto. He recorrido vuestra bella ciudad y todos y cada uno de los monumentos sagrados, hasta que encontré uno, con un altar vacío, con esta inscripción: « para el dios desconocido ». Pues bien, ese dios que ustedes adoran sin conocer, yo vengo a anunciarlo » (Actos de los Apóstoles 17, 22-23). Pasmados y boquiabiertos, los filósofos ahora lo escuchan con más atención… Hombre desde siempre con vocación de adorador, Pablo sigue diciendo « Sólo debemos adorar a Quien nos ha dado la vida, el movimiento y el ser ». Hasta allí, todo en orden, bueno, más o menos, los filósofos ateos siguen burlándose de su afán idolátrico, seguramente se acuerdan de Parménides, de Demócrito, de Heráclito, de Sócrates, de Platón, de Aristóteles, pero cuando Pablo Saulo les habla de la resurrección de la carne, el Areópago entero estalla en carcajadas… « ¿La resurrección de los muertos? ¿Es una metáfora? ¿Es una imagen? ¿Es un símbolo? » « Hablo de la verdadera resurrección de la carne » insiste Pablo « ¡Pitágoras tenía, y con pruebas, una fantasía más interesante… ¡La metempsicosis! ¡Las vidas anteriores y futuras! ¡El desplazamiento del alma hacia otros cuerpos! ¡Ya no jodas pues, Pablo de Tarso! » Vencido en apariencia, Pablo se retira. « Sin embargo, algunos le dan crédito, se acercan a él, lo abrazan y besan. Uno de ellos es Denis el Aeropagita. Y una mujer llamada Damaris. Y otros con ellos » (Actos de los Apóstoles 17, 32-34).
Como habían muchísimos semejantes turistas y el sol pegaba con comba, no hicimos la colaza para entrar al Akrópolis Museum, de todas maneras no soy muy adepto de los museos, le confieso, en todos estos siglos que llevo en Francia sólo una vez fui, y de puro mono, de puro turista, al Louvre, y en Aix-en-Provence, también de puro mono, un par de veces al Musée Granet, eso es todo, no te puedo explicar esta especie de fobia pero así es, « de toutes façons il y a trop de monde » dice ella y avanzamos. Ahora estamos en una calle bien amplia y bacán, sector exclusivo de comercios y restaurantes parecido a Aix-en-Provence, ella va a curiosear en las boutiques, yo compro una chela de Macedonia en el quiosco de enfrente, mejor dicho saco la chela de un refrigerador repleto de refrescos y chelas, luego se paga en el kiosko, hay otras marcas de chela, chela de Corinto, chela de Tracia, ah, la sonoridad de esos nombres tan impregnados, el imperio griego de la bella época, no, imperio no me suena, digamos más bien la Grecia antigua y sus colonias, la cultura griega, el sur de Italia actual, después consulto con Wikipedia, una chela de Massalia, una chela de Agrigento y otra de Siracusa, por ejemplo… Es este rinconcito de Atenas un corto bulevar de mármol y arboledas, hay músicos que tocan instrumentos de Indonesia, de Bali según Boconcita la viajera, ahora sale como propulsada hacia otra boutique, « vas-y », le digo, « prends ton temps », y sigo degustando, envuelto en fantasías de corte histórico, mi chela de Macedonia, ¡hasta la actual Marsella llegaron los griegos de aquella época! ¡Y fundaron Marsella! ¡Y Siracusa en Sicilia! ¡Y Nápoles! ¡Y Córcega! ¡Y el norte de España! Según la maravillosa, la erudita, la deliciosa Wikipedia, Siracusa, Nápoles, Marsella y Estambul se llamaban respectivamente Syracusa, Neapolis, Massalia y Bizantium… ¡Bizancio! ¡Las controversias bizantinas! ¿Y Alejandro Magno de Macedonia? ¡La época helenística! ¡Y después los romanos!... Una pareja, el pata turco, su esposa belga, se disputa ruidosamente en griego, mientras sus hijitos alemanes corren y, felices, juegan, qué lástima, qué tragedia, me pregunto por qué comunican en griego, en fin… Ya no pienso en Pablo Paulo Saulo Pavlous, me doy cuenta que estamos algo perdidos en esta parte de Atenas, tenemos hambre, deben ser la una, una y media, hay que volver al centro… ¡Ah! ¡Atenas el día de hoy y de nunca jamás! ¡Esos nombres! Anafiotika, Plaka, Syntagma, Monastikari, hacia allá vamos ahora después de preguntarle a unos amables policías, « allons-y, chérie » « Maintenant j’ai faim » dice ella, avanzamos y medio subimos por la calle Vyronos Shelley… ¡¿Shelley?! ¿Percy Bisshe Shelley en Atenas, nombre de calle? Si aquí estuvo Shelley, seguro que también estuvo Lord Byron… ¡Eran amigazos!... Seguimos subiendo, calle Tripodon, son hermosas calles o mejor dicho callejuelas coloridas, colores que parecen intensificarse con la luz de este momento, cuando llegamos a la calle Lysiou, otro sector de restaurantes, ¡cuántos restaurantes en Atenas! ¡Tantos o más restaurantes, por habitante, que en Aix-en-Provence! ¡Y los colores! ¡Las paredes, los muros, los postigos, los techos, el cielo! Amarillo, celeste, mostaza, azul pastel, ladrillo, verde, blanco, azul Grecia, blanco mate, rosado cassé, crema, beige, rojo, durazno, melon, papaya, ¡qué bendición! ¡Qué calor! SIN VéRTEBRAS. CíRCULO D.M.
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