20201129

DIONYSOS PATER LIBER (Veintisieteava vértebra)





XXVII.





PLOTINO, FILóSOFO GRECO-ROMANO (siglo III) 


En el transcurso de mi vida, tres veces tuve contacto con el Todo, la experiencia mística de disolución en el Todo, en el Ser, en el Uno, que procura una dicha indescriptible, pero que voy a tratar de describir, para compartirla en la medida de lo posible, utilizando los maravillosos vocablos griegos. Las tres experiencias me cambiaron por completo. Puedo seguir diciendo « yo » y hablando en primera persona, pero ya no soy la misma persona, la misma máscara. A los 26, 28 y 31 años, cronológicamente hablando, pues se trata de algo fuera de nuestra noción lineal del tiempo, simplemente fuera del tiempo. No sé para quién escribo esto ni tampoco si tiene importancia, pero lo escribo igual, la confianza es mi principal cualidad, estoy convencido de que llegará a buen puerto. Nací en Egipto, en la ciudad griega llamada Likópolis, en una ribera occidental del Nilo, a medio camino entre El Cairo y Luxor, y a unos 250 kilómetros de Tebas. Likópolis es la Ciudad del Perro. Fue llamada así por estar bajo la protección y tutela del dios Oupuaut, el dios perro de los antiguos egipcios. Debo aquí decir que, desde la infancia, el perro es mi animal predilecto. He tenido muchos perros. He tenido tantos perros que no podría enumerarlos, aunque al último le puse el nombre del dios de dioses, Zeus. He amado al perro, de otra manera que al aristocrático gato, y el perro a mí. Mis detractores cristianos, con afán de burla y desprestigio, solían decir… « ¡Miren! ¡Allá va ese loco! ¡Allá va Plotino, el pastor de perros! » El dios Oupuaut es un cánido híbrido de chacal y de perro salvaje. En lengua egipcia, quiere decir « el que abre caminos ». Sus principales lugares de culto son Abydas, Lycópolis, Memphis y Sais. En Memphis tuve la primera iluminación, no encuentro palabra mejor, porque de pronto uno ve el mismo mundo, pero con otros ojos, como un ciego que recupera la visión. Todo es igual, pero en verdad ya nada es igual. Es la otra faz del mundo fenomenal, la faz metafísica, qué digo, la faz invisible, la faz mística, palabra que viene del vocablo misterio, como los de Eleusis. Era el verano, pero no el desalmado verano egipcio sino un verano especial, como fabricado a medida para ese gran momento. Yo salía de Sais rumbo a Memphis de la manera más modesta posible, a lomo de mula, pues no podía alquilar un coche jalado por caballos… Admiraba el paisaje, es decir las colinas lejanas, las palmeras, la tierra y las piedras… Me sentía, paradójicamente, sereno y contento, feliz, y digo paradójicamente porque la euforia y la felicidad extremada son intensos y agitados movimientos… Mi mula avanza, corcovea, se detiene, de nuevo avanza y yo experimento, ahora, un gran silencio interno… Como surgidos de la nada aparecen unos perros salvajes ladrando y mostrando feroces colmillos, pero no siento miedo, y mi mula es como si no los viera… Como siguen ladrando y rodeándonos amenazantes los emisarios del dios Oupuaut, les aviento unas cecinas de mi sustento personal… Atrás se quedaron los perros chacales arremolinados en torno a la carne de camello salada. Poco antes de llegar a Memphis, entramos por una larguísima alameda rodeada de palmeras e higueras, con certeza plantadas en tiempos antiguos, para dar sombra al séquito del soberano. Tanta belleza me hizo desconfiar y, por unos segundos, temí ser víctima de un espejismo. Pero no. Los espejismos se producen en la mente y en visión alterada del sediento y del hambriento. Yo disponía de agua y víveres suficientes… Ahora, me invaden la misma paz y la misma felicidad de horas atrás, pero multiplicadas por diez… La energía y la fuerza física también se intensifican hasta el paroxismo. En ese momento, uno es el receptáculo del dios, del Ser, del espíritu y la materia conjugados, es decir del universo… Empieza un cosquilleo muy placentero que penetra por las cinco puertas de los sentidos… Uno se siente levitar… Uno está en éxtasis… La memoria y la llamada inteligencia se disuelven, y uno mismo se disuelve, como el Hombre de sal cuando entra en el océano… La belleza del idioma griego me permite evocar la experiencia, pero no el latín, demasiado rectilíneo para referirme a esa experiencia de felicidad simultánea y multidimensional… El olor del aire impregnado de arom a vegetal, la suavidad irreal del pelaje de la mula, la visión de las torres de Memphis a lo lejos, bajo un cielo de záfiro, el sabor y la dulzura perfectas de un higo que arranqué al pasar, y el sonido del silencio, jamás antes oído. En Memphis, yo tenía cita con un amaestrador de perros, un admirable persa que, al parecer, era amado y obedecido por todos los perros, incluyendo a los salvajes y a los más fieros. Ya por entonces, en Roma, yo me había dedicado a adoptar y a criar perros, pero no perros de raza, solamente perros callejeros, muy difíciles de controlar, todavía son salvajes, tienen los genes del dios tutelar, Oupuaut. Años han pasado y recién puedo escribir sobre el fenómeno. En la limitada jerga de los filósofos y teólogos, podemos hablar de una experiencia hipostática. El alma es una gota de rocío que sube por los aires y se disuelve en la nube, que de nuevo es acariciada por el aire y convertida en lluvia, en una lluvia que atraviesa el aire y que es transportada por este, y que cae a la Tierra y se transforma en río, y el río vuelve al mar, y así sucesivamente, exactamente como el Hombre de sal. Actualmente estoy compilando, releyendo, y siempre estudiando, la enseñanza de mis maestros, Parménides, Pitágoras, Platón, Aristóteles y, sobre todo Ammonios Saccas, que nunca escribió nada. Paralelamente, estoy redactando mi obra, Las Enéadas, donde lanzo esta hipótesis. El universo, es decir el universo mental de cada quien, está compuesto por tres realidades fundamentales e indisociables. El Uno, la Inteligencia y el Alma. El Uno es originado por el mismo, no tiene comienzo ni fin, simplemente es la vida, la existencia. Platón explica esta idea en La República y en el Parménides. La Inteligencia deriva del Uno. Es la totalidad de la actividad mental coherente, inmanente y trascendente, de las ideas, de las formas intelegibles. El Alma, siendo depositaria de los dos principios evocados, lo contiene en su materia sutil, que es eterna como el Uno. Mi maestro Ammonios Saccas fue un filósofo griego de Alejandría, de origen persa o indio, no sé si por vía paterna o materna. « El planeta es un grano de arena de una playa infinita en el infinito universo » decía, siempre riendo « El universo, al cual podemos llamar el Uno, aunque yo imagino la existencia de otros universos, excluye la idea humana de paternidad, maternidad o coengendramiento, es el Autoengendrado desde siempre existente, y para siempre vivo y en expansión, siempre creador. De todas maneras, como decía el Buda, no perdamos tiempo con eso, Plotino, por favor, el brebaje » El brebaje era un cóctel compuesto con hidromiel y jugo del hongo sagrado, la amanita muscaria. Aparte de las síntesis y comentarios sobre la obra de Platón y Aristóteles, Ammonios me infiltró a mí, su discípulo predilecto, una enseñanza secreta, proveniente de la India. Mi maestro estaba totalmente contra la divulgación de la enseñanza por intermedio de la palabra escrita, por eso jamás escribió, como el Christos, de quien admiraba la « sabiduría cósmica », son sus palabras. « En la escritura reside la ilusión de la fijación, mientras que en la vida todo es mutación, movimiento y transformación, a cada instante », decía. « La transmisión del mensaje debe ser oral, acorde a cada cultura, acorde a cada siglo o a los siglos que pasan, acorde a la vida, que es el agua del río de Heráclito, siempre la misma en apariencia, pero siempre diferente en realidad. Fijándolo con la ilusión de la palabra escrita, el mensaje ya no respira. Es un mensaje muerto. En verdad, no hay mensaje. Es una simple repetición. El mensaje es que no hay mensaje. El mensaje, en el mejor de los casos, es la respiración. Ninguna respiración es igual a la anterior, es una respiración nueva que muere y se renueva a cada instante, como la vida. Toma nota, Plotino. Y pásame por favor el sacro brebaje». Ya ebrio, mi maestro Ammonios comenzaba a desvariar « El Hombre de sal. El uno, el dos, el tres… El uno es el dos y todos los números, hasta el diez, lo demás es repetición… El uno es la multiplicidad y viceversa, incluyendo al dos, al tres y al diez, obviamente. Todo es divino y humano, humano y divino a la vez, no hay separación. El dios es el daimon. Y el daimon es el dios. Al anthropos no le concierne el bien ni el mal como algo separado, pues está compuesto por los dos. Todos los opuestos aparentes se conjugan en la enantiodromia de Heráclito. El cristianismo es un doble error de apreciación. Es un error de pura incomprensión de sus adeptos. El Christos nunca quiso fabricar cristianos idólatras de un dios. A mi entender, el único objetivo era el de fabricar otros christos, es decir, otros iluminados místicos, exactamente como en el hinduísmo, el jainismo o el budismo. En segundo lugar, procede al argumento moral y a la separación de los aparentes opuestos. Es una maniobra del inventor del cristianismo, un teólogo aproximativo, pero gran orador carismático, un tal Pablo de Tarso » « Ahora te voy a contar, mi caro Plotino, algo que me conto el sabio hindú Rajneesh Chandra, a quien se lo contó Mahavira en persona. Es la historia del Hombre de sal. Hubo una vez una gran celebración en honor a Shiva en una hermosa playa de la India. Asistieron miles de personas, monjes y laicos, hinduístas y budistas, jainistas y sikhs. Entre los intelectuales y eruditos surgió una discusión, rápidamente transformada en gran controversia. Querían saber si el océano era mesurable o inconmensurable, si tenía fondo o no… O si, al llegar al fondo, este comunicaba con otro océano. Entre la multitud de curiosos congregada por la importante discusión, estaba él, el Hombre de sal, quien dijo: –Quédense ustedes aquí discutiendo mientras yo entro al océano para descubrir la verdad. Pasan las horas, los días, las semanas, los meses. Los intelectuales y eruditos seguían discutiendo, polemizando, tergiversando, concluyendo. La multitud comenzó a dispersarse, volvían a sus pueblos, habían sido muy pacientes, habían esperado lo suficiente, pero el hombre de sal no había regresado del océano para decirles la verdad. Obviamente, el Hombre de sal había comenzado a disolverse apenas puso un pie en la mar océano, y cuando llegó al fondo, había dejado de existir, se había disuelto por completo. Logró saber, pero no pudo volver para contar su gran experiencia. Y los que nunca supieron, se quedaron discutiendo y discutiendo, polemizando y polemizando, tergiversando y tergiversando. La gran controversia se convirtió en algo generacional. Los discípulos y los epígonos siguieron discutiendo y discutiendo, hasta el día de hoy. Pero nunca lograron ni lograrán saber lo que supo y experimentó por sí mismo el Hombre de sal… Mi caro Plotino, el brebaje por favor. » Ammonios Saccas, que nunca escribió nada, es mi gran maestro. Gracias a su enseñanza he logrado componer Las Enéadas, que lego a mi discípulo Porfirio. Temo que su obra, que es totalmente contraria al cristianismo, contribuirá a la divulgación de esta plaga de langostas. Sea. Aparte de Ammonios, tengo multitud de maestros, Alejandro de Afrodisia, Numenios de Apamea, Plutarco de Atenas. Muy probablemente, seré considerado por las generaciones venideras como el padre del neoplatonismo. Sea. Estoy muy cerca de Caronte y de la Estigia. Recién entiendo. Mis verdaderos maestros, son los perros. Y en especial el último, mi querido Zeus… ¡Loor a Oupuaut, el dios perro!SIN VéRTEBRAS. CíRCULO D.M.

Bonus, para leer como cangrejo, la XXVI vértebra.