Lo único que lamento del ventarrón guerrero del cristianismo, es la masacre de las cosmogonías y de los dioses de las otras culturas. El panteón yoruba que tiene tantos o más dioses que el panteón griego, el panteón peul, el panteón de cada cultura de la madre Africa, el panteón germánico, el panteón amerindio, el panteón escandinavo, el panteón lituano, el panteón celta, el panteón eslavo, el panteón mesopotámico, el ventarrón guerrero y conquistador del cristianismo barre con todo y todo devora. Menos el panteón egipcio, menos el panteón griego, menos el panteón hindú, y no los barrió porque no puede. Setecientos dioses egipcios presiden el gran panteón. Treinta y seis mil divinidades presiden el panteón hindú, de las cuales treintaitrés son consideradas principales. Hay quienes afirman que el panteón general hindú alberga trescientos treintaitrés millones de divinidades. Eso es religión, eso es filosofía, eso es sabiduría. Y más religiones sabias son el budismo, o el jainismo, que son altamente filosóficas, profundamente meditativas, y totalmente ateas… Reducir esa belleza plural como la vida, como la democracia si quieres, a un dios único, como Hitler, como Stalin, como Mussolini, como Franco, esos émulos del dios hebreo veterotestamentario, es una maniobra altamente dictatorial y totalitaria, obviamente solventada por el Vaticano, el que quiera entender, que entienda, sino no pasa nada, que sigan creyendo cojudeces, tío Robert, al final, la vida sigue igual.
Tengo excelentísimos recuerdos de los cursos que seguí, gracias a Madame Bozzetto, en la facultad de teología comparada, el año de 1985 del siglo que se fue. Pero no recuerdo los nombres de los profesores, salvo que pertenecían a las órdenes de jesuítas y sulpicianos; sólo recuerdo el nombre, el genio y figura del reverendo de Quinsat, porque se llamaba como un querido profesor de literatura en la facultad de letras, Monsieur de Quinsat, especialista del siglo 19. Gracias al impulso e influencia del reverendo de Quinsat, después de las generalidades, los estudios de teología convergían, necesariamente, hacia la cristología. De Quinsat le tenía un afecto y fervor especial a don Miguel de Unamuno, el genial autor de Del sentimiento trágico de la vida y de La agonía del cristianismo. El reverendo de Quinsat, aparte del griego y el latín, sabía inglés, alemán, italiano, español y portugués. Su otro autor fetiche también era español, el ilustre Baltazar Gracián. Uno de sus cursos podía empezar más o menos de esta manera:
–Yeshua es una contracción de la forma Yehoshua, Josué. La forma corta de este nombre es privilegiada en la literatura judía del período del Segundo Templo. Los libros más recientes, por así decirlo, de la Biblia hebraica, son un ejemplo. Ese nombre corresponde a la forma griega Iesous, de donde deriva Jesús. Nuestro libro de texto es la Biblia de Jerusalén… ¿Quién sabe latín, griego o hebreo?
Cual ramas dotadas de vida, numerosos brazos se alzan, mi rama no, mi cabecita no da para el latín, menos para el griego, el hebreo es ciencia ficción, apenas estoy aprendiendo el francés, he venido aquí empujado por mi fascinación, como estudiante libre, pero sigo jodiendo…
–¿Qué quiere decir Siracida, reverendo?
–¿Quién pregunta eso? El Siracida, también llamado el Eclesiástico, también la Sabiduría de Ben Sira, un erudito judío que compuso su libro hacia el año 200 antes del Redentor. Los judíos y los protestantes consideran este libro como apócrifo; los judíos alejandrinos, los cristianos ortodoxos y los católicos lo consideran como un libro sacro…
–Usted está hablando del Antiguo Testamento, reverendo, ¿se menciona allí al futuro Redentor con su nombre?
–Se menciona su advenimiento… ¿Quién pregunta eso? Yeshua es un nombre corriente, ya lo dije, es la contracción, significa Josué y está relacionado con el sol. Jesús Ben Sira, la sabiduría de la que habla, es la sabiduría divina, la sophia de los griegos y de los heresiarcas gnósticos. La sabiduría es una madre, una esposa, una hermana. Buscarla es buscar a Dios. Vivir con ella es vivir con Dios.
–¿Y por qué en el Eclesiastés se dice que la mujer es más amarga que la muerte, reverendo? ¿Y entonces por qué el voto de celibato para los sacerdotes? ¿Se le puede comparar a la Shekhina de los judíos, reverendo, que es el elemento femenino?
–¿Quién pregunta eso? Efectivamente, la Shekhina es una palabra hebrea femenina, significa presencia divina. En términos filosóficos, podemos designarla como la inmanencia en el mundo. La trascendencia es Dios. Vamos a empezar nuestros estudios basándonos en la obra del reverendo sulpiciano norteamericano Edward Brown, teólogo, biblista y exégeta, especialista del Nuevo Testamento. El otro libro de texto será ¿Qué sabemos del Nuevo Testamento? de este autor, ediciones Bayard, lo pueden conseguir en la librería Siloé el Bautisterio de la rue Portalis.
–¿Y cuáles son los atributos del cuerpo glorioso, ese que tendremos después de la resurrección, reverendo?
–Los atributos del cuerpo glorioso son cuatro, la impasibilidad, el brillo, la agilidad y la sutileza. Y usted, Rodríguez, se presenta después del curso, le voy a decir algo.
El reverendo de Quinsat era un hombre joven, un pata de unos cuarenta años. Ahora, es un chiquillo para mí, en la otra dimensión donde confluyen el presente y el recuerdo.
Hay un conocedor de polendas, el eminente Bruno Bauer (1809-1882, teólogo, filósofo e historiador alemán especialista en el Evangelio de Marcos), para quien el inventor del cristianismo es Filón de Alejandría. Hay otra eminencia en este dominio, Gerardus Bolland (1854-1922, lingüísta, filósofo e investigador bíblico holandés), para quien el inventor simbólico es el emperador Vespasiano, el amigo de Plinio el Viejo, sepultado por la lava del Vesubio, Titus Flavius Vespasianus. Como bien comprenderás, tío Robert, si vamos por la tangente emperatriz, política, el inventor no puede ser otro que Constantino Primero, emperador romano converso al nuevo y fulgurante credo. Constantino Primero, Flavius Valerius Aurelius Constantinus (272-337), y de su seguidor y continuador, Teodosio Primero, Flavius Theodosius Augustus (347-379), cristiano hasta el hueso. Constantino Primero, el inventor político del cristianismo, el fundador de Constantinopla, el Imperio de occidente y el Imperio de oriente, tuvo como asesores y directores a dos pendejos de genio: Eusebio de Cesarea (265-339) y Osio de Córdoba (257-359). Este Osio fue director espiritual del veleidoso Constanino, por entonces adorador de Apolo y del Sol Invictus. Osio es un arma contra el peligro ideológico que representa el arianismo.
Como ahora tienes y dispones de todo el tiempo del mundo y del inframundo, te cuento si quieres, tío Robert, tengo armas y bases cibernéticas. Arius fue un sacerdote cristiano egipcio (256-336), después declarado heresiarca por el poder, debido a sus teorías que contrastaban con él. El poder quería y necesitaba instituir al nuevo dios, al Christos hijo, al Christos Pantocrator, todopoderoso, conquistador, colérico, vengativo, sacrificial y guerrero, muy parecido al Dios padre del Antiguo testamento, no al Padre comprensivo y amoroso del Nuevo. Esta es la controversia o polémica más necia de la historia de Occidente. Hay dos grupos. Los partidarios de la Trinidad y del Hijo, y los arianistas que subordinan el Hijo al P adre. Esto pasa durante el siglo cuatro (entre el 301 y el 399). Afirmaba el gran Arius que el Hijo era de una substancia semejante a la del Padre (homoiousious), mientras que los otros, los partidarios del Christos Pantocrator, opinaban que el Hijo era de la misma substancia (homoousious) que el Padre. Por eso me fascinan las letras, tío Robert. La divergencia de opiniones de los necios reside en una sola letra, la pequeña letrita i, iota, del alfabeto griego.
En ningún pasaje del Nuevo testamento se menciona a la hommousia o identidad de substancia entre el Padre y el Hijo. Más bien, leemos que el Padre es más grande que el Hijo. « Ya oyeron lo que dije. Me voy pero volveré. Si me aman, mucho les complacerá que yo vaya hacia el Padre, porque el Padre es más grande que yo » (Juan 14, 28). Como bien sabes, el Evangelio de Juan es el evangelio griego por excelencia, donde se introduce la noción de Logos, y donde el Hijo crece y crece hasta volverse gigante y más impregnado de divinidad que en los otros evangelios. A propósito del juicio final, Marcos escribe que sólo el Padre conoce el día y la hora del gran acontecimiento, y no el Hijo (Marcos 13, 32). Con la excepción de Juan, que ya esboza al Christos Pantocrator, los demás evangelistas subordinan el Hijo al Padre. El heresiarca Arius estaba en lo cierto. Es una manera de decirlo.
–Según lo que sé, te puedo afirmar que los autores del Nuevo Testamento no son MAMALUJU, acrónimo de Mateo, Marcos, Lucas, Juan, como dice James Joyce, mucho menos Pedro, mucho menos Juan de Zebedea, Pablo sí, si existió con ese nombre. Lo único verdadero, innegable e histórico es la existencia de los escritores que firman con esos pseudónimos. El cuanto al protagonista, el Jesús de los Evangelios, opino que si procede de una concepción virginal hierogamática, que realiza milagros, que resuscita y que, por último, sube a los cielos en carne y hueso, su existencia no tiene más sustento histórico que la de Atenea, Hércules o Dionysos, su antecesor griego en términos de muerte y resurrección.
–Y el fulgurante éxito del cristianismo, ¿a qué se debe, cher neveu?
–A eso que Carl Gustav Jung llama el inconsciente colectivo.
–Totalmente de acuerdo. Te aconsejo leer la obra monumental, publicada en doce volúmenes, de James Frazer, El arbusto de oro, título que hace referencia a un verso de Virgilio. Allí, el eminente antropólogo escocés explica el origen de las creencias míticas de la humanidad con la idea de un rey sacrificial asociado al sol, un dios que muere y renace, idea obviamente asociada a la regeneración de la Tierra en primavera y de pronto a los ciclos cósmicos, que desconocemos.
–Una divinidad solar que muere y siempre resuscita todos los días, una divinidad agrícola que muere y resuscita cada año… Merci beaucoup, tonton Robert! SIN VéRTEBRAS. CíRCULO D.M.
Bonus, para leer como cangrejo, la XXXVI vértebra.
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