20210122

DIONYSOS PATER LIBER (Treinticincoava vértebra)





XXXV.






NUEVO INFORME SOBRE PABLO  (SIGLO XXI)

 

Con la intención de justificar mis pataletas contra el paulismo –justificarse es una de las múltiples formas de la flagelación–, leo y releo con ojos y entendimiento nuevos, la obra que se atribuye al santón tarsiota. Soy buen conocedor de la Escritura en general, y de la literatura neotestamentaria en especial. Pero no es lo mismo –nada lo es, por cierto– una lectura con los ojos y el entendimiento de nuestros treinta, de nuestros cuarenta, y ahora con los ojitos de nuestros 59 abriles, ya casi llegando al sexto piso, pues ahora miro y  admiro el viejo panorama desde otra altura, desde otro ángulo, y descubro perspectivas, paisajes y panoramas nuevos.

      Lo que siempre me intrigó y de algún modo fascinó –pues aparte de aspirar a ser futbolista y poeta, o los dos,  alguna vez atravesó mi joven cerebelo la idea delirante de ser un santo, de esos que hacen milagros, sobre todo con la intención de curar y sanar a los enfermos con una simple imposición de manos, por ejemplo– es la mística del cristianismo… El grandioso poeta místico, santo y obviamente loco, pero en el buen sentido, Francisco de Asís… Ese otro loco genial, el poeta de la noche oscura del alma, Juan de la Cruz…  La loca lúcida escritora excelsa y doctora de la Iglesia que copuló espiritualmente con Dios y conoció el éxtasis divino, Teresa de Avila… La sublime poeta y matemática, teóloga y erudita, dramaturga y compositora Juana Inés de la Cruz, no accede al rango de loca mística, sólo de inteligencia lúcida, la menciono de refilón por admiración… El gran poeta loco y  místico Angelus Silesius (franciscano), el maestro de maestros y de recontra maestros, el Maestro Eckart (dominicano), otra especie de loco lúcido, la divina loca Hildegarda de Bingen… La verdad, lo único que me interesa del fenómeno religioso es el éxtasis, la fusión del átomo con el Brahman, la disolución del Hombre de sal en el océano, damas y caballeros.

      Ojo aquí, querido lector, querida lectora, hablo de una santidad  a mi manera, que no excluye los placeres del cuerpo, al contrario, es decir totalmente opuesta a la propuesta por el derrumbado en el camino de Damasco, ah carajo, ya me perdí, ¿qué estaba diciendo?... Ah, sí, que lo que más me intrigó y de algún modo fascinó de Pablo es su prédica del celibato, su elogio de la vida ascética, su prédica misógina, su manera de excluir a la mujer, a Eva, fenómeno por lo demás común con las otras dos religiones abrahámnicas, e incluso con el budismo y el jainismo, pero no con el hinduísmo, para el cual la mujer es la mitad del dios, totalmente de acuerdo, maestros. Freno y embrague. Otro frenazo. No nos dispersemos refiriéndose a lo que conocemos, o que de pronto desconocemos, gracias a los libros.

      El cristianismo paulista o paulino yo lo conozco por experiencia, es decir en carne y hueso, en médula y en sangre. Lo conozco gracias al sistema neurovegetativo central y al ácido desóxidorribonucléico. Lo conozco, o mejor dicho lo siento, hasta en el bulbo raquídeo, en el cerebelo, en la próstata y en el epidídimo. Lo conozco de toda la vida, gracias a mi tía Julia, gracias a la educación que me inculcaron, escuela primaria, escuela secundaria, las instituciones crísticas. Si un cristiano no es o no se convierte en el mismo Cristo, en el sentido de la inteligencia, de la conciencia, de la interrelación del microbio, de la amiba, del protozoario que somos con nuestros semejantes, con nosotros mismos, con el planeta, con el sistema solar y de pronto con la Vía Láctea, con ese movimiento basta y sobra, no vale. Ahora, al escribir esto, constato boquiabierto que el muy maldito cristianismo propalador de la idolatría por excelencia me sigue persiguiendo. El virus sigue activo, vigente. Estoy paulizado. Repito y repito. El arte oratorio y escritural del gran Pablo, precisamente, consiste en la repetición, en la reiteración, en la exhortación. Condenar la divinidad del cuerpo es condenar el placer, es condenar al hombre y a la mujer, es condenar a la divina vida y al divino sexo, con la promesa de una seudo vida post mortem, con el mismo estuche además, totalmente imaginaria y totalmente inexistente.

      Cual mago cibernético de la nueva era, Pablo desmaterializa el cuerpo del anthropos, esa maravilla de la naturaleza, de la vida, como todas sus manifestaciones, por cierto. De pronto exagero, pero esta exageración corresponde a mi temperamento. Para Pablo, el cuerpo, esta mágica maravilla producto de mil millones de años de evolución y de transformaciones, es simplemente vil, ni siquiera es un instrumento, por eso lo flagela. El divino cuerpo, como dice el poeta, es el vehículo que nos lleva al cielo o al infierno, eso ya es asunto de cada quien, el cuerpo es el maravilloso mecanismo de Dios por excelencia. Para un hombre como Pablo, que no puede entender lo que estamos diciendo, este odre de piel increíblemente elástica repleto de tripas, músculos, huesos, horribles órganos y horrible sangre, repleto y casi rebalsante de repugnantes líquidos y jugos deletéreos, es despreciable. El único cuerpo digno del Reino de los cielos, fantasía que consiste en imaginar ese paraíso como algo exterior, estratosférico, espacial, es el cuerpo « puro », ascético, reprimido, virgo, perverso latente, exento de pulsiones y deseos, que son las pulsiones y los deseos de la vida misma en su perpetuo movimiento.

      Para ser sincero, lo que más admiro del gran Pablo es su genio equívoco, ese que le hace imaginar, cual poeta delirante, un cuerpo inmaterial, celeste, invulnerable a la labor de los gusanos, y encima resurrecto para siempre, ¡y que es el mismo cuerpo que tenemos! Así como Jesús de Nazareth, sublime sabio, jovencito además, que nunca se ocupó de estas cojudeces, Pablo orinó, sudó, excretó, soltó flatos, comió, bebió, seguramente vomitó y eyaculó, de pronto tuvo caspa, seguramente se sonó los mocos, escupió, tuvo eczemas y enfermedades, esas manifestaciones de la vida… Basándose en la vida natural y en las funciones del cuerpo verdadero, Pablo inventa el cuerpo impoluto –sin sarro, sin caspa, sin mocos–, exento de fisiología. Su delirio le hace concebir al cuerpo inexistente, zócalo del cristianismo, es decir del paulismo, enseñanza que a mi entender es opuesta a la enseñanza del Maestro.

      En realidad, por así decirlo, en tanto que maquinaria sutil, el cuerpo es la suprema obra de arte del dios de doble sexo. El divino cuerpo es, al mismo tiempo, como ya dijimos, la arquitectura máxima, la sublime arquitectura producto de un millón de mutaciones y de millones y millones de años de evolución como todas las especies animales, vegetales, desde los organismos unicelulares, obviamente pasando por los dinosaurios, hasta el día de hoy… « La naturaleza es también un manuscrito donde los dioses han multiplicado las trazas con sus propias manos. La ciencia se encarga de descodificar ese palimpsesto a veces escrito con tinta simpática entre líneas. No podemos ser indiferentes al hecho de saber que las primeras plantas terrestres aparecen hace 430 millones de años, helechos, líquenes, musgos, y después (300 millones de años), las coníferas con sus semillas. Hace 130 millones de años llegan las flores, todas provenientes de una abuela hermafrodita única, productora de unas 300 mil especies. ¡Esta es la verdadera Dama de las camelias! ¡La ausente del ramos de flores! ¡La rosa roja! ¡La rosa blanca! ¡El lirio de oro! » nos informa el poeta.

      En la antigua Grecia, el divino cuerpo es objeto de admiración, de arte, de culto. Aquí, en Atenas, la principal fuente de inspiración de los escultores, es el cuerpo, la belleza del cuerpo, los músculos, los tendones, las venas saltadas, el culo, las tetas, los abdominales, hombre y mujer son de valor igual, los brazos, las piernas, las manos, los pies, los huesos debajo de la piel, embistiendo, queriendo sobresalir, los rostros, los vientres, los torsos… ¡El templo entero! ¡Sabiendo que un jorobado, un mutilado, un leproso vivo es infinitamente superior al Discóbolo de Praxíteles, porque la magia es la vida!... Llega el tarsiota, instaura el delirio del cuerpo inexistente, y nosotros los borregos le comemos cuento.

      Leemos la repetitiva y alienante literatura paulina una tarde de domingo, aquí, en el castillo de Lambesc… En el Nuevo Testamento que palpo y compulso, en francés, aparece en la portada el Nazareno a lomo de burro, frondas de palmeras y olivos, y yo me pregunto, carajo, ¿puede un texto escrito hace dos mil años en griego koiné ser traducido a una lengua romana, hija del latín, el francés, que ha conocido mil mutaciones desde la Canción de Rolando haste el día de hoy, puede este texto transmitir el sentido y la intención originales? La respuesta es sí, la respuesta es no, la respuesta es sí y no, me parece muy significativo el detalle. Gracias al arte de los traductores, que también son escritores, todo texto es traducible, en francés disponemos de una traducción de un texto intraducible por excelencia, el Finnegan’s Wake de James Joyce.

      Ya me perdí otra vez. Volvamos a nuestros borregos, como dicen graciosamente los galos… ¿Qué biblia leían, por ejemplo, Rolando o el propio Carlomagno? ¿O los reyes merovingios descendientes directos de una horda germánica, los francos? ¡Pues ninguna! ¡No existía para el profano! ¡La primera biblia, la de Gutenberg, destinada al gran público ignorante del griego y el latín, ve la luz de aquel sol el año 1455! Antes, sólo era patrimonio y exclusividad de clérigos y letrados que, por lo menos, conocían el latín y podían leer la Vulgata… ¿En qué medida el contenido y el mensaje son los mismos, sabiendo que la letra mata?... Me gusta el verbo compulsar, pero hoy prefiero el verbo manosear, me gusta el verbo estudiar, pero hoy prefiero el verbo fisgonear…Manoseo y fisgoneo, pues, la Epístola a los romanos. Primera constatación, la letanía mágica, por ejemplo, la repetición, doce veces, de las palabras Dios y Jesucristo sólo en el primer párrafo, eso da el tono. Se trata de un procedimiento literario encantatorio, destinado a hipnotizar.

      Para mí, el genio de Pablo reside en su hallazgo. El presiente al Christos como potencia mística vital, necesariamente misteriosa pues el máximo y más bello misterio es la vida, pero evidente, y de algún modo lo inventa, es decir, inventa al dios. El joven profeta, también conocido como Jesús de Nazareth, se convierte en el Christos en la literatura paulina… Epístola a los romanos… La repetición es monótona, hipnótica, mágica, elástica, exactamente lo contrario de la principal virtud de la poesía en verso, que es la concisión… Aparte del asco a la filosofía, el asco a la homosexualidad y otra serie de ascos, Pablo habla de una « circuncisión del corazón »… Fustiga a los judíos… Su prédica está salpimentada con fragmentos específicos de los Salmos y de Proverbios, las citaciones son literales y dan la impresión –son impresionantes, en verdad, si uno come cuento– que el hombre de Tarso conoce el Antiguo Testamento, es decir la Torah  o Pentateuco, no creo que sea el caso, Pablo se la pasaba viajando con su reguero de pólvora, con el futuro incendio. Es evidente que esta maniobra, la técnica de espejitos y reflejos del Antiguo y Nuevo testamento, es obra de arreglistas y compositores posteriores.

      La cerrazón mental de la fe, el arma paulina por excelencia, es todo lo contrario de una visión totalizante, holística. Esta creencia fija, pétrea, inamovible, es decir muerta, es totalmente contraria a las leyes de la vida, de la naturaleza, donde todo es fluctuación y movimiento perpetuo. Si el dios o demiurgo de hace mil millones de años es el mismo que el de la época del Nazareno, ¡qué vivan los dinosaurios! Nada es lo mismo, nada es fijo, nada es permanente, nada existe para siempre, yo alucino que ni siquiera el universo, todo está vivo, naciendo y muriendo, oscilando entre la creación y la destrucción, como cuenta el Mahabarata, tío Robert, bueno, yo imagino eso. Mi visión ateóloga, es decir limitada y parcializada, imagina a un Pablo apologista de la sangre y su derramamiento, y obviamente de la culpalidad que hasta hoy me estremece, así es el virus de potente. « Pero Dios así confirma su amor por nosotros. Cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros. Y con mucha más razón, ahora que hemos sido justificados por su sangre, seremos por El salvados de la cólera » (Epístola a los romanos 5, 8-9)… La cólera insuperable del terrible tatarabuelo judío, cósmico.

      Sigamos imaginando gracias a la letanía paulina. Si el pecado por excelencia, el de la Eva en primer lugar, luego del Adán, es haber desobedecido, el valor exaltado es, en consecuencia, la obediencia, la sumisión, la negación del saber, la negación de sí mismo, o sea la fe. Para mí, el pecado por excelencia entrevisto y desde entonces condenado por Pablo, es el sexo, la reproducción del rey de los mamíferos vía sexual, como si el rey de los mamíferos no fuera un ser natural, un animal más en la vasta jungla. En consecuencia, el pecado es el cuerpo. El pecado es habitar (¿quién? ¿el alma?) este odre eléctrico y energético siempre apto al deseo, esa propensión suis generis de la naturaleza para perpetuarse, tal es la ley de la vida y su movimiento perpetuo… Sigo leyendo, anotando, sintiendo más que reflexionando, sintiendo esto que digo y escribo con los residuos de mi cuerpo paulino, a quien a veces martirizo hasta el día de hoy con el pretexto de la celebración… La ley… La gracia… La gracia es divina, en consecuencia superior a la ley, que es humana… ¿La ley? ¿Cuál ley? ¿La señora ley? ¡La única ley en la tribuna de Occidente! ¡La ley mosaica! ¡Esa que nos tiene cogidos por los huevos hasta el día de hoy! Llegamos aquí al punto central de nuestro delirio personal. Al reproche básico. Pablo separa lo humano y lo divino, la vida y la muerte, el día y la noche, el cielo y el infierno, el hombre y la mujer, complementos indisociables que se alimentan, que se construyen y destruyen, para regenerarse el uno al otro, los separa como si fueran fenómenos opuestos y distintos, uf, ¡por fin logré decirlo y encima escribirlo! ¡Uf!

      Pablo, no olvidemos el gran detalle, es el inventor de la terrible culpabilidad en la tribuna de Occidente. « ¿O acaso ignoráis que todos hemos sido bautizados en Cristo Jesús, y que hemos sido bautizados con su muerte? » (Romanos 6, 3-4)… ¿Con su muerte? ¿O con su sangre? ¿O con las dos?... Y sigue con la cantaleta, Eva culpable, el sexo demoníaco, malo, al final todos culpables… El lector atento, mosca, se da cuenta de lo innegable… Siendo hijos de un mismo genitor, del mismo padre-madre, nuestros supuestos primeros padres son hermanos, en consecuencia la humanidad occidental es hija del incesto, ni más ni menos, como en otras mitologías, supongamos la nuestra, Manco Cápac y Mama Ocllo eran hermanos… Llega el Christos, se sacrifica cual cordero, y todos, vivos y muertos, nos salvamos del fuego eterno –nada qué ver con el fuego de Heráclito, por supuesto… ¡Y la tan alucinante resurrección de la carne! ¡El mundo repleto de cadáveres resurrectos! Esto es literatura, y de la buena, de la mejor, de la excelente, pienso con envidia, aunque siento que en la Escritura, antiguo y nuevo testamento mezclados, juntos y revueltos, subyace un mensaje místico que concierne a nuestra relación nuestro planeta, con el sistema solar, con eso basta y sobra, después veremos, después nos ocuparemos del universo.

       En fin. Estos disparates pueden ser válidos para los cristianos de aquellas épocas, también para los paganos conversos, pero no, el vigor inalterable del virus inoculado por el tarsiota llega hasta el día de hoy, aunque ya debilitado y menos nocivo, como el virus actual, en plena era cibernética. Opino simplemente que ya llegó la hora de dejarse de cojudeces… El virus no ataca y se instala, como creía apenas ayer, en las profundidades mentales, psíquicas, no, qué va, hay otra cosa más profunda, es la parte espiritual o mística del anthropos. Lo más profundo del ser humano no es la psiquis, es la espiritualidad, la religiosidad, la conciencia tan elogiada por los divinos sabios hindúes. Esta es, a mi parecer, el deseo de comprender el maravilloso misterio de la vida y el maravilloso misterio del universo, aunque opino que no hay nada que comprender sino simplemente de vivir, con la diosa vida basta y sobra. La espiritualidad nace con nuestros primeros y queridos ancestros homínidos, que sintieron  pánico, el rayo, el trueno, la centella, los elementos. Luego, miraron hacia las estrellas. De pronto esa es la residencia de religión primigenia, bueno, de eso que llamamos religión y que nada tiene que ver con lo establecido ni con las terribles instituciones políticas y guerreras, una de ellas es el catolicismo cuando esgrime al Christos Pantocrator para invadir, exterminar y expoliar. El miedo. Es la residencia predilecta. Es la fortaleza inexpugnable del virus… Para mi sentir, más que para mi entender, Pablo explota de manera insuperable el pavor ancestral de nuestro miedo a la muerte. Al santón tarsiota le horroriza la vida terrestre, por eso promueve y exalta su denigración, empezando por el cuerpo, y promete, al margen de la divina mente y del divino cuerpo, la impoluta vida celeste inexistente. En otras palabras, todo lo contrario a la enseñanza del Maestro de divinidad, es decir de humanidad,  es decir de la vida y de la muerte a cada instante, de la vida eterna, siempre fluyente, eso es lo que siento, damas y caballeros. SIN VéRTEBRAS. CíRCULO D.M.




Bonus, para leer como cangrejo, la XXXIV vértebra.