Autor: Emanuele Strapazzon (desde Italia)
Es una mañana lluviosa de Diciembre. Esta semana se celebra la Navidad, y mi madre está preocupada al no saber que llevar donde la abuela, el almuerzo del 25, como si fueran esos los problemas humanos del siglo XXI.
Esta semana, nos dejó una vecina. Tenia 79 años, y desde mitad de su vida pagaba con repetido sufrir todos los errores que cometió en la vida.
Las raras veces que nos veíamos (transcurría todo el tiempo en cama), siempre me preguntaba como estaba (interior). Me decía que era un muy buen muchacho, y que los buenos, en esta vida, siempre son, y serán pisados.
Cada vez que regresaba de mis huidas en ultramar, me confortaba con palabras dulces y amargas al mismo tiempo. Me decía que las cosas algún día iban a mejorar también para nosotros; me hacía presente que no era el único infeliz. Algo trascendental nos acomunaba: el haber nacido el mismo, puto, día: un 29 de septiembre.
No éramos los únicos en el pueblo, había otra señora, desafortunada casi cuanto nosotros, pero lejana e ignara de nuestra inexplicable afinidad.
Fui a la iglesia, que en estos últimos meses me vio partícipe únicamente de entierros, y me senté atrás, mereciendo moralmente un lugar al lado de los pocos sádicos familiares.
Reventé en un llanto, que traté a toda fuerza de reprimir, cuando faltaba muy poco al cumplir de la celebración. Fue el involuntario desagüe de todo lo acumulado este año. Sentía profundamente que se había ido una de las pocas personas que podía entender como uno se puede sentir. Estoy cierto.
Rechazada por sus hermanos por una existencia impulsiva y egoísta según ellos, se halló sola a navegar en el mar de la soferencia. Separada de un marido que tomaba, con tres hijos, vino a vivir en un departamento cerca de nosotros, poco antes que yo naciera. Su hija predilecta murió de SIDA muy joven, dejando el criar de una nieta recién huérfana.
No se porqué escribo eso. Quizás porqué tengo que contárselo a alguien, porqué estoy harto, porqué tengo que sacudir, en algún modo, el peso de la tristeza, y no hay mejor persona que contárselo a alguien que no se conoce.
Era mucho que no escribía algo; que mi espíritu (porque es el espíritu que manda) estaba en las condiciones de hacerlo.
Pienso al porqué de la vida, al sentido que tiene, al fracaso.
Dicen que no hay otra persona tan pesimista como yo.
Me río... !¿será verdad?!
El no poder entrar en la mente del otro, no nos permite entender el porque de las cosas.
HUIR es la palabra que resuena ahora en mi cabeza. Escapar corriendo, lanzarse en el abismo... caer en el centro de la tierra, en la hoya del magma: de la sangre sufrida que hierve.
Levantarse en vuelo (ALMA), hacía la eternidad, dejando allí abajo el gorgoteo de la soferencia y de los pecados.
Sinceramente, Felices Fiestas, a todos Ustedes. SIN VéRTEBRAS. CíRCULO D.M.
Esta semana, nos dejó una vecina. Tenia 79 años, y desde mitad de su vida pagaba con repetido sufrir todos los errores que cometió en la vida.
Las raras veces que nos veíamos (transcurría todo el tiempo en cama), siempre me preguntaba como estaba (interior). Me decía que era un muy buen muchacho, y que los buenos, en esta vida, siempre son, y serán pisados.
Cada vez que regresaba de mis huidas en ultramar, me confortaba con palabras dulces y amargas al mismo tiempo. Me decía que las cosas algún día iban a mejorar también para nosotros; me hacía presente que no era el único infeliz. Algo trascendental nos acomunaba: el haber nacido el mismo, puto, día: un 29 de septiembre.
No éramos los únicos en el pueblo, había otra señora, desafortunada casi cuanto nosotros, pero lejana e ignara de nuestra inexplicable afinidad.
Fui a la iglesia, que en estos últimos meses me vio partícipe únicamente de entierros, y me senté atrás, mereciendo moralmente un lugar al lado de los pocos sádicos familiares.
Reventé en un llanto, que traté a toda fuerza de reprimir, cuando faltaba muy poco al cumplir de la celebración. Fue el involuntario desagüe de todo lo acumulado este año. Sentía profundamente que se había ido una de las pocas personas que podía entender como uno se puede sentir. Estoy cierto.
Rechazada por sus hermanos por una existencia impulsiva y egoísta según ellos, se halló sola a navegar en el mar de la soferencia. Separada de un marido que tomaba, con tres hijos, vino a vivir en un departamento cerca de nosotros, poco antes que yo naciera. Su hija predilecta murió de SIDA muy joven, dejando el criar de una nieta recién huérfana.
No se porqué escribo eso. Quizás porqué tengo que contárselo a alguien, porqué estoy harto, porqué tengo que sacudir, en algún modo, el peso de la tristeza, y no hay mejor persona que contárselo a alguien que no se conoce.
Era mucho que no escribía algo; que mi espíritu (porque es el espíritu que manda) estaba en las condiciones de hacerlo.
Pienso al porqué de la vida, al sentido que tiene, al fracaso.
Dicen que no hay otra persona tan pesimista como yo.
Me río... !¿será verdad?!
El no poder entrar en la mente del otro, no nos permite entender el porque de las cosas.
HUIR es la palabra que resuena ahora en mi cabeza. Escapar corriendo, lanzarse en el abismo... caer en el centro de la tierra, en la hoya del magma: de la sangre sufrida que hierve.
Levantarse en vuelo (ALMA), hacía la eternidad, dejando allí abajo el gorgoteo de la soferencia y de los pecados.
Sinceramente, Felices Fiestas, a todos Ustedes. SIN VéRTEBRAS. CíRCULO D.M.
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