Hasta hace dos años, antes de que cumpliera cuarenta, pensaba que mi recuerdos se iban disolviendo con el pasar del tiempo. Pero no. Parece que mis recuerdos cobran vida nuevamente y no tengo otra opción que plasmar en papel las cosas que llegan a mi cabeza. Eso no significa que esto sea fácil. Tengo que destilar toda la información que se encuentra desordenada. Lo que viene a continuación es un recuerdo veraz como todo lo que escribo.
Lo recuerdo como si hubiera ocurrido el día de ayer. Lo que no recuerdo es el rostro de la mujer. Su cuerpo si, aun lo tengo grabado en mi memoria. Era robusta de pies a cabeza, otros dirían mofletuda y; olía a cebolla.
Mi hermano mayor pensó que yo ya estaba maduro para meterme un
polvo, en el célebre hotel llamado San José. Después de algunos días me enteré que este era un antro infectado de enfermedades venéreas. En aquel tiempo nadie sabía lo que era un preservativo. No me impresionó la noticia.
Lo cierto es que aquel sábado tomamos desayuno, pan con mantequilla y avena Quaker con leche-para la potencia- y fuimos en silencio al paradero de la 26, y pocos después Polanco arrancaría su micro con rumbo a La Parada.
El viaje duró una hora. Como era fin semana no había tanto tráfico. Entre olores de pescado y basura podrida ingresamos al hotel. Antes fuimos cuidadosamente inspeccionados por un gorila. Que parecia haber pasado toda la noche, parado en la puerta del
chongo.
Algunos hombres ya habían terminado de eyacular y salían del hotel victoriosos. Alcancé a escuchar: ¡me tiré tres al hilo! Lo único que yo esperaba era tener una erección en el momento supremo. Me iba sobando el
ullo a través del bolsillo de mi pantalón de colegio. Sin resultado.
Los pasillos del hotel estaban colmados de mujeres, en las puertas entreabiertas de las habitaciones. Tenían sólo calzón y sostén otras más jóvenes llevaban
bikinis. «Esas no!»
Señaló mi hermano mayor, con dirección a las jovencitas.«Esas son caras» . Entendí que tenía que agarrar una veterana.
Había también muchos
sapos, hombres que solo iban a mirar y nunca entraban. Estos eran reconocidos por las mujeres, quienes las espantaban.
El suelo estaba cubierto por aserrín y algunos jóvenes corrían de un lado para otro con baldes de agua y papel higiénico. Más tarde entendería que estos eran los
aguateros.
Después de diez minutos de caminar de un lado para otro en el recinto, escogí una. No por que me atraía sino por que tenia que escoger algo (alguien). «Trátalo bien, es su primer
polvo», susurro mi hermano mayor a la mujer que había escogido.
Entré y me quité toda la ropa enseguida y quedé desnudo. Me sentí ridículo. No se me paraba el
ullo. Nos sentamos y conversamos un momento con la extraña mujer. Después de diez minutos se levantó y me dijo. «Ya es hora». Me hizo poner mi ropa y salí de la habitación asustado. Mi hermano mayor me preguntó: «¿Y que tal? ¡De puta madre!», respondí, sin entusiasmo. Caminé hacia afuera cabizbajo, como si estuviera solo, y me sentí humedecer. Más tarde entendería que fue un
tiro al aire.
© 2008, R. de López
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