Por Rómulo Meléndez.
Se levanta con la puntualidad de un reloj suizo, incapaz de prolongar su vigilia más allá de cuatro horas. Tras un breve periplo de media cuadra, se introduce en su sanctum sanctorum, un sórdido sótano del barrio rojo de Ámsterdam, donde las luces rojas parpadean como un faro de decadencia.
Se hace llamar August, un ser peculiar que, por pura inercia existencial, ha dominado el arte de reparar saxofones. Su relación con la música es, por decirlo de alguna manera, tangencial; no posee conocimiento alguno de notas o escalas, pero repara los instrumentos con los ojos cerrados, guiado únicamente por el murmullo de las válvulas, su fiel oráculo, mientras que el resto es pura intuición, ese don reservado para unos pocos elegidos.
El espacio que ocupa es un verdadero laberinto, un abismo donde la acumulación se convierte en arte. Los objetos inservibles son sus compañeros de vida, los testigos de un alma que rehúsa desprenderse de lo que otros consideran desechos. Las paredes están adornadas con una galería de imágenes de mujeres voluptuosas, cada una evocando exóticos paisajes de la República Dominicana, Colombia y Senegal. Postales anónimas, cargadas de nostalgia y gratitud, revelan un mundo más allá de sus herramientas.
August, en su complejo entramado de relaciones, afirma que no tiene una sola pareja, sino un sinfín de conexiones efímeras, un polyamoroso en un cosmos de objetos olvidados. Vive en una casa que es un fiel reflejo de su existencia caótica: pilas de libros, periódicos desbordantes, computadoras obsoletas, y una cantidad obscena de revistas pornográficas, todo en una danza macabra de desorden. La entrada a su morada es una hazaña en sí misma; la puerta apenas cede ante su empuje, atrapada en un abrazo de desechos.
Cada día, se adentra en el barrio rojo, donde el amor se convierte en un intercambio mercantil, canjeando afecto por monedas o un almuerzo que prepara con devoción para las mujeres que allí trabajan. Es un habitué; su rostro es familiar, su presencia, tolerada incluso en la escasez, permitiéndole entrar a crédito cuando el dinero escasea.
Para visualizar mejor el desfile de cuerpos expuestos como mercancía en vitrinas, August ha construido una bicicleta singular, elevada, un artefacto que le permite espiar la voluptuosidad desde una privilegiada perspectiva.
En sus paseos nocturnos, a menudo se pierde entre las sombras de Ámsterdam, no en busca de la no-prohibida marihuana, sino en la deleitosa compañía de mojitos, legado de una cubana que lo cautivó, dejando en él una huella imborrable de pasión y desilusión. Así transcurre su vida, entre la música de las válvulas y el eco de un amor que nunca fue. UNIVERSIDAD DEL VONDELPARK. CíRCULO D.M.
Personajes noctambulos y nostalgicos! Siempre estarän
Realmente impresionante el relato de un hombre que ve el mundo de una bicicleta muy peculiar. Felicitaciones.
Gracias, Rómulo. Pasaré por lo de August la próxima vez que vaya a Amsterdam. Llevaré el mate y mi colección de revistas pornográficas. Quiero conocer su opinión.
Excelente Romulo, una historia de muchas personas anónimas que han vivido más que las personas publicas
Las historias como las cuentas siempre ponen mi mente a correr imaginando cada escenario de lo narrado. En cada parte del mundo siempre hay un Don August.
Saludos!