Por Ronald Vega.
El hombre que me mira a través del espejo puede ser mi padre pero no lo es. Mi hermano tal vez, en el caso que viviera, pero tampoco. Por más que intento no puedo reconocerlo; lo observo con detenimiento, quiero tocar su rostro pero retrocede cuando me acerco. Es posible que tenga miedo. Hace muecas frente a mí y yo estoy seguro que lo veo por vez primera. Habla pero no lo escucho, intento leer sus labios; cuánto tiempo, dice, y ahora es él quien quiere tocarme y yo el que retrocede. Sonríe, se acaricia el rostro con cierta ternura, observa sus manos con atención como si acabara de descubrirlas, luego me mira y se acerca.
Quiere besarme! Lo detengo, le digo que vaya despacio, que las cosas no pueden ir tan deprisa pero parece no escucharme, sigue hablando y ahora me es imposible comprender lo que dice. Su rostro se deforma, va a llorar, aparecen las primeras lágrimas pero al mismo tiempo su boca dibuja una sonrisa. No es mi padre ni mi hermano pero tampoco soy yo, no me reconozco en él pero él se reconoce en mí, se acerca con los brazos extendidos, yo permanezco de pie. SIN VéRTEBRAS. CíRCULO D.M.
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