20210601

TERCER Drama de Felinos.





Por Miguel Rodríguez.


DON GATO Y SU PANDILLA.

Aquí, en las Galias maravillosas, se reprime y controla la proliferación de felinos salvajitos, con los perros todo bajo control, no hay perro sin dueño, en cambio hay mucho felino errante. Desde el instante que en cualquier casa, de preferencia del campo como nuestro volatilizado castillo, uno adopta a doña gata y su pandilla, hay que adoptarlos totalmente, y para siempre. Hay que castrarlos para que no se sigan reproduciendo como los cuyes, las ratas o los pericotes, o como los conejos. Llega Annie la Dame aux Chats, la protectora de gatos vagabundos, especialista en captura de felinos, nos da dos jaulas-trampas, un poco de atún adentro, cae una hoja guillotina, el felino queda atrapado, su destino es terrible, es la clínica donde lo caparán o le amarrarán las trompas. Como es más celoso que Othello, el Rey Mamao se frota las manitos. La primera en caer en la trampa puesta en la ventana de los banquetes, es la golosa y confianzuda Mockatine… ¡Záz! LLega la Dame aux Chats, la transporta a la clínica, operación, a los tres días Mockatine está como nueva, aunque con la barriguita cosida, ahora cabalga por el jardín. El segundo ingenuo golosito, es Osho, que resulta ser una hembrita, es Oshetta naricita color chicle y ojos de samurai. El tercer felino también es hembrita, la muy arisca Rustine, la más difícil de atrapar, se dio cuenta del teje y maneje y no quería entrar en la jaula trampa… Con pasos felinos, la muy astuta y apta a la supervivencia en la jungla, esquiva el rectángulo fatídico, si pisa allí cae la guillotina, ella come la carnada y se escapa… De casualidad la sorprendo una mañana mientras preparo mi vaso de uña de gato con el jugo de un limón en ayunas, Rustine dentro de la jaula se asusta, pisa la trampa, ¡Tac!, cae la hoja metálica de la guillotina, por poco le corta la colita. Después hay que proteger a nuestros felinos, hay que poner cartones para que no se hagan daño cuando rasguñen, hay que poner una sábana para cegarlos, así se quedan tranquilitos, pese a ser nictálopes. La cuarta víctima es el macho dominante, el gato que les pegaba a todos, el sultán del harén, el padre de nuestros queridos monstritos atigrados y parchados de blanco, como él… Emerjo bostezante de la siesta, y de pronto escucho el sonido de la guillotina, abro la ventana, admiro los árboles, el cielo, la nube, la urraca, me acerco, el felino lanza llamaradas, lo tapo con la sábana, le pido un millón de sentidas disculpas, aterrorizado me  doy cuenta de que me estoy oponiendo al fluir de la vida, veo el volúmen ya considerable de mi karma crecer y crecer, caballero, gato, lo siento, créeme que lo siento. Desde ese momento, Mimine, la madre universal, desapareció… ¡Espero que los vecinos cazadores poco amantes de los gatubelos no le hayan pegado un balazo! Sinceramente, no creo… ¡Chau mi querida Mimine!

       Hasta que llega el día inevitable, para mí fantástico por la posibilidad, y totalmente irrealizable, de la mudanza del siglo. Mil gracias, un millón de gracias querido amigos galos, Fredy, Didier, Carole, Alain, Arnault y Boconcita sobre todo, por haber logrado la gran hazaña… Para retribuir el sacrificio de los héroes, yo quiero preparar, primero, pieds paquets à la provençale, patitas gelatinosas de cordero, relleno delicioso con su respectivo envoltorio de tripa, probablemente librillo, aunque no sabría decir si es res o el librillo del mismo cordero, vacunos y bóvidos tienen cinco estómagos, en fin, de nuevo choque cultural, desacuerdo de base, no, dijo, no y no, yo los conozco, hay por los menos dos a quienes no les gusta el mondongo, entonces preparo un ají de gallina verdadero  con verdadero ají amarillo de Provenza, digo e insisto, no dice ella, de pronto no les gusta el picante, mejor compramos dos pollos asados, chips, papas fritas Mac Cain al horno, y yo preparo una gran ensalada digo, bueno dice ella, chelas Leffe, vino rosé du Ventoux, vino tinto de mis dominios de la Commanderie de Bargemone, un queso Camembert, un queso Roquefort, baguettes a profusión, cuatro por lo menos, y ya. Y mi otro yo, ese que me habita y observa, todavía incrédulo y confuso en la esfera de los grandes acontecimientos.

 

       Boconcita los convocó a las nueve de la madrugada. Recién entendí por qué Francia ha ganado dos Copas del mundo, bueno, en ese momento lo entendí… Tipo nueve menos cuarto, llega Didier fresco como una lechuga, yo apenas emerjo, anoche me pegué una tranca con ese pretexto, uf, carajo, y además estoy flagelado, en la cima de la borrachera le dije sus verdades a Boconcita y ahora me arrepiento, pero no tengo tiempo para seguir dándome látigo estilo el monje gordo en la película El nombre de la Rosa, a las nueve menos diez llega Fredy fresco como una  lechuga, casi al mismo tiempo que Alain, a las nueve de la madrugada menos cinco llegan Arnault y Carole con un remolque, café para todos, a las nueve y siete minutos de la madrugada del domingo siete de marzo del año 2021 en el planeta Tierra, empezamos a cargar, yo les puedo ayudar en plano le digo al enérgico Didier, pero no puedo subir escaleras con peso, ça ne fait rien dice Didier, allons-y ! Y salimos con el primer gran cargamento… Esto pasa y yo pienso en el incierto destino de mis felinos, ya llegamos a los nuevos aposentos en la rue Grande, la calle principal de esta antiquísima ciudad galo romana, luego bárbara, luego cristiana medieval, descarga y descarga, bultos y bultos, trastos y trastos, yo pongo los cartones abajo, torres de cartones, pirámides de cajas de cartón, Didier sube y baja fresco y relinchando, ahora otro viaje dice, y yo pensando en las güevas del gato. Junto al talento y genio de sus jugadores, cualidades que nunca son suficientes, Francia ha ganado dos Copas del mundo gracias a esa gran capacidad, la determinación.

      Tipo once saco el cuerpo, me duele la pierna derecha, mejor dicho la rodilla, artrosis de la sejuela, se jué la juventú, caballero, y además debo preparar el almuerzo, bueno, nada de mondongo, nada de ají, debo disponer los platos, las copas y los cubiertos para los héroes, para los magos, para los campeones del mundo que todo han subido hasta el cielo de Lambesc, la máquina de lavar pesa una tonelada por lo menos, y las escaleras son escaleras de caracol, hasta los muebles y armarios de la Segunda Guerra Mundial, hasta la mesa de fierro y las sillas de fierro de mi antiguo Edén, hasta los diescisiete maceteros de Boconcita, otra maga, la inventora del ají amarillo patrio en la luz de Provenza, uf… A la una menos cuarto del mismo siglo, los héroes han finiquitado, triunfalmente, el trasteo, como dicen los colombianos con mucha razón y sazón. Una cosa cualquiera es un trasto. Y si de transportarlos a otro sitio se trata, es un trasteo… Yo destazo dos pollos ahumados, uno tibio, el otro frío. Dispongo la ensalada, los chips, las papas fritas, las copas y los vasos. Surgen las chelas Leffe, venidas directamente de un monasterio de monjes borrachos en Bélgica, allá por el siglo trece. Se ilumina la conversa bajo la luz de marzo en mi paraíso de ayer, de hoy, y de siempre. El Rey Mamao, ausente. Mis gatubelas castratas, ausentes. Alain de Córcega ofrece, de aperitivo, con las chelas, un exquisito producto fabricado por él mismo, con técnicas ancestrales, terrina de jabalí made in Corsica la bella, Goûte –ca ! dice, corto un pedazo de baguette, lo embadurno con la terrina, es una delicia, y en ese instante me imagino cazando jabalíes en Córcega… Fredy feliz degusta el tintorro de la Commaderie de Bargemone, viñedos que amo como si me pertenecieran, en su copa maravilla… Cielo infinitamente azul este siete de marzo histórico, clima clemente, amistad y conversa… Nos despedimos tipo cuatro, calabaza calabaza, cada uno pa su casa, mille fois merci digo todavía incrédulo. Y como el toque de queda por esto de la peste es a las seis, vamos directamente a los nuevos aposentos un ratito, ella para organizar el chongo despelote, yo para admirar nuestra terraza y la callecita que lleva el nombre de la propia, Madame de Sévigné.

      El nuevo palacio es muy bonito, sobre todo luminoso, la terraza una belleza, del campo a la ciudad medieval, pero yo pienso en mis felinos abandonados. Mientras tanto, el Rey, se adapta pronto a las circunstancias, me da una lección… Al día siguiente, vuelvo al castillo sito en el impase des Favettes. Como todavía hay electricidad y el frigider que tendremos que vacear funciona, coloco mis chelas Leffe, escribo esta líneas poseído por un feo sentimiento medio tarantulesco de injusticia y de derrota: « Última chela en el castillo desmantelado, es decir sin manteles »… Mockatine confianzuda me saluda y entra, ronronea, la acaricio, juega un ratito con su ratón de plástico, le cambio el agua, le doy un ala que quedó de los pollos ahumados, Mockatine la devora de cuatro dentelladas, después se va, y yo me acuerdo del Rey Mamao días atrás, me ve acariciar a Mockatine, maúlla fortísimo, como si lo estuvieran despellejando, ese pellejo atigrado con el que me fabricaré un sombrero peludo estilo  Daniel Boone, sigue maullando, se acerca, apenas se deja acariciar, de pronto el desgraciado me muerde la mano, ah carajo no muerdas le digo, cuidadito, porque unvez me mordió tan fuerte que me sacó sangre, yo le pegué un reglazo con una regla metálica, un reglazo tan fuerte y sonoro, santo remedio, seguro que hasta hoy se acuerda, pero no, después del mordisco sale volando, trepa al árbol de nueces.

      Aunque ya no esté, todavía veo al Rey Mamao Farinelli en el garaje, saltando entre cachivaches heteróclitos con olorcito de antigüedad, olfatea e inspecta una maravillosa máquina de coser marca Singer, salida directamente de los escombros de la Segunda Guerra Mundial, que pertenecía a la abuela paterna de Boconcita… Ahora el Rey Mamao rasguña fúrico la corteza del cerezo… Y yo, bueno, mi yo de aquel día, observa las partículas de polvo de oro, mira y estudia enternecido a los cachivaches: escobas, sillas, maceteros con plantas agonizantes, patos de madera, calculadoras del siglo pasado, botellas de gas, un botellón verde y gordo, frascos y frascos, un andador, baldes, escaleras, lámparas, sábanas, cacerolas, hamacas, sombrillas, paraguas, un artefacto para exprimir naranjas con seguridad utilizado por el tío Robert, una cafetera rota, bolsas y bolsas, cajas y cajas de cartón, almanaques, ropa, sábanas, trapos desperdigados… Por unos segundos, de nuevo miro el polvo de oro, trato de atraparlo, pero nada, sólo atrapo al aire, sólo atrapo al viento.

      Ese lunes ocho pretérito cenamos simples pastas con salsa de tomate, ajo y cebolla, dos hojas de laurel, en casa de la suegra, en la rue Hoche, cerquita del nuevo palacio… De pronto, ingurgitando los tallarines, pienso en el pánico que sentí ayer, cuando no vi mis manuscritos, están en un sobre manila, mierda, no los veo por ningún lado, y tampoco veo la carterita de lona con las llaves USB donde conservo la totalidad de mis obras… ¡Todas mis cojudeces escritas en las Galias desde el acontecimiento de la era cibernética! ¡No veo la carterita de lona, chérie! « J’ai tout mis dans un carton avec ton prénom, ne t’inquiète pas, chéri » « Mais moi je les vois pas ! Où sont la sacoche et mes manuscrits parmi ces cinquante quatre cartons ? » De regreso al nuevo palacio y alumbrados por lámparas, mañana viene el electricista a instalar los focos, por ahora sólo hay cables pelados, por arte de magia Boconcita encuentra la carterita de lona, se la arrancho, encuentra el sobre manila, se lo arrancho, los meto a mi mochila, uf.

      El martes nueve de marzo regreso de nuevo al castillo desmantelado, de nuevo desaparición de felinos, hasta el Rey Mamao ha desaparecido, recojo algunas cositas, ahora falta transportar la cocina y sus elementos, falta transportar a los nuevos aposentos el contenido del frigider, el contenido de la alacena de fórmica de los gloriosos años setenta, los cubiertos, los condimentos, los aceites, las preciosas especias venidas de Madagascar, de Bali, de Tailandia, de Sri Lanka, de La Réunion, de Vietnam, también de Perú campeón, los vinos Châteneuf-du-Pape adquiridos el pasado verano, el ají panca seco, el ají amarillo seco, el mote seco, los sobres de sibarita, la preciosa uña de gato, corteza adquirida en un mercado de Chanchamayo, los boles, los tazones medianos, los cucharones, las cucharas de palo, los garbanzos, los frejoles, las latas de atún, los tallarines, la botella con la preciosa quinua, las alverjitas en lata, las alverjas secas, las latas de sardina, dos ratones de plástico para que se desfogue el Rey Mamao cuando llegue a sus nuevos aposentos.

      Al día siguiente, ida y vuelta a mis dominios señoriales de Aix-en-Provence, escribo alguito, breve siestón, tipo cinco ya estoy de regreso a Lambesc, tengo que alimentar a mis felinos huérfanos, les dejo su tazón de agua fresca y sus tres tazones de croquetas aunque no se aparezcan, de pronto se aprovecha Félix, de pronto se aprovecha el gran siamés beige… ¡Qué alegría! ¡Apenas llego al castillo llegan cabalgando y maullando mis felinos, ahora casi esqueléticos! ¡Mockatine! ¡Rustine! ¡Osho! Como suplemento, les sirvo un morro de terrina… En la soledad ahora fantasmal de lo que fue nuestro salón, observo, cada detalle o forma acapara mi atención, cuatro pares de botas, dos pares de zapatillas, un diccionario de la lengua francesa, cuarenta mil definiciones, pilas desperdigadas en lo que fuera mi escritorio, una canastita repleta con ganchos de ropa multicolores, increíble, por unos segundos me parecen increíblemente vivos, dotados del milagro y del misterio de la vida, como las piedras… En un rincón de la cocina desmantelada descubro las preciosas semillas de baobab de Boconcita la botánica mano verde, uf, ¿Todo esto queda aún por transportar? me pregunto abatido mirando las sartenes, las ollas de presión, las cacerolas, las fuentes de vidrio, las fuentes metálicas, las copas, las tazas, los vasos, los platos, las garrafas… ¡Estoy tristón y totalmente bajoneado, como dicen los argentinos, en el centro neurálgico del castillo, mi cocina de arte literario!

      De regreso a los nuevos aposentos, subo jadeando por la escalera medio caracoloide, la rodilla jode y jode, llego exhausto a la cima, a la torre de los ballesteros, los enemigos sólo pueden llegar por la rue de Sévigné, desde la terraza uno a uno me los bajo oprimiendo el gatillo de mi ballesta, tac, tac, tac, caen los villanos de sus caballos… ¿Y qué comemos esta noche, Boconcita? ¿Chancho a la mostaza o pastas a la carbonara? ¿Y cuándo comienzo mi dieta radical? ¡Ya no se ve el dibujo de los abdominales! ¡De nuevo postulo a salchicha de Frankfurt! ¡A salchicha de Estrasburgo! ¡Al salchichón! ¿Y ahora? ¿De nuevo dos meses de sufrimiento, sin arroz, sin tallarines, sin pan, sin papas, sin bistecs, sin guisos, sin queso, y sobre todo sin chelas? ¿Será que de nuevo repetiré la hazaña del año pasado cuando logré perder nueve litros?

       Antes de escribir mi cocina de arte literario, pensé en la ebanistería, y gracias a esa palabra de nuevo entro en la máquina del tiempo… Estoy en el taller de un amigo ebanista de mi padre, una tarde de sol polvoroso, un pueblo joven, que entonces llamaban barriada, cerca del estadio del José Gálvez, y ahora al ver el oro del polvo en la  luz, me parece que es la misma, átomos y moléculas, neutrones y partículas elementales, el garaje del castillo desmantelado, y también aquí, en el gran salón de Versalles, donde escribo esto… El amigo ebanista cuya especialidad son los féretros, coloca un pedazo rectangular de madera en el torno, que de pronto, primero a golpe de pedal para el arranque, luego de la electricidad, la divina energía que mueve al sol y a todas las estrellas, empieza a girar… El maestro Chirinos utiliza primero un gran formón para debastar, luego otro más pequeño, luego unos debastadores chiquitos, el resultado de la gran operación es un maravilloso trompo platillo, le pone un clavo central y me lo regala, eso es  poesía, eso es  literatura, mi gato erudito, tu sirviente es una ebanista de la palabra, palabra , palabra abracadabra pata de cabra.

      De vuelta al presente en los nuevos aposentos iluminados, descubro con mirada nueva la gran galería de objetos… Un exprimidor de jugo de naranja diferente del otro, botellones hermosos, desgraciadamente vacíos de whisky gringo Jack Daniel’s, un frasquito de plástico, con un complemento alimenticio a base de ajo, tilo y geranio, una botella de aceite de hígado de bacalao, una botella con ron agrícola de Saint-Martin aromatizado con tronquitos de vainilla original de México, otra botella de ron con pedazos de un exquisito plátano seco, marrón oscuro, también mis preciosas botellas repletas de quinua, mi botella con cloruro de magnesio, dos mandarinas gorditas, un cenicero Cinzano, un paquete a medio consumir de tabaco para envolver marca Philip Morris green, quién habrá sido ese Philip, té verde, camotes, una botella de agua, café en cápsulas, platos inciertos, un gran frasco con frejoles rojos especiales para fabricar chile con carne, una botella de licor Grand Marnier, un alicate, un cuchillo, llaves inciertas, guantes de fino hule color violeta, una radio cassette, un molinillo eléctrico de café, un collar de cascabeles plateados, hojas de papel lija, navajas Gillette del siglo pasado, me tomo dos copetines de rosé con un simple sanguchito de jamón y queso, casi de inmediato aturdido me duermo, el Rey Mamao viene de inmediato y se acuesta al ladito, pero antes de sumergirme en esas aguas me acuerdo del oro del polvo flotando en la luz del garaje del castillo desmantelado. SIN VéRTEBRAS. CíRCULO D.M.