20201206

DIONYSOS PATER LIBER (Veintinueveava vértebra)




Ahora sí, atento lector amigo, creyente o no creyente, gnóstico o agnóstico, sabio, necio o de pelaje intermedio, o sea indiferente, agárrate fuerte, amárrate el cinturón de seguridad, llegamos al momento místico de mi relato. Por si acaso, místico, otra palabra griega, esta asociada a la palabra misterio y a los « mystes », los iniciados en los misterios… pero… ¿Qué misterios? ¿El misterio de la vida? ¿El misterio de la muerte?  ¿El misterio de la resurrección? ¿El misterio de la vida eterna? ¿El misterio de la supuesta « creación » del universo por un dios que se nos parece?... ¡Ah! ¡Esto se pone bueno! ¡Podríamos preguntarle directamente al viejo Jechu! ¡En el caso de que habite en nuestros adentros!... Para volver a la ficción, que es una de las formas de la imaginación y de la creación literaria aunque no necesariamente, imagino que el viejo Jechu, que ya era el Christos pero que nadie lo sabía ni aceptaba aparte de los discípulos y las santas mujeres, había elegido un discípulo, en el jardín de los olivos, antes de ser aprehendido, precisamente, para revelarle el gran secreto, para iniciarlo en el misterio central del cual él era el depositario y maestro, « el Maestro de divinidad », como dice con bella y acertada fórmula don Miguel de Unamuno. No puedo imaginar que se trate de otra cosa. El objetivo de la enseñanza era el de revelarnos nuestra divinidad potencial o secreta, no era el cristianismo, no era el paulismo mejor dicho, tal como, todavía pataleando, como un ritual repetitivo desprovisto de profundidad espiritual, como un teatro intrascendente, sobrevive hasta el día de hoy.
      Si me dejo llevar por los caballos de mi capacidad de fantasía e imaginación, concluyo que son misterios necesariamente emparentados, de una manera u otra, con el orfismo, con Pitágoras y su escuela, con los misterios de Eleusis, y sobre todo con los misterios dionisíacos, Dionysos Pater Liber y el Christos, para mí, son dos caras de la misma moneda griega. Según la voz más que autorizada del poeta inglés Robert Graves, durante los misterios dionisíacos, sacerdotes e iniciados utilizaban el hongo mágico, la amanita muscaria (« substancias tóxicas » dice la eufemística Wikipedia)… Si me sigo dejar llevando, ya voy volando, ya no son caballos, son pegasos… ¿Y qué tal si Isu estuvo en la India, donde aprendió técnicas de meditación? Cuando estuvimos en Sri Lanka, un pata barman occidentalizado a forro, en consecuencia cristiano, me reveló en una de las más bellas borracheras que me he pegado en la vida, bueno, en esta vida, que el viejo Jechu no sólo estuvo en la India, que allá se llama Isu, y que vivió en la India hasta los 112 años, que allá, en Cachemira, está su tumba, así como la de su discípulo predilecto, que no era Juan como nos enseña nuestra tradición, sino Tomás…
      Aquí, en el paraíso de las castañas, pienso en esto que anoto para contarlo después, me alejo del rebaño de mis semejantes turistas estilo oveja descarriada, sigo fantaseando… ¿Cómo que Tomás? ¿Por qué Tomás si el intelectual y teólogo, amén de poeta delirante, es decir verdadero, era Juan? ¿Consideró el Maestro que Tomás era el discípulo indicado para la transmisión del mensaje? ¿Fue Tomás el discípulo que se durmió esperándolo, mientras el viejo Jechu meditaba en el jardín de los olivos, antes de la supuesta muerte en el madero? ¿Estuvo el Maestro en la madre India? Si tal es el caso, necesariamente se nutrió de la espiritualidad ancestral de la sabiduría milenaria que no podrá ser desviada de su curso, precisamente, por una aventura ocurrida en Galilea… No me extrañaría para nada que, para una mejor comprensión del fenómeno, o de pronto para llegar a eso que los místicos hindúes llaman la omnisciencia, el máximo conocimiento del ser humano en relación al cosmos, que es la última etapa, antes de la liberación definitiva… En lo que me concierne, no me complico la vida con cojudeces, dios es el mundo y la vida la diosa, en el peor de los casos la diosa es la Tierra, Gaya, y el padre, el cielo estrellado, su hermano Eros en carne y hueso, y allí muere el payaso, ¿cómo puedo perder mi tiempo pensando en el universo? ¿O en su « creación »? ¡Necesito mi tiempo para seguir escribiendo! ¡Para seguir creando! Pero en fin, sigo fantaseando… El anthropos y el universo no son entidades distintas, están compuestos por la misma energía, por la misma materia, por el elemento titánico y por el elemento dionísiaco, de modo que lo divino y lo humano, también, son dos caras de la misma moneda… Lo más probable es que el Maestro hablara de esa relación, el anthropos y el universo, como de una relación de hijo a padre o de padre a hijo, pero es imposible que haya ignorado el sexo y el amor de la mujer, digo yo… En fin… Sigo elucubrando mientras el rebaño se dirige a una iglesia en pleno sol, refulgente, blanca y azul como la bandera griega, pero como quiero anotar esto que ahora refiero, me alejo, de nuevo constato que soy la oveja desobediente, el cordero desobediente, el borrego desobediente, el carnero desobediente… ¿Quién habrá sido ese brillantísimo teólogo y poeta delirante, genial, que firmó con el nombre de Juan de Patmos? La literatura paulina es fanática y algo bruta en términos de teología. Lo que yo admiro, como ateólogo y poeta, es la maravillosa literatura joanica, por su profundidad, por su capacidad de análisis, por la calidad de su expresión, por su helenismo… Si esos libros salieron de la pluma de Juan de Zebedea, el remendador de redes, quiere decir que Juan, como Ramakrishna que era iletrado, conoció la iluminación, qué envidia…
      En este momento de escritura vuelvo a ver un puentecito de piedra que barre y barre una señora griega viejita con una escoba impresionante, de las antiguas, un palo y un atado de paja… La saludo… ¡Kalimera, señora griega!... Atravieso el puente atraído irresistiblemente por una iglesita casi en ruinas, pero de color melón, aunque gran parte de su piel están ennegrecidas por los hongos del tiempo… En el cielo de topacio vuelan, danzan, cantan y  revolotean nerviosas y felices golondrinas, que me transmiten su felicidad… El aire está perfumado de albahaca… En ese momento llega Boconcita algo agitada, buscándome, « le bus part dans dix minutes, chéri! » dice « Viens voir » le digo… Penetramos en la iglesucha destartalada, si en este momento la tierra griega tiembla el techo se nos cae encima y no contamos el cuento, ¡crac!... Ahora ya no puedo asegurar si oí ese ¡crac! o si lo imaginé, ya estamos adentro… Esta iglesita es como una las tantas y tantas, como los cientos de iglesitas ortodoxas concebidas para quien quiera entrar en ellas, una, dos, tres personas a lo máximo, o una sola de preferencia, para que, por fin, comuniquemos cara a cara con el dios de nuestros adentros, en la soledad y en el silencio, y sin ninguna oración, por supuesto, sólo con la sinfonía silenciosa del silencio… El estado de deterioro es casi total, sólo faltan un par de ratas brincando en el altarcito polvoriento, todo es polvo, telarañas, pero hay frescos bizantinos… Como ya estoy medio cegatón, me pongo los lentes, me acerco para ver mejor… Paredes descascaradas, yeso que se desprende, humedad, poblaciones enteras de hongos y bacterias, de allí sobresalen,  en la penumbra, medios cuerpos aplanados, sin perspectiva, sin volúmen, de horribles santos enfermizos, tristones, con cara de muertos, sobresale el medio cuerpo aplanado del seudo Christos, igual que los horribles santos, tan enfermo y tan muerto como ellos, de pronto tengo la revelación… ¡Es el horrible Christos bizantino! ¡Es el mil veces horrible impostor, el Christos Pantocrator! Y esos santones cadavéricos son los engendros paulinos, ni más, ni menos. A otros con ese cuento. Puedo aquí certificar que la experiencia mística de contacto con el Todo procura un placer indescriptible, que procura risa y éxtasis, no seriedad ni cadaverismo. Me acuerdo del poeta Lacarrière que cuenta, sabrosamente, el modus operandi de los esmerados pintores. Estos artistas pretéritos utilizaban pinceles especialmente concebidos. Para las partes claras, los pinceles son fabricados con crines de burro adulto, con pelo de cabra o con barba de mula. Para las parte oscuras, incluyendo la figuración de la carnalidad de esos morenos del desierto, utilizaban, sin que los ignaros sepamos el porqué, pinceles con cerdasde chancho…Una ofrenda reseca por aquí… Otras flores resecas en el altarcito en ruinas… Un libro en griego… Puede que sea un libro de liturgia, un libro de repeticiones intrascendentes, puede que sea el nuevo testamento, no es tan gordo para que sea la biblia… Pero esos horribles santones torturados físicamente y psicológicamente, e incluso ese falso Christos, me recuerdan a los que vi en la infancia, en la iglesia matriz del puerto, el oficiante es el padre Ciro, el director del colegio Antonio Raimondi, pertenece a la orden de los oblatos. El Christos doloroso y sufriente del cristianismo divulgado para el pueblo por los santones, es sólo un aspecto del martirologio, pero en esencia es totalmente falso y contrario al mensaje místico, inmanente y trascendente al mismo tiempo, ya me pongo a escribir como los filósofos, bueno, eso imagino y fantaseo, en todo esto que digo no figura el pensamiento.
      Al salir, yo medio pensativo, medio atarantado por tanto peso de la tradición que me inculcaron cuando niño, me entero por una placa conmemorativa en inglés, que esta iglesita pichiruche y abandonada, es un templo ortodoxo consagrado, adivinen a quién, amigos… ¡A Juan de Patmos!... Si me sigo dejar llevando, puesto que estamos en mi terreno predilecto que es la teología o mejor dicho la ateología, ambas consideradas como ramas del árbol de la literatura fantástica, pleonasmo puesto que toda literatura digna del nombre lo es, puedo afirmar, otra vez, que el Christos Pantocrator es el falso, el utilizado por el poder político y eclesi­ástico. El verdadero Christos, es el Christos de gloria, de risa, de felicidad, de alegría, de amor general, de dicha, de éxtasis, es la risa tranquila de Príncipe de la vida, el revelador de los misterios de la resurrección en términos simbólicos, en ningún caso se trata de la resurrección de la carne, de la resurrección del cadáver, ¿cómo se te ocurre, Pablo de Tarso? Tampoco se trata de credulidad, culto o idolatría. Se trata de descubrir esa potencialidad espiritual, se trata de descubrir al Christos, esa máxima realización del ser en nuestra cultura occidental, esa supra conciencia, necesariamente compasiva y amorosa, en nosotros mismos, si no, no vale… Si me sigo dejar llevando, sólo puedo imaginar que el Maestro de divinidad quería compartir un tremendo secreto concerniente a la felicidad, al éxtasis, a la unión del átomo con la infinita materia y la infinita energía del « Padre », es decir del universo. Esta enseñanza, sólo para iniciados, es la esencia de todos los misterios de la antigüedad pre cristiana, y en particular de los misterios dionisíacos. El que quiera entender, que entienda. SIN VéRTEBRAS. CíRCULO D.M.


Bonus, para leer como cangrejo, la XXVIII vértebra.