LEON DE NAPOLES, POETA (siglo diez)
En la primavera del año de gracia de 950, fui enviado a Constantinopla por los duques Giovanni y Marino de mi ciudad natal, Nápoles. Allá, en Bizancio, me esperaba la mayor recompensa jamás imaginada. A mis manos de poeta aproximativo e imitador llegó el manuscrito original del escritor griego que se hizo pasar por Calisteno, historiador oficial y acompañante de Alejandro Magno en sus guerras. A este autor anónimo lo llamamos Pseudo Calisteno. Su obra se titula Novela de Alejandro. Inspirado en ella, Julius Valerius Alexandre Polemius compuso su Res gestae Alexandri Magni, incorporando elementos novelescos de su propia cosecha. De lo que llevo leído, constato el elevado gusto del autor por la fabulación a partir de elementos históricos. Esta es la obra que empecé a traducir de regreso a Nápoles.
Lo que aquí consigno son reflexiones provenientes del ejercicio de mi trabajo, que se titula Historia de las batallas de Alejandro Magno. Es un testimonio de investigador y letrado, no del creyente ordinario y la autoridad eclesiástica que ya no soy. Ser súbitamente consciente del engaño perpetrado a partir de la Escritura, de la obra literaria que todo influye, que todo altera, y que es utilizado por el poder, para falsificar, sojuzgar, atemorizar y dominar, me hizo descreer de su veracidad histórica, de su veracidad simplemente.
He sido testigo directo de la barbarie perpetrada en nombre del Salvador y su mensaje, que no puede ser sólo de paz, sólo de amor. El humano no es un ser de paz sino de guerra, siempre propenso a la invasión del territorio ajeno, al pillaje y la depredación, siempre propenso a la desmesura y a la destrucción, siempre versátil y precario, como el propio Alejandro Magno. El Salvador no podía ignorarlo, por eso ahora dudo del mensaje, no del suyo sino del propuesto por Pablo de Tarso, que está impregnado de truculencia. Ahora, en el exilio he interrumpido mis estudios e investigaciones, e incluso una exégesis que deseaba consagrarle, sobre el Evangelio de Marcos. Me dedico al ejercicio de las bellas letras, a mi más ambiciosa traducción, a la lectura de los filósofos griegos, a la lectura de la inagotable Escritura, pero ya con otra óptica, y a la composición de versos.
El santo patrón de la riquísima y poderosa Venecia era San Teodoro. En realidad, los dogos de Venecia buscaban un nuevo protector celeste, para rivalizar con Roma, cuyo santo patrón es Pedro. El onceavo dogo, Giustiniano Participazio, contrata y paga generosamente a dos comerciantes y navegantes con fama de corsarios: Buono da Mala Mocco y Rustico da Torcello. Ellos irán a Egipto, exactamente a Alejandría, con la misión de robar los huesos del evangelista Marcos, conservados en una basílica llamada Bucoles.
Una vez ubicado el objetivo, se procede al trastocamiento de huesos terrosos. Los agentes del dogo colocan los huesos de un santo menor llamado Claudio donde estuvieron los huesos del supuesto evangelista… ¡Marcos! ¿Quién es Marcos, en realidad? Escribo esto en pleno ejercicio de la libertad de pensamiento.
Marcos, o el autor griego que con este nombre se expresa, escribe el borrador de su exitoso evangelio en Roma, según la enseñanza de Pedro. Una vez compuesto el borrador, Marcos se dirige a Alejandría, donde corrije el manuscrito y lo hace transcribir en papiros para su divulgación. Al mismo tiempo, organiza la construcción de la iglesia de Alejandría y asume el mando como el primer obispo de ésta. Pero volvamos a los huesos y al robo perpetrado por los enviados venecianos.
Ahora, la principal y más influyente religión de Alejandría es el islam, en pleno auge. Alejandría ya no es griega sino islámica. Rustico da Torcello concibe una idea genial. Los huesos son disimulados en una canasta cubierta por una capa de coles y de abundante carne de cerdo salada. El 31 de enero del 828, Buono y Rustico entregan los huesos a Participazio, que ordena colocarlos en una capilla adyacente al Palacio de los Dogos.
El Salvador es el vencedor de la muerte y, en consecuencia, refractario a su culto, al culto cadavérico y al culto de huesos. El Salvador es una divinidad de la vida, no de la muerte. Siempre me acuerdo de ese episodio del Antiguo Testamento. Un rey manda a un general odiado a una batalla, con la consigna de recolectar cien prepucios del enemigo. El general resulta vencedor y le entrega doscientos. Cien prepucios. Doscientos prepucios. La carne es cortada y fluye la sangre. Tal es el modus operandi.
Una vez recepcionados los huesos apócrifos, el dogo Participazio ordena la construcción de la Plaza San Marcos y de la basílica, que también lleva su nombre. El evangelista habría estado en parajes venecianos. Su barca boga en una laguna de agua salada. Aparece un ángel y le dice: « Pax tibi Marce Evangelista Meus ». Ahora me pregunto, ¿qué es un ángel?, ¿un ser con apariencia humana, y alado?, ¿y ente volador por tenerlas? Marcos ahora es, oficialmente, el santo patrón de Venecia. Su símbolo es el león, según el esquema tetramorfo propuesto por Ezequiel. El hombre para Mateo, el águila para Juan, el toro para Lucas, y el león para Marcos.
Por decir a mis superiores lo que ahora escribo, fui exiliado pero no excomulgado. El poder podía desprestigiarse frente a la masa popular, que lo apoya y sostiene. Era el papa entonces Agapeto II; después, Juan XII. Eran los papas pornócratas, cuyo activo prepucio no conocía límites en el libertinaje y el desenfreno. Pero volvamos a los huesos inciertos.
A partir de esa leyenda fundacional empezó mi interés particular por Marcos, desde el inicio mi evangelista predilecto. Mis principales fuentes provienen de Ireneo de Lyon, de Eusebio de Cesarea, pero sobre todo de Papias, el obispo de Hierápolis. « Estamos intrigados y agradablemente sorprendidos por el éxito y la divulgación del texto de un autor llamado Marcos. ¿Quién es? Tenemos pocas noticias sobre Mateo, pocas sobre Lucas, pocas sobre Juan, todas provenientes de los textos, pero ninguna sobre Marcos. Según lo que sabemos, es un judío del pasado siglo mencionado en Actos de los Apóstoles y en las epístolas. »
Juan, también llamado Marcos. Juan Marcos. Markos en griego, Marcus en latín, un nombre por lo demás común en esa época, otro detalle que echa una cortina de humo sobre la identidad del evangelista. Un allegado a Pedro y Pablo, dicen los Evangelios, que son textos esencialmente literarios, como la Novela de Alejandro, obra que en comparación tenía cierto sustento histórico. Marcos sería, además, el fundador de la iglesia de Alejandría o iglesia de Egipto. Mis investigaciones revelan que, increíblemente, no lo mencionan Filón de Alejandría, ni Clemente de Alejandría, ni Orígenes, el padre de la exégesis bíblica. ¿Cómo es posible que estos ilustres y eminentes filósofos hayan ignorado al fundador de la iglesia de Alejandría, al autor del evangelio epónimo, al punto de nunca mencionarlo?
Gracias a la autoridad e influencia de Ireneo, el evangelio será atribuído a la pluma del gaseoso Marcos. El autor del evangelio no se expresa en primera persona ni tampoco manifiesta una intención particular. Eusebio de Cesarea cuenta lo que cuento. A mi juicio, la decisión se debe a un prurito apologético. En la apologética neotestamentaria se atribuye cada evangelio a un apóstol del Salvador. Lucas no es apóstol. Marcos tampoco… ¿A qué se debe su intrusión? ¿Quién es Marcos? ¿Un comentador? ¿Un traductor? Marcos podría ser un escritor romano converso a la fe propagada por Pablo, supongamos. Yo conozco muy bien la topografía y la geografía donde transcurren los evangelios. El texto atribuído a Marcos revela un deplorable desconocimiento del territorio galileo. SIN VéRTEBRAS. CíRCULO D.M.
Bonus, para leer como cangrejo, la XVIII vértebra.
0 reacties:
Publicar un comentario