Como la mayoría de sus colegas ella también trabaja desde casa. Su contacto social se ha digitalizado y reducido a las visitas semanales al supermercado. Por ahora ha dejado de comprar ropa, zapatos y lencería. Maldita pandemia que la obliga a una abstinencia forzada. No, no vaya a creer el lector que es una crápula, pero sinceramente a ella no le interesa lo que piensen los demás. Disfruta de su libertad con responsabilidad. Y sí, extraña las noches de copas, bailes, coqueteo, conquista, pasión, deseo y despertar con ganas de más.
Hoy ha salido al balcón para distraerse con el ruido de la calle. Hace calor y la ducha de agua fría no hace efecto. “No es lo mismo -se dice- necesito tacto”. Ve a su vecino caminar en dirección al edificio. Hace tiempo que lo observa, cree que es un poco atractivo, pero no se involucra con nadie que viva demasiado cerca. También le parece aburrido, muy formal. Eso sí, con una sonrisa bonita y unos labios apetitosos. Nunca ha conversado con él más de cinco minutos, y cuando lo hace, solo le mira los ojos y los labios. Ya no soporta el encierro ni la falta de contacto físico. Sus juguetes no le dan la misma sensación que un cuerpo caliente a su lado.
Afuera, el vecino se ha detenido y habla entusiasmado con otra vecina, justo frente a su balcón, sin percatarse de su mirada. Ella lo mira, analiza su cuerpo, de arriba a abajo, mientras muerde una pera. “Qué pena, si llevara los vaqueros más pegados se le verían mejor las piernas y ese culo redondo. Si se peinara diferente, se vería muy sexy”, sonrió coqueta.
En eso, al verlo cruzar la calle y entrar al edificio, olvida la pera y corre hacia la habitación, se pone rápidamente la minifalda y sale volando para apretar el botón de subida del elevador. “Qué adrenalina me da este tipo”, piensa. Él vive en el cuarto piso, ella en el tercero. Nadie le ha dicho no hasta ahora. Se siente muy segura de su carisma, conoce su sensualidad. De pronto, la imagen de la última conquista aparece en su memoria. Repetirá la estrategia, tiene apenas un minuto para lograr su objetivo. Le seguiría hasta la puerta y le robaría un beso. Es su especialidad, además está segura de que ella no le es indiferente. Le había atrapado un día cuando le miraba el culo y otra vez con la mirada en sus pechos mientras hablaban. Entonces se sintió húmeda, su piel se ruborizó, el calor aumentó y sus senos se hincharon. La puerta del ascensor se abre, y allí está, todo desaliñado, con el pantalón que parece caer, con una camiseta más grande que él y las bolsas de la compra en el suelo.
—Voy de subida, y solo puede entrar una persona por vez, ya sabes, mantengamos la distancia —dice y sonríe.
Ella con un pie adentro, se ha quedado paralizada, con la mente confusa. Hace una mueca en el rostro, toma aire, le mira y dice:
—Oh, vaya…me equivoqué al apretar el botón.
Y retrocede rápidamente ante el fuerte olor a sobaco y el cabello grasoso e inundado de caspa que se dispersa por su ropa negra. Otra vecina ha salido de su casa, cierra su puerta, la mira, se coloca bien la máscara, ajusta sus guantes y decide tomar las escaleras.
De regreso en su habitación guarda uno a uno sus juguetes. Luego se arrastra hasta el escritorio, abre su laptop y se pone a trabajar.
(©2020 Karina Miñano Peña). DEBAJO DE LA PLUMA. CíRCULO D.M.
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