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El exterminador - Martha Manarini
Del libro:
La mariposa y el leopardo
Martha Manarini.
Todo ser, es un cadáver en potencia. Juzgaba el exterminador, mientras caminaba metros
y metros de celuloide proyectándose en haz luminoso dentro la sala oscura.
Caminaba por el resumidero de delincuentes y asesinos de New York, en la disciplina
nocturna de limpiar la ciudad de su escoria. Se decía el inapelable exterminador en su rol
de justiciero. ¿No sería inapelable justiciero en rol de exterminador? Debía recordar con
perfección la combinación de palabras que marcan su carácter de personaje
principal del film. De lo que estaba seguro, era que su rol, no admitía dudas.
Tampoco ambigüedad o titubeos, ni siquiera cuando apretando el gatillo, ajusticiaba
exterminando alguna de las inmundicias, a las que podía llegar la condición humana
en New York. Toda la inmundicia que lograba alcanzar su mano alargada en misión
justiciera.
En la penumbra de uno de los recodos ensombrecidos del Central Park, divisó
una muchacha rubia como un milagro y quizás de tanta sorpresa, no halló excusa para
matarla al primer tiro a la altura del corazón, como a él le gustaba matar a las
mujeres hermosas. El corazón, en el centro, equidistante con los pezones que te miran
sorprendidos de recibir la flor encarnada creciéndoles en un rojo cada vez más profundo hasta
enviarlas a la otra vida. El ombligo, siempre condescendiendo en semisonrisas.
Buenas noches, le dijo con la mirada la muchacha y él, caminaba cada vez más y
más despacio, pensando desesperadamente en una excusa para detenerse sin tener
que matarla. Tan hermosa la veía, que hubiera querido que ambos estuvieran fuera
del film. Permaneció de pié frente a ella sin excusa alguna y ambos callados. Allí en
el centro del Central Park de New York, en el centro neurálgico del delito y el
ajusticiamiento, recordó que especificaba el libreto, sin que las luces se atrevieran sino
a insinuárseles a las sombras tupidas que absorbían la tensión aumentada, porque la
ambigüedad del rol del personaje de película se evidenciaba diferenciándose
inapelablemente, ya exterminador, ya justiciero.
En la indecisión, uno se quedó allí con la rubia del milagro, mientras el otro tuvo
que seguir caminando en el film donde apenas se hacía referencia a la muchacha:
una prostituta que seria asesinada, mostrando un caso típico de violencia en esa noche
que estrenaba una luna estupenda, que encantaba aunque trajera lluvia, porque ellos
estaban allí quedándose, aunque la película siguiera con la trama por otro lado que
ellos, mirándose sin excusas.
Cansado de estar parado, al exterminador le comenzaron a doler los tobillos.
Nervioso, comenzó a hablar del tiempo. Distraídamente los dos, demostrándose de
tan enamorados, que no estaban en nada serio.
Ella comenzó a desvestirse distraídamente, pero mirándolo todo el tiempo, con
toda la ropa prenda a prenda cayendo hacia atravesar el suelo del recodo del parque
en humedad de rocío lento, perfumándose. Cayendo plateadas por la noche en un flotar
para siempre abriéndose en abrazo insinuado, que ella empezó a darme desde donde flotaba
colgada a mi mirada.
Sin ropas, flotábamos los dos hacia las ropas, porque no había suelo. SIN VéRTEBRAS. CíRCULO D.M.
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