20171221

Lejanía del reino


por Miguel Rodríguez. Directo y sin escala desde la antigua Galia.


Estuve, amigos, espere y espere, espere y espere el plazo acordado por la
administración, los eternos ocho días hábiles para recibir el préstamo, debía de
inmediato cancelar los pasajes ya separados para el 23 de octubre, y nada.
Precisamente, ese infausto viernes trece era el último plazo, después los precios
aumentaban y aumentaban, después simplemente ya no había vuelos para esa
fecha, tampoco para el 20 de octubre, como yo quería. Viernes de la semana
antepasada. El mundo yira y yira. Clima excelente en mis nuevos aposentos,
aquí en Lambesc, aquí está la mansión donde venía Madame de Sévigné. ¿Pasó
Marcel Proust por estos lares? Es probable, Madame de Sévigné era, después de
Saint-Simon, su escritora predilecta. Fulgor del llamado verano indio, cientos de
metros cuadrados de jardín, árboles frutales, higos y manzanas, árboles moreros
que son como una sombrilla, abro la ventana del cuarto nupcial como un gran
señor. De aquí no me saca nadie; y si alguna vez me sacan, será muerto, es decir
si muero. Como el confianzudo gato tigre Mamao, forma francesa de decir Miau
miau, se despereza y desmandibula a mis pies, le doy una cariñosa patadita, zape
gato, sal, ve a cazar pájaros, lagartijas, ratones, culebras y otras bestias, tú eres
un gato tigre, tú sacas corriendo a los perros, Mamao, pero ya no jodas, eres más
perezozo que yo y que los sapos de Rimbaud, zape gato, qué día espléndido, me
imagino a Madame de Sévigné en el mercado, Proust le lleva las compras, la
sigue y le habla, yo me levanto de un salto como el Diablo de Tasmania, café,
duchazo, salgo volando en mi bicicleta-pegaso rumbo al banco Postal, rumbo a
la máquina escupidora de billetes y otros papeles, hoy es día de Mercado en este
bello pueblo del sol, los mercaderes y mercachifles del templo lo han invadido,
hay mucha, mucha gente, bello ambiente de mercado, aquí, en este espacio, se
celebran las dionisíacas locales, llamadas « chikoulades », bajo de pegaso, lo
amarro a un poste, también hay mucho choro por aquí, me siento contento, meto
la tarjeta mágica, y nada. Puede ser un error, pienso, errare humanum est,
perseverare diabolicum, o si no en su variante, errare humanum est, sed
perseverare diabolucum est, o si no errare humanum est, perseverare autem
diabolicum, et tertia non datur, como decía el viejo Séneca, o el viejo Tito Livio,
o el viejo Cicerón, que me están mirando. Silbando, doy un vueltón por el
Mercado y, como el filósofo griego, me doy cuenta de que al final la vida sigue
igual y –gran detalle– de que soy millonario, no necesito absolutamente ninguna
de las mercancías, ninguno de los cachivaches, ninguna de las ropillas
propuestas, aparte de ese salchichón, por ejemplo. Pensativo voy pedaleando
hasta la próxima parada del bus que, en media hora, me llevará a la divina
ciudad de Aix-en- Provence del cielo y de las fuentes. Me domina un cierto
nerviosismo, pero no quiero admitirlo, fuera mierda, prefiero mirar el sol aunque
me quede ciego, después me cura Hermes con sus ungüentos. Llega un bus del
siglo 21, blanco como un frigider, blanco como una máquina de lavar, super
asientos, super confort, aire acondicionado, le abro la panza y meto a pegaso, ay
carajo, tengo un mal presentimiento. En Saint-Cannat, de nuevo miro mi carnet,
donde he anotado otra variante: errare humanum est ignoscere divinum…
¡Ignorar es divino! Suben cuatro ninfas, me río como un duende madurón, como
un Jedi verde. Y llegando a Aix, ahora sí, todo se derrumbó, pero gracias a ese
derrumbe escribo ésto, colérico pero inspirado. La consejera financiera
–perfume Givenchy– estaba por irse, ya eran las doce pasadas, me recibe de
milagro, llama a la central de París, la central dice que faltan documentos, ¡no
falta nada, carajo! pienso, pero sí. Falta un documento, aunque no estaba
estipulado en el contrato, como se dice. Falta una capital identificación bancaria
de mi Boconcita, pues en caso de que yo no pague, ella paga el pato, pero no hay
problema, claro que puedo pagar, y además no soy de los que tiran cabeza.
Llamo de inmediato a Boconcita. Boconcita de inmediato faxea o escanea el
documento, ahora sí todo en orden, ah, sí, ah, pero falta mi última hoja de
impuestos. En ese momento, amigos, me di cuenta que la central de París estaba
jodiendo, ya habíamos mandado todo, todo, pero no, dicen, falta esto. Y esto. Y
esto, de modo que se alarga el trámite, el trámite es un alfeñique, el trámite es un
chicle, el trámite es un elástico. Siguen otras dificultades de parecido pelaje,
siempre la central de París jodiendo, al final se suponía que la puta plata me
llegaba ayer 24, víspera de la Felinch, voy, meto la tarjeta mágica, y nada. En
octubre no hay milagros, pienso y me acuerdo de Oswaldo Reynoso, de
Washington Delgado, de Miguel Gutiérrez, tíos padrinos míos que ya se fueron
al otro lado, tan simpáticos, tan felices, tan bellos. Hoy, 25 de octubre, empiezan
los fuegos artificiales de la Felinch, allá, en el rico Chimbote de los lenguados,
de los robalos, de las chitas, de las corvinas, ¡de todo el sublime arcoiris de
pescados ! Estoy seguro de que la pasarán hermosamente. Me siento triste pero
ya se me pasará. Por el momento, leve lejanía del reino. Caballero. 
SIN VéRTEBRAS. CíRCULO D.M.