20160428

DE PRONTO

Por Miguel Rodríguez.

De pronto, el viernes 22 de abril de los siglos que pasan, cabalgando en bicicleta por el día espléndido… ¡Paz! ¡Uf! ¡Paz otra vez, amigos! Sosiego de dragones. Evaporación de furias. Disolución de demonios. Grandes respiraciones del ser y grandes trozos de silencio interno… ¡Eureka! ¡Eureka otra vez, mismo Arquímedes! ¡De nuevo lo logré, Señor!
Al entrar así, suavemente, en el paraíso del día de hoy y de nunca más, copiando al poeta, invoco a Apolo, la dichosa divinidad délfica, Dionisio-Bacchus viene después, allá espera, en Jouques hermoso pueblo, allá espera el Señor del tirso, el Dos veces nacido, el Señor del ¡Evohé!, sonriendo.
Uno-dos, uno-dos, uno-dos, pedaleo despacio rumbo al lago, ya imaginando el sabor de los tomates del verano, ya imaginando el canto de las locas cigarras del verano, ya imaginando los calabacines del verano y de todo el año. Entro con mi caballo por el camino de los caminantes, rumbo al lago. Saludo a una pareja con niño y perrito que por aquí vienen, que ya se van, por la avenida de los sauces llorones, que caminan como acariciados por éstos, y se van muy probablemente por siempre jamás, eran los únicos habitantes de este país secreto, el lago.
Pienso pensativo en una de mis tantas fechorías anteriores, a comienzos del noventa del siglo pasado, cuando convocado a juicio por la justicia me salvé de pagar la multa (por desnudez y baño en sitio prohibido, en otro lago) invocando ante el tremendo juez francés, un poema famoso. Bueno, al menos famoso para generaciones de franceses antes del acontencimiento internet que cortó en dos el mundo, como una sandía, adiós divinos griegos, adiós Roma inmortal, adiós cristianismo, adiós renacimiento, adiós tiempos modernos, adiós era planetaria, gracias a este maravilloso juguete ya entramos… ¡en la era hesperial! ¡Esa que no acaba nunca más! ¡Así es señor tremendo juez! En esa época no existía internet pero el señor juez, hombre culto, hombre de memoria, hombre de saber, me absolvió porque le mencioné el poema famoso, así llamado, El Lago, de Alphonse de Lamartine. Aquí estoy. Frente a tu lago, querido Lamartine. Ya pasé el  extraño navajazo del medio siglo, y recién, me parece, te entiendo. « Aimons donc, aimons donc ! de l’heure fugitive, / Hâtons-nous, jouissons ! / L’homme n’a point de port, le temps n’a point de rive ; / il coule, et nous passons ! » ¡Hay que amar! ¡El tiempo pasa rapidísimo! ¡A gozar se ha dicho! ¡El río de la vida fluye y fluye! ¡Y nosotros sólo de pasito por el planeta! ¡Oh, lago! ¡Rocas mudas, que nos contemplan desde la prehistoria! ¡Grutas de piedra matricial! ¡Bosques oscuros! ¡Eternidad! ¿Cuál? ¿Esa que se fue con el sol y con el mar? ¡Pasado! ¡Las aguas estancadas del pasado! ¡Esos abismos, querido Lamartine! ¡A gozar se ha dicho, señor lago! De pronto, mi corazoncito que parecía el corazón de un monje budista en meditación, dio un brinquito.
De nuevo sobre mi caballo me felicito porque traje mis lentes anti-insectos voladores, sobre todo anti-tábanos, los peores, aunque los más pequeños se pueden meter, impactándolo, el el globo del ojo, uno puede perder el equilibrio, qué increíble, un mastodonte humano desequilibrado por un mínimo insecto, en esto pienso arrebatado por esta paz, por esta dulzura que de nuevo me visita, ¡uyyy! ¡Después de tanto tiempo!

¡Tábano! ¡Tábano!
Fue un perdigonazo
El tábano
Me torció el cielo
Me torció la ceja
Tembló la pista
Tembló el paisaje
Tembló la bicicleta
¡No cai felizmente!
Llegué al sol verde
Del lago
Me desnudé
Me acosté
Me picó fuerte
El tábano
¡Tábano! ¡Tábano!

Como pedaleo muy despacio, me fijo en el entorno; atrás, las siete colinas o montes de Peroles, Capitolio, Quirinal, Palatino, Aventino, Esquilino, Viminal, Cielo; al frente, el apu Loubatas. Nubes como insólitos borregos en el cielo. Bajo de mi caballo y miro maravillado el frenesí de los renacuajos en las acequias próximas al lago. En ese momento, me convertí o me convierto en renacuajo, amigos, soy uno de esos renacuajos que coletean como espermatozoides en el cristal del agua, junto a los sauces llorones que los miran riendo.
De nuevo en mi caballo de carbono y aluminio con cascos de caucho, rumbo a Jouques, el mundo fenomenal me agrede agradablemente, las libélulas, las mariposas locas, los saltamontes, los insectos voladores de diversa especie, el polen. Bajo las patas de mi caballo pasan y pasan osados gusanos negros como ciempiés, atraviesan o intentan atravesar el río de la vida, unos sobrevivirán, otros no, en todo caso yo evito aplastarlos, no vaya a ser que apesanten mi karmita, en este momento me protege y envuelve el recuerdo de los trigales dorados del verano. Y los pajaritos en concierto, escondidos en los árboles, un voz, dos voces, tres voces, diez voces de pura melodía, me acuerdo de un poemario así llamado Pajaritos, y que perdí por borracho. En el cielo, aves rapaces; en el cielo, una nube choca suavemente con otra, especie de impacto entre algodones; en el cielo, el sol de Hermes… ¡Bendita primavera! ¡Viva la vida! Y como dice Cristo… ¡Viva la primavera! ¡Vivan la mujeres! ¡Tetas y culos p’afuera! ¡Muslos y brazos p’afuera! Los pobrecitos insectos se estrellan contra mis lentes, y yo pedaleo ahora con firmeza, uno-dos, uno-dos, uno-dos. Poco antes de doblar a mano derecha, siempre atento al transcurrir de las acequias, miro la hermosa residencia de primavera, de verano y de todo el año, Le Real Plantain, donde algún día ofreceré un banquete-rumba, chanchos y vacas a la brasa, jabalíes también, cisternas heladas de rosé, cisternas temperadas de sangre de cristo, cidra, champagne, postres monumentales, para ochenta invitados sentados, veinte de pie, y todos los paracaídistas que quieran, imagino esto mirando a la acequia y me acuerdo de los renacuajos en fiesta… Para quienes, viviendo cerca no lo saben, amigos anoten por favor: Presqu’île de Real Plantain, chambre d’hôtes, Chemin de Plantain, no lejos del castillo del rey René, no lejos de la actual vivienda o jato del señor de los Peroles, aquí, en Peroles. Este sitio maravilloso y secreto es como una península. ¡Baratieri, además! Lo único que falta es un bar tropical, ya hablaré con el dueño si me hace caso, ese detalle importante se puede arreglar, a cambio de esta paz, a cambio de esta belleza… « la belleza y la paz están adentro » me susurra el demonio que tengo, que tenemos adentro. Salgo con mi caballo rumbo al camino de la Rosa y aterrizo en la belleza del hotel-restaurant Le Mirabeau, otro templo. Mirabeau, conde de Mirabeau, gran escritor, gran revolucionario, gran maestro. Pensando en la obra erótica de Mirabeau, pedaleo y pedaleo, un letrero indica Le Pont de Mirabeau, le Pont Mirabeau como en el poema del profesor Apollinaire, doblo a la derecha, rumbo a los aperitivos solares en Jouques de los cielos. Entonces ocurre otro milagro, amigos, puede que sea una manifestación de las endorfinas, en fin, no importa, es como si hubiese ingerido champiñones alucinógenos, veo multitudes y multitudes de amapolas e iris a izquierda y derecha, también florcitas amarillas cuyo nombre no sé, una súbita orgía de colores y explosiones, y los iris, esos escupitajos de ninfas negras como dice el poeta, y las amapolas tan rojas, tan color amapola, tan tiernas.

Llegando a Jouques, frente a su puente secular tan bello, frente a la belleza del riachuelo y su agua que golpea las piedras, de nuevo esa visión persistente, esas amables brujitas rojas, las amapolas. Sigo pedaleando rumbo al Bar del Sol y sigo sintiéndome como drogado. Llego. Amarro mi caballo al palenque del día de hoy. Pido una hela Grimbergen de primavera. Admiro la iglesia de Jouques allá, en las alturas, apoyada en el bosque y rozando la nube, miro el bello prado donde en verano cabalgan caballos, siento en mi capacidad de amor tal como lo entiendo, siento el diamante de la amistad, pienso en mi amorcito y escribo ésto… ¡Salud por eso! ¡Salud por eso! ¡Salud por la diosa! ¡Salud por vida, siempre! ¡Salud por la primavera! ¡Tetas y culos pa’fuera! SIN VéRTEBRAS. CíRCULO D.M.