Por Silvia Titus.
El
ser un emigrante no es fácil como todos se lo imaginan. Y voy a explicar
el por qué.
Al
irse a otro país uno deja todo lo que conoce y ama: el país, la familia,
los amigos, los lugares favoritos, la comida, las costumbres. Uno
se aventura a un país desconocido sin saber qué puede esperar.
Normalmente
hay alguien que te espera donde vas (son muy pocos los que se aventuran a lo
desconocido solos). Vas a dar con familiares lejanos, con una pareja o
con conocidos. Al estar en el nuevo país lo primero que uno hace es
ubicarse y conocer lo básico (calles, lugares, transportación). Hay
productos alimenticios de los que nunca has escuchado o que nunca has probado
así que te dedicas a hacerlo. Al principio la gente que te acoge se
muestra amable y te pasea por lugares, museos, restaurantes, playas, etc.
Te van enseñando las cosas para que te familiarices.
Todo
nos parece maravilloso y estamos muy contentos con la decisión. Pero esta
felicidad no nos dura mucho.
Lo
segundo que uno hace es buscar un trabajo. Si donde estás hablan un
idioma desconocido buscas la manera de estudiarlo y aprenderlo. Yo he
conocido a varios emigrantes que han venido a Holanda con tan solo el idioma
español. Las cosas se hacen más difíciles si no tienes conocimiento de
inglés.
Normalmente
cuando no tienes experiencia en otro país y no vienes ya con un empleo
establecido los primeros empleos que te ofrecen o que puedes obtener tienen que
ver con la limpieza o con atender mesas. A mi jamás se me olvidará la
experiencia que tuve en mi primer año que vine a Holanda. Tenía que
limpiar 50 hinodoros al día. Recuerdo que cuando pasaba el cepillo dentro
del hinodoro pensaba: “Para esto me maté estudiando y desvelando tanto
tiempo”. Varias veces limpié esos hinodoros con lágrimas en los
ojos.
Puede
suceder que si tienes títulos, diplomas y experiencia en un área, tu carrera dé
un giro y termines trabajando en otra área distinta a la tuya. Por ejemplo, si
tienes experiencia en el área de administración puedes terminar trabajando en
contabilidad.
Si
uno se está quedando en la casa de familiares, amigos, o pareja y estás en el
período de adaptación puede ser que en este período pueden surgir
problemas. Hay un dicho sabio y antiguo que recita: “El huésped y
el pez a los tres días hieden”. Si uno está quedándose en la casa
de los familiares y amigos temporalmente después de unos días empiezas a ser
una molestia para ellos. Entonces surgen las discusiones y los
problemas. Empiezas a estorbar. Y surge la primera angustia de ver a
dónde cambiarte de casa. Si no tienes mucho dinero las opciones
para cambiarse son mínimas o malas. Puedes quedarte en lugares
donde te pueden robar o acosarte sexualmente.
Yo
tenía una amiga que consiguió una habitación en el apartamento de un pakistaní.
Se quedó ahí porque era baratísimo pero el lugar era sucio y el tipo era un
desagradable. Confió de que al cerrar con llave su cuarto por las noches
no iba a tener problemas. Resulta que el pakistaní tenía la copia de la
llave de la habitación y una de las noches se le entró a la habitación.
Ella le formó un escándalo tal que lo asustó y él se salió. Al siguiente
día ella se fue con todo y maletas del lugar. No quería regresar nunca a dormir
ahí.
Sumado
a la adaptación del nuevo país todos pasamos por el Choque Cultural. Entonces
tenemos síntomas de ansiedad, depresión, deseos de regresar a nuestro país,
rechazo al nuevo país. La comida, las costumbres y todo lo que tenga que
ver con el lugar nos empieza a parecer fastidioso y siempre estamos comparando
al nuevo país con el nuestro: “Es que en Guatemala la comida es mucho
mejor que acá".
A
algunas personas el Choque Cultural le dura días, a otros meses y a otros hasta
años.
Después
de este período de adaptación empezamos a tener una vida más o menos
normal: conseguimos una casa y dejamos a los amigos, familiares o
conocidos que nos acogieron, ya no tenemos problemas con la pareja ya que
empezamos a acostumbrarnos a vivir juntos, tenemos un empleo regular, estamos
aprendiendo el idioma y empezando a comprender frases o palabras, conocemos
nuestro vecindario y sentimos que empezamos a construir una vida en el nuevo
país.
Como
dice otro dicho popular: “La cabra siempre tira al monte”. Aunque
estemos en otro lugar, teniendo una mejor vida, siempre nos hacen falta
nuestras raíces. Conocemos personas de nuestro país u otros
latinoamericanos y procuramos hablar nuestro idioma, comer nuestra comida y
escuchar nuestra música si no siempre por lo menos de vez en cuando.
Vivimos en constante nostalgia y cuando regresamos a nuestro país nuestro
corazón se sobresalta de alegría y siempre nos engordamos de todo lo que nos
hartamos (porque lo extrañamos).
Aprendemos
que aunque ganemos más dinero la vida es más cara. A mí jamás me
enseñaron a llevar un presupuesto y recuerdo que en Guatemala apenas alcanzaba
el dinero hasta recibir el salario pero ahí comía un mi pan con frijoles y ya
estuvo. Acá he aprendido a hacer un presupuesto de verdad porque aquí el
pan y los frijoles no son tan baratos como en Guatemala. También he
aprendido la importancia de pagar impuestos y que no puedo evitarlo sino me
meto en un gran lío con el gobierno que ya de por sí que me tienen bien
controlada.
El emigrante, especialmente los que venimos de
Latinoamérica sufrimos de discriminación. Cuando yo vine a Holanda en el año 2001 no
habían muchos emigrantes latinoamericanos como los hay ahora. Entonces no
me querían dar trabajo donde se necesitara hablar español porque decían que yo
“no hablaba el español correcto (El español de España)”. También los
holandeses tienen la idea que todos los latinoamericanos andamos buscando un
pasaporte Europeo y por eso queremos casarnos o estar con un Europeo.
Lamentablemente algunas (os) compatriotas han hecho precisamente esto y nos
tachan a todos por igual.
Lo
que más duele de ser un emigrante es saber que tu familia que se quedó en tu
país se quiere aprovechar de ti y se cree con el derecho de exigirte que les
envíes dinero. Te salen a pedir dinero primos, tíos y otras personas con
las que no tuviste gran contacto pero creen que tú les vas a solucionar la
vida. También uno recibe propuestas de negocios de todo tipo de
personas que no te dan confianza. He escuchado historias de varios
emigrantes que han comprado terrenos o casas en sus países y se han encontrado
con que los papeles de compra son falsos o el inmueble no pertenece a la
persona a la que se lo compró. Cuando viajo a Guatemala se
piensan que yo soy millonaria pero en realidad me maté todo un año ahorrando el
dinero para poder hacerlo. No es cosa fácil.
Lo
más duro de ser emigrante es lo siguiente: no tenemos a nuestros padres o
amigos más íntimos cerca de nosotros. Podemos hacer amigos pero no es lo
mismo. Si estando en el nuevo país nos sucede algo grave (rompimiento de
una relación, una enfermedad grave como cáncer o leucemia, desempleo, problemas
de alcoholismo, etc.) no tenemos a nadie de confianza en quién
apoyarnos. Podremos apoyarnos de la pareja un poco pero
siempre tendremos el sentimiento que no nos comprenderá completamente.
Entonces surge la polémica: ¿qué hacer? ¿A quién contarle nuestras
angustias? No se las podemos contar a nuestros familiares o amigos en
nuestro país de origen porque no queremos angustiarlos. No tenemos la
confianza de contárselo a amigos el nuevo país porque no tenemos la misma
confianza que con amigos del país de origen. Entonces ¿qué nos
queda? Aguantarnos y guardárnoslo. Sufrir en silencio, llorar a
solas, buscar soluciones sin ayuda. Es muy duro hacer eso, yo lo he
pasado. Pero eso nos hace personas más fuertes y a lo mejor nos ayuda a
madurar y a ver las cosas de distinta manera. También nos ayuda a ser
fuertes para nuestra familia que tengamos en el nuevo país o la que dejamos
atrás.
El
ser emigrante tiene sus cosas buenas también. Me he fijado que en
nuestros países –o al menos en el mío- se nos enseña que lo importante es lo
que sucede en el país. Lo demás no tiene relevancia. Como si la
crisis mundial no nos fuera a afectar nunca. Acá en Europa he aprendido a abrir
mi panorama respecto al mundo. A interesarme por lo que sucede en otros
países, comprenderlo, estudiarlo y aprender de ello porque eso también me
afecta. También he aprendido a conocer otras culturas y aprender de
ellas.
Antes
tenía solo amistades guatemaltecas y ahora tengo amistades de todo el mundo.
Dos de mis mejores amigas son de países que jamás escuché en Guatemala (Hungría
y Malta) pero me llevo tan bien con ellas que he aprendido de sus culturas y me
encanta.
También
he encontrado el placer en viajar. Conocer otros lugares lejanos que
jamás creí conocer y aprender de sus culturas.
Mis
amigos latinomericanos que tienen hijos dicen que están contentos de que sus
hijos crezcan acá en Europa. Son niños que desarrollan una facilidad
increíble para los idiomas y además tienen mejor educación.
Adaptamos
cosas o costumbres del país y cuando regresamos al nuestro nos damos cuenta
cómo la mentalidad nos ha cambiado. Esto lo notamos al hablar con
familiares y amigos. Yo escucho como mis amigos en Guatemala hablan de la
vida y me quedo callada ya que yo veo ahora las cosas de otra manera.
En
paises latinoamericanos vivimos el día a día y son pocos los que se ponen a
pensar en ahorrar, en una pension o cosas así. En otros países uno
aprende a prepararse para todo y en especial para la vejez.
Uno
puede ver expectáculos y exhibiciones de arte y cultura que jamás veríamos en
nuestros países. También fiestas, costumbres, tradiciones, etc.
Conforme
los años uno tiene el sentimiento de que “No eres de aquí ni tampoco de
allá”. Todavía uno se siente de su país pero hay cosas que ya no pensamos
o que ya no adaptamos del país de origen. Y en el país que nos acogieron
hay cosas que adaptamos pero no seremos cien por ciento transformados a la
cultura de ese país. También vivimos en constante nostalgia de lo que fue
nuestra vida pero sabemos que si regresamos a ella no será lo
mismo.
Y
así vivimos entre dos países distintos, partiendo nuestros corazones,
sentimientos y pensamientos en dos y tratando de tomar lo mejor de cada lugar
para crear nuestro mundo perfecto en el cuál buscamos conseguir la felicidad.
Talvez algún día regresemos a nuestro país, talvez nos quedemos en el país que
nos acogió para siempre o ¿quién sabe? Tal vez tengamos la idea loca de
buscar un tercer, cuarto o quinto país adoptivo. La cosa es que a
partir del momento que nos fuimos de nuestro país no dejamos de ser un
emigrante. AL FONDO HAY SITIO. CíRCULO D.M.
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