Algunas noches, cuando estamos fumando y escuchando a los Doors en lo de Marto, yo derramado sobre el puff de siempre, Marto sentado en el piso revisando los discos con un pucho en la boca, Flavia acostada en el sofá, dirigiendo una orquesta imaginaria, y blandamente siento venir ese calor, me dejo llevar y me voy para atrás, sin moverme pero mucho más calmo y mucho más atrás, y miro a Flavia a través del humo, que ríe con la cara entera, y entonces nos veo de grandes recordando este momento, y se me opaca la vista como en esos viejos recuerdos que no están del todo claros; quizás sea el humo de los cigarrillos, pero hasta el sonido de las risas y la música los siento cada vez más lejanos, y de repente siento que toda la habitación es puro recuerdo y que ya no podría moverme ni aunque quisiera.
Estas cosas pasan todo el tiempo. La última vez fue hace sólo dos sábados, o dentro de seis años, cuando la voy a recordar sentado en un sillón incómodo en la casa de un tal Walter, un compañero de laburo que tendré que conocer en marzo y al que voy a odiar a primera vista (cada vez que terminamos en su casa no puedo hacer otra cosa que recordar tiempos mejores, cuando mis salidas no eran un bodrio de backgammon y política y malditas dicroicas que queman los ojos).
Es raro porque nunca sé qué pasó en el medio, cómo llegué a perder ésto que tengo ahora, y miro a través de la habitación a mis amigos riendo y siento una nostalgia interminable, y me hundo en el puff y me relamo en esta foto que todavía me envuelve como un abrazo. Hay indicios, como saber que Marto desaparecerá por el cáncer (pero cómo recriminarle que fume, ahora, mientras cierra los ojos y aspira para disfrutar el solo de teclado de Manzarek), o el reloj finoli que a veces encuentro en mi mano al calcular cuánto falta para irme de lo de Walter.
Flavia se levanta para cortar otro pedazo de brownie; se mueve lentamente, como desde un sueño, estirando la imagen quieta y amenazando con romperla, pero en cambio la convierte en algo más lento, más espeso, y vuelvo a pensar que nadie podría arruinar este momento más que yo. Entonces estamos los tres en una cocina muy blanca, tomando vino en copas de vidrio y riendo y hablando de cuando éramos pendejos, y mi mujer que todavía no conozco viene desde el living y le ofrece brownies a Flavia, que recuerda a los Doors y me mira y sonríe como compartiendo algo y sin embargo sabe tan poco de cuánto estamos compartiendo en este momento enorme. Claro que ver tanto brownie dando vuelta alcanza a darme hambre, pero no quiero perder la quietud de estar mirando tantos ojos y tantas miradas desde la tranquilidad de mi puff. En cambio, abrazo a mi mujer y sin hacer un sonido me quedo así, disfrutando cada segundo de mis vacaciones lejos de aquél maldito ruido de cubiletes. Pero entonces el disco termina, se calla, y la habitación se llena de silencio. Flavia se levanta, esta vez del todo. Yo también me veo parado, saludando a Marto como si nada, y de repente ya estamos en la calle, caminando en direcciones contrarias.
Ojalá no hubiera sabido en aquél momento que esas noches oscuras de humo y psicodelia serían momentos a los que habría de volver inevitablemente; ojalá hubiera podido moverme, brindar, despedirme. Pero todo lo que puedo hacer ahora, incapaz de levantarme de aquél puff, es cerrar los ojos, hacer fuerza, y ver una mano de cuarentón que tira los dados a la mierda, el reflejo de un Rolex, zapatos marrones que se van.
MINI BIO
Javier Gombinsky, argentino, vive en Amsterdam desde 2010. Escribió y dirigió el corto "La isla de las mujeres indispuestas" (laisladelasmujeresindispuesta s.blogspot.nl), colaboró con guiones para Popolandia (www.popolandia.com.ar), publicó artículos en la Revista del Teatro Colón y en Varúa, editadas por la gran Patricia Delmar, y esta por publicar un blog con algunos de sus textos. Hizo talleres literarios con Diego Grillo Trubba, Maxi Tomas, y Sebastián Lalaurette; taller de guión teatral con Lucas Olmedo, y taller de guión de cine con Rodrigo Arjona.SIN VéRTEBRAS. CíRCULO D.M.
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