-No, no y no. Estoy realmente cansado. Estoy mal. No es posible que te hayan dado mis datos. Se supone que es anónimo. ¿Quién te los dio, quién? Los denunciaré. Yo no tengo nada que decir.
Dio un portazo fuerte, muy
fuerte para desaparecer detrás de la puerta.
-¿Tú otra vez? Te denunciaré
por acoso. Quién eres, que quieres.
Dio otro portazo y esta vez
sacó la cabeza por la ventana. Se quedó mirando a la insolente. Bajó la
persiana, la volvió a subir. La puerta que hace unos minutos fue cerrada con
fuerza y cólera, se abrió y de ella salió Juvenil (un nombre falso por
supuesto). Es un hombre alto, viene de Uganda, pero es un ex refugiado legal,
asegura. Por eso se atreve a amenazar con llamar a la policía. Su legalidad le
da derechos. Puede hacerlo, pero lo ha pensado. Denunciarla significa que su
condición sería revelada. Y si se enteran en su trabajo. ¿Qué pensaran?
-Oye, escucha, no sé quién
eres o qué quieres exactamente. Pero yo quiero saber quién te dio mi dirección
y mi nombre, quién.
Demanda sin poder controlarse.
Lo intenta, realmente lo intenta, pero no puede. Vuelve a alzar la voz, tira
patadas a su puerta. Se tranquiliza, respira hondo, cierra los ojos. Voltea
para ocultar su rostro entre sus manos.
-No quiero que esto se sepa.
Es vergonzoso, entiendes. Y no quiero que entres. ¿Qué quieres?
-Supe que afrontas una
situación muy especial que tal vez no está registrada. He buscado en Internet,
he hablado con médicos y a uno le dio un ataque de risa. Quiero conocer más al
respecto. Solo quiero conocer tu historia, compartirla y tal vez ayude a otra
gente con el mismo problema.
Lo duda, pero acepta
conversar. Le da vergüenza, eso está claro. No hay muchos como él, se siente
único, pero no le hace feliz.
-¿Cuándo empezó?
-No lo recuerdo, pero yo era
un niño y me gustaba estar entre las piernas de mi madre, ¿entiendes? Luego
tuve problemas en la escuela, era una escuela de apoyo de alguna organización
internacional, pero los profesores eran locales, torpes y solo me castigaban.
Yo las olía y, sabes las mujeres allí huelen fuerte, muy fuerte. El olor está
en mi cabeza. El doctor aquí dice que es psicológico, pero no es verdad.
-Hay un libro llamado el
perfume que cuenta la historia de un hombre que podía oler todo. Tal vez es ese
tu caso. ¿Qué más hueles con tanta intensidad?
-Nada, solo huelo
entrepiernas.
Se agita, se exaspera, no le
gusta reconocerlo. Poco a poco se tranquiliza. Se sienta de nuevo y se pasa los
dedos por la nariz. Ella cierra las piernas casi al instante.
Juvenil es un negro aceituna
como se les llama en Perú a las personas de color muy negro y liso. Tiene los
ojos grandes, asustados, su cabello es aún más negro, rizado y apretado. Es
alto y delgado. Sus dedos son largos y sus uñas están sucias. No sonríe, si lo
hiciera se notarían los huecos que tiene por la falta de dientes. Y los pocos
que tiene están torcidos y amarillos. Su dentadura es horrible, simplemente no
debe sonreír, nunca.
-No sabía que era una enfermedad,
asegura Juvenil
-No está clasificada como una
enfermedad.
-Pero lo es. No es normal. O
tú crees que es normal. Piensa que pasaría contigo si anduvieras por la calle
oliendo pollas todo el tiempo. ¿Te imaginas?
-No, no puedo imaginarme.
Sabes que es normal que a los hombres les guste el olor vaginal generalmente de
sus parejas. ¿Cuándo te diste cuenta de que esto no era una cosa normal?
-¿Sabes lo que pasaba en
Uganda, no? Yo tuve que ir, me secuestraron, cosa normal. Y había puros
hombres. Todo bien, yo estaba feliz. Pero una vez llegaron a rescatarnos, yo
tenía 13 o 14 años, casi no me rescatan porque soy muy alto. Nos llevaron en
helicóptero. Una mujer blanca se sentó a mi lado. Tenía un olor fuerte, muy
fuerte. Creo que fue el sudor. Porque además del calor, la zona es peligrosa y
estas bajo tensión. Creo que por eso ella sudaba y sudaba entre sus piernas
también. Su olor me excitó mucho y tuve una erección sin darme cuenta. Ella si
se dio cuenta y frunció el ceño. No recuerdo bien, pero me vine con solo
percibir su olor. Fue embarazoso. Malo. Me sentí muy malo.
Y se siente mal realmente.
Tanto le afecta recordar que su mirada se nubla. Lo que él llama enfermedad le
ha causado problemas.
-Luego, en el campamento donde
viví la mujer blanca del helicóptero me observaba mucho. Me decía que yo tenía
un problema. Una vez me castigo porque me encontró oliendo la entrepierna de
unas niñas. Me llevaron a una sala y me dejaron allí por horas. Esa mujer me
dijo que tenía que pensar mucho sobre mi comportamiento. Llegó un cura y me
habló del pecado. Me convenció que tenía que castigarme a mí mismo cuando mi
problema comenzaba.
Yo me castigaba con un látigo.
El cura me explicó cómo hacerlo. Un día me buscó durante la noche, me dijo que
quería conversar conmigo. Hablamos mucho, sobre muchas cosas. Me dijo que mi
problema se podía resolver, que tenía que contarle lo que me pasaba, lo que
sentía, como me excitaba, me preguntaba quién tenía el olor más fuerte, cuál me
excitaba más. Él sabía que contarle mis cosas me ayudaba. Él me ayudó. Yo le
contaba mi problema y él me escuchaba y me preguntaba mucho también. Era bueno
conmigo. Me abrazaba fuerte.
Un día se fue. La mujer blanca
lo echó, estoy seguro de eso. No tenía a quién contarle mi problema. Me sentía
triste. Luego conocí a una chica. Al campamento llegaba mucha gente. Todos los
días más y más. Esa chica tenía un olor diferente, bueno, me gustaba. Y ella
también me gustaba. Pero su familia la vigilaba mucho, y no era para menos, era
muy bonita. Un día no me aguanté y pasó lo que tenía que pasar.
-¿La violaste?
-No soy un violador. No me pude
aguantar. Me sacaron del campamento y me obligaron a casarme con ella. Yo
estaba feliz, pero ella no. Todavía me reclama.
-¿Estás todavía casado con
ella. Vive aquí?
No responde. Y continúa.
-Pasaron muchas cosas, tuve muchos
problemas, pasé por muchas cosas y llegué a Ámsterdam. Las holandesas huelen
más que otras mujeres y es que sudan mucho. Las que no huelen son las
asiáticas. No he podido percibir ningún olor de ellas. Son demasiado secas
creo. Las latinas huelen mucho también pero menos que las holandesas.
Casi por instinto ella vuelve
a cerrar las piernas, las aprieta queriendo evitar que cualquier olor
imperceptible para los demás, salga de entre sus piernas, como Juvenil dice.
Juvenil tiene 43 años, 25 de
los cuales los ha vivido en Uganda y el resto entre Portugal, Francia y Ámsterdam.
Está casado con una mujer en Uganda y con otra en Holanda. Así obtuvo su
nacionalidad. Vive solo ahora. Evita masturbarse porque no es bueno para su
salud. Evita mirar a las mujeres para no excitarse en público pero lo que
realmente lo logra son unas píldoras que lleva consigo y debe tomar todos los
días que lo atontan y evitan que tenga una erección. Ya ha olvidado las
sensaciones que produce estar excitado. Evita tener sexo. Va a la iglesia tan
seguido como puede.
Lo que no ha podido evitar es
sentir el olor vaginal. Lo huele en todos lados siempre que haya mujeres
alrededor. Lo huele y ya no se excita. Ahora simplemente lo ignora. Pero no
quiere que los otros sepan lo que le pasa. Le da vergüenza. No sabe si hay
otros como él, no sabe si algún día se curará. Llegó a pensar que podría ayudar
a rescatar mujeres de entre los escombros luego de un terremoto, pero no tuvo
la oportunidad de viajar a Estambul cuando un terremoto casi destruyó la
ciudad. Sabe cuándo una mujer tiene la
menstruación. El olor le repugna y prefiere sentarse lejos de ellas en el
metro. Pero a veces no lo puede evitar. Prefiere ir en bicicleta a todos lados
desde que un día subió a un metro recargado de gente en su mayoría mujeres.
-Casi me muero cuando sentí
esos olores juntos, eran demasiados y varias con la menstruación. Desde
entonces o voy en bici o camino. DEBAJO DE LA PLUMA. CíRCULO D.M.
0 reacties:
Publicar un comentario