La imposibilidad de enmarcarlo dentro de un estilo, o encontrar
similitudes entre las líneas argumentales de los cuentos que conforman
“Historia de Caracoles” de Raúl Pérez Zúñiga (Cascahuesos editores – 2013),
hacen del libro un producto de sumo interés.
Los mensajes encriptados en textos cortos, ágiles y tranparentes; esos
pequeños descubrimientos de la vida que en adelante determinarán mucho de
nuestro pensamiento futuro, abundan en las páginas de este libro que, en una
primera leída, nos deja en la cabeza dos palabras que podrían llegar a ser los pilares sobre los
cuales se ha edificado la obra: búsqueda y tránsito.
La ópera prima de este escritor nacido en Arequipa al final de la década
de las dictaduras, propone en su primera parte una mirada del mundo desde lo
pequeño, un mirar desde lo que nadie mira, por lo menos no con atención: un
niño y un caracol.
Corazones y
caparazones blandos
Recalco que se trata de la primera parte del libro, en cuyos títulos
podamos ya adivinar lo “clásico” como propuesta estética: “Arianna la araña” o
“Princesa de la sombra”. No se pretenda, a partir de estos títulos, juzgar la
obra; por el contrario, tras ese velo de simplicidad, el autor nos propone un
salto en caída libre hacia los insondables misterios del amor, a través de
cándidos personajes cuyas vivencias propondrán un acercamiento lúdico-reflexivo
a uno de los tópicos -junto a la muerte- en los que más ahonda la mente humana.
La inocencia del niño frente a su descubrir el mundo, un atisbo de
responsabilidad en ese primer
acercamiento con la muerte, en este caso de una mascota: “Déjame ir mamá, por favor, los perros no cazan guacamayos, fue mi
dinosaurio, es mi culpa; desde ahora prometo cuidar más mis juguetes”. Esa seriedad con que se toma el juego. El
miedo como el monstruo que acecha en cualquier lugar: “He burlado a la vigilancia (…) entonces apuro el paso para volver a
casa, tengo muchísimo miedo, las personas me parecen tan enormes como
peligrosas, más aún los gitanos, de quienes huyo despavorido”.
Estos primeros cuentos del libro nos dan la certeza de estar frente a un
verdadero niño, el autor no es el autor, el narrador desaparece y es un niño
quien escribe, el que nos lleva de la mano por su casa para presentarnos sus juguetes,
su familia, sus amigos, su pensamiento.
Un verso de Alejandro Romualdo podría resumir esta primera parte de
“Historia de caracoles”:
“…muerto
heroicamente sobre un caballo de madera: amo mi infancia, mi corazón en
pantalones cortos”.
Cambio brusco. El niño crece así, como se dan los grandes cambios:
repentinos y violentos. Atrás quedaron juguetes, jardines y mascotas. Ahora,
frente a nosotros, la nave de la vida enciende sus motores y avanza…
A mil kilómetros
por hora
En esta segunda parte del libro, –que bien podría haber sido “otro”
libro- las historias avanzan por momentos pícaras (como un Porcel refinado) en “Endodoncia”, por ejemplo; otras veces
cómicas y otras política, como en el relato “Para
la libertad”, en la que el personaje canta una canción optimista (una
canción de lucha) mientras lo llevan a sala de operaciones luego de haber sido
acuchillado.
Esta segunda parte del libro es un gran mosaico. Y es esa característica
la que mantiene el interés del lector hasta la última página. Aquí nada es
obvio, pasar de un relato a otro es como cambiar de canal. Algo diferente.
En líneas generales el amor sigue siendo el gran tema del libro. Aunque,
hay que resaltar algunos relatos que serían como islas dentro de la obra,
diríamos que se trata de textos que se sostienen más allá de la idea en
conjunto del libro. “El silencio de los
débiles” es para el que suscribe uno de ellos. Sea tal vez por la clara referencia
a esa necesaria rebelión contra la autoridad, que es la base de cualquier trabajo
creativo. Una forma saludable de nacimiento para cualquier escritor, una renuncia
a cualquier tipo de sometimiento, un grito de libertad creativa, por lo que
significa el hecho, por lo que tiene de independencia y autonomía en quien lo
manifiesta. Tal vez sea este el relato en que se manifiesta de forma más
expresa el subconsciente del novel autor, es aquí donde éste expresa su
posición frente al trabajo literario.
El momento en
que todo empieza. (A manera de colofón)
Raúl Pérez ha explotado. Y sus relatos caen sobre nosotros como
esquirlas o flores, en desorden, pero, eso sí, cuidadosamente trabajados. La
pulcritud narrativa, la concisión, esa sensación de haber leído un cuento
preciso, donde no falta ni sobran palabras, es denominador común en la mayoría
de los relatos que conforman el libro.
Queda siempre la sensación de un acto apurado. Como el de aquel que,
sabedor de iniciar un viaje a lo desconocido (¿Qué otra cosa puede ser la
literatura?), llena las maletas con todo tipo de ropas; así, Raúl nos presenta
estos relatos en los que ha querido condensar sus experiencias de vida, tal vez
un poco atropelladamente (todos estos pasajeros podrían haber estado más
cómodos en dos combis), pero con una honestidad arrolladora, -deslumbrante por
la sincera e inteligente inocencia que manifiesta en esa primera parte-
reflexiva, adulta y socarrona.
Luego de la lectura de “Historia de caracoles”, coincidimos con Miguel
Gutiérrez en afirmar: “No se vive de recuerdos, pero al final es lo único que
nos queda”. LIBRORUM NOVO. CíRCULO D.M.
Ronald Vega (desde Arequipa, Perú)
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