20100502

PABLO ES SIMPLEMENTE PABLO


por: Karina Miñano

Logró la tranquilidad que deseaba pero no puede volver a su país.


Escapó de la Argentina que tanto amaba. Escapó y se refugió en Europa en un país que ahora es su hogar y en donde ha empezado a cosechar tranquilidad y disfrute de la vida al lado de la que fue y es su primer amor. Esta es una historia como muchas, la de un niño que aprende a trabajar para ayudar a su madre, la de un joven que se enamora de una mujer 10 años mayor, la de un adolescente que cree que puede contra todo y contra todos, que se enfrenta incluso a la mafia con tal de salvar a su amada. Algunos son valientes y salvan el pellejo antes de saltar el puente y otros saltan el puente pero se amarran a una soga para poder volver y volver a saltar con el riesgo de que la soga se gaste y se rompa en pleno vuelo. Ése como otros es Pablo.


Pablo llegó primero a Italia, gracias al pasaporte y a la nacionalidad italiana que tenía y que aún mantiene. Luego de pagar una multa por no haber realizado el servicio militar obligatorio en Milán, emigró a España para empezar de cero.
Pero su historia comienza hace muchos años, cuando era un niño. Ahora tiene 38. Su padre, Piero, era un judío italo-argentino, casado con una mujer católica aceptada a medias en la familia paterna solo por respeto y por ser la mujer de un judío, pero no amada. Piero era un hombre de negocios que junto a su hermano tenía una fabrica de artículos de cueros muy respetada y además tenía una tienda de peletería, lo que les permitía a Pablo y a su familia vivir una vida de ricos.

Pablo tenía 8 años cuando su padre murió de un cáncer maldito. La familia paterna entregó a su madre el dinero que le correspondía por testamento y por derecho, le entregó el manejo total de la tienda de peletería y cortaron todo contacto familiar con su madre Matilda, con él y sus hermanas. Matilda era una mujer sin educación, salió de su casa solo para casarse, mantener el hogar y cuidar de sus hijos. No permitió que circuncidaran a su único hijo tal como lo exige la religión judía, lo que hizo más grande el rechazo y más fría la comunicación. Matilda no sabía de negocios, Pablo a sus 8 años intentaba ayudar. A pesar de ser tan solo un niño entendía que su madre la pasaba mal y se comportó como el pequeño jefe de familia, animando a su madre y cuidando de sus pequeñas hermanas.

« Una mujer rica y sin conocimientos es presa fácil de cualquier embustero », sentencia Pablo. « Mi madre se enamoró del hombre que contrató como administrador. Tuvo un hijo con él y éste arregló las cosas para que en tres años mi madre pusiera todo a su nombre. En poco tiempo Ernesto desapareció, vendió la tienda de peletería que era de mi familia, cambio las cuentas bancarias y simplemente se esfumó de la vida de mi madre », afirma Pablo sin una sola pizca de odio ni rencor en su mirada.

Pablo tocó las puertas de la familia paterna. Puertas que solo se entre abrieron. Su tío Tito, el hermano más querido de su padre, fue el más duro de todos con su madre, acusándola de haber perdido estúpidamente la fortuna de su hermano a manos de un estafador. La insultó, la humilló en frente de sus hijos. Pablo apretaba el puño conforme la cólera y la impotencia subían como la espuma hasta enrojecer sus mejillas. Sus hermanas todavía pequeñas lloraban y no entendían por qué ese señor que no recordaban como su tío venía a gritar e insultar a su madre quien del dolor solo atinaba a llorar más. Tito cerró la puerta de un golpe al irse, no sin antes dejar sobre la mesa un sobre con dinero, el suficiente para que al menos Matilde con sus hijos se las arreglaran por un tiempo.
A sus 12 años Pablo empezó a trabajar sumándose a la fila de niños trabajadores. Dejó el colegio caro al que asistía. Estudiaba en las mañanas y ayudaba al dueño de un restaurante con la limpieza por las tardes. Tenía que mantener la cocina limpia, lavar los platos y los trastes de un restaurante que por día recibía más de 50 visitas, no muchas, pero las suficientes para hacer un desastre de la cocina que el pequeño Pablo tenía que limpiar.

A los 16 Pablo ingresa a trabajar a una tienda de vídeo juegos, todavía precaria y anticuada para esa época pero que tenía sus adeptos. Pablo tenía mucha actitud para descubrir y analizar cosas, para repararlas y crearlas. Cuando las primeras computadoras llegaron, Pablo fue enviado a estudiar los programas básicos para que pudiera ayudar a la futura clientela. Así, entre juegos y computadoras conoció a Melisa, una estudiante universitaria a punto de terminar la carrera de derecho, de 26 años e hija de uno de los más acaudalados terratenientes argentinos. En realidad con ella comenzó lo que más tarde sería el amor, el martirio, el miedo y finalmente el escape hacia el viejo mundo.

Se enamoró de Melisa a los 16, pero recién a los 18 pudo confesar su amor. Se convirtió en su amigo fiel y en el paño de lágrimas cuando Melisa terminaba con el novio de turno. Cuando confesó su amor Pablo lucía ya como un hombre curtido, responsable de una madre casi histérica, de dos hermanas en la edad del pavo y de un medio hermano, hijo de Ernesto el estafador, que se sentía culpable del desastre económico de esa familia.

Con tenacidad, perseverancia y muchas ganas Pablo se convirtió en el programador de la ahora pequeña empresa de servicios de tipeo y pequeña programación del pueblo en el que vivían. Confesó su amor a Melisa una tarde cuando ésta llegó nerviosa, asustada y con los ojos llorosos. «Me pidió que la llevara a un lugar tranquilo, que necesitaba contarme algo muy importante, a mí, a su mejor amigo. La lleve a mi casa. Nadie molestaría. Allí en mi cuarto me dijo que la muerte de su madre, un año antes no había sido natural como le dijo su padre, sino que había sido asesinada. Y que la policía no pretendía investigar más. En medio de esa confesión le dije que la amaba y le prometí protegerla », dice Pablo.

Melisa encontró sin querer la clave de la caja fuerte de su madre. Su padre le había dicho que su madre murió llevándose la clave a la tumba. La curiosidad empujó a Melisa a abrir la caja sin contarle a su padre que sabía la clave. Lo que encontró en ella fue el motivo la muerte de su madre. Al principio no lo creía, documentos y fotos que incriminaban a su padre como el líder de una mafia de lobbies y lavado de dinero. En la caja fuerte encontró una carta en la que su madre acusaba a su marido de cualquier atentado contra su vida. Decía también que estaba amenazada por su marido de matar a su única hija si algo era revelado a la prensa u autoridades.

Demás está decir que el padre de Melisa trató de muchas formas de abrir aquella caja, pero por alguna razón inexplicable la dejó intacta bajo su observación en su propia habitación. Melisa no sabía qué hacer. Sentía miedo. Pablo cumplió su promesa de protegerla.

« Fuimos a la policía con los papeles y las fotos. El teniente decomisó los documentos para futuras investigaciones. Le ofreció protección a Melisa, que en realidad resultó vigilancia de sus movimientos. Un amigo me ofreció su casa en la sierra para protegerla. Cuando regresé a mi casa a los pocos días, encontré a mi madre llorando diciendo que la policía había estado allí y que le había dicho que yo estaba involucrado con la mafia. Fui a mi trabajo y me dijeron lo mismo. Entonces comprendí que la policía era aliada del padre de Melisa y que ella estaba en peligro. En la puerta de mi trabajo unos tipos me golpearon que si no hubiera sido por mis ex colegas tal vez ahora no estaría con vida. Tuve que confersarle ese problema a mi jefe y buen amigo Artilo. Él me ayudó y me dijo que tenía que salir del pueblo y mejor del país, que esa mafia era muy peligrosa y que no pararían hasta matarme. Pero no podía irme solo, debía regresar por Melisa”, se apura en señalar Pablo.

Cuando regresó Melisa no estaba. Caminó por los alrededores y una mujer se le acercó para decirle a medias palabras dónde estaba escondida, escapando de la policía. « Al parecer la policía pensó que ella había regresado al pueblo », afirma Pablo.
Encontró a Melisa en el burdel. Desde allí y gracias a las prostitutas, campeonas en mentir y en fingir lograron comunicarse con el jefe de Pablo, quien tenía como amigo a un periodista más o menos famoso por aquel tiempo y quien fue de gran ayuda para Pablo y Melisa. Primero fue Melisa la que llegó a España, gracias a la nacionalidad española heredada de su madre y Pablo que no podía ingresar a España con la visa negada tenía que echar mano de su nacionalidad italiana y fugar primero a ese país. Una vez allí fue arrestado por no haberse presentado al servicio militar y tuvo que esperar dos años antes de emigrar a España.

Ahora en Madrid. Pablo es simplemente Pablo. Un programador con una empresa propia, que ha logrado traer a su madre y a sus hermanas al viejo mundo para alejarlas de la persecusión y la maldad de la mafia que todavía no perdona. Su medio hermano ha encontrado a su padre Ernesto y como éste es ahora un hombre rico prefiere quedarse con él. Pablo no le reclama. « Mi medio hermano no es culpable de tener un padre como el que tiene », dice Pablo.
« Al principio fue difícil. En un país extraño eres simplemente un extranjero, así hables el mismo idioma. Mi familia en Italia no me reconoció, no me ayudó. Solo quería un techo. Estuve a punto de desfallecer muchas veces, pero solo pensar en Melisa me dio fuerzas, ella me esperaba aquí. Cuando llegué a la Madre Patria empecé otra vez, fui obrero de construcción, albañil, fontanero, mozo, hasta que poco a poco fui acercándome a mi profesión (la que aprendió de a pocos) y la perfeccioné. Melisa y yo hemos trabajado tanto y ahora tengo mi empresa, un socio que me apoya y que es como mi padre. Y tengo dos hijos que son mi luz y a los que yo no les pienso faltar. ¿Odio, rencor ? no tengo nada de eso en mi corazón contra la familia de mi padre. Te confieso que me gustaría regresar a mi país, a la Argentina, pero como verás no puedo, no podemos volver”, finaliza. DEBAJO DE LA PLUMA. CíRCULO D. M.