El viento sopla sobre la Tablada de Lurín levantando el polvo amontonado en las orillas de las calles. Polvo cargado de virus, respirado de mala gana cuando se camina por las maltrechas veredas, levantado incluso por los ruidosos medios de transporte público que, con el auxiliar colgado en la puerta, recorren las paradas de la larga ruta sobre las rotas calles, olvidadas por las ciegas y corruptas autoridades.Yo, como un fantasma, desvarío ausente pero no inadvertido entre estas calles. Escasas personas me saludan: niños, papás, ancianos, como la señora de la antigua botica de la esquina, desde tiempo en decadencia y destinada ya a ocupar un espacio en los libros de historia.Por las tardes del domingo, por romper la cotidianidad, voy a la plaza a comer un anticucho con papas, cocido al instante en unas de las raras carretillas que ocupan la desolación del centro periférico, plato que cambio con una "miserable" moneda de un sol.Aun, algunas palabras con la chica de la farmacia gastan otros insignificantes minutos… significativos por mi existencia.Al final del día retomo el mismo camino de vuelta, otro polvo, las mismas expresiones en rostros distintos cruzan mi mirada ausente, lejana años luz de aquel empolvado desierto.Desde el bolsillo derecho del pantalón saco la baraja de llaves, mi única compañera de viaje junto a los Premier. Escojo la llave correcta, aquella que abre las puertas a mi mundo, un mundo hecho de esperanzas, sueños a ojos abiertos, comunicaciones con el éter y libros. Oasis ó cárcel… según los momentos y los humores.
© 2008, emanuele strapazzon
http://perunalira.blogspot.com
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