El calcetín y Platanazo.






Por Rómulo Meléndez.



Una vez,
dejé una galaxia tibia en el urinario
del comedor aprista,
y el eco del frejol fermentado
cantó un vals en la clave de Gorgona.

El baño,
cerrado como un tercer ojo avergonzado,
respiraba ideas de humo
y discursos marchitos entre azulejos.

Sacrifiqué un calcetín Lancaster
—era celeste,
como el ala de un pájaro sin partido—
y con él envolví la náusea
como si fuera un niño
abandonado en la puerta de Palacio.

Nunca fui adepto de banderas,
ni de las oraciones cívicas que gotean
de los techos rotos del Congreso.
Mi fe era un pez durmiendo
en el charco donde orinó Haya de la Torre.

Mis padres creían en la geometría de Acción Popular,
porque un primo suyo
sostuvo la espalda de Belaunde
como si sostuviera una luna de yeso
en la Marginal de la Selva.
Y Belaunde,
con sus zapatos de nube quemada,
sonreía al horizonte, sintiendo un bulto,
sin saber que Pedro P. —alias “Platanazo”—
transportaba un eclipse entre las piernas.
“Platanazo”,
convencido de ser profeta del escroto nacional,
cruzó los umbrales de la república
con un poema escrito en su glande.
Pero un húsar de Junín,
hecho de sal y petróleo,
le disparó un culatazo de silencio,
y lo devolvió al vientre geográfico
de Tablada Beach,
donde las gaviotas predican el olvido.
Ahora,

cada vez que cierro los ojos,
un urinario canta mi nombre
y el calcetín sacrificado
baila en la punta de una bandera
que nunca existió. SIN VéRTEBRAS. CíRCULO D.M

Comentarios

Anónimo dijo…
Lo que empezó (y terminó) con una historia en el baño, se convirtió en una fuente de información muy interesante sobre algunos aspectos de Perú que despertaron mi curiosidad y me llevaron a Google a por más detalles. Nunca he estado en Perú, pero espero visitarlo algún día. Gracias por tus creaciones, Rómulo

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