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Jorge Alva Zuñe.
Por Miguel Rodríguez.
La noche imposible se refiere, de manera explícita y poética, al universo del insomnio y sus monstruos submarinos o subconscientes. Si uno es artista, es lógico que busquemos animales que no pertenecen a la categoría de la zoología normal, sino de la mitología. De todas maneras, lo « normal » es como una masa quizás muerta, o petrificada, o inánime, respecto de lo que sentimos en la esfera del arte. Lo que sigue en este libro es una broma buena, que reivindica sutilezas difíciles para un lector apurado, pero que, yendo más despacio, entenderá leyendo el libro de Jorge Alva Zuñe con atención. Los relatos tienen la virtud de ser, a la vez, provincianos y ágiles en una esfera que se codea con la teología y el chimbotanismo puramente arraigado. El escritor de La noche imposible es un chimbotano cien por ciento. En ese mar de referencias dispersas, sólo un lector interesado y curioso encontrará solaz literario, goce, en lo estrictamente poético del puerto, que también puede ser monstruoso, pues estamos en el ámbito monstruoso de la buena literatura donde todo es posible.
La materia infernal –no en vano Alva Zuñe cita un pasaje del Infierno–proviene del insomnio, pero es algo parecido a los metales preciosos sacados del infierno de las minas, de modo que, como escritor (parece que piensa), la mineralizo con calmantes y otras yerbas, con somníferos y pastillas, pero la transformo en relatos, en literatura. Esta es el fondo luminoso de un túnel ciego donde me doy encontronazos con paredes de piedra áspera, donde a veces me encuentro con el Minotauro y otras bestias mitológicas o apocalípticas. Mi alma supliciada balbucea con la jerga a la que soy afecto, también con juegos de palabras, y exagera su pertenencia a la tierra natal, al departamento, a la provincia, al distrito, a la ciudad, al barrio, a la esquina, a la calle donde vivo.
Chimbote en Miramar, donde los caminos siguen siendo de tierra. Miramar de Llave y del Chino Tamalero. Miramar de Quique y los concursos de belleza andróginos. Miramar de las cantinas temibles y de la pestilencia sagrada de nuestra ciudad.
Cierto malestar físico exhudan las páginas febriles del insomne; sin
embargo, éste es atenuado o quizás trascendido, teológicamente hablando, gracias al arte. Gracias, Kiupa, por recordarme el suculento caldo de jeta, ese caldo de hocico de res gelatinoso y exquisito que antes tomábamos, después de una noche de juerga, en el Mercado. Con culantro y rocoto. Hasta hoy añoro ese néctar levantamuertos. En su noche imposible, el insomne sigue como embadurnado por el líquido nocturno por excelencia, que es el ámbar amniótico, es decir el océano primordial de la madre y de la mujer, ambas con mayúscula.
El insomne está encarcelado en la celda henry milleriana del útero y el sexo: la cárcel de donde ningún hombre sale indemne, puesto que sale barnizado con jugos íntimos de mujer. Es la cárcel de donde nunca saldremos. ¿Para qué voy a salir? Provengo de la nada, que debe ser oscura; nací, vi la luz que me enceguece, es como si estuviera de vacaciones en este planeta, pero sé que voy hacia la nada, que es la gran noche del lenguaje y del sexo. El insomnio que me aflige es una figura retórica de mi desesperación astral. Pero felizmente soy
poeta. Todos los títulos de mis cuentos son alegóricos, el lector tal vez no lo interprete así, pero lo son tanto como su contenido. Esta alegoría es como la esfinge de la abstracción de mi insomnio, lo siento, no puedo expresarlo de otra manera. Habrán notado por lo demás que soy refinadísimo lector, cisne claro en aguas turbias. Leer a los grandes maestros es indispensable para ser un buen lector, y luego buen escritor. Es la condición sine qua non.
Algo muy judeocristiano se siente en la prosa de Alva Zuñe; pero esta fe en el Dios va de la mano con su curiosidad por la brujería o hechicería, que puede ser sentida, de pronto sin serlo, como el aspecto tenebroso, digamos Lucifer.
Ambos son los polos aparentemente opuestos del arte literario.
Marsella, 7 de julio del 2002. SIN VéRTEBRAS. CíRCULO D.M.
Ah.. escribí ese libro en otra vida, en los albores de mi vocación ficcional cuando Miguel, a quien tenía que mirar elevando la cabeza, empinándome o subiéndome a una atalaya, ya había navegado todos los mares de la literaratura. Gracias amico por revivir mis inicios.