20220301

Jorge Ita Gómez.





Por Miguel Rodríguez.

Espectros de manes, de súcubos y duendes traviesos, duendes familiares, esos que utilizaban nuestras abuelas para darnos miedo, pululan, serpentean, se yerguen brusca y escamosamente como cobras azuzadas por la punta de un palo muy largo. Aparte del amor a la tribu, al clan, al ácido genético –o tal vez con ellos–, otros reptiles se inmiscuyen y contribuyen al veneno de las familias; en cuanto a las cobras, que son ciegas, que no saben la distancia que las separa del tierno agresor, que bailan al son de la flauta del poeta-fakir, dudan, no pasan al ataque, miran sin mirar la punta del palo o fierro que las mantiene a distancia. 

El poeta celebra con sus propios hierros, que son las palabras, la salud del hermano que ha escapado de la muerte, dice que la sangre es tinta roja, pero dicha sangre será expuesta al viento, a la nada, sólo abocada al recuerdo y galvanizada con las palabras. Geográficamente, el tono del verso evoluciona en un espacio poético referencial turbio y claro a la vez, en una atmósfera de hospital cargada de viento y aire. Al enunciarlo de esta manera, el poeta, celebrando la salud recobrada del hermano, se festeja a sí mismo; se adhiere como una hormona terca a la noción de familia, siente los sufrimientos del hermano como suyos, tartamudea con asonancias, latinismos y anglicismos, vuelve con brío al monólogo interior. El lenguaje utilizado farfulla y se deconstruye. 

Ita Gómez hace arrodillar las pérfidas palabras a la mala, con fuete, con espuelas y escupitajos. Y de pronto surge el santo que le pide cuentas a la eternidad, es decir al reloj, encarnación mecánica de ésta. Se fija en la belleza de las cosas, en las siluetas, en lo que sea, pero sabemos que las desdeña de manera ambigua.
Ramalazos de luz solar: el poeta recuerda las noches oscuras del alma, transita incansable por los pasillos del hospital, escruta las batas blancas de doctores y enfermeros, y vallejianamente se dirige al hermano deseándole salud, lo único que vale en esta vida precaria. Estamos en Chimbote donde el hermano acostado combate con el dragón de la muerte. Se alude a la pestilencia (¿relente de cadáveres, de basurales, de barrios marginales?) mezclada al agua oceánica que redime de la pestilencia, y dice: « A muchas leguas de aquí / Apesta a pescado podrido. » Luego, habla de otras cosas, pero todas sucumben ante el poder primordial, definitivo, del sexo. Delirios místicos, distorsiones verbales y sueños se intercalan con balbuceos líricos y telón de fondo de canciones. Hay muchos registros que se superponen en la poesía de Jorge Ita Gómez, referencias geográficas y poéticas. Fray Luis de León se codea con un vals criollo, entre computadoras y cigarrillos. Luego, agradablemente, desconcierta al lector con caligramas y puestas en escena tipográficas respirando bien, con ritmo en el flujo de la escritura. Corresponde al lector sentir –si es capaz de tal percepción–la carga lírica.
Marsella, 26 de mayo del 2002. SIN VéRTEBRAS. CíRCULOD.M.