20211206

Monsieur R.G.





 




Lo admirable es que el hombre siga luchando y creando belleza en medio de un mundo bárbaro y hostil.

 

E. S.




Por Miguel Rodríguez.

 

 

      Ernesto Sábato ha sido uno de mis más influyentes maestros, no tanto en literatura sino en algo más, mucho más importante, en filosofía, en ética, en visión metafísica. He leído gran parte de lo que ha escrito, con lupa y mucha atención, incluyendo su última obra titulada apocalípticamente Antes del fin. Este libro, filosófico y de gran profundidad como todos sus libros, trasuda más angustia y dolor que éstos, parece la voz de un ángel que se debate en uno de los infiernos dantescos. Personalmente, soy alérgico a la gravedad, la angustia, la neurosis y cualquier forma de infierno mental, salvo si se trata de Sábato, que es un experto en esa inquietante alternancia de luz y tinieblas.

      Por eso, seguramente, no le gustaba a mi querido Sábato, Monsieur R. G., Alain Robbe-Grillet, cuyo singular estilo tiene el gran defecto de ser o parecer perfecto, al menos para mi gusto. Su manejo del idioma francés es luminoso y casi quirúrgico. En apariencia, Monsieur R. G., parece complacerse en describir superficies, perfiles, árboles, fragmentos de los que sea, de la manera más fría y desapegada, como el obturador de una cámara fotográfica, como una filmadora morosa, escrutadora hasta la exasperación, podría decirse perversa. En su libro de ensayos El escritor y sus fantasmas, el maestro Sábato menciona irónicamente a « los sofisticados novelistas parisinos », es decir a un grupo de autores del Nouveau Roman, la Nueva Novela, cuyo pontífice es precisamente Monsieur R. G.

      Sólo dos libros he leído de este autor; los tengo aquí, en mi mesa de trabajo. El primero (no estoy seguro que se trate del primero que haya escrito, pero es uno de los más célebres) data de 1957. Se titula, en francés, La jalousie. Ahora bien, jalousie es una palabra polisémica, que en castellano podría traducirse como celos, envidia o persiana; también quiere decir ésto en francés, y de allí la complicación o « sofisticación », la constante ambigüedad del relato. El segundo acaba de aparecer en las famosas Éditions de Minuit hace pocas semanas. Su título, La reprise, es más polisémico que el anterior; esta palabra quiere decir: recuperación, reactivación, reanudación, pero también zurcido o remiendo... En este sentido, dice el autor que puede o debería entenderse « como lo que se hace con una media vieja agujereada: zurcir el hueco. » Pero también considera y desarrolla, de manera compleja pero con precisión quirúrjica, los otros significados, lo que da un efecto de prisma. Recuerdo muy bien mi sorpresa, luego mi curiosidad, luego el placer experimentado al leer su primera novela que empieza describiendo la sombra que proyecta « un pilar que sostiene el ángulo sudoeste del techo », la terraza, el jardín, una especie de galería e incluso las losetas de la misma, y también los oblicuos rayos del sol que se rompen en la casa descrita, y que termina diciendo « la negra noche y el barullo ensordecedor de los grillos se esparcen de nuevo, ahora, en el jardín y en la terraza, y alrededor de la casa. » Punto final. Entre el inicio y el fin, transcurren las morbosas peripecias del mirón, del celoso, que vigila discretamente a través de la persiana las evoluciones, on certeza infieles, de su mujer, en no sé qué lugar de Africa. El sospechoso de meterle los cuernos al obsesivo narrador es un tal Franck... ¡Eso es todo! El depuradísimo arte del gran Alain Robbe-Grillet reside, pues, en la manera de escribir y describir, con vocablos precisos como incisiones de bisturí, una superficie, una voz, un sondido cualquiera, una loseta de la galería, un ángulo de la casa, para suscitar en el lector la atmósfera sofocante y tensa de un extraño placer.

      Esta segunda novela que leo, tal vez el libro actualmente más vendido en Francia, escrita de manera sorpresiva en primera persona, retoma con renovado brío todas las sinuosas sofisticaciones, todos los reflejos prismáticos y todo el despliegue cinematográfico, recursos u obsesiones a las que es afecto el novelista. Aquí doy la razón al maestro Sábato, aunque también es cierto que Monsieur R. G. es un escritor francés de pura cepa, inscrito en la tradición de este país, que según Borges es la más arraigada e ininterrumpida del planeta. La trama –por así decirlo– de La reprise, como un bollo de hilo, como un tejido que se teje y desteje, empieza a deshilvanarse en Berlín, exactamente en noviembre de 1949. Un tal HR un espía –agente subalterno del servicio francés de  información e intervención en tiempos de guerra– llega a las ruinas de la capital destruída o en plena reconstrucción, inducido por un recuerdo de origen confuso relacionado con su infancia. Actúa como un robot. Sus jefes lo utilizan como tal confiando en su obediencia ciega y totalmente eficaz; el objetivo inicial se convierte en otro, así como otro –el doble– es Henri Robin, cuando el autor habla de él en tercera persona. También interviene un tal JK y un determinante Juan Ramírez; ésto hace pensar en Kafka. Por un lado, una sofisticación interminable, de amplitud e intensidad variables, y por otro la sutileza psicológica de un Stendhal o un Proust, se hallan hábilmente entrelazadas en la novela.

      Y es que este grand Monsieur de la lengua francesa, en la vida real, acaba de cumplir ochenta años y su inteligencia parece haberse agudizado. Monsieur Alain Robbe-Grillet está más fresco y juvenil que una lechuga recién sacada del huerto. Dice ser bebedor de mucho y buen vino tinto. En una foto que vi en el Magazine littéraire, se le ve como un sabio que admira los tizones parpadeantes en la super casa que posee en Mesnil-au-Grain, en Normandía. Se le ve recostado contra un roble o cedro triplemente centenario, como codeándose con éste; abraza a una Afrodita de granito; corta leña; poda su invernadero de cactus. Y dice cosas como estas, cuando le preguntan por cierto filósofo o por la doctrina de tal otro, que lo habrían influenciado: « Sí y no. Kierkegaard dice que Hegel ha construído un sistema totalitario. Ahora bien, Hegel se basa efectivamente en la idea de la totalidad, pero admite la importancia fundamental de la contradicción. Al final de su teoría la contradicción no existe. Dice que sólo entonces, una vez que los conflictos se acaben, podremos consagrarnos al juego, al amor, al arte. » Sentí como un bofetón cuando leí ésto; sentí que, fuera de bromas, en mi actividad literaria y en mi propia vida, tendría que volver a empezar, empezar desde el inicio, desde cero, pese a todo, como en el juego de Monopoly cuando se vuelve al punto de partida. En cuanto a eso que llamo « perfección », mi opinión es que una obra literaria, una novela en especial, puede prescindir de ésta –o admitir en su organismo la margen de  error  o incorrección, para otorgarle más humanidad. Recordé con cariño ciertos autores del Nouveau Roman que leí con avidez, con ansias de aprender algo, ayudándome con diccionarios: Claude Simon, Michel Butor, Alain Robbe-Grillet. Han sido para mí excelentes instructores, y eso que de francés o afrancesado nada tengo; o si lo tengo, ¡pues no me doy cuenta!, y es por la poesía y el buen vino. En cuanto a comida, pese a todo, prefiero la cocina de la patria, debido a los productos y al gusto. De todas maneras, me quito el sombrero ante ciertos autores, por muy sofisticados o intelectuales que sean, con el respectivo agradecimiento, en especial a Monsieur Alain Robbe-Grillet. Y que me disculpe el maestro Sábato. « Dios existe, pero a veces duerme: sus pesadillas son nuestra existencia. »

 

 

                                                                            Marsella, 21 de octubre del 2001

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

MONSIEUR R. G. (suite)

 

 

 

      En la reseña anterior, apurado por mandar algo fresco de la actualidad literaria en Francia, y urgido por cumplir con el envío quincenal que trato de imponerme, hice trampa. Lo cierto es que no había terminado la obra a la que hago mención, La reprise, que es la última sacada de la manga de este prestidigitador de la lengua francesa. Lo cierto, también, es que sigo batallando con cierta felicidad en este empeño, aunque ya empieza a vencerme cierto desgano. Ahora le doy, en parte, la razón al maestro Sábato cuando ve con ojo crítico e irónico a Robbe-Grillet y otros. Sofisticado es un adjetivo irónico que implica la noción de sofisma o sofista. Laberíntico, ambiguo, intrincado, complejo, múltiple y difícil, son adjetivos que también pueden aplicarse, de pronto, para dar una idea que no sea necesariamente « mala ». Y todo ésto de principio a fin, en La reprise. Para ser sincero, ahora avanzo a duras penas: apenas voy por la página 70 en una novela que consta de 250 páginas. Y si no fuera por ciertas frases que, aparte de brillar por el virtuosismo, están impregnadas de poesía y naturalidad (por ejemplo: « tenía la rodilla derecha coronada por una costra negruzca », o « en cada nivel arde una arcaica lámpara de petróleo que proyecta alrededor una vaga, rojiza claridad », o, a propósito del personaje llamado Henri Robin, que está idiotizado « como si el agua bebida del caño hubiese contenido alguna droga »), hace rato hubiera abandonado la lectura por pereza mental, por el gran esfuerzo que implica ésta. Así, en la página 50, el asombrado lector se da cuenta que el relato no está solamente en primera persona, sino que esta fascinante entrada en materia es apenas el inicio de un rompecabezas. La acción se desarrolla en un tren, donde parecen oirse los traqueteos de éste, los duros pasos de los agentes de la Gestapo, el movimiento etc., el efecto logrado es sinceramente óptimo, máximo, los aprendices nos quedamos maravillados y boquiabiertos. Enseguida, la narración pasa a la tercera persona, y nos encontramos con una especie de doble, o de un juego de espejos. Trato de sintetizar: los tres personajes llamados von Brücke son el padre... ¡y los dos hijos gemelos! El padre, en segundas nupcias, desposa a una mujer que se convertirá, después, en la amante de los gemelos... Y como si ésto fuera poco, cae encinta de uno de ellos (¿cuál?) etc. Abundan por lo demás los juegos de palabras, como para seguir retorciendo la cosa: von Brücke quiere decir, en francés, du Pont o Dupont (del Puente o de la Puente), nombre archicomún que, con toda seguridad, hace referencia a un maldito puente que, a su vez, querrá decir otra cosa, en concatenación asociativa diabólica, hasta que uno se entera que hay como pretexto « una simple historia de familia », la cual coincide con las historias trágicas de Edipo y Antígona, y con la legendaria de Teseo; también Fedra entra a tallar por allí... ¡Y todo ese menjunje con telón de fondo psicoanalítico es presentado como una intriga de espionaje! Sacrés Français! Sin hablar de conceptos como « muerte entrópica » o « la apatía sadeana » que no sé qué diablos significan. Y siempre con el filósofo danés Sören Kierkegaard y el alemán Hegel de por medio. Se habla de ésto en una entrevista que le hacen al autor, pero felizmente éste recalca que dichas referencias filosóficas « no son indispensables para leer la novela. » En lo personal, sólo me atrae hasta la fascinación –ya lo dije– el lenguaje utilizado para describir estos rompederos de cabeza, así como las fulguraciones poéticas, la economía y precisión quirúrjica, su inteligencia y destreza, su trabajado virtuosismo. Porque a pesar de que me sale humo de la cabeza– y hasta por las orejas– tratando de seguir la trama con los conocimientos y referencias de que dispongo, sufro pero disfruto. El estilo de Monsieur R. G. me gusta hasta el masoquismo. Este es el misterio, es decir, el poder de fascinación que ejerce cierto tipo de arte literario, de escritura. Y eso sin hablar del ensayo y el cine, porque el polifacético ARG (ya me estoy copiando su vicio de poner inciales) es también crítico y teórico de su propia obra, conferencista y profesor universitario. En la cátedra de francés de la New York University enseñó durante años cómo aproximarse y descifrar sus propias novelas y filmes. Y, a los ochenta años, este joven dice cosas muy simples:

 

« Me gusta la vida; no me gusta la muerte. »

 

« No me gusta el ruido; no me gusta la agitación. Me gustan las voces bellas. Detesto los gritos. »

 

« Me gusta también caminar en las calles o a campo travieza. Me gustan los otoños húmedos y de clima agradable, las hojas pardas que la lluvia vuelve brillantes y forman esponjosas alfombras en los caminos. »

 

« Me gusta la vida. Me gusta la literatura. »

 

« Me gusta conocer las reglas pero no me gusta respetarlas. »

 

« Me gusta comprender. Me gusta analizar las cosas. Me gusta conocer las teorías literarias o científicas. »

 

« Me gustan mi papá y mi mamá, pero desconfío de los psicoanalistas. »

 

« Me gusta provocar a los demás, pero no me gusta que me jodan. »

 

      Y afirma, muy risueño, que más depende del buen vino tinto –un Burdeos, un Bourgogne, un Côtes-du-Rhône– que de la escritura. Por eso, también, lo admiro.

 

 

                                                                         Marsella, 1 de noviembre del 2001


SIN VéRTEBRAS. CíRCULO D.M.