20211114

Marsella - Miguel Rodríguez






Introducción.
Con el fin de permanecer en contacto con ustedes, amigos lectores y amigos en general, todos navegantes, acabo de hacer, primero, una selección proveniente de mi libro Crónicas anacrónicas, eliminando los que fueron publicados en Ciberayllu, para evitar el repeticuá… Después, una selección de otro libro titulado El otro cantar, que reúne estudios y comentarios… Digo esto porque ya empecé a sumergirme en las aguas de una larga composición, de una novela inspirada en mi vida que es parecida a la de mi ancestro directo, Alonso Quijano, que me absorbe cuando le consagro mi tiempo…¡Mil gracielas a Rómulo de Ámsterdam y al Círculo dilecto, el vehículo espacial estilo nave de Star War de nuestra terca y apasionada producción! ¡Y mil gracielas por la sintonía, amigos! ¡Salú por eso!
 


MARSELLA.
 
      En el malecón, frente al bar Les Flots Bleus (Las Olas Azules), mirando a la ciudad-puerto donde nació y se crió en un barrio de mala fama, donde ahora el futbolista es un dios, se ve el rostro gigantesco (¿seis, ocho metros?) de Zinedine Zidane, made in Marsella. Este muchacho es de nacionalidad y seguramente de cultura francesa, pero tiene sangre cabila. Cabilia es un pueblo montañés de origen berberisco, situado en la costa argelina.
      Al frente, cuando la luminosidad lo permite, es decir casi siempre porque sol y cielo diáfano son ley todo el año, se divisan los escombros del antiguo hospital de la isla Frioul. Allí se organizan festivales de música en verano –jazz, salsa, música africana–, uno se embarca en el puerto, llegamos en media hora, la isla abre sus puertas.
      En otras épocas, recalaban en Frioul, con orden de no moverse de allí, los barcos declarados en cuarentena por la peste del siglo pasado, antepasado o de la Edad Media. Muy cerca se encuentra la isla de If y el castillo del mismo nombre, donde según el novelista Alexandre Dumas estuvo encerrado el Conde de Montecristo.
      Hace poco se celebró, celebramos, con conciertos en el Vieux Port y también por el lado de la Alcaldía principal, hasta el amanecer, los 2600 años de la fundación oficial de Marsella... tuve que esperar el primer Metro, pues los taxis –Mercedez Benz, BMW, Opels nuevos o casi nuevos– son muy caros. Allá, por el lado del Panier, por la Place de Lenche y alrededores, bajo los edificios y construcciones actuales, hay ruinas griegas, tal vez romanas y fenicias, bajo tierra.
      Sabemos que sólo unos 150 o 200 años después que Homero pusiera punto final a la Ilíada o a la Odisea, llegaban unos marinos griegos procedentes del Asia Menor a este puerto alrededor del 600 antes del Christos. Eran helenos de un lugar llamado Focea; después, celtas o galos anduvieron por aquí, pero también llegaron los romanos, las huestes de Vercingetorix y Julio César tuvieron inevitablemente que enfrentarse. El propio Julio César, que aparte de ser militar y hombre de estado era hombre de letras, cuenta todo en su libro titulado Comentario de la guerra de las Galias y de la guerra civil. Esta última contra Pompeyo, que Marsella apoyaba; después de la victoria de Julio César, la ciudad-puerto fue anexada a Roma, y se llamó desde entonces Massilia; de este bautizo deriva el nombre actual.
      En las residencias lujosas –palacetes, quintas y chalets con playas privadas, casotas de variopinto estilo tirando al barroco– queman sus últimos cartuchos los viejos capos de la mafia, ahora todos respetables ciudadanos que han lavado su plata convirtiéndola en discotecas, comercios o restaurantes de clase donde se degusta la famosa bouillabaisse. Este plato es una especie de parihuela o consomé de pescados y mariscos que se acompaña con pedacitos de pan tostado embadurnados de rouille, una mayonesa especial color óxido. Otros platos típicos de la ciudad-puerto y alrededores son: las moules à l’anis (choros al anís), el thon à la provençale (atún a la provenzal), los pieds-paquets à la provençale (tripas y patas de cordero en salsa), l’anchoiade (crema de anchoas con legumbres crudas), la soupe au pistou (sopa de diversos frejoles y albahaca), el aïoli (mayonesa a base de ajo y aceite de oliva, plato que se acompaña con legumbres hervidas y bacalao), las gambas à l’huile d’olive (camarones gigantes con ajo y perejil), la ratatouille (especie de sancochado de legumbres diversas, que suele consumirse en verano), las daurades de Méditerranée (pescado fino parecido a la chita) y otros.
      Ya no existen prostíbulos (maisons closes) en Francia, creo que después de la Segunda Guerra Mundial, en Marsella tampoco. Ahora los parroquianos frecuentan la rue Curiol (que va desde la iglesia de los Reformados hasta la plaza Jean Jaurès), frecuentan las profesionales particulares de la rue Ferdinand Rey (adyacente a la misma plaza), a veces frecuentan las chicas malas que merodean por la rue Paradis (solamente hasta la plaza Estrangin), o las que se apostan cerca de la Opera, en la rue Beauvau.
      Nunca se debe entrar en unos desplumaderos de incautos llamados Bar Americain, antros seguramente inventados durante la Segunda Guerra: cada trago para las chicas cuesta entre 40 y 50... dólares o su equivalente en francos; y el negocio completo, que incluye hotel in sito y botella de champagne barato, 300 o 500 o su equivalente en francos, según el grado de borrachera o la solvencia del cliente.
      Notre Dame de la Garde, la gran estatua dorada que domina el puerto y la ciudad desde alturas romano-bizantinas, brilla de noche, se ve desde lejos, sobre todo cuando uno regresa de Aix-en-Provence los viernes o sábados por la autopista, probablemente rumbo al Cuba Café para seguirla, al Baracoa que queda en la Escala Borely, o al Flamingo en la rue Haxo, discotecas de salsa. Este fenómeno de la salsa es relativamente reciente; los antilleses y africanos, tradicionales dueños de la noche en Marsella, han debido ceder. Antes, supongamos desde 1984 hasta 1994, cuando algunos latinos fiesteros y desarraigados llegábamos a esas boîtes, los primos negros se apiadaban de nos y ponían un par de melodías de Ray Barreto, Eddy Palmieri, Henry Fiol o de música cubana, nada más. Ahora, para los aficionados, domina el Flamingo, donde mi pata Ernesto oficia de disc-jockey, en complicidad con el tío Nicolás, pero solamente los martes por la noche.
      Aquí en Marsella, como en nuestros países, hay que tener mucho cuidado con los rateros, adolescentes por lo general, todos hinchas acérrimos, como el resto de la ciudad-puerto, del Olímpico de Marsella, cuyo modus operandi difiere mucho del sistema ratonil colombiano, chileno o peruano... Por ejemplo, se colocan estos artistas detrás de uno en los guichets o cajeros automáticos, para ver si algun desprevenido permite 1) que vean el código de la tarjeta bancaria y 2) se la roben cuando éste se da vuelta mientras el compinche la coje y se va fresco como una lechuga, sin que te des cuenta de nada, sobre todo si estás pasado de copas o fumado. Cuando juega el Olímpico, últimamente venido a menos (dos temporadas consecutivas se ha salvado de bajar a segunda casi de milagro), el Metro funciona hasta pasada medianoche, para permitir que estas joyitas que fuman hachís en la vía pública, regresen a sus predios.
      Un oficial de la época revolucionaria compuso la Marsellesa. El himno nacional de Francia fue bautizado así porque las tropas de la ciudad-puerto, que participaron en la batalla de las Tullerías, lo adoptaron rápidamente. El himno fue prohibido dos veces durante el siglo 19, debido a sus orígenes revolucionarios, pero pienso que también por la letra, que puede resultar chocante: en la primera estrofa, por ejemplo, se habla de estandartes empapados de sangre, de feroces rugidos de la soldadesca, de estrangulamientos...
      Hay aquí un cocktail racial. Domina, en cuanto a mayoría, el mundo árabo-musulmán y de origen árabo-musulmán; pero también el mundo africano y antillés; y el discreto mundo asiático: toda la rue d’Italie es una especie de « barrio chino », por los restaurantes de Vietnam, Camboya, Tailandia y Laos que allí se encuentran. En la rue de la République hay restaurantes chinos chinos, de China Popular o de Hong Kong. El mundo italiano y el mundo español abunda también, aunque ya completamente asimilado racial y culturalmente al mundo francés. Hay pocos franceses de cepa, andan como escondidos en sus casotas y super apartamentos de l’avenue du Prado, o en los barrios que sin ser chics –nadie es chic en Marsella– están en sitios seguros. También hay muchos griegos, rusos, armenios, serbios, croatas y unos cuantos sudamericanos. Encontramos todo tipo de ingredientes étnicos en el cócktail de la ciudad-puerto, donde siempre han cohabitado pueblos de origen diverso.
      La arteria principal de la ciudad-puerto, la Canebière (ricos sánguches de cordero llamados chiche kebab, fiambre de noctámbulos), une el maravilloso Vieux Port con la iglesia de Reformados: agujas góticas o semigóticas, fachadas en relieve y gárgolas, piedra blanca de granito manchada por el monóxido de carbono de los carros, pátina venenosa que desgraciadamente la afea... Se sigue derecho por el boulevard de la Libération, se admira el Palais Longchamps donde hay unos toros gigantes, que parece una invención para reyes, se sigue por el boulevard de la Blancarde, se atravieza el boulevard Sakakini, y después del puente se dobla la segunda a la izquierda, y llego al 1 rue Poucel, mi casa provisoria, donde escribo estas líneas antes del amanecer.
 
                                                                             Marsella, 18 de agosto del 2001
 
 
 
MARSELLA, LA FELICIDAD...
 
 
      Marsella y París, en fútbol principalmente pero también por rasgos de temperamento o mentalidad norte / sur, de maneras de ser o de no ser ésto o lo otro, son ciudades rivales. París se encuentra a unos 800 kilómetros, y ahora en el TGV (tren de alta velocidad) sólo se requieren cuatro horas –y ya pronto menos, y ya pronto sólo tres– para ir a la hermosa capital de las Galias.
      Nunca he conocido un solo marsellés que quiera ir a vivir a la ciudad luz, cuyo clima es nórdico, nublado, lluvioso, muy frío en invierno, con escasos días de sol por año. En cambio, miles y miles de parisinos, por no decir millones, ambicionan y sueñan con instalarse en el sur del mar y de la mejor luz que conozco.
      Aquí suele decirse que « el norte empieza en Aviñón ». Avignon, la ciudad cercada con muros medievales que una vez fue sede del Papado, allá por 1200 o 1300, en la época de Felipe IV conocido como el Bello (Philippe le Bel), se encuentra apenas a unos 60 kilómetros del puerto. Esto confirma la creencia popular, de los norteños en especial, que el marsellés es un exagerado hiperbólico –con el perdón del pleonasmo. Que el marsellés agranda y exagera todo hasta la desmesura, siendo la más conocida aquella anécdota según la cual, hace mucho tiempo, una sardina bloqueó la entrada del Viejo Puerto, del Vieux Port que tiene algunos metros de largo. Lo curioso, lo increíble, lo cómico es que es cierto. Se trata de algo históricamente cierto y probado, ya diremos por qué, esa sardina que tapó la entrada del Vieux Port.
      Los fanáticos del Olímpico de Marsella exhiben polos con la siguiente inscripción: anti parisinos. El grito de guerra es: Paris, on t’encule, Paris, on t’encule (censura); PSG (Paris Saint-Germain), se traduce en marsellés por Pédérastes, Sado-masochistes et Gonflés. Toda alusión, en este sentido, es de tipo sexual, o mejor dicho homosexual. Virulenta, esencial y exclusivamente anti parisino, un fanático arquetípico del Olímpico asume volontiers un rol activo en su alusión homófoba, ya sea individualmente, ya sea en grupo (Paris, on t’encule). Los partidos entre el Olímpico y París Saint-Germain, por ser también de tipo racista (mestizos, blancos, árabes y negros vs blancos y pocos árabes o negros), o social (pueblo vs burguesía), o geográfico (provincia vs capital), sacan chispas y, a veces, son peligrosos por los choques violentos entre las barra bravas. Este es el verdadero clásico del fútbol francés, distinto por ciertas características, pero similar también, de nuestro U-Alianza, que son equipos capitalinos.
      Pero hablábamos de la sardina que tapó el Vieux Port y de cierto temperamento fanfarronesco y exagerado de un marsellés arquetípico. Anoche, por ejemplo, fui a cenar en un restaurante bacán cerca de la cárcel les Baumettes con Juani Belón, fotógrafo arequipeño y amigo, su mujer, su hija y unos amigos marselleses precisamente. Uno de ellos hablaba tanto y tan bonito de las cosas buenas de la vida, de super carros y super hembritas, de restaurantes y discotecas bacanes en la Côte d’Azur, que yo pensé que era rico, o al menos alguien importante en algún dominio. De pronto lo era, no quiero ser maletero, tengo horror de tal vicio, pero esta mañana vi su tarjeta de visita. Porque me dio su tarjeta « para cualquier cosita », y también yo le di la mía que sólo tiene nombre, dirección y teléfono. Resulta que este especímen típico de marsellés trabaja en una empresa de Lavado químico / Tratamiento de aguas y, sobre todo, en la distribución de productos de mantenimiento industrial. Todo ésto es sospechoso porque, oh sutileza y complicación de la lengua de Artaud, en francés no se dice por ejemplo: « Soy barrendero » sino « Soy técnico de superficies ».
      En cuanto a la sardina, hice mis averiguaciones hasta dar con la anécdota real, histórica. La leí en un libro de Ely Boissin, escritor marsellés, titulado bellamente Misterios e Historias de las caletas de Marsella (de Marsella y alrededores, por supuesto, aunque la traducción es aproximativa, ya hablaré en otra ocasión de las calanques). Cuenta monsieur Boissin que, de niño, se imaginaba que un pez gigantesco –tiburón blanco, orca, tal vez ballena– había efectivamente tapado la entrada al puerto desde donde se miran, frente a frente, la fortaleza Saint-Nicolas y la fortaleza Saint-Jean. Desgraciadamente, nada tenía qué ver la realidad prosaica con la fantasía infantil. En la leyenda se mezclan historias de marinos, tempestades terríficas, oraciones e invocaciones a una virgen llamada Nuestra Señora del Buen Socorro, divinidad que protege a los navegantes por este lado del Mediterráneo. En mayo de 1780, escapando de mareas altas, peligrosas, y por una maniobra infeliz debida a éstas, el barco del capitán De Barras encalló en medio del paso entre las mencionadas fortalezas. Seguramente, éste era por entonces más estrecho que el actual, y de pronto habría una playita, como esas que hay por el lado de los astilleros, tengamos en cuenta el hecho de que estamos hablando del siglo 18. El caso es que el barco, allí varado, bloqueó la entrada del Vieux Port. La susodicha embarcación se llamaba... ¡La Sardina! Tal sería el origen de esta anécdota donde se mezclan la historia y la leyenda. De todas maneras, yo tengo mis dudas, puesto que monsieur Boissin es un escritor que se caracteriza por su sentido del humor, no sea que se trate de una galéjade... (substantivo del habla marsellesa que designa una broma feliz (plaisanterie joyeuse), o una historia increíble). Por asociación, pienso en la palabra débarras al leer el apellido del capitán De Barras, devoto de Nuestra Señora del Buen Socorro. Esta palabra, que no se pronuncia como el apellido, quiere decir (en la expresión Il est parti, bon débarras) ¡Qué alivio! ¡Felizmente se fue! La idea, medio incongruente y gratuita, es: ¿Por qué no liberarse de algo o de alguien, de las calumnias y maledicencias de los parisinos por ejemplo, sobre la sardina que tapó el Vieux Port, gracias al Capitán Alivio? Que se nos pasen estas suputaciones algo fuera de foco.
      En la real realidad, el señor Ely Boissin es un escritor prolífico cuya obra está consagrada a Marsella, al mar Mediterráneo y la Provenza; también es marino, buzo, gourmet, bebedor de buen vino y, sobre todo, buen gestionario de sus libros que se venden como pan caliente. Es un filósofo epicúreo enamorado de su Marsella, del mar y de la felicidad, ese monstruo platónico instantáneo y efímero por lo general. Aunque para Boissin esta felicidad parece algo cotidiano y, qué horror, algo perpetuo. Por eso la escribe con F mayúscula; siendo un marsellés de cepa, monsieur Boissin, obviamente, exagera... il galéje con este cuento de la Felicidad Perpetua. Algunos títulos de sus libros son: Vivir (el arte de vivir), El ABC de la pesca submarina, ¡Aprenda a zambullirse!, Un hombre libre, ¡Viva la navegación!, Las 200 mejores escalas del Mediterráneo.
      Ahora entiendo. Monsieur Boissin tiene muchísima y sobrada razón para reivindicar, por decirlo así a voz en cuello, esto de la felicidad ja ja ja já –como ese lindo título de un libro de Bryce Echenique, que desgraciadamente no he leído. ¡La felicidad! ¡Así cualquiera! ¡Quién fuera Ely Boissin! No parece tener ninguna, ni siquiera la más mínima angustia de plata, al contrario. Sospecho que debe estar jubilado, ser rentista, ser dueño de comercios prósperos (de buceo y pesca submarina, por ejemplo), o ser simplemente millonario. Escribir esos libros de títulos y temas tan bonitos parece ser, para él, un agradable pasatiempo más, que obviamente contribuye a su felicidad –o a lo que él entiende por felicidad, monstruo que debe tener una realidad distinta para cada quien. Monsieur Boissin se la pasa buceando, zambulléndose, seguramente tomando aperitivos en el Cercle des Nageurs Catalans, y navegando por todo el Mediterráneo, charco que conoce como la palma de su mano marsellesa, por las costas de Africa del Norte, por Italia, por Grecia, por las islas griegas etc. etc. Debe tener una o varias super casas, Monsieur Boissin. Uno o varios carros, Monsieur Boissin. Una super esposa que no jode y cualquier cantidad de amantes, Monsieur Boissin... Para ser franco, pura envidia es lo que siento. De verdad.
 
 
                                                                            Marsella, 27 de agosto del 2001
SIN VéRTEBRAS. CíRCULO D.M.