20201019

DIONYSOS PATER LIBER (Veintitresava vértebra)







XXIII.





Ahora, casi flotando después del idioma de Afrodita y de la ducha maravillosa, somos dos entes, dos bípedos, dos mamíferos, cada quien en su planeta pero agarraditos de la mano, volamos como si hubiéramos fumado la santa yerba, aterrizamos en el Myli restaurant, hermoso local que recomendamos, Maxis Kritis 174-176, Platanias, Rethymon, Creta, Grecia… Hay unos cincuenta o sesenta comensales, el Myli parece completo, pero no, hay una mesa ideal junto a la fuente, frente al molino, donde nos instalamos… El Dakos es un pan seco cretence, con aceite de oliva cretence, tomates cretences, queso feta y orégano, por eso empezamos, ella con su Coca-Cola, yo con mi chela, una Rethymonier rubia, bien helena. Después, tentáculos de pulpo oktopus a la brasa, papas fritas griegas, ensalada griega, quesos griegos, el conjunto empujado por el gaznate hacia la procesadora central con un vinito blanco griego, recomendado por Epicuro en carne y hueso… Myli restaurant incrustado en la noche de este verano y de nunca jamás… Geranios, qué digo, profusión de geranios rojos y blancos, buganvilias, palmeras, árbol morero, árbol de la flor thiaré, frangipani, cactus, tunas, viñas, ramadas, de todas maneras gracias por todo lo que le pasó a mi cuerpo y a mi mente, Dionysos Pater Liber, al final son formas del conocimiento, aunque como buen necio nunca aprendo, ahora que lo pienso me vale un huevo el conocimiento, me importa un culo la sabiduría, la necedad también tiene sus encantos, de pronto sólo se trata de aceptar al sufrimiento como un gran maestro, de pronto sólo se trata de privilegiar los momentos de placer y de pasarla lo mejor que se puede antes de que todo se lo lleve el gran viento, el pourpier es una flor que se puede comer en ensalada, dice Boconcita la botánica, después me entero que esa bella palabra, « pourpier », nos remite a otra tan bella como ella ¡La verdolaga! ¡La verdolaga para la ensalada!... Un corredor en forma de ele con trece columnas blancas de estilo jónico, encima un techo de tejas rojo ladrillo, exactamente como los tejas de nuestra querida Provenza, el decorado, la noche, el aire, todo es idílico al máximo, de modo que de nuevo me declaro, como cuando tenía diesciséis años, le digo sinceramente lo que más me gusta de ella, elogio lo mejor que hay de ella, nada más, un copetín de vino bianco cretense, ah, carajo, el amor, el amor siempre… « Et pour aimer la vie il faut la femme ou l’élément féminin, putain! Maintenant je vois un peu plus clair… Paul de Tarse n’aimait pas les femmes! »… De nuevo constato que la albahaca es decorativa, hay tremendas plantas, casi árboles, qué increíble, allá en las Galias la divina albahaca se devora sobre todo en verano, los griegos en cambio sólo la utilizan para pefumar el ámbito… ¿Qué es el amor? ¿Qué responde a esta pregunta? Dios es amor, dice, ¿y la mujer qué, ah, Pablo? Para amar al dios, hay que amar a la mujer, o al elemento femenino si prefieres, porque sin este no hay dios, Pablo de Tarso, pero mujer mujer, mujer que goza, mujer que coengendra y pare, no esas horribles virgenes tristes, asexuadas y sufrientes, cuyo modelo es la madre del viejo Jechu, inoculada por un ectoplasma macho llamado el Espíritu Santo… Como buenos franchutes, comiendo y degustando platillos, seguimos hablando de comida, de otros platillos, de otros manjares… Yo me acuerdo de los inmensos pulpos de la pubertad sacados de entre las rocas con un gancho artesanal concebido para eso, y sacados por estas manitos, divinidades de los mares luego convertidas en guiso de pulpo, en cebiche de pulpo, en picante de pulpo, el chicharrón de pulpo oktopus, es decir de ocho brazos, esta noche en Creta, y otro día de verano y sol flamígero, allá, en la playa El Dorado… Boconcita recurre de manera sistemática a sus recuerdos culinarios de Tailandia, el machito retrógado que vive dentro de mí siente un pellizcón, pero el otro, el filósofo, se caga de risa y aplaude, por ejemplo comíamos calamares rellenos y fritos, en fin, estamos en Tailandia, la comida más sabrosa del mundo, para mí, es la cocina de la calle, sí, dice Boconcita, siempre comíamos en la calle, maldita sea, ese plural del verbo comer atiza mis celos retrospectivos, los dos somos especialistas en eso, pero qué chucha, caballero, comíamos por ejemplo, sigue diciendo, anticuchos de escorpión, anticuchos de cigarras langostas voladoras, gusanos de bambú fritos en aceite de ajonjolí, deliciosos, pulpos enteros a la brasa, camarones al ají, todo en la calle, y también cangrejos fritos… De pronto un salto cuántico y aparece Jorge Luis Borges en carne y hueso en el recuerdo preciso de su cuento La casa de Asterión, cuento que le leí entero, en francés, la última o penúltima noche en Atenas, y yo feliz por este nuevo apocalipsis o revelación, y aquí lo revelamos, pero sin velo, para el interesado… Para el gran público la literatura o la « gran » literatura es totalmente secundaria, esta gran literatura es asunto de intelectuales, de gente instruída, de gente que suele ser seria, la verdad es que los lectores son unos niños felices cuando les cuentan o cuando leen un cuento, cualquiera que que sea, todo depende del contador o cuentista como me dijo ese contacuentista de genio, Luis Sepúlveda, pero bueno, en este caso preciso lo constato, Boconcita es una niña maravillada con lo que le cuento, con lo que le cuenta el Minotauro que llevo adentro… Otro salto cuántico en la intersección de los relatos, de nuevo aparece Dionysos Pater Liber, hoy más presente que nunca, pero convertido en el Zagreus… « Je te raconte ça après » le digo cuando regresamos al hotel Elida, amorosos y agarrados de la manito. SIN VéRTEBRAS. CíRCULO D.M.


Bonus, para leer como cangrejo, la XXII vértebra.