por
Rómulo Meléndez.
La tienda del mal no es la tienda del mal, es la tienda del bien.
No tiene horario de atención,
Ni letrero que rece: “Hoy no fío, mañana sí”.
Tiene clientes de todas las castas sociales.
Taxistas, senadores, policías, vendedores de gas y techadores, peladores de conchas y estudiantes de secundaria.
Su puerta sólo se abre una vez al día y los que entran no salen hasta el día siguiente. El que entra no tiene escapatoria, tiene que consumir hasta que no haya un centavo más en el bolsillo y después
gorrear a los que siguen sentados.
Hay cerveza holandesa y peruana, ron, vodka y racumín. Que van tomando de acuerdo al dinero disponible.
El espacio es reducido. Hay más tragos que gente. El ambiente es oscuro a veces. Las pocas mesas están cubiertas de cervezas y vasos.
Algunos duermen debajo de la mesa sobre residuos de aserrín del día anterior. Otros duermen sentados. Por el olor se puede suponer que ya era hora de un duchazo, pero no.
Los que salen vivos, al día siguiente, cantaron juntos, gritaron juntos, lloraron juntos, se ríeron juntos.
Pero no hablaron de sus hígados.
SIN VéRTEBRAS. CíRCULO D.M.
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