20190830

Higos





La mujer sin edad camina lentamente, supongo que es mujer por su anatomía, sus caderas son anchas y protuberantes. Lleva un velo negro, que me hace recordar a esas viejas pinturas de Ignacio Merino. Pasa por mi barrio dos veces por semana con una escalera y un balde. 


Suponía que era una mujer que lavaba las ventanas de algunas casas del barrio. Pero no. 

Un día viernes, mi único día libre, decidí seguir sus pasos, ver lo que hacía, me parecía curioso que una mujer limpie vidrios con un atuendo dominguero.


Me equivoqué. La mujer no limpiaba nada. Se apropiaba ilícitamente y sistemáticamente de los higos de mi jardín. Pasé por su lado mientras que ella, subida en la cima de la escalera, escogía los frutos más maduros, los más exquisitos. Miré el balde y estaba completamente lleno.


No supe qué hacer, sin encararla o entrar a mi casa pidiéndole permiso, pues estaba situada justo en la puerta de acceso posterior. No hice nada de ello, por temor a que ella cayera del susto de la escalera y se muera ante mis ojos.


Caminé mirando mis higos estacionados en el inmenso balde, di la vuelta a la manzana y entré a mi casa por la puerta central.

No dormí bien por dos semanas.


Mi solución fue levantarme un poco más temprano que de costumbre y cosechar los hijos maduros. La mujer se percató de ésta acción y no ha vuelto a pasar por mi jardín.

Dejó, un mes después, de recuerdo la escalera frente a la planta de higo, como señal de derrota. SIN VéRTEBRAS. CíRCULO D.M.