20190218

Nueva crónica del reino I





      Anfibio. Eso es lo que fui, lo que soy. Un anfibio en el interregno mental, en el limbo del espacio y del tiempo. Un anfibio de piel lisa y oscura con el doble poder de la respiración branquial y la respiración pulmonar. Anfibio en las aguas de aquí, anfibio en las aguas de allá. Ambos anfibios, que en realidad son uno, comunican a través de vasos comunicantes oceánicos. El anfibio bicéfalo prospera en las aguas tumultuosas del océano Pacífico, en Besique por ejemplo, y en las aguas transparentes del Mediterráneo, en la inmortalidad de las playas de Cassís, por ejemplo.
      Regresando de su joven viaje a la vieja Europa, en el aeropuerto de Marsella, adonde llegó como Pedro por su casa, adonde ni siquiera, como otras veces, lo revisaron  simplemente por ser perucho y apellidarse Rodríguez, el anfibio se dijo ah carajo, ¡hubiera podido traer cuyes fritos envueltos en papel despacho a su vez envueltos en papel aluminio! ¡Como trajo Charlie una vez allá en París con aguacero! ¡Hubiera podido traer rocotos! ¡Choclos! ¡Maíz morado! ¡Ají amarillo un kilo por lo menos! ¡Otro kilo de limoncitos! ¡Otro kilo de ollucos para el olluquito con charqui! ¡Yo el charqui lo fabrico aquí en verano! ¡Un kilo de ají limo!... Súbitamente, al salir del aeropuerto, la piel del anfibio fue besada por las últimas láminas del mistral… En el vastísimo tiempo-espacio de un segundo, la memoria cercana me devolvió, como en una película, aquella tarde del tres de enero, cuando, previa incursión al Diario de Chimbote, incursionamos en El Marino cebichería bar con algunos muchachos de la promo, cuando nos deleitamos con fuentes de cebiche de corvina, con fuentes de jugoso de chita, con canchita, choclos y camotes, y cuando empezaron a circular las ricas chelas heladas de dos en dos, pero a ritmo frenético… ¡Esquina del jirón Ladislao Espinar con el jirón Moquegua! ¡Allá, en Miraflores Alto! ¡Allá, en el rico Chimbote! ¡Allá, en el Reino!... Por el momento, estamos en otra película, somos silvestres terrícolas volando en un gran pajarraco de aluminio, llegando desde los cielos a la tierra de Marsella, donde el gran pajarraco KLM es remecido por la eterna potencia del viento, el más sutil de los elementos… Veo desiertos árticos en los cielos abiertos, osos polares y constelaciones en la noche sideral, focas, morsas, leones marinos y pingüinos felices en la imaginación de este instante, qué frío carajo… ¡Uf! ¡Vuelvo a Francia vivo todavía!
      Al llegar a mi reino personal de Lambesc, Boconcita tirita, árboles frutales pelados, el maldito invierno, pero nosotros somos los vencedores del invierno, muchas gracias por la gentileza de venir a buscarnos al aeropuerto, Sylvie. Y mientras ellas hablan, veo aparecer la silueta, nítida en la oscuridad, del viejo Schopenhauer junto al cerezo, el viejo Schopenhauer con su cara de gato, de puma, de felino, patillas y cabellera de plata, ojos clarísimos, como burlándose de este silvestre terrícola, ríete si quieres viejo germánico le digo, sí, así es, apenas acabo de darme cuenta, pero de darme cuenta en carne y hueso, no en palabras impresas, no en teorías, no en los libros que al final sólo sirven para divertirse, para distraerse, porque uno nunca aprende, porque el error inicial que cometimos una sola vez lo seguiremos cometiendo hasta el fin, ¿la filosofía? ¡La de siempre! ¡La única! ¡La del joven Sócrates! ¡La sabiduría consiste en saber morir cada día! ¡Salud por eso, amigos! Así pasamos, así como las generaciones de hojas de los árboles, ¿y qué? ¡Tal es la ley y hasta el privilegio! ¡Porque el morir es tan importante como el nacer ¡No vemos el menor ápice de tragedia o de tristeza en eso! Carpe diem ! dice Horacio, dice Ronsard, dice el gato viejo germánico… ¿Y mi gato? ¿Dónde está mi gato atigrado, gordito y bello? ¿Dónde está mi gato galo? ¿Porqué no sale a recibirme? ¡Qué frío de mierda!...   Día uno, anfibio en el limbo; día dos, anfibio en el limbo; día tres, el anfibio sigue en el limbo pero surge la reina infernal de la comparación, esa testaruda forma de la ignorancia. Y la comparación surge al degustar un pollo galo que me sabe a plástico insípido. El pollo de aquí. El pollo de allá. Y el pollo a la brasa con el que se deleitó, casi caníbalmente, mi hembrita: nancy que bertha… Pero… ¿para qué comparar si todo es distinto, si cada cosa puede ser apreciada en su clima, en su cultura y contexto, sin referirse a la que conocemos? Observemos la rosa de los vientos desde mi reino, le digo al viejo genio con cara de felino. Soplan los demonios del viento ¿es el mistral? ¿O la tramontana? En todo caso, los demonios del viento soplan felicen y endemoniados sobre nuestras precarias cabezas –la cabezas de las momias del Museo del oro, en Lima, por ejemplo. Así fuimos recibidos después de nuestro bello viaje por el Reino, por la voz y los brazos del viento… Carpe diem ! Goza de cada instante, necio! Y si no puedes trata por lo menos, necio! ¡Salud por eso!

      El domingo 9 de diciembre del año que ya fue, día de nuestra partida al Reino, preparé unas costillas de chancho a la mostaza, aromatizadas con tomillo y salvia. El sol brillaba exactamente como el de hoy, 18 de enero del 2019 cuando por fin me pongo a escribir, y acabo de darme cuenta de que era el mismo sol, la misma luz, la misma potencia de la estrella de lava rompiendo el espacio, todo es o parece ser lo mismo en verdad, pero yo ya no. He vuelto del Reino transfigurado en anfibio anuro, en anfibio uródelo, en salamandra, en sapo, en rana, de pronto en renacuajo, por lo demás el renacuajo es lo más parecido al espermatozoide… ¡Soy la salamandra en el fuego que no la consume! ¡Soy el gran espermato que no ha muerto! ¡Soy uno de los sobrevivientes de las especies del Reino!
      Tomé poco vino aquel domingo pretérito, pero que aún conservo. De nuevo fueron las mandarinas. De nuevo fueron los dátiles. De nuevo fueron el pan y el queso camembert, que empujé con un sobrio copetín de tinto. De pronto Boconcita quiso dar los penúltimos toques, el furibundo aspirador, limpieza general, escoba veloz, recogedor, plumero, polvo, telarañas, residuos, los productos de limpieza, ahora a trapear, en media hora nuestro castillo de Lambesc era idéntico a varios espejos resplandecientes, pero mi gato nos miraba desconfiado. Previamente, una rápida incursión en el supermercado, adquisición de los últimos implementos, navajas de afeitar, cepillo de dientes, toallitas, desodorante. Nos despedimos de la suegra. Nos despedimos de la tía, es decir, nos despedimos de sus ancestros féminas. Nos despedimos de mi gato que, suspicaz, como presintiendo nuestra ausencia, y la mía en especial, presintiendo su abandono, estuvo jode y jode, entra y sale por la puerta principal, por la ventana de la cocina, por la ventana del cuarto, de nuevo por la puerta principal, ahora quiero ir al garaje, dijo, yo le dije ya no jodas pues, gato.
      Puntual llegó Cristo Rengifo, músico made in Cali, antiguo y gran amigo nuestro, tipo cuatro, para llevarnos al aeropuerto. Con esto de los chalecos amarillos, que se habían apoderado de los óvalos, de las intersecciones principales y hasta de ciertos puentes, estábamos algo alertas, no fueran a interrumpir nuestro trayecto, en todo caso era como una revolución francesa de los tiempos cibernéticos. Tipo cinco y media, ya casi noche cerrada en estos inviernos, llegamos a un hotel de plástico en las inmediaciones del aeropuerto, el vuelo sale a las seis, a las cuatro de la madrugada ya estamos registrando maletas, en verdad estamos muy cargados, dos maletones, dos maletines, dos mochilas, estamos medio perdidos, venimos a pie desde el hotel de plástico, felizmente no hace frío, no hacía frío aquel diciembre pretérito, en aquella Marsella que sigue dando vueltas. Previamente, una chela, este aeropuerto me parece de plástico y sin alma digo criticón, todos hablan bajito, nadie ríe, luego la degustación de una carnaza a la parrilla en el restaurante Courtepaille –casi de plástico, prácticamente de plástico– del aeropuerto, un ensaladón para mi amorcito Boconcita que sonríe, sonrío yo también, inminencia de vuelo, hablamos con una simpática pareja que viaja rumbo a su nostalgia en la Guyana francesa, ya estamos otra vez en nuestra recámara de plástico, dormimos, soñamos, duchazo tipo tres, ya estamos en el palomón de aluminio KLM rumbo a la paz de Amsterdam, sanguchitos de pollo y café, el aeropuerto Schipol es una ciudadela lujosa, inmensa, algo laberíntica, Amsterdam bajo un colchón de nubes compuestas por vapor diferente, leve turbulencia, un pensamiento amistoso para Rómulo, por estas callejuelas caminaron Rembrandt, pienso, Spinoza, Erasmo, y también Sylvia Kristel, y también Johann Cruyff y todos y cada uno de los integrantes de la Naranja Mecánica, y Hugo Sotil seguramente, ¡un saludo admirativo desde a      quí para el gran Cholo, habitante del Reino!, y en eso momento veo a Boconcita fumando en una caja de vidrio climatizada del aeropuerto.
      Luego de un vuelo que nos pareció muy largo en estos mínimos espacios siderales, y sobre todo en la ilusión del tiempo, llegamos al Reino. Mi corazoncito latía muy fuerte, como siempre que vuelvo al Reino, pero me hice el huevón, súbitamente filósofo. Ahora que escribo esto me doy cuenta de que, en ese momento, estaba dándome cuenta de cada detalle, de cada situación, de cada contexto, con mis orejotas y mi saber de murciélago en la oscuridad de los tiempos. Y como llegamos a la hora prevista por los astros, nos esperaba mi primazo Joel sonriendo, más sonrisa y un abrazote, presentaciones y congratulaciones, pese a la comidita en el avión Boconcita tiene hambre, yo también, veo anticuchos, veo pollos a la brasa, veo papas rellenas, tantas delicias veo, cachangas veo, veo picarones, veo emolientes, estamos volando rumbo al Sol de la Molina, larguísimas avenidas llenas de ruido y olores, tráfico terrible, sonido y furia de los cláxones, lucecitas en los cerros, casas a medio construir, chifas, pollerías, peluquerías, gimnasios, academias, fachadas de ladrillo por donde se mire, varillas de fierro sobresalen de las columnas, aquí la construcción empieza, en Reino es joven, amigos, el Reino es un chiquillo vital, caótico y travieso, así como fuimos nosotros, así es el Reino.
      Aquí, en el Sol de la Molina, somos alegremente recibidos por las atenciones, por la bondad, por el afecto, por la generosidad, por la espontaneidad, por la sinceridad, por la gentileza de Aida y Elba, de nuevo cabalgamos sobre la ola de la risa, ahora surge la delicia de un seco de carne, la conversación tiene alas, yo traduzco hasta los chistes, ya no recuerdo de qué hablamos pero hablamos bastante, todo era risa, todo era evocación, todo era anécdota, mil gracias por todo, nunca olvidaré mi llegada al Reino, buenas noches.
      Al día siguiente, desayunazo con pan, café, tamales con relleno de pollito, un plato de ricos tallarines para Joel; luego visitamos a la tía Aurora, al tío Nico casi centenario en la residencia Los melones, a Sandra, nos ofrecen frutas, piña, chirimoya, mango, fresas, luego nos dirigimos al centro histórico hablando de esto y de lo otro, la densidad del tráfico es infernal, como será México D. F. pienso, avanzamos despacio bajo un sol como filtrado por gasa, de pronto Lima gris color rata gris, color rata de campo, artistas atletas hacen su demostración en plena pista, vendedores de gaseosas, vendedores de helados, vendedores de golosinas, ahora el semáforo pasa a verde, bajo la ventana, les doy cinco solifacios a los formidables atletas, ahora esta parte de Lima súbitamente iluminada, pasamos frente a la Plaza de Acho, claroscuros, calor, olores múltiples, las casitas en los cerros, breve altercado verbal a propósito de las corridas de toros, tauromaquia digo, tauromaquia, el arte de torear, ¡el choque mítico del hombre y la bestia superior en fuerza y en peso!, a Manamarie Boconcita las corridas de toros no le interesan para nada, ella defiende a nuestros semejantes los animales por encima de todo, en sus mejores momentos es capaz de comunicar con los pájaros, y hasta con los faisanes, soy testigo de estos prodigios, pero a mí mi abuelita Clotilde me llevaba cuando era niño a las corridas de toros en Paiján, por eso me gustan los toros hasta en forma de bifteck, de churrasco, de filete, para eso tenemos dientes, somos bípedos carnívoros, Joel se ríe, ahora la fealdad y la horripilancia arquitectónica de Lima me parecen bellas, hoy, once de dieciembre de aquel pleistoceno reciente. Dejamos la nave en un parking al aire libre, bajo la terrosa luz. Caminamos. Observamos. Escuchamos. Olfateamos. Escala en el Cordano, en el mítico e histórico Cordano, una chela Pilsen, un cócktail de algarrobina para mi hembrita, súbitamente hambrientos observamos el proceso de confección de los apetitosos sánguches, es un ritual de pericia y rapidez, mejor esperemos un poco digo, mejor vamos a un restaurante, entonces me fijo detenidamente –como escapando de las redes del tiempo lineal– en un un viejo afiche donde aparece un torero inmortalizado en faena, alrededor de nosotros hay decenas y decenas de botellas como un arsenal báquico, pero el vino es caro en el Reino, además nadie toma vino en el almuerzo, toman Coca-Cola, toman Inca-Kola, en fin, para mí  sólo chelas en el Reino a la hora sacrosanta del almuerzo, de nuevo el pan cortado en dos, las lonjas de jamón, el corte veloz, siento casi epidérmicamente la presencia de la madera, en la esquina Víctor Humareda observa. Es increíble le digo a Manamarie Boconcita, con un cuadro de ese artista se ilustró mi novela, fue una idea muy buena y acertada de nuestro querido Jaime, me mostró varios cuadros posibles, yo también preferí el de Humareda, es ese pintor que nos está mirando ¡Salud, Víctor Humareda! Cuento esto, amigos, sin ínfulas de nada. Yo, que he sido vagabundo en las Galias, afirmo aquí, en este instante preciso, que allá, en el Reino, en el Bar Cordano, fui recibido por el vigoroso genio de Víctor Humareda. El milagro ocurrió gracias a los vasos comunicantes del arte que operan por encima del espacio y como fuera del tiempo, de modo que estamos dándonos un abrazote, y en este momento de escritura le sigo dando un abrazote al puneño sideral… Ahora salimos por las viejas calles transitadas por cuantos millones de actuales esqueletos, condes, vizcondes, barones, duques y archiduques, marqueses, príncipes, virreyes, reyes machos y hembras y demás gente que se las daba de bacán, pienso, no hay que dárselas de bacán, tanta vanidad el hombre y sólo sirve para juntar moscas, todo lo que sube baja, la rueda de la vida, la vida es una tómbola, más vale un perro vivo que un león muerto, estamos pasando frente a Palacio de Gobierno rumbo al ritual ancestral del almuerzo. De pronto, en la esquina de Conde Superunda con Palacio, aparece el poeta Jorge Ita Gómez en carne y hueso, nomás en el Cordano me había acordado de él, ¿cuántos millones de habitantes tiene Lima? ¿Diez millones? ¿Once millones? Poco importa, allí está Jorge. Confundido entre la variopinta fauna de mortales, el poeta parece apurado, atraviesa las gruesas rayas blancas, rectangulares y peatonales, ¡Corchito! le grito ¡Corchito! Tan sorprendido como yo, el poeta dice « ayer nomás estaba leyendo una de tus crónicas, Corchito ¡qué gustazo! ¡Qué increíble! ¿Desde cuándo estás en Lima? » « ¡Desde ayer! » casi grito « te presento a mi primo Joel, te presento a mi hembrita, se llama Anne-Marie » Nos abrazamos afectuosamente todavía incrédulos, unas fotos pal recuerdo, sigue el río del tiempo y de la vida, allá nomás está el horrible río Rímac, bulla citadina de la urbe que parece en hervor, bocinazos, se habla de un futuro encuentro en Barranco, pero cada quien a su destino provisorio, nuestros rumbos divergen como nuestras concepciones, él es vallejopata, yo soy vallejofobo, pero eso no importa… Un emisario de algún faraón de alguna dinastía egipcia le pide a Platón que escriba un libro para cantar la gloria de los faraones de aquel Egipto ahora bajo arena, habla de todas la dinastías, Platón, habla o escribe por favor, pero sobre todo de los faraones, y el poeta filósofo responde: « Más vale hacer una enumeración de sombras »… Chau Corchito, ¡ya nos vemos allá en las Galias!, y Humareda y el suscrito ji ji ji ja ja ja, cuando en una micro fracción de segundo me imagino a Lima la Bella, a Lima la Horrible totalmente cubierta por la arena de los milenios venideros, bueno, casi totalmente cubierta, sobresale la cima del cerro San Cristóbal con la cruz del joven dios importado, parece lo que queda de la estatua de la Libertad en la película El planeta de los simios con Charlton Heston… Apenas me estoy sacudiendo de la arena cuando nos materializamos en el Pasaje Escribanos, donde nos instalamos. SIN VéRTEBRAS. CíRCULO D.M.