Modelo: Luna. Fotografía: Rosanne Meléndez.
Por Miguel Rodríguez (paisano, mitad franchute, mitad chimbotano).
Repentinamente, sin el menor aviso, sin la menor transición, sin el menor
intervalo e ignorando nuestro calendario gregoriano, a comienzos de marzo se
insinuó con fuerza la diosa primavera, amigos. Gracias a esta cósmica
manifestación anti-muerte, me acordé de la querida antigüedad griega, de los
queridos Misterios de Eleusis, y se lo dije a mi gato franchute… Deméter, diosa
de la agricultura y de la cosecha… La antigua religión griega, gato… El templo
de Deméter en Eleusis… La madre de Perséfone… Hades el rey de los infiernos
la rapta… Los Misterios de Eleusis son los misterios del paso por el valle de la
muerte hacia la vida otra vez, en terminología cristiana la resurrección, gato…
La promesa de la inmortalidad, qué curioso… Dionisio es el dios tutelar, con el
nombre de Iachoos… Los Misterios representaban una de las cúspides de la
espiritualidad griega… Los Pequeños Misterios… Los Grandes Misterios… Las
divinidades ctónicas femeninas… las divinidades telúricas, gato… La Reina de
la Noche, la que sabe lo que nostros ignoramos… Deméter, Coré, Proserpina…
Hades-Plutón… El monarca de los Grandes Infiernos… ¡Oh, Zagreus! Perséfone
en Eleusis, en Tebas, en Megaria, en Sicilia, en Arcadia y en los Misterios de
Samotracia en la mente, un domingo en Lambesc… Las yeguas negras, las
yeguas azules… Y esa variedad de vida tan rara, la muerte, ¡uf!
Después de muchos días que pasamos, Boconcita y el escriba, confrontados a las
divinidades del abismo –el suicidio de una amiga, luego accidente y hospital,
luego continuas visitas al olor de los hospitales, esos buques inmensos, de nuevo
el influjo de las fuerzas tenebrosas, las ceremonias lacrimosas de la muerte, la
ciudadela de los muertos, la necrópolis memorial, el ataúd, el crematorio, las
cenizas, la urna, las oraciones fúnebres, la vanidad de los vivos, de nuevo los
buques-hospitales, ah, ese olor de los hospitales, ¡hasta mi gato de siete vidas
casi muere! –, decía, me acordé de los antiguos Misterios de Eleusis, pero como
mi Boconcita estaba demasiado afligida, se los conté a mi gato, actualmente
convalesciente después de feroz reyerta con felinos invasores –uno gris, otro
rubio, ambos temibles, más grandes y más gordos que él, más expertos en
mordiscos y zarpazos. La semana anterior, durante los violentos vientos de la
tempestad, recibió un terrible impacto de rama que le hizo sangrar el
hociquito… ¡Está abollado mi gato! ¡Gato! Latín cattus, de cautus, prudente o
astuto, de catus, hábil o ingenioso, de catum (captura), porque caza ratones (o
lagartijas primaverales, o pajaritos desprevenidos), ¡gato! Aparte de tus siete
vidas… ¡Cuánto quisiera poseer tu lucidez, tus cualidades y atributos! ¡Sobre
todo la visión nictálope y la rapidez! ¡Mi suegra se cae durante el vendaval!
¡Cuatro grados bajo cero! ¡Lluvia y ramalazos! ¡Viento helado a cien por hora!
¡Acuden los bomberos! ¡Nosotros consternados! ¡Un tierno y solidario saludo
para mi tía Julia, allá en el Reino también cayó! ¡La operaron! ... Sinceramente,
amigos, al cabo de tanto pánico, de tanta agitación y pesadumbre, sobre todo en
la ciudadela de los muertos adyacente a otra ciudadela, un vanidoso y
geométrico cementerio norteamericano, y relativizando la totalidad de
acontecimientos, de nuevo el escriba se sintió como un rey… Vivito y
coleando… Como un renacuajo en los estanques de la primavera inminente,
como recién salido de las grutas de Eleusis.
Ahora, como un médico, ausculto por siaca la buena salud de mi vida actual,
termómetro, saque la lengua, linternita en la caverna rosa, respire, estetoscopio,
presión arterial, todo en orden, Monsieur Rodriguez, está bastante gordito, ¿qué
pasó? ¿Ochenta kilos? ¡Ah, carajo! ¡Mi peso ideal es 66 kilovatios, doctor!
¡Necesita una dieta estricta! ¡Menos conejo frito! ¡Menos chicharrón! ¡Menos
biftecs de cuatrocientos gramos! ¡Menos arroz con pato! ¡Menos seco de pollo!
¡Menos mondonguito a la italiana! ¡Menos lomo saltado! ¡Arroz y papas fritas!
¿Dónde se ha visto eso? ¡Precisamente! ¡Menos arroz! ¡Menos papas! ¡Menos
arroz chaufa! ¡Menos vino! ¡Menos chelas, Monsieur! ¡Y no coma mucho ají!
¡A su edad hay peligro de almorranas! A propósito, ¿qué edad tiene, Michel?
Cincuenta y seis añitos, doctor, ¿56? ¡No hay problema, Monsieur! ¡En
comparación a su gala suegra y a su gala tía abuela, es usted un adolescente!
¡Paso al siguiente paciente! ¡Adelgaze y haga deporte! Au revoir !
Pero sigo auscultando y analizando la ronda de mi vida, y me río de buena gana
–un saltito para evitar el guadañazo de la Pelona que merodea siempre–. Por
ejemplo, doy un vistazo cinematográfico a mi antigua existencia, cuando era
buzo de vajilla. La realidad es la relatividad. Comparada a esa vida calzonuda
por voluntad propia, cuando además era el Señor de los Peroles, lo actual es un
juego breve, divertido e instructivo. Por ejemplo, me ejercito en el arte de la
atención total. El pensamiento se desintegra, desaparece. Surgen dos tenedores,
dos cuchillos, dos cucharitas, dos cucharas (cuando hay sopa a la minuta o caldo
de gallina), dos platos, una sartén, una olla o perolito, y ya. Acción de
brevísimos minutos, luego regresa el pensamiento cabalgando sobre Santorín.
En ese momento, pienso en la vida, pasión y muerte de los árboles frutales, en
ese momento recuerdo a mi gato cuando me acompaña a recolectar ramas de
laurel, de un salto sube sobre la caja de madera del abono. Tipo diez, vestido de
torero en la imaginación, empiezo mi faena literaria. Y cuando vuelvo al
sorprendente paraíso de la vida conyugal, sigo escribiendo, paso en limpio, es
decir al ordenador, lo realizado a mano por la tarde, y me parece maravilloso
tener casa, hembrita y gato… ¡Gato! Es muy selectivo el pequeño tigre. En el
comer, es exquisito. Esencialmente, se nutre de un picado especial para felinos
domésticos, a base de carnes diversas: carne de res, pollo y conejo;
paralelamente, degusta croquetas de purina desde que amanece hasta que
anochece, por eso está tan gordito. Sólo una vez se dignó degustar una carnita
que, solapadamente, le aventé. Desdeña el pellejo de pollo, aunque todavía no le
hago probar pescado fresco. Siempre tiene qué comer, y en abundancia, arriba y
abajo en nuestro palacio, pero a veces maúlla, jode y no me deja escribir, pero
yo lo ignoro y sigo escribiendo hasta que su mente se ilumina y para de joder.
Antes de salir al paraíso del jardín, el muy goloso de nuevo quiere comer. El
ritual consiste en que le acaricie el lomo eléctrico y, en especial, el pescuecito.
Me observa. Vierto el contenido de su recipiente en la bolsa de croquetas, lo
vuelvo a llenar, y sólo entonces vuelve a comer. Como es un aristócrata natural,
quiere que le sirvan. Ya está en el jardín, pobrecito mi gatuno, todo maltrecho.
Recibe el sol de Wiracocha o de Tutankamón. Y yo, simple mortal, debo
enfrentar el día espléndido como si fuera un monstruo invisible y feroz… Alzo
la vista: nevados borregos de nubes trotan suavemente por los cielos de Lambesc
después de la tormenta… ¡Salud por eso!
Uno de los tres poemas de las Flores del Mal consagrados a la eternidad de los
gatos, así empieza:
Viens, mon beau chat, sur mon cœur amoureux
Ven, gato bello, a mi pecho amoroso
Retiens les griffes de ta patte
Retén las uñas de tu pata
Et laisse-moi plonger dans tes beaux yeux
Y deja que me hunda en tus bellos ojos
Mêlés de métal et d’agate
Mezclados de metal y de ágata. SIN VéRTEBRAS. CíRCULO D.M.
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