¡Ya no soy el Señor de los Peroles! ¡Fuimos
expulsados del reino, del pueblucho medieval, donde nuestro talento casi muere
botando espuma por la boca, amigos! ¡Ahogado en agua de vajilla! ¡Eructando
burbujas! Pero no. Casi no vale, nuestro talento no murió, al contrario, mi
Lechón, mi siempre querido Lechoncito, Cuy de la Antigüedad clásica, Marranito
de Sumeria, Cerdito de Persia, Samaño del Incanato, a partir de hoy puedes
llamarme el Ronsard chimbotano, sobre todo por el ron… ¡Soplen fuerte sus
trompetas con banderín bicolor, heraldos resplandecientes del rey René, el rey
poeta! ¡Soplen desde las torres del castillo! ¡Soplen a través de las almenas!
¡Soplen a través de las hendijas secretas! ¡Se va el Señor de los Peroles!
Abajo, en el Bar de Jeanne, en las calles, en el Correo, en la Plaza de los
Héroes, la multitud se agita y clama. Y reclama, exclama y se pregunta. Hasta
los cocodrilos y los caimanes de los fosos, desconcertados, junto a perros y
gatos, se preguntan. Y también se preguntan los bufones, los palafreneros, los
ballesteros, los caballeros, los arqueros, las damiselas, los verdugos… ¿Se va
el Señor de los Peroles? Y gritan los bufones pendejos: ¡No es que se va! ¡Qué
va! ¡El Señor quería quedarse aquí hasta el próximo acontecimiento nuclear! ¡No
es que se va! ¡La verdad es que lo fueron! ¡Hubo un complot! ¡Secretamente, por
supuesto! ¡Le hicieron corralito por dárselas de gran pendejo! Por ejemplo: el
Señor de los Peroles, como es bien mosca, muy rápido se dio cuenta de que el
rey René, duque d’Anjou, conde de Provenza, duque de Bari, duque de Lorraine,
casado con la hija de Charles II de Lorraine, rey de Nápoles y rey titular de
Jerusalén… Resulta que ese rey, ese magnífico mecenas, ese poeta que tenía un
super salón literario en Sex-en-Provence… Resulta que ese rey… ¡Qué terrible
revelación del Señor de los Peroles! ¡Resulta que ese rey era el plomero del
pueblo! En una de esas hermosas fiestas medievales, en una de esas tabernas, en
esa taberna llamada los Filistinos o los Filisteos –los enemigos de Sansón–, el
Señor de los Peroles, ya bastante chicha, en bluyín y con una camisita
guarapera, se acercó al grupo de ballesteros, al grupo de catapultistas, al
grupo de arqueros, al grupo de caballeros que rodeaban al rey René, todos
bebían cidra o hidromiel, el Señor de los Peroles con su chela simplemente,
¡Salud, rey! dijo y hasta quiso pagar una ronda para todos los disfrazados,
pero los disfrazados no aceptaron. Ese fue un gran momento, amigos. Una
revelación que luego revelaremos, así como el significado de otra fiesta,
supongamos la del anteaño pasado, cuando el Señor de los Peroles, la Dama
Lechón y la entonces Niña Diabolina, participaron en una tremenda comilona
medieval, tremendas pailas, fuego de leña, música medieval, trovadores,
menestreles, bufones y saltimbanquis, todo el mobiliario de madera, todo
rústico, toneles, las sillas eran cubos de paja, las bancas tablas sobre cubos
de paja, se oían las trompetas doradas de los heraldos, mi Lechón estaba tan feliz
que hasta comió con los dedos la presa del sopón, y en ese momento pasé al
rosé. Yo pensaba en un libro del verdadero rey René, Livre du cœur d’amour
épris, compuesto en 1457, libro que, pese a no haberlo leído, pese a que muy
probablemente jamás leeré, te lo dedico mi querido Lechón bonito, yo, el Señor
de los Peroles, borrachín y juerguero incorregible, hasta el fin, porque el
cuerpo morirá en su ley, el Señor, funámbulo y trapecista –salta siempre sin
malla protectora del ¡pum! o mejor dicho del ¡plaf!– de la maestra vida, el
Señor vuela en sus mejores momentos mimo Superman, con eso le basta y sobra.
Soplones, felones y usurpadores complotan en los patios, en los pasadizos, en
las terrazas, en las torres del castillo, man, y nadie puede saberlo. La mamá
de Yayita también parece interesada por los grandes acontecimientos. El Señor
se juerguea en exceso. El Señor bebe y bebe, escribe y escribe, cocina y
cocina, come y come, picha y picha, duerme y duerme, orina, caga, lo demás le
importa un culo, sobre todo el maldito trabajo. Ah, mi Lechón amado, ¡si
supieras! Mira mi sangre verdaderamente noble. De la arteria principal de mi
brazo derecho sale rosé de Provence; de la del izquierdo, sangre de Cristo
Côtes-du-Rhône. Puedes preguntarle a los cocodrilos y a los caimanes, también
puedes preguntarle a las princesas y a
las reinas; también puedes preguntarle a los mastines, a los dogos, a los
bracos y a esos patas que voy a llamar aceitadores, esos que vuelcan ollones de
aceite caliente sobre los intrépidos guerreros que suben por las escaleras… No
haré la fastidosa enumeración de mis órdenes reales, de mis órdenes de nobleza,
ni de mis órdenes familiares… ¿Y para qué mostrarte, otra vez, mis blasones,
mis diplomas, mis medallas, mis trofeos? ¿O de pronto mi pedigree estilo mis
semejantes los caballos pura sangre, estilo mis semejantes los perros de
alcurnia? Fue esa sangre de alcurnia verdadera, de sangre nobilísima que,
aquella tarde de comilona medieval, olfatearon los falsos mendigos y los falsos
leprosos, por eso se sentaron con nosotros. La falsa mendiga me acercó la cara
para que le diera un beso, y se lo di, pero sin lengua, y delante de ti, soy
caballero. El otro leproso se cagó de risa y dijo: Marianne !
Marianne ! Il t’a eue ! Yo, el Señor de los Peroles, simplemente, soy
noble y caballero verdadero. Por siaca, me pongo mi cota de malla, esos anillos
de metal entrelazados en forma de pulóver, también me pongo la capucha de
escamas metálicas, la túnica de malla metálica, los guantes. Eso sí, mi Lechón,
mi Chanchito blanco, mi Cerdito, si me caigo borracho al estanque o foso donde
me esperan, ávidos, los hambrientos cocos, ¡todo me quito de un tirón! ¡Y salgo
haciendo surf sobre el lomo de un caimán! ¡Ya salí! ¡Carajo! ¿Y ahora? Necesito
otra ropa, otra cota de malla, otra capucha, otros guantes, otro escudo, otra
lanza, otra espada, otro puñal, otra cachiporra, otra armadura, y otro caballo,
para salir de nuevo al combate. Esto que aquí te digo, copa de rosé en mano y
siempre festejando al dios verano, no te lo digo yo, no te lo dice el
esperpento, te lo dice el Señor de los Peroles, mi Lechón amado… Ahora sí,
damas y caballeros, damiselas y ballesteros, bufones y tragafuegos, llegó la
hora de cederle o mejor dicho concederle la palabra a mi héroe de siempre,
Santo el Enmascarado de Plata, esta vez sin plata. Reproducimos la singular
entrevista.
–Santo, ¿se enteró de
la tragedia griega del Señor de los Peroles?
–Sí, pero no me
preocupo por él. Es un luchador de talento y le he dado muy buenas lecciones.
Sabe dar tacles. Sabe hacer la tijera voladora, no hay problema.
–¿Pero qué opina de la tragedia
griega, Santo?
–No hay tragedia griega. El
Señor de los Peroles no es Orestes, ni su Lechón Clitemnestra, ni la Niña Diabolina
Electra. Además, para hablar con propiedad, no hay Agamenón digno de serlo. En
cambio, Egisto es muy re al, lo
podemos comparar, simbólicamente, al defenestrado Señor de los Peroles. Y no
olvidemos que Clity, como diría
Faulkner, mató al papá de Orestes y de la pobre Electra, ¡ayudada por el tal
Egisto!
–Santo, es usted un amigo
íntimo del Señor de los Peroles, es usted una voz autorizada, usted afirma que
no hubo tragedia griega, entonces, ¿qué pasó?
–La mera verdad, mi cuate, la
mera mera es que el Señor de los Peroles fue expulsado del reino por borracho y
por necio. Y por perezozo. Más perezozo que el sapo de Rimbaud. Y también por
poeta parásito. Su Lechón de la antigüedad clásica ya no lo soportaba. Hasta
sus flatulencias, antes aromas sublimes, empezaron a olerle mal.
–Explíquenos, Santo, esto de
las flatulencias.
–Muy sencillo. Cuando una mujer
ya no respira con deleite el tibio aroma de tus flatos, quiere decir que ya no
te ama, porque cuando uno ama de verdad aspira con deleite los flatos
deletéreos y los alientos de chacal después de las borracheras, palabra de
Flaubert (« Quand on aime on aspire avec délices l’haleine qui vous
empoisonne »). Su Lechón le reprochaba mucho su eterno turrón. Es muy
comprensible. Lechón puede ser considerada como una heroína de los tiempos
cibernéticos o hesperiales. Merece una estatua en Chimbote. Y en la Plaza de
Armas. Y con la siguiente inscripción: « He aquí Lechón de las Galias,
mujer franchute de gran valor. Convivió cuatro años y medio con un poeta
perucho borracho y loco. »
–¿Y usted cree que después de
estos grandes acontecimientos seguirá escribiendo el Señor de los Peroles?
–Por supuesto. Ahora puede
vencer, solo y sin la ayuda del Mil Máscaras ni de Blue Demon, a todos los
villanos. Esto pasaba y el Señor seguía escribiendo.
–Y chupando.
–Es su naturaleza, hay que
dejarlo que haga lo que se le dé la gana y no joderlo. Su desbarrancamiento
empezó con la supresión de los almuerzos bailables de ciertos sábados, de
ciertos domingos. Pienso que la mamá de Yayita-Lechón andaba influyendo en eso.
En verdad, lo cagaron. Al suprimir esas borracheras subliminales, lo cagaron…
¡Esas grandes reuniones con amigos! ¡Esos almuerzos tan ricos! ¡Esas fiestas
con tangos y boleros de remate! Al final, como diría Papá Torres, la india se
mamó. Ahora anda suelto el Señor de los Peroles, y siempre jodiendo, pero no
nos equivoquemos, al menos en cuanto a las damas. No es un alacrán con alas,
como algunos creen, no es un chimpancé con pistola, como afirman otros, no es
un mandril con navaja, no. Falso. Pero si le ponen una papa o un papón en la
cara, jamás dirá no el Señor, es un honor; según él no hay honor mayor para un
varón que ser deseado por cualquier dama o damisela en general, incluyendo
sobre todo a las del pueblo o populórum.
–De modo que, según usted, no
hay tragedia griega, Santo.
–Conociendo como conozco al
interfecto, puedo asegurarlo. Está muy adolorido, eso sí, adolorido del corazón
como dice la canción, y ahora más aún por la muerte física de Juan Gabriel,
pero ya se le pasará. En esto de la tragedia griega, el Señor de los Peroles
detesta a Sófocles admirándolo, detesta a Esquilo admirándolo. Su ídolo es
Eurípides, el autor de Las Bacantes; aunque su ídolo auténtico, a decir verdad,
es Aristófanes. Creo que ésto, su Lechón no lograba entenderlo.
–Es como si su Lechón amado
estuviera en otra película.
–En efecto. Como cada quien,
incluyendo al interfecto.
–Y ahora, ¿qué será del Señor
de los Peroles?
–El Señor tiene por estrategia
volver unos meses a Alcatraz, donde hace un par de años fue capataz. Para
engañar al enemigo. Como se dice en Colombia, el Señor es un perro viejo y
ladra echado. Y es más experimentado que una hormiga culona. El Señor de los
Peroles, buzo de agua de vajilla, se declara vencido, en primera instancia, por
el monstruo que tiene adentro, monstruo que le faltaba en su obstinación por
conocerse a sí mismo, ya lo conoce, ya lo logró; en segundo lugar, vencido por
Yuyito, por la propia Yayita y por la mamá de Yayita.
–En otras palabras, Santo,
usted afirma que Yuyito, Yayita y la mamá de Yayita sacaron de taquito a
Condorito, también conocido como el Señor de los Peroles.
–Así es y, valga la redundancia,
su propio monstruo lo sacó del reino. Ya había visto al monstruo en Macbeth,
pero en este caso la literatura no vale. Necesitaba descubrirlo. El Señor
necesitaba experimentar la potencia del mal sí mismo, no en los libros, no en
los otros. De todas maneras, el Señor rechaza firmemente cualquier forma de
lloradera, cualquier forma de patetismo, cualquier forma de vallejismo,
cualquier forma de dramaturgia. No en vano es caballero.
–Muchas gracias por esta
entrevista, Santo.
–¡Carajo! ¡Ya no soy el Señor
de los Peroles! –grita el Santo arrancándose la máscara– ¡Caballero! ¡Refugio
político en la embajada de Colombia! ¡Caballero de caballería! ¡Pura
caballería! ¡El Señor deja una puertita abierta para el amorcito! ¡Sino, otras
pailas vendrán! ¡Otras sartenes! ¡Otras marmitas! ¡Otros batanes! ¡Otros
ollones! ¡Otros peroles! SIN VéRTEBRAS. CíRCULO D.M.
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