20160904

El Señor de los Peroles




¡Ya no soy el Señor de los Peroles! ¡Fuimos expulsados del reino, del pueblucho medieval, donde nuestro talento casi muere botando espuma por la boca, amigos! ¡Ahogado en agua de vajilla! ¡Eructando burbujas! Pero no. Casi no vale, nuestro talento no murió, al contrario, mi Lechón, mi siempre querido Lechoncito, Cuy de la Antigüedad clásica, Marranito de Sumeria, Cerdito de Persia, Samaño del Incanato, a partir de hoy puedes llamarme el Ronsard chimbotano, sobre todo por el ron… ¡Soplen fuerte sus trompetas con banderín bicolor, heraldos resplandecientes del rey René, el rey poeta! ¡Soplen desde las torres del castillo! ¡Soplen a través de las almenas! ¡Soplen a través de las hendijas secretas! ¡Se va el Señor de los Peroles! Abajo, en el Bar de Jeanne, en las calles, en el Correo, en la Plaza de los Héroes, la multitud se agita y clama. Y reclama, exclama y se pregunta. Hasta los cocodrilos y los caimanes de los fosos, desconcertados, junto a perros y gatos, se preguntan. Y también se preguntan los bufones, los palafreneros, los ballesteros, los caballeros, los arqueros, las damiselas, los verdugos… ¿Se va el Señor de los Peroles? Y gritan los bufones pendejos: ¡No es que se va! ¡Qué va! ¡El Señor quería quedarse aquí hasta el próximo acontecimiento nuclear! ¡No es que se va! ¡La verdad es que lo fueron! ¡Hubo un complot! ¡Secretamente, por supuesto! ¡Le hicieron corralito por dárselas de gran pendejo! Por ejemplo: el Señor de los Peroles, como es bien mosca, muy rápido se dio cuenta de que el rey René, duque d’Anjou, conde de Provenza, duque de Bari, duque de Lorraine, casado con la hija de Charles II de Lorraine, rey de Nápoles y rey titular de Jerusalén… Resulta que ese rey, ese magnífico mecenas, ese poeta que tenía un super salón literario en Sex-en-Provence… Resulta que ese rey… ¡Qué terrible revelación del Señor de los Peroles! ¡Resulta que ese rey era el plomero del pueblo! En una de esas hermosas fiestas medievales, en una de esas tabernas, en esa taberna llamada los Filistinos o los Filisteos –los enemigos de Sansón–, el Señor de los Peroles, ya bastante chicha, en bluyín y con una camisita guarapera, se acercó al grupo de ballesteros, al grupo de catapultistas, al grupo de arqueros, al grupo de caballeros que rodeaban al rey René, todos bebían cidra o hidromiel, el Señor de los Peroles con su chela simplemente, ¡Salud, rey! dijo y hasta quiso pagar una ronda para todos los disfrazados, pero los disfrazados no aceptaron. Ese fue un gran momento, amigos. Una revelación que luego revelaremos, así como el significado de otra fiesta, supongamos la del anteaño pasado, cuando el Señor de los Peroles, la Dama Lechón y la entonces Niña Diabolina, participaron en una tremenda comilona medieval, tremendas pailas, fuego de leña, música medieval, trovadores, menestreles, bufones y saltimbanquis, todo el mobiliario de madera, todo rústico, toneles, las sillas eran cubos de paja, las bancas tablas sobre cubos de paja, se oían las trompetas doradas de los heraldos, mi Lechón estaba tan feliz que hasta comió con los dedos la presa del sopón, y en ese momento pasé al rosé. Yo pensaba en un libro del verdadero rey René, Livre du cœur d’amour épris, compuesto en 1457, libro que, pese a no haberlo leído, pese a que muy probablemente jamás leeré, te lo dedico mi querido Lechón bonito, yo, el Señor de los Peroles, borrachín y juerguero incorregible, hasta el fin, porque el cuerpo morirá en su ley, el Señor, funámbulo y trapecista –salta siempre sin malla protectora del ¡pum! o mejor dicho del ¡plaf!– de la maestra vida, el Señor vuela en sus mejores momentos mimo Superman, con eso le basta y sobra. Soplones, felones y usurpadores complotan en los patios, en los pasadizos, en las terrazas, en las torres del castillo, man, y nadie puede saberlo. La mamá de Yayita también parece interesada por los grandes acontecimientos. El Señor se juerguea en exceso. El Señor bebe y bebe, escribe y escribe, cocina y cocina, come y come, picha y picha, duerme y duerme, orina, caga, lo demás le importa un culo, sobre todo el maldito trabajo. Ah, mi Lechón amado, ¡si supieras! Mira mi sangre verdaderamente noble. De la arteria principal de mi brazo derecho sale rosé de Provence; de la del izquierdo, sangre de Cristo Côtes-du-Rhône. Puedes preguntarle a los cocodrilos y a los caimanes, también puedes preguntarle a  las princesas y a las reinas; también puedes preguntarle a los mastines, a los dogos, a los bracos y a esos patas que voy a llamar aceitadores, esos que vuelcan ollones de aceite caliente sobre los intrépidos guerreros que suben por las escaleras… No haré la fastidosa enumeración de mis órdenes reales, de mis órdenes de nobleza, ni de mis órdenes familiares… ¿Y para qué mostrarte, otra vez, mis blasones, mis diplomas, mis medallas, mis trofeos? ¿O de pronto mi pedigree estilo mis semejantes los caballos pura sangre, estilo mis semejantes los perros de alcurnia? Fue esa sangre de alcurnia verdadera, de sangre nobilísima que, aquella tarde de comilona medieval, olfatearon los falsos mendigos y los falsos leprosos, por eso se sentaron con nosotros. La falsa mendiga me acercó la cara para que le diera un beso, y se lo di, pero sin lengua, y delante de ti, soy caballero. El otro leproso se cagó de risa y dijo: Marianne ! Marianne ! Il t’a eue ! Yo, el Señor de los Peroles, simplemente, soy noble y caballero verdadero. Por siaca, me pongo mi cota de malla, esos anillos de metal entrelazados en forma de pulóver, también me pongo la capucha de escamas metálicas, la túnica de malla metálica, los guantes. Eso sí, mi Lechón, mi Chanchito blanco, mi Cerdito, si me caigo borracho al estanque o foso donde me esperan, ávidos, los hambrientos cocos, ¡todo me quito de un tirón! ¡Y salgo haciendo surf sobre el lomo de un caimán! ¡Ya salí! ¡Carajo! ¿Y ahora? Necesito otra ropa, otra cota de malla, otra capucha, otros guantes, otro escudo, otra lanza, otra espada, otro puñal, otra cachiporra, otra armadura, y otro caballo, para salir de nuevo al combate. Esto que aquí te digo, copa de rosé en mano y siempre festejando al dios verano, no te lo digo yo, no te lo dice el esperpento, te lo dice el Señor de los Peroles, mi Lechón amado… Ahora sí, damas y caballeros, damiselas y ballesteros, bufones y tragafuegos, llegó la hora de cederle o mejor dicho concederle la palabra a mi héroe de siempre, Santo el Enmascarado de Plata, esta vez sin plata. Reproducimos la singular entrevista.

                –Santo, ¿se enteró de la tragedia griega del Señor de los Peroles?
                –Sí, pero no me preocupo por él. Es un luchador de talento y le he dado muy buenas lecciones. Sabe dar tacles. Sabe hacer la tijera voladora, no hay problema.
      –¿Pero qué opina de la tragedia griega, Santo?
      –No hay tragedia griega. El Señor de los Peroles no es Orestes, ni su Lechón Clitemnestra, ni la Niña Diabolina Electra. Además, para hablar con propiedad, no hay Agamenón digno de serlo. En cambio, Egisto es muy re        al, lo podemos comparar, simbólicamente, al defenestrado Señor de los Peroles. Y no olvidemos que  Clity, como diría Faulkner, mató al papá de Orestes y de la pobre Electra, ¡ayudada por el tal Egisto!
      –Santo, es usted un amigo íntimo del Señor de los Peroles, es usted una voz autorizada, usted afirma que no hubo tragedia griega, entonces, ¿qué pasó?
      –La mera verdad, mi cuate, la mera mera es que el Señor de los Peroles fue expulsado del reino por borracho y por necio. Y por perezozo. Más perezozo que el sapo de Rimbaud. Y también por poeta parásito. Su Lechón de la antigüedad clásica ya no lo soportaba. Hasta sus flatulencias, antes aromas sublimes, empezaron a olerle mal.
      –Explíquenos, Santo, esto de las flatulencias.
      –Muy sencillo. Cuando una mujer ya no respira con deleite el tibio aroma de tus flatos, quiere decir que ya no te ama, porque cuando uno ama de verdad aspira con deleite los flatos deletéreos y los alientos de chacal después de las borracheras, palabra de Flaubert (« Quand on aime on aspire avec délices l’haleine qui vous empoisonne »). Su Lechón le reprochaba mucho su eterno turrón. Es muy comprensible. Lechón puede ser considerada como una heroína de los tiempos cibernéticos o hesperiales. Merece una estatua en Chimbote. Y en la Plaza de Armas. Y con la siguiente inscripción: « He aquí Lechón de las Galias, mujer franchute de gran valor. Convivió cuatro años y medio con un poeta perucho borracho y loco. »
      –¿Y usted cree que después de estos grandes acontecimientos seguirá escribiendo el Señor de los Peroles?
      –Por supuesto. Ahora puede vencer, solo y sin la ayuda del Mil Máscaras ni de Blue Demon, a todos los villanos. Esto pasaba y el Señor seguía escribiendo.
      –Y chupando.
      –Es su naturaleza, hay que dejarlo que haga lo que se le dé la gana y no joderlo. Su desbarrancamiento empezó con la supresión de los almuerzos bailables de ciertos sábados, de ciertos domingos. Pienso que la mamá de Yayita-Lechón andaba influyendo en eso. En verdad, lo cagaron. Al suprimir esas borracheras subliminales, lo cagaron… ¡Esas grandes reuniones con amigos! ¡Esos almuerzos tan ricos! ¡Esas fiestas con tangos y boleros de remate! Al final, como diría Papá Torres, la india se mamó. Ahora anda suelto el Señor de los Peroles, y siempre jodiendo, pero no nos equivoquemos, al menos en cuanto a las damas. No es un alacrán con alas, como algunos creen, no es un chimpancé con pistola, como afirman otros, no es un mandril con navaja, no. Falso. Pero si le ponen una papa o un papón en la cara, jamás dirá no el Señor, es un honor; según él no hay honor mayor para un varón que ser deseado por cualquier dama o damisela en general, incluyendo sobre todo a las del pueblo o populórum.
      –De modo que, según usted, no hay tragedia griega, Santo.
      –Conociendo como conozco al interfecto, puedo asegurarlo. Está muy adolorido, eso sí, adolorido del corazón como dice la canción, y ahora más aún por la muerte física de Juan Gabriel, pero ya se le pasará. En esto de la tragedia griega, el Señor de los Peroles detesta a Sófocles admirándolo, detesta a Esquilo admirándolo. Su ídolo es Eurípides, el autor de Las Bacantes; aunque su ídolo auténtico, a decir verdad, es Aristófanes. Creo que ésto, su Lechón no lograba entenderlo.
      –Es como si su Lechón amado estuviera en otra película.
      –En efecto. Como cada quien, incluyendo al interfecto.
      –Y ahora, ¿qué será del Señor de los Peroles?
      –El Señor tiene por estrategia volver unos meses a Alcatraz, donde hace un par de años fue capataz. Para engañar al enemigo. Como se dice en Colombia, el Señor es un perro viejo y ladra echado. Y es más experimentado que una hormiga culona. El Señor de los Peroles, buzo de agua de vajilla, se declara vencido, en primera instancia, por el monstruo que tiene adentro, monstruo que le faltaba en su obstinación por conocerse a sí mismo, ya lo conoce, ya lo logró; en segundo lugar, vencido por Yuyito, por la propia Yayita y por la mamá de Yayita.
      –En otras palabras, Santo, usted afirma que Yuyito, Yayita y la mamá de Yayita sacaron de taquito a Condorito, también conocido como el Señor de los Peroles.
      –Así es y, valga la redundancia, su propio monstruo lo sacó del reino. Ya había visto al monstruo en Macbeth, pero en este caso la literatura no vale. Necesitaba descubrirlo. El Señor necesitaba experimentar la potencia del mal sí mismo, no en los libros, no en los otros. De todas maneras, el Señor rechaza firmemente cualquier forma de lloradera, cualquier forma de patetismo, cualquier forma de vallejismo, cualquier forma de dramaturgia. No en vano es caballero.
      –Muchas gracias por esta entrevista, Santo.

      –¡Carajo! ¡Ya no soy el Señor de los Peroles! –grita el Santo arrancándose la máscara– ¡Caballero! ¡Refugio político en la embajada de Colombia! ¡Caballero de caballería! ¡Pura caballería! ¡El Señor deja una puertita abierta para el amorcito! ¡Sino, otras pailas vendrán! ¡Otras sartenes! ¡Otras marmitas! ¡Otros batanes! ¡Otros ollones! ¡Otros peroles! SIN VéRTEBRAS. CíRCULO D.M.