20160819

Poetas en Provenza




      Cuando me puse en contacto con Papá Torres, el primer y último poeta colombiano veterinario de la historia universal, soñé que tomaba desayuno con tamales, chicharrón, mote, té, café, leche, pan con mantequilla, pan con mermelada, pan francés, jamón, jamonada, huevos duros, huevos fritos, salchicha, mortadela, cachangas, humitas, yuca frita, tamalitos verdes, pescao frito, tacu tacu con su huevito montao, palta, lomito, atún con cebolla y su respectivo limoncito, ¿aló  aló? ¿Papá Torres? ¡Quiubo mijo! ¡Ya vamos rumbo al sol del sur! ¡Ah! ¡Cuánto me alegro! digo, pero no podré darles un abrazo de amistosa bienvenida, ¿y eso, mijo? Porque aquí en el sur uno recibe a los amigos con los brazos repletos de botellas de rosé y de pastís, ¡si los abrazo se me caen! Ja ja ja se ríe el poeta, bueno, mijo, llegamos a Marsella el domingo 31 o el lunes primero de agosto, un abrazo, igual pa ti, ¡y me saludas a Rosalba!
      La pareja colomboparisina fue albergada, primero, en casa de Yaneth y Ernesto, la pasaron super bien, cebiches y pollos al forno, playas y museos, chuletas a la mostaza y sobrebarrigas, y cuando los vi llegar me admiré de su increíble blancura made in Chiquinquirá, departamento de Boyacá, Colombia tierra querida. Lo demás, como la vida, pasa muy rápido, tomar apuntes como tomar una copa de rosé es el arte supremo, digo y repito, lunes en la ciudad de los Peroles, carpaccio y lago, domingo noche pizzas diversas y vinos diversos y mucha risa con la pareja, con el Vecino y mi Lechón, chez Maurice. Lunes en Jouques, Jouques en la claridad total, el lago en la mente, la estación de trenes de la antigüedad, la iglesia, el cementerio, los cipreses, de nuevo el agua saltando entre las piedras. Y yo anoto: Alexandre, el carnicero de la Maison Giraud, ya no está en la ciudad o pueblo de los Peroles, se mudó a Jouques. Otro día, anoto: caminando por Aix o mejor dicho Sex-en-Provence, Papá Torres busca la sombrita, es que se le olvidó el sombrerito, para que Don Sol no le achicharre la calvita, destejido de gorra o azotea apenas semicubierta. Sigo anotando: el domingo, fríjoles con Cristo y Cristito. Sigo anotando: la cena del jueves en casa de Dalia y Remi. Sigo anotando: Lulú es el gato que habla. Sigo anotando: carajo, ya me veía como salvavidas en el trabajo de la piscina, ya me quería hacer la manicure, la pedicure, el corte de pelo aerodinámico, planchas, abdominales, quemando grasa a full, depilación no porque el indio aquí presente no necesita, más pelos tiene una bola de billar. Sigo anotando: una frase que dijo Cristo: ir a Ibiza para pichar con holandesas. Al final el trabajo es de ayudante de piscinero, caballero. Yo ya me veía en un puesto de untador de bronceador para chicas y chiquillas entre diesciocho y ochenta, caballero. Sigo anotando: el castillo de Momó, la cena de recepción, el mismo día, ese sábado, por el cumple de Mary, con Augusto, la comadre Gina y toda la familia, rica comida, ricos vinos. Otra nota: los elementos del desayuno. Otra: búsqueda infructuosa de nubes. Otra: Lulú, el gato que habla, dormitando en el macetero, flechado por la luz de las diez. Ese mismo sábado, antes de que llegaran Papá y Albita, anoté: sensación de riqueza planetaria, astral, disponer de cada instante del santo día de hoy como yo quiera, y el señor Mistral barrendero barre y barre, unos algodones por aquí, unos algodones por allá, rumbo a Oriente o a la nada, ¡ahora ya no queda ni el fantasma o el espectro de una nube! Me asomo a la ventana y anoto: mirlos en frac dando brinquitos en el jardín, junto al rumor veloz de la autopista. Sábanas flotando en el cordel, son fantasmas ligeros. Detrás, la página de este cielo de volframio.
      Pero este domingo les digo: Papá, vayamos a Vauvenargues, al castillo de Picasso. Y aquí estamos, mirando y admirando los paisajes o mejor dicho el perfil de la Montaña mágica vista desde aquí, sus flancos. Hay una simpática pareja, rubios los dos. El pata mastica su español y se luce delante de su hembrita, hablando con nosotros, vienen de la Dordogne, creo, o de más arriba, y están, como nosotros, de vacaciones. El pata es un típico o arquetípico representante de la pedantería, pero con nosotros se jodió, Papá y yo somos poetas mamagallistas. La hembrita debe tener unos cuarentaicinco, está buenaza aunque ya bastante arrugadita, y el poeta de Chiquinquirá observa: Mijo, tiene más teticas el pelao que la india, y Albita y Johnny ¡Juá juá juá! ¡Ja ja ja! ¡Ji ji ji! Ja ja ja!, desplegando zigomáticos a mandíbula batiente, como diría el Reader’s Digest, la risa, remedio infalible, enriquezca su risa en Vauvenargues, mira Papá, mira Albita digo, aquí está el hombre, se llama Luc de Clapiers, Marqués de Vauvenargues, hermoso escritor, filósofo, moralista sin moralina, contemporáneo del Duque de La Rochefoucauld, pobrecito el Marqués, murió jovencito, ¡apenas de treinta y dos añitos! Ese era su castillo. Bueno, no sé si lo era, pero no importa. Picasso, luqueado como pocos, lo compró por unos pocos millones. Y allá mismo está enterrado el pintor, allá, allacito, ¿ven?, entre robles y cipreses, Paloma su hija venía de cuando en cuando en un convertible inglés con galán argentino incorporado, ella es la heredera, si no se han muerto ya deben estar bien viejitos, ¡Salud por esta vida pasajera, Papá! ¡Salud por el Marqués de Vauvenargues! ¡Salud por el Duque de La Rochefoucault! ¡Salú por nosotros! ¡Salú, mijo! ¡Ah! digo ¡ojalá que tengamos tiempo! ¡También podríamos visitar el castillo del divino Marqués de Sade en un pueblo llamado Lacoste, como la famosa marca de ropa! ¡Un millonario o multimillonario creo que suizo o alemán hizo reconstruir su castillo piedra por piedra! ¡Quedó igualito! ¡Y existe también allí cerquita el Bar Café así llamado, Sade!

Nota : en la ciudad de los Peroles, rodajas de atún a la plancha.

      Por la cheno, el poeta me informa, venga mijo, mire, ¡Colombia tuvo un presidente negro! Ah bon ? Ah oui ? ¿Negro negro o fifty fifty como Obama? me intereso y concluyo: sinceramente, me extrañaría, y como dice Fernando Vallejo, Colombia tierra querida es el país de los uribitos y los turbaicitos, de los pastranitas y de los santitos, o sea de los blancos, el país de los conservadores y los liberales, de los doctores, ladrones e hijoeputas. Mijo, repite Papá, ¡le digo que Colombia tuvo un presidente negro! ¡O mejor dicho afrodescendiente! ¡Se llamaba Juan José Nieto Gil! ¡Mírelo aquí! Y yo ji ji ji ja ja ja juá juá juá, ¿otro rosé? Mientras tanto, Albita confecciona un ensaladón delicioso que incluye repollo, calienta arroz con fríjoles estilo moros y cristianos, y tremendos bifes de res, que yo preparo al estilo French… ¡Un salucito por Juan José Nieto Gil!

Nota: el ¡Hahhhh! admirativo de Augusto. Por ejemplo: estábamos pasando cerca de Bandol, entramos a una cava, nos dieron aperitivos y un vino rosé… ¡Hahhhh! Muy bien, digo. Hay que conservar la capacidad de maravillarse, como ciertos poetas en sus mejores momentos. Sólo el amor. Sólo el placer. Sólo lo mejor de la vida. Lo demás son cojudeces.

      Al día siguiente, antes de ir a la panadería en busca de baguets y cruasáns, el poeta de Chiquinquirá, recogiendo una prenda, dice: ¿y ésto, mijo? ¡Yo qué sé! digo. El estaba duchándose… ¡Dos minuticos y salgo, mijo! ¡Ah! ¡Son mis calzoncillos! dice ¡Son los calzoncillos de Caifás! ¡Anoche Caifás estaba feliz y verraquito! ¡Vino Caifás, vio a su india y ¡tin! Y yo ja ja ja juá juá juá. El poeta se autollama Caifás, y su miembro Matías, como el evangelista, ¡tin! Al día siguiente, como se demoraban en una excursión que después fue calificada de « chimba », yo lo llamé: ¿Y entonces? ¿Dónde estás, Caifás? Ya llegamos, mijo. Y llegan. Y me doy cuenta que el poeta veterinario está furioso, habla pestes de la guía de la excursión, una vieja hijoeputa que hablaba como una lora, excursión que, como ya dijimos, fue chimba en el mal sentido de la palabra, porque en Colombia tierra querida también se dice ¡es la chimba! y es algo super elogioso y positivo. De pronto, el poeta y Albita hablan de tatuajes en las páginas del cuerpo humano, monstruo cubierto de piel. La verdad, Jorge odia los tatuajes, se habla de los marinos de antes, de los presidiarios de antes, del aspecto medio delincuencial del tatuaje, todos los marineros de tatuaban, pero, concluye, nada de alacranitos para el capitán, ¡el capitán no iba a tatuarse ni por el hijoeputa!
      Al día siguiente, la gata Luna se meó en la cama del poeta, Albita educada dijo pasó un incidente, ¿qué pasó, Papá?, ¡pasó que la hijoeputa gata se mió en la cama, mijo! Yo me fui a acostar y de pronto siento una humedad en la espalda… Eso lo hace por joder, digo, se siente desplazada, tiene la costumbre de dormir en esa cama, pero no pasa nada, Albita puso las sábanas en la lavadora, bueno, vamos, salgamos. Avenue des Belges. La hermosa fuente de la divina ciudad de Aix-en-Provence, que yo llamo la Fuente de los querubines paganos y de los leones. Nos aparcamos fácilmente, el poeta es un chofer impecable. Hablamos y hablamos. De pronto, me doy cuenta de que estamos entrando en la claridad de otro día tan indescriptible como el día de hoy, culitos a la izquierda, culitos a la derecha, adelante de nosotros profusión de culitos, y también detrás, los ojitos de los poetas vuelan hacia ellos pero nos hacemos los huevones por respeto a Albita, habla que te habla, hablo del trabajo de ayudante de piscinero y, sabiamente, el poeta dice: ¡mijo, esos compromisos chimbos, a la hora del té no valen un culo! ¡Siga escribiendo, mijo! ¡Siga escribiendo! ¿Y qué pasó con Piquiña? ¡Llame a Cristo! Es que andábamos buscando la santidad de la mariguana. Como ya no vivo en Sex, perdí los contactos. Nuestra única esperanza era Cristo, o, mejor dicho su hijo, Piquiña, pero nada. Piquiña se voló. Y Papá Torres, resignado, dice o mejor dicho exclama: ¡Piquiña y el material de guerra se perdieron en el Mediterráneo! La mente vuela. Vuelvo hacia otras lunas y hacia otros soles, días atrás en la ciudad de los Peroles, tipo siete, apertivo en el hermoso Bar de Jeanne con el Vecino y con Denis. Al día siguiente, como ya dijimos, carpaccio con el poeta y Albita, que estaba medio emputada. Vamos a visitar la tumba de Albert Camus, digo, vamos a Lourmarin, está muy cerca, vamos, y fuimos, y aquí estamos, amigos, en Lourmarin de los cielos. Estamos buscando la simple piedra del Príncipe cantor. Simone de Beauvoir era una super mamacita que lo daba, le digo a Papá, ¡de pronto se lo dio a René Char! El poeta opina que la mejor obra de Sartre, ese genio huevonazo, es Las Palabras. Pero recién estamos llegando a Lourmarin. ¿Y dónde se mató el hombre, mijo? ¡Aquí! ¡Contra este árbol! –venimos de Cucuron rumbo al reino del Príncipe cantor– ¡Aquí mismo! ¡El mito de Sísifo! ¡El hombre rebelde! ¡El extranjero! ¡La peste! ¡El exilio y el reino! ¡Calígula! Y aquí estamos, en Lourmarin de los cielos, frente a la tumba del escritor, del filósofo, del poeta, del gran hombre. El cielo tiene la perfección de sí mismo con algo de lavanda. Los cipreses son los guachimanes del ser. Sopla una brisita. Buscamos la tumba de Camus… ¡Aquí está! No soy propenso a este tipo de emociones medio necrofilicas, o al menos eso creo, cuando medio se me escapa una lagrimita, me hago el huevón, luego solapa me arrodillo frente al Príncipe cantor. Es muy pero muy emocionante. Un admirador le ha dejado un papelito que dice, Monsieur, avec vous je suis l’étranger, cuando habla el vientecito de Provenza, aquí, en la eternidad de Lourmarin. Ahora que esto escribo, amigos, se me vuelven a parar los pelos de la emoción y de la sensación. A derecha e izquierda, vemos super criptas, super catafalcos, super piedras de vanidosos esqueletos… ¡Hace años que no venía por aquí ! ¿Ves que no se ve casi nada, Papá? ¡Un simple rectángulo de piedra provenzal cubierta con el terciopelo negruzco del teimpo! La que duerme al ladito debe ser su esposa. Estamos mudos pero nos tomamos fotos. Y el cielo dice, miren y admiren, ¡esta es la tumba de Albert Camus, el Príncipe cantor! ¡Una de las más preclaras inteligencias de la puta Tierra! ¡La sabiduría ancestral de la raza humana no se desviará de su curso por una aventura que ocurrió en Galilea! Amate a tí mismo, ama a la vida, ama al hombre, ama a la mujer, ama a los transexuales, ama a los travestis, ama a la muerte si puedes, ama y punto, ama el instante del cielo de Provenza, lo demás son cojudeces, gracias Príncipe Albert. Y dice Albert: no ames tanto a la belleza fuera de tí, ni a pintores, ni a poetas, ni a escultores, ni a músicos, somos simples mensajeros, ama más bien la capacidad de belleza que hay en ti. Qué maravilla de silencio. Después de tanto ji ji ji ja ja ja juá juá juá, nos envuelve la maravilla de maravillas, que es el silencio interno. Los cipreses centenarios de este hermoso cementerio se mecen, memento homo quia pulvem est et in pulverem reverteris. No hay contraste entre las tumbas enmohecidas, entre las criptas enmohecidas, entre los catafalcos enmohecidos y este cielo. Mugre y cielo son iguales, recién me doy cuenta. Ahora, medio aturdidos, salimos del cementerio, repletos de nada, llenos de silencio. Y hace una sed inmensa. Y yo digo, Papá, vayamos a dar una vuelta por el castillo, vayamos a ver los nenúfares del jardín, y el poeta dice ¿para qué ver tanta piedra, mijo? ¡Tengo una sed del hijoeputa! ¡Vayamos al pueblo! De todas maneras le dimos un vistazo al hermoso castillo, vimos los nenúfares, los tremendos peces gordos boqueando en el estanque, el pueblo allá, el estadio de fútbol donde jugaba el Príncipe cantor, de nuevo el cielo huérfano de nubes. Aquí venían Camus, Sartre, Simone de Beauvoir y René Char, a este bar, ahora ha cambiado, la última vez que vine habían citas de los libros de Camus en las paredes, ¿te imaginas?, es posible que en este instante preciso, en todo el planeta, sólo tú y yo estemos recordándolo con tanto cariño, Papá, junto con estos colores ocres, junto con estos colores violetas, junto con estas vacaciones de cuerpo y mente, ¡hagamos un salú por eso! ¿Chela o rosé? ¡Chela! dice el poeta. Y yo me autosorprendo pensando en mi primera mujer, aquí pasamos nuestra luna de miel, mi yo aquel no podía creer en tanta consagración de la belleza, pichando y pichando con tremenda mona franchute ojiazul en las alturas de Lourmarin, rue des Castellas, vista al reloj del pueblo, chocloc, chocloc, chocloc, ¡tin! ¡Tin! ¡Tin!, salto del tigre con patada al foco en el apogeo de nuestra primera juventud, ¡Tin!, qué belleza, juventud divino tesoro tú me diste tu desesperación y yo la transformé en oro, ¡Y ya pasó tanto tiempo, Príncipe cantor! ¡Te imaginamos leyendo a Baudelaire! ¡Te imaginamos leyendo a Rimbaud! ¡Te imaginamos leyendo a Nerval, aquí, en Cucuron! Aquí también veníamos a pichar le digo a Papá, ¡Tin! ¡Tin! ¡Tin!, admiramos los altísimos álamos centenarios, la paz del estanque en su rectángulo de piedra, la serenidad como una flor, como un nenúfar, de nuevo el bar restorán, el poeta se llama Caifás, el suscrito se llama Gedeón y el juguete principal se llama Lucas, como el Pato y como el médico evangelista, sigo medio nostálgico pensando en esos momentos divinos, ¿ya ves? ¿Qué te decía una noche como ésta? ¡Ya pasaron más de treinta años, Sophie! ¿Te acuerdas de Ronsard? ¿Te acuerdas de René Char y de mi muy querido Antonino Artaud? Pero sigamos. Seamos dignos de la majestad del Luberón tan sereno, tan eterno, tan suave. Seamos idénticos al cielo de hoy y de nunca jamás, le digo a Papá al día siguiente en el Tholonet, cuando de nuevo andábamos persiguiendo a Paul Cézanne por iniciativa de Albita, oiga mijo dice Papá, allá en Lourmarin ese bar no era el bar de Camus, el Príncipe cantor, y yo me río ja ja ja, ya visitamos las faldas de la Montaña mágica, nos hemos acercado mucho a ella, ahora estamos sedientos después de la caminata, pedruzcones megalíticos, patios donde cabalgaban los dinosaurios, mejor dicho los brontosaurios, traca trán, traca trán, traca trán como en Jurassic Park, eso de que era el Bar de Camus era mamadera de gallo, y yo ji ji ji ja ja ja, ¡juá! ¡Juá! ¡Juá!, pero ahora sí vamos a un sitio muy especial digo, y aquí estamos, estamos instalados esta tarde de verano del día de hoy y de nunca jamás, en el Bar restorán Cézanne, aquí venían Paul  Cézanne y Emile Zola digo, venían a tomarse sus rosés, sus pastises, sus chelas, Jorge es Heráclito de Efeso, el suscrito es Anacreonte, ji ji ji, ja ja ja, llegan las chelas, todavía sentimos la respiración de la Montaña, cuando llega Hércules con bastón, ¡ja ja ja, juá juá juá! El poeta de Chiquinquirá, departamento de Boyacá, Colombia tierra querida es, como se dice allá, un gran mamagallista y un gran burlón, como el indio aquí presente, de pronto por eso congeniamos también. Volteo la cabeza como un periscopio y de verdad veo a Hércules. Medio bronceadito, barba de hércules, tremendo pechote, tremendas piernas de ciclista, muy digno, Hércules pasa junto a nosotros con su pareja y un chiquillo, probablemente engendro suyo, y nosotros ja ja ja ¡juá juá juá! Hércules medio cojeaba, se apoyaba en una muleta o mulata, estaba contento y se reía, era un hércules de Provenza, felizmente que no entendía el hispanish, sino nos saca al fresco. A izquierda y derecha, atrás y adelante flotaban tremendos culitos, qué increíble, ya ves Papá, qué fauna tan indescriptible, ¡qué culitos indescriptibles!, por eso llamo a esta ciudad Sex-en-Provence.

     Al día siguiente, el poeta y Albita se fueron a caminar por otros senderos de Cézanne. De regreso, Jorge se entusiasma con pulpitos, con almejas, con calamares, con gambas, con camarones, con filetes de pescado diversos, al final confecciono un cebichito de camarones y el poet  a se comió las cabezas que yo quería botar, se las chupó una por una, como en la antigüedad, allá en Efeso o de pronto en el Peloponeso. Por la noche, era el cumpleaños de mi Lechón que ya no quiere serlo, llegó muy linda pero distante, y el indio se emborrachó y la cagó, se me salió el indio malo, el temible, cuando el poeta dice: oiga, mijo, ¿le va a dar camonte o carmaño? ¿Un huevo de este porte? ¿O una chimba de este tamaño? La vieja se mamó del indio, digo, la cagué pero ella sabe  por qué. Ah, maestra vida. El indio la cagó de nuevo. El indio sigue queriendo a su chanchito blanco franchute, pero por el momento, caballero. Papá, digo, ¡se mamó la vieja! ¿Y ahora? ¿Manuela o qué? ¿O le pregunto a Cézanne o al viejo Van Gogh? Eso sí, yo no me corto una oreja ni cagando. Después, mientras Albita visitaba museos, nosotros le dijimos, Albita, te esperamos en Les Deux Garçons, donde ahora estamos tomando chelas muy importantes. Luego, pastís en la Place de la Mairie. De pronto, siento que Henry Miller está aquí, con nosotros, muy presente en mi mente, estamos en el Bar des PTT. Soy un poeta perucho, maestro, digo cuando llegan los pastises. Música. Primos negros, intérpretes excelentes. Y las bellas viejas pasando y pasando, impunemente, bajo el cielo de Provenza. ¡Qué linda música! Albita disfruta sin decirlo, pero disfruta. Papá poeta de Chiquinquirá dice que jode, pero, ¿qué mujer no jode? ¿Y uno? ¿Acaso uno no jode, y bien? Teoría de la relatividad de los corazoncitos, esos bobitos más tragados que media de bobo, allá, en Colombia tierra querida, y aquí en Sex-en-Provence. Rue de la Verrerie. Restorán El Saigón, en la rue de l’Aumonerie Vieille, allá vamos, pero antes entramos a una galería de arte, qué increíble, como pedro por su casa, simpatizamos con Mariam, con Alice, el poeta medio recita, las chicas boquiabiertas, yo ya medio borrachín digo que todo, absolutamente todo, me importa un culo, no quiero ni celebridad, ni fama, ce que je veux, moi, c’est la gloire ! Las chicas se cagan de risa, los artistas son unos locos, dicen, vengan cuando quieran. Magnífica cena en el Saigón, rollitos de primavera y tres carnes diferentes en su respectiva salsa, vino tinto, digestivos con licor de cobra. Al día siguiente, el poeta dice, mijo, ¡me siento como una avispa! ¡Me siento como el Avispón Verde! ¡Bien verraquito! ¡Como un Quintanita! ¡Rumbo al podio de París, mijo! ¡Gracias por todo!SIN VéRTEBRAS. CíRCULO D.M.