por
Miguel Rodríguez.
¡Copa América Centenario!¡Colochos caliches eliminan a cholos peruchos!
¡Gringos sacan a monos de taquito! ¡Chés les meten cuatro a los venegas!
¡Rotos comen charros como comer tacos!
–Señor, un taco por favor.
–¿Lo quiere con chile?
–¡No chingues, mano!
Y el tiempo pasa como el río de aquel griego sabio. Aquellas fiestas en el
boulevard de Raspail, al inicio de los ochenta, cuando llegamos, allá en París
con aguacero. Clanes de colochos, clanes de peruchos, cada gil con su
hembrichi. Venía un pata franchute a sacar a una colocha mamacita, saltaba el
gil –originario de Armenia, departamento de Quindío, supongamos, o de
Medellín, o sea, armenio o medallo– diciendo con tremendo acentazo: Mesié !
ça c’est la femme de moi ! ¡Aléjese, hijoeputa!
Una vez, mil años después, en el Espacio Miguel Ángel, donde otra vez un
colocho chifó a un perucho, antes antiguo bailadero Massena, público medio
achore cuarenta por ciento colocho, cuarenta por ciento perucho igualmente
achore, quince por ciento otros sudacas, achores o no, cuatro por ciento
hembrichi franchute buscadora de colocho o de perucho, uno por ciento de
franchute sacolargo que no se resignaba, se armaban unas peleas estilo far west,
con botellazos y silletazos, que me hacían recordar las peleas de los inolvidables
años 70 en las cantinas de aquel Chimbote, puerto mayor. No soy un intelectual
y Dios me libre de ser un literato, aprendí a decir del maestro Sábato, siento una
como necesidad de meterme de cabeza en el río de la vida, sean cual sean sus
aguas y corrientes… Pero mucho me acuerdo de aquella primera fiesta en el
boulevard Raspail, una fiebre de sábado por la noche del 83, cuando entre trago
y trago un patín colocho que debía tener mi edad de entonces, originario de
Ibagué, departamento de Tolima, maravillosa gente que nace y muere bailando,
me dijo: ¿Un aguardientico? No gracias le dije, prefiero una chela. Yo soy
colocho y vos sos perucho, dijo, y desde entonces me la aprendí. La Colegiala
hacía furor hasta en la tele, una publicidad para el café colocho, también en la
radio, y mi gila de aquel jurásico se llamaba o se llama Anne-Marie, ¡Saludos
donde quiera que estés, si estás, Anne-Marie Guisset, y muchas gracias por tanto
detalle y afecto para aquel joven perucho poeta loco!
Después, años después, fueron las inolvidables fiestas en la Tour de
Montparnasse, organizadas por el perucho Alejandro, casado o emparej ado
con una colocha, qué fiestas digo, ¡fiestones! Como era un local super bacán y
en un barrio bacán, fue necesario contratar a unos negrazos para la seguridad,
para separar a colochos de peruchos o viceversa, sólo después entendí el porqué,
o mejor dicho el otro por qué, es porque (precisamente) tanto colochos como
peruchos son las más grandes colonias sudacas allá, o aquí, o de nuevo allá, en
París con aguacero, la rivalidad es inevitable sobre todo entre los más bruticos
de nuestros respectivos pueblos, incluyéndome, o incluyéndonos si gustan, como
la que existía en el Diablito Latino, famoso bailadero de comienzos del siglo 21,
en la Bastilla. Aunque al inicio de los tiempos fueron los rotos que venían
zafando culo de Pinochet, y después los chés que venían zafando culo de Videla,
que prontamente fueron asimilados a la sociedad gala, o mejor dicho tragados
por ésta, así como la China se tragó a los mongoles que quisieron dizque
conquistarla, invasión de rotos y chés que ya a comienzos de los 80 empezaba a
disolverse o desaparecer, precisamente cuando llegaron las manchas y manchas,
las nubes de langostas quedaban chicas, de peruchos y colochos, primero los
colochos, después los peruchos, que a comienzos del siglo 21 comenzamos a
disolvernos o desaparecer, para ceder paso a los cubanos, desde entonces reyes
del mambo, hasta su inevitable desaparición. Así es el fútbol, amigos. Sino,
pregúntenle al ex-Scracht.
Con un dolor parecido al que sentí cuando los alemanes destrozaron al Brasil
hace poquito, dedico esta nota a nuestro amigo Héctor, hombre sincero y alegre
a quien una vez me permití de decirle que, cuando uno todavía está fresquito y
recién llegado, lo más importante es pedir consejo a nuestro pene o pipilí, que
tuvo la gentileza cierta vez de traernos de regalo, directamente de su tierra, al
primo Juan y al suscrito, las respectivas máscaras de Blue Demon y de Santo el
Enmascarado de Plata, que preciosamente conservamos y que a veces, en la
cumbre de alguna borrachera, nos ponemos… ¡Así es el fútbol, México lindo y
querido! ¡Tal es su magia, su brujería, su misterio! ¡Ahora me pongo la camiseta
colocha! ¡Bien cauchitos están los rojos rotos, y buenazos los hijoeputicas!
¡Quiébralos, Colombia tierra querida! ¡Tú puedes! ¡Palabra de poeta perucho!
SIN VéRTEBRAS.
CíRCULO D.M.
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