20150825

CITA AMOROSA


por Marissa Tamayo Beltran*.



Cierto fin de semana a la media noche yo había apagado la luz del dormitorio, estaba tendida entre las sábanas, dispuesta a recibir a Morfeo.
Mi marido en la planta baja desconectó la tele, cuando alguien dio unos golpes en la puerta.
Abrió la puerta y se encontró con una mujer.  Ella le pidió que le prestara algún abrigo porque se moría de frío. Estaba esperando a quien la había citado, alguien que vivía en la vecindad.
Mi marido subió, cogió una manta y me contó lo sucedido. 
Alarmada por la hora y por la explicación tan extraña, le dije que yo me haría cargo. Me calcé unas chinelas y me puse una bata encima.
En la calle encontré a una mujer aún joven, menuda, de rasgos asiáticos como los que había visto en Tailandia, cabellos azabaches, largos y en desorden, vestido corto, escotado y sin mangas. Tiritaba y tenía los brazos cruzados sobre el pecho. 
En un holandés limitado me explicó que ya hacía una hora que esperaba a quien la había citado, pero que la puerta permanecía cerrada.
Sentí el aire frío de la calle.  ¿Debía hacerla entrar? ¿Qué me dictaba mi conciencia cuando alguien pide ayuda? Dudé un momento y la hice pasar al comedor. Le invité una taza de café con leche, para que dejara de temblar. Cuando hubo bebido unos sorbos, me dijo que había tomado el último bus de una ciudad lejana para acudir a la cita. 
Debía ser una cita amorosa, pensé, a la medianoche y vestida de esa manera.
Se llamaba Sonia, era masajista de profesión y en algún bar de Tailandia se conoció con un hombre que la trajo a este país como su compañera. Vivieron varios años felices hasta que la madre de él murió. Desde ese instante, el hombre cambió por completo, empezó a beber y a maltratarla. La arrojó de su casa de mala manera. Fue en esas circunstancias que Sonia se conoció en un bar con el vecino. Le prometió que le iba a conseguir clientes. Pero cuando vino a su casa, él no le abría la puerta.
Sonia se puso a sollozar y mencionó que había pensado en el suicidio. Era muy infeliz, los hombres eran unos desgraciados, todos le prometían el oro y el moro, pero después le pagaban mal.
Ya eran las dos de la madrugada, mi marido roncaba y yo no sabía qué debía hacer.
El vecino de marras era harto conocido por todos en los alrededores. Era un hombre joven, de oficio no definido, aficionado al vino, la marihuana y las mujeres, pues cambiaba de pareja con más frecuencia que de pantalones. Algunas veces la policía había acudido al llamado de alguna de estas almas en desgracia. La gente comentaba que él vivía de las mujeres, las conquistaba e invitaba a vivir en su casa, con promesa de conseguirles trabajo, luego les quitaba su dinero y las hacía trabajar para pagar la comida y el alquiler de la casa.
Salimos con Sonia a tocar la puerta del susodicho. Nadie abrió, sin embargo su auto estaba afuera y la puerta de su balcón estaba abierta.   Sonia dijo que cuando ella se acercó a la casa, vio a otra mujer entrar a ese domicilio. 
Hacía frío afuera y regresamos al calor de mi sala. Estaba visto que este hombre tal vez estaría en afanes con otra mujer y se había olvidado de su segunda cita, o tal vez abrió la puerta a la primera que tocó la puerta. Hombres, hombres.
La chica intentó comunicarse con él por su teléfono, que tampoco contestó. 
—Mira, le dije a ella— viendo que era casi las tres de la madrugada. — No puedes quedarte aquí a dormir. ¿Por qué no regresas a tu casa? 
—No, mi marido ya no me quiere. Quiere que me vaya. 
Tenía temor que esta mujer se fuera a matar en mi casa, por ello no le ofrecí a quedarse a dormir sobre un banco.  O sabe Dios qué lío se iba a armar con ese vecino violento, sabiendo que ella estaba conmigo. Le insté a que llamara a algún conocido para que la viniera a recoger. Llamó a una amiga. 
Hice lo único sensato que se me ocurrió en ese momento: le dije la verdad acerca del vecino.
—No pienses en la muerte, Sonia, no vale la pena matarse por ningún hombre. Tienes tu profesión, eres joven, bonita y puedes ejercer en cualquier lugar. Aléjate de este cretino, sólo te traerá desgracia. Es un tipo inestable, se cansa rápido de las mujeres; te usará, te quitará el dinero y luego te echará a la calle a golpes.
Ella me miraba con sus ojos abiertos, húmedos de lágrimas, sorprendida. Le pregunté:
—¿Eres católica? —Sí, pero me he olvidado de Dios. Ya no rezo. Tú eres católica no?
Asentí.
—Con razón me has recibido—Sonrió y se alisó los cabellos.— Tenía temor que nadie quisiera ayudarme. Toqué algunas puertas pero nadie acudió. 
Me callé unos momentos y pedí ayuda a mi Angel de la Guarda.
—Mi mejor consejo es que reces para que la Virgen vuelva a brillar en tu camino, ten confianza, busca alguna iglesia por donde vives. Estoy segura que encontrarás la paz.
Casi a las tres de la mañana vino una amiga que la llevó a su casa.
Espero no volver a ver a Sonia de nuevo por estos lares.
Que Dios guíe su senda. SIN VéRTEBRAS. CíRCULO D.M.





*Marissa Tamayo Beltrán, peruana, nació en el Cusco y vive desde hace más de dos décadas en Holanda.  Es economista , diplomada en Homeopatía Clásica, estudió literatura en España y pintura en el Gooise Academie voor Beeldende Kunsten.  Ha escrito numerosos cuentos aún no publicados.  Escribe regularmente en El Blog de Marissa, sobre temas relacionados a la medicina alternativa, salud, cocina, viajes y otros.