por María Teresa Martínez[1]
Antes
que nada quiero agradecer a Juan Carlos la oportunidad de hablar esta tarde
sobre su segundo poemario publicado Aviso Oportuno, por no mencionar los
20 años de amistad, de hermandad, a los que inevitablemente evocaré
durante mi intervención.
Agradezco
también a los organizadores y a ustedes, quienes han venido a escuchar y, mejor
aún, a sentir la poesía de Juan Carlos. I specially appreciate those
who despite not sharing our language are here, sharing poetry which is a deeper
and better way to talk[2].
Cuando Aviso
Oportuno irrumpió entre mis lecturas cotidianas sobre crimen organizado,
mafias, corrupción, Estado y tantos otros románticos e idílicos temas,
además de ser una suerte de oasis, - y tratándose de un poemario cuya vocación
social parece más evidente, acaso más explícita que Hombre de Palabra[3],
su primera publicación-, fue una gran provocación para preguntarme cuál es la
función social de la poesía. En especial, ¿para qué sirven los versos de Juan
Carlos Salvia en tiempos como los nuestros? -si es que debieran cumplir un
propósito-.
Esta
pregunta acompañó mi lectura y será el hilo conductor de mis palabras esta tarde.
No pretendo elaborar un ensayo sobre la función que históricamente ha cumplido
la poesía, hay extraordinarios trabajos al respecto que han argumentado sobre
su capacidad de transmitir y perpetuar la información, de entretener, de
emocionar y, en todo caso, no tengo suficientes herramientas para hacerlo. No
haré tampoco referencia a la técnica de nuestro poeta, a los recursos
literarios, gramaticales o sintácticos de los que echó mano, pues eso supera
por completo mis capacidades como lectora 'de
a pie' de estos versos. Más bien se trata de proponerles esta pregunta como
puerta de entrada al poemario.
Cabe
decir que la mayor parte de Aviso Oportuno -60% de acuerdo con las
robustas estimaciones del autor- nace en nuestra patria, México, cuyos muchos
malestares han estado en nuestras charlas desde siempre. Con la distancia que
dan un Océano, otra lengua, otra cultura y otra forma de ser y hacer, Juan
Carlos tiene la inestimable oportunidad de reescribir el texto con una mira más
amplia, menos doméstica. La mala noticia para los que nos gustan las historias
esperanzadoras es que los males de México parecen ser, casi todos, los males
del mundo.
En este
texto Juan Carlos Salvia advierte que vivimos tiempos donde "lo que se
habla sobrepasa con creces lo que se escucha", tiempos de saber "más
respuestas que preguntas", e incluso parece que suspira cuando escribe
"a quién le fuera dado traicionar el silencio sólo de un modo justo o
cuando menos útil".
¿Dónde
cabe la poesía en tiempos donde sobran foros y oradores aunque falten
contenidos? Épocas en la que cualquiera dice lo que sea y su validez depende
del número de followers; Tiempos en los que la indignación, la
revolución, la esperanza o el amor son "virales" si consigues
acompañarlos de un buen hashtag; Tiempos de activismos cibernéticos de
causas múltiples y corta duración; Tiempos en los que los medios masivos de
comunicación renuncian masivamente a la tarea de ser una brújula para
comprender eso que llamamos “la realidad” y se conforman con esparcir trozos
inconexos y vagos de eso a lo que llaman “la verdad”; Tiempos en los que el
gran culpable es 'el sistema', 'el gobierno', 'el poder', 'el extranjero', 'el
distinto', el otro, nunca nosotros;
Tiempos en los que bien dice el poeta "cuán pocos logran, en el
momento justo, de la manera justa, ser amor para dar".
¿Dónde
cabe la poesía en tiempos de emergencia donde nos conformaríamos con menos
violencia y menos crimen, aunque eso no sea de suyo la paz? ¿Poesía? ¿Quién
tiene tiempo para esos adornos y excesos del alma? ¿Qué Estado puede darse ese
lujo cuando siempre hay un problema que resolver, un escándalo que controlar,
una mala práctica que regular?
El
propio Juan Carlos dice: "Quizá es inconveniente, seguro inoportuno, ser
poeta estos días", llama "una excentricidad de la naturaleza" la
insistencia de algunos de "donar su palabra", alude aislados
"poetarios" a los que se ha pretendido confinar a aquellos que
insisten en este oficio y tal vez por ello él mismo hace de esta labor su forma
de ser en el mundo. ¿Lo hace por ingenuo o visionario? Creo que por lo segundo
y un poco por lo primero, lo necesario.
Luis
Cernuda, uno de los muchos poetas que mi alma le debe a Juan Carlos, dice en Historial
de un Libro[4] que desde su
juventud presentía su cometido como poeta, aunque entonces no tuviera los
recursos para cumplirlo. Se trataba de plasmar lo que amaba para que otros
lograran amarlo también. Juan Carlos, me consta, coquetea desde muy joven con
plasmar lo que ama escribiendo para contagiarlo, y lo contagia.
Estos
días he recordado especialmente la tarde en la que llegó a casa con un ejemplar
de El Hombre Unidimensional de Herbert Marcuse y de las muchas
conversaciones que el texto nos inspiró. Entonces, como hoy, nos angustiaba que
la redención que significa la poesía llegara apenas a unos cuantos, aunque
todos la necesitáramos tanto.
Desde
hace mucho emprendió, como dice en este poemario, la tarea de "sacar la
basura del alma de los hombres". Y esta empresa no sólo es útil sino
necesaria. Debería, es más, estar en el fondo de cada política pública y cada
proyecto de nación. Habría en nuestras sociedades, tal vez, menos villanos,
menos hombres tentados por el poder y la codicia si la poesía fuera un bien
público.
Es
precisamente en estos tiempos cuando más funcional es la poesía, cuando el
diálogo al que nos conduce Juan Carlos, ese que le "ocurre en el
vértigo" se hace más urgente. Porque sus versos tocan íntimamente a cada
sujeto, a cada buen hombre y cada buena mujer que acepte el soliloquio de la
conciencia que desata este Hombre de palabra (aludiendo el título de su
primer poemario). Al hablar de sus propios tormentos y sus propios amores,
al poner en la mesa su relación con lo material y con lo divino, detona a
nuestra pequeña voz interna. La mía, ha encontrado en los versos de Juan Carlos
una justa expresión de viejas inquietudes. Si hay revolución posible no
ocurrirá a menos que cada uno asuma profunda e ininterrumpidamente su propia
revolución interna. Juan
Carlos, al escribir, dice él mismo, "se desvicera" y con ello nos
pone las palabras al punto para, de manera sutil o no, desvicerarnos.
Conviene
advertir que la lectura de Aviso Oportuno puede tener efectos
secundarios, por ello sólo es recomendable si se tiene la disposición o el
ánimo -a veces incluso es un tema de capacidad emocional- de lidiar con la
conciencia, que nos pedirá cuentas sobre nuestra revolución y, nos echará en
cara las veces que dejamos ir a esa escurridiza dama que es la congruencia.
Habrá, les auguro, buenos días para encontrarse con estos versos, otros en los
que será tarea difícil y muchos en los que puede parecerles indispensable.
Permítanme
terminar con un fragmento de la carta que José Martí escribiera a propósito de
Walt Withman y que me parece oportuna para responder para qué sirven, para qué
me sirven los versos de Juan Carlos Salvia: "la poesía, que congrega o
disgrega, que fortifica o angustia, que apuntala o derriba las almas, que da o
quita a los hombres la fe y el aliento, es más necesaria a los pueblos que la industria
misma, pues ésta les proporciona el medio de subsistir, mientras que aquélla
les da el deseo y la fuerza de la vida"[5].
Muchas
gracias.
[1] Actualmente es estudiante del doctorado en
Ciencia Política en el Instituto de Estudios Políticos de Paris (Sciences Po, Paris) donde su principal
línea de investigación es la penetración de los medios criminales en la esfera
política y el mundo empresarial en México.
[2] Entre los asistentes al evento había una
proporción importante de personas que no hablaban español.
[3] SALVIA, Juan Carlos, 2011, Hombre de Palabra, Generación
Espontánea, México.
[5] MARTI, José, 2003. Escenas norteamericanas, Sobre Walt Whirman, Venezuela, Biblioteca
Ayacucho, p. 107.
SIN VéRTEBRAS. CíRCULO D.M.
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