Por Karina Miñano.
La dama de rojo no deja que la gente que pasa
por su lado vea su cara. La cubre con sus manos, con su abrigo rojo. Un cochecito
de bebe está a su lado, pero no le pone ahora mucha atención. El niño que
duerme en el interior está protegido del frio.
La dama de rojo es gorda de la cintura para
abajo. En realidad es muy gruesa en el área de las caderas; es una gordura tan
característica en las mujeres negras y musulmanas. El abrigo rojo no le cubre
toda esa parte celulítica y grasosa que rodea su cintura y sus caderas, pero se
nota el esfuerzo que hace; se ve apretado y jalado pero cumple su cometido que
es protegerla del frio.
La dama de rojo usa el capuchón del abrigo
también para ocultar su rostro. No hay cabello que ver pues lo también lo cubre
con un velo. La dama de rojo está parada como casi todos los viernes en el
mismo sitio y mira en la misma dirección, le da la espalda al mundo y de reojo
mira al cochecito de bebe que está a su lado.
La cárcel está al lado de la estación de metro
Spaklerweg en Ámsterdam. Está protegida por un muro y agua a su alrededor. No
hay policías que asusten a los peatones ni señales de que es una cárcel. Las
cárceles en Holanda están en las ciudades y no son fáciles de reconocer. Pero
hay algo que las caracteriza: los barrotes en las ventanas. Esta cárcel tiene
las paredes pintadas de amarillo opaco y aburrido. Los muros exteriores son
altos y hay algunas cámaras alrededor. Suficiente para no desentonar con la
armonía urbana. A veces se pueden ver figuras a través de las ventanas. Algunos
parecen mirarse a un espejo imaginario y otros parecen mirar la TV. Otros miran
decepcionados al exterior.
La dama de rojo mira con seguridad a alguna de
esas ventanas. Mira y se cubre un lado de la cara con sus manos y parte de su
abrigo rojo. Mira de reojo al niño que duerme y espera. No grita como otros.
Hay gente que grita delante de esas paredes al llamar a alguien y, detrás hay
gente que escucha con atención. Escuchan
los guardias, el personal administrativo, los de limpieza, los de seguridad y
sobre todo escuchan los prisioneros.
La dama de rojo, no grita, no llama, solo está
allí parada y parece esperar. No se da cuenta de las miradas indiscretas detrás
de ella, básicamente porque no voltea a mirar. Lo que pase a su alrededor no es
asunto suyo. 30 minutos de espera es
mucho, sobre todo para las cámaras que generalmente se mueven espiando a todos
a su alrededor. Con seguridad hay una que solo fija su atención en la dama de
rojo. No se mueve como las otras y es sigilosa e inoportuna. El rostro de la
dama de rojo ha sido agrandado en la pantalla y frente a los ojos que todo lo
miran desde el interior. Seguramente no se fían de la cara de la dama de rojo,
no se fían que puede ser inocente. No se fían que puede ser culpable.
Un hombre aparece en una de las ventanas y
mira en dirección a la mujer vestida con un abrigo rojo. Su silueta es muy
clara. Es un hombre alto, fornido y no tiene cabello. Las luces amarillas
acentúan su figura negra. No usa camiseta. Tal vez está parado sobre algo. Tal
vez es muy alto. En la ventana de al lado se ve a otro hombre, tal vez muy
pequeño, tal vez está sentado, tal vez mira la TV. Si no hubiera un muro entre
ambos se podría decir que mira al hombre negro, alto y fornido. En la otra
ventana no se ve persona alguna. Solo se ve la luz encendida. En la ventana de
arriba y en la de abajo las cortinas están cerradas, tampoco hay luz.
El hombre negro, alto y fornido mueve los
brazos y la dama de rojo responde a ese movimiento impreciso. Es un saludo, un
saludo que solo ellos conocen. Ella voltea y se inclina en dirección al
cochecito de bebe. Se agacha hasta quedar a la altura de este. El cochecito
tiene una cobertura transparente de plástico grueso. La dama de rojo sonríe y
empieza a destaparlo. Estira las manos y hace un esfuerzo por sacar del sueño
al niño que allí duerme. Lo toma en sus brazos y lo coloca de tal forma que el
rostro mira hacia la pared, hacia la ventana. La dama de rojo saluda otra vez y
el hombre negro, alto y fornido vuelve a mover los brazos.
El niño está en lo alto ahora. La dama de rojo
lo sostiene sobre su cabeza. Tal vez el hombre negro, alto y fornido puede
verlo mejor.
0 reacties:
Publicar un comentario