20140127

LA DAMA DE ROJO


La dama de rojo no deja que la gente que pasa por su lado vea su cara. La cubre con sus manos, con su abrigo rojo. Un cochecito de bebe está a su lado, pero no le pone ahora mucha atención. El niño que duerme en el interior está protegido del frio.

La dama de rojo es gorda de la cintura para abajo. En realidad es muy gruesa en el área de las caderas; es una gordura tan característica en las mujeres negras y musulmanas. El abrigo rojo no le cubre toda esa parte celulítica y grasosa que rodea su cintura y sus caderas, pero se nota el esfuerzo que hace; se ve apretado y jalado pero cumple su cometido que es protegerla del frio.

La dama de rojo usa el capuchón del abrigo también para ocultar su rostro. No hay cabello que ver pues lo también lo cubre con un velo. La dama de rojo está parada como casi todos los viernes en el mismo sitio y mira en la misma dirección, le da la espalda al mundo y de reojo mira al cochecito de bebe que está a su lado.

La cárcel está al lado de la estación de metro Spaklerweg en Ámsterdam. Está protegida por un muro y agua a su alrededor. No hay policías que asusten a los peatones ni señales de que es una cárcel. Las cárceles en Holanda están en las ciudades y no son fáciles de reconocer. Pero hay algo que las caracteriza: los barrotes en las ventanas. Esta cárcel tiene las paredes pintadas de amarillo opaco y aburrido. Los muros exteriores son altos y hay algunas cámaras alrededor. Suficiente para no desentonar con la armonía urbana. A veces se pueden ver figuras a través de las ventanas. Algunos parecen mirarse a un espejo imaginario y otros parecen mirar la TV. Otros miran decepcionados al exterior.

La dama de rojo mira con seguridad a alguna de esas ventanas. Mira y se cubre un lado de la cara con sus manos y parte de su abrigo rojo. Mira de reojo al niño que duerme y espera. No grita como otros. Hay gente que grita delante de esas paredes al llamar a alguien y, detrás hay gente que escucha con atención.  Escuchan los guardias, el personal administrativo, los de limpieza, los de seguridad y sobre todo escuchan los prisioneros.

La dama de rojo, no grita, no llama, solo está allí parada y parece esperar. No se da cuenta de las miradas indiscretas detrás de ella, básicamente porque no voltea a mirar. Lo que pase a su alrededor no es asunto suyo.  30 minutos de espera es mucho, sobre todo para las cámaras que generalmente se mueven espiando a todos a su alrededor. Con seguridad hay una que solo fija su atención en la dama de rojo. No se mueve como las otras y es sigilosa e inoportuna. El rostro de la dama de rojo ha sido agrandado en la pantalla y frente a los ojos que todo lo miran desde el interior. Seguramente no se fían de la cara de la dama de rojo, no se fían que puede ser inocente. No se fían que puede ser culpable.
Un hombre aparece en una de las ventanas y mira en dirección a la mujer vestida con un abrigo rojo. Su silueta es muy clara. Es un hombre alto, fornido y no tiene cabello. Las luces amarillas acentúan su figura negra. No usa camiseta. Tal vez está parado sobre algo. Tal vez es muy alto. En la ventana de al lado se ve a otro hombre, tal vez muy pequeño, tal vez está sentado, tal vez mira la TV. Si no hubiera un muro entre ambos se podría decir que mira al hombre negro, alto y fornido. En la otra ventana no se ve persona alguna. Solo se ve la luz encendida. En la ventana de arriba y en la de abajo las cortinas están cerradas, tampoco hay luz.

El hombre negro, alto y fornido mueve los brazos y la dama de rojo responde a ese movimiento impreciso. Es un saludo, un saludo que solo ellos conocen. Ella voltea y se inclina en dirección al cochecito de bebe. Se agacha hasta quedar a la altura de este. El cochecito tiene una cobertura transparente de plástico grueso. La dama de rojo sonríe y empieza a destaparlo. Estira las manos y hace un esfuerzo por sacar del sueño al niño que allí duerme. Lo toma en sus brazos y lo coloca de tal forma que el rostro mira hacia la pared, hacia la ventana. La dama de rojo saluda otra vez y el hombre negro, alto y fornido vuelve a mover los brazos.

El niño está en lo alto ahora. La dama de rojo lo sostiene sobre su cabeza. Tal vez el hombre negro, alto y fornido puede verlo mejor.

No han pasado ni dos minutos y el niño vuelve al cochecito de bebe. La mujer baja la cobertura de plástico grueso y se acomoda el abrigo. En la ventana ya no hay nadie. Solo se ve luz. La dama de rojo no ha volteado a mirar hacia la ventana otra vez. Se acomoda el abrigo rojo, lo jala para intentar cubrir lo que no quiere que se vea, y emprende la marcha. DEBAJO DE LA PLUMA. CíRCULO D.M.