20130317

RITA

Por: Karina Miñano

-Adiós. No nos olvides. Decían los amigos


-Hijita cuídate. Escribe pronto.  Suplicó la madre.


-Adiós prima. No olvides enviar fotos y de vez en cuando una propinita, pues! Jajaja.


-Sí, pues. Ahora tú te vas y yo me quedo. Te voy a extrañar. 

Era noviembre del 2006. El sol calentaba durante el día pero todavía hacía fresquito en las noches, sobre todo en el aeropuerto internacional de Jorge Chávez en Lima, Perú. Rita se despedía de sus amigos y familiares y empezaba a soñar con una aventura fantástica, una aventura que duraría muchos, muchos años y que gracias a ella, Rita sería otra. Rita sonreía.


-Pasaporte


Extiende la mano sin dejar de mirar al hombre que controla el pasaporte y la salida de los peruanos al exterior.


-Muéstrame ese pasaporte; exige casi gritando un hombre vestido de azul y zapatos negros, al controlador oficial quien casi con desgano le pasa el pasaporte ante la mirada sorprendida de Rita.


El hombre de azul y zapatos negro y gordo mira con detenimiento el pasaporte nuevo de Rita.  Pasa las hojas una por una y se detiene en la visa. Hace un gesto de desconfianza que afea más su rostro rechoncho y desbordante y de ojos pequeños. Tiene los labios entre abiertos, el inferior le cuelga formando una punta que hace juego con su nariz puntiaguda.  Se moja los labios con una lengua ya blanca y notoria para levantar la mirada y preguntar:


-¿Cómo conseguiste la visa?


Rita, había escuchado ya esta historia de boca de emigrantes que tuvieron la mala suerte de ser “intervenidos” por el control policial del aeropuerto.  


-Como todos los que aplican a la visa, presentando mis papeles.


-Ah, graciosa eres. Tienes que acompañarme. Por aquí.


Y sin mirarla siquiera adelantó los pasos llevándose el pasaporte de Rita entre manos.  Ella no tenía su celular, se lo había dejado a su prima. La que siempre se quiso ir del país y que por mala suerte metió la pata y quedó embarazada de un tipo que se fugó ni bien supo que sería padre. Ahora Rita no sabía qué hacer. Conocía muy bien lo que pasaría.  Pasó la mano por el bolsillo derecho de sus pantalones. Apretó fuerte.


-Señor, tengo que viajar. Y no he hecho nada malo. La visa es original. Puede llamar a la embajada que lo espero aquí.


-He dicho que me acompañes gritó el hombre si voltear a verla siquiera. Pero Rita ya caminaba detrás de él casi por instinto. Quería llorar, quería gritar y pedir ayuda. Pero a quién. Había más hombres vestidos de azul y de zapatos negros que la veían pasar y sin vergüenza le quedaban mirando como si supieran lo que pasaría.


Llegaron a una oficina. Control  aduanero, se podía leer en la puerta.


El hombre entró primero y dejó abierta la puerta. Rita se quedó en la puerta al fijarse que no había nadie más en aquella oficina.


-Señor no voy a entrar a menos que venga otra persona y su superior.


-Mira mijita, es mejor que entres que si no te va ir mal. Entra y cierra la puerta que aquí nadie va a venir a ayudarte a menos que yo lo quiera. Entra!


Rita no atinaba. No quería darle el dinero que tanto trabajo le había costado juntar a ese gordo panzón, de cara deforme, de lengua sucia y de pelo negro azabache y puntiagudo.  Se había partido el lomo para juntar los 1500 dólares que necesitaría en caso de emergencia. Sabía que ese hombre le haría pasar un mal rato con mentiras.  Le habían aconsejado que no hiciera problemas porque si no se iba de frente a la cárcel. El gordo sabe cómo hacerlo. Le habrían dicho.


-Mire señor. Yo sé de qué se trata. Estoy aquí porque estoy esperando a su superior.


-Qué superior. No hay superior aquí. Ahora, tú has cometido un delito y te voy a enviar derechito a Santa Mónica (cárcel femenina en Lima). Aquí el superior soy yo.


Rita se jugaba el todo por el todo. Se decidía y actuaba o dejaba volar sus 1500 dólares.


-Usted no es más que un empleado. Su superior sabe de esto. Yo trabajo para contra control.


-Jajaja (una carcajada que retumbó en el pasillo)¿contra control? ¿Qué es eso?


-Es una oficina nueva para captar a personas como usted. Lo que me va a decir es que le entregue el dinero que llevo conmigo sino me pondrá droga en mi maleta o dirá que la ha encontrado mientras revisaba mis cosas. ¿Estoy mintiendo?


El rostro del gordo cambió, pero no se amínalo.


-Mira mamita…


-No me llamé mamita que no soy nada suyo. Ahora me devuelve mi pasaporte o termino de timbrar a sus superiores con mi beeper.


Hizo un gesto y metió la mano a su bolso. Al mismo tiempo que el gordo saltaba del escritorio en dirección a la puerta donde Rita estaba paralizada. Rita titubeo pero se mantuvo derecha sin retroceder. El gordo extendió la mano y le entregó el pasaporte. Rita lo cogió, prácticamente se lo arrancó de las manos y se atrevió decir:


-Esto no se queda aquí.


Y dando pasos largos salió apurada por del pasillo. Cuando estuvo fuera del alcance de la mirada del gordo corrió. Llegó al control oficial y en un momento sus ojos se cruzaron con los ojos del primer controlador quien la miró con gesto de sorpresa. Ella pasó el control y el escáner sin problemas y llegó a la puesta de embarque. Ya allí el gordo no podría hacer nada. Pero no era seguro.
-Diosito qué  no venga detrás de mí. Diosito que no me descubra.
Rezaba Rita mientras hacia la cola para abordar.


-Diosito que despegue, qué despegue rápido.


Rita pasó de nuevo la mano por el bolsillo derecho de sus pantalones y confirmó que el bulto del dinero estaba todavía allí. Una emoción muy fuerte recorría su cuerpo. No sabía qué era, angustia, excitación, felicidad o preocupación. Todo al mismo tiempo. En una fracción de segundo le pareció ver al gordo, pero lo perdió de vista. Se veía capturada, esposada y llevada a Santa Mónica por algo que no había hecho. Pero estaba segura que el gordo movería sus malas influencias.


Hace poco su amiga Nila pasó por la misma situación y el hombre que la intervino debería ser el mismo que intervino a Rita pues las características físicas coincidían. Nila tuvo que entregarle los únicos 300 dólares que había juntado para su viaje a Europa al visitar a un amigo.  El gordo le habría amenazado con acusarla por tráfico de drogas. Le amenazó con colocar un kilo de cocaína en su maleta. Le exigió lo más que pudo. Cuando se dio cuenta que Nila solo llevaba 300 dólares la dejó ir, no sin antes pedirle el dinero.


Rita vio pasar al hombre gordo que entró en el avión y soltó un suspiro de aliento al comprobar que no era el mismo gordo. Luego vio a las aeromozas y al piloto hablar con dos personas vestidas de azul y de zapatos negros. Se asustó, intentó mirar hacia la ventana. Parecían serios.


-¿Qué hago?


Luego recordó que no había hecho nada malo. Qué su visa era legal y original. Qué la consiguió gracias  a la invitación que le envió un amigo que conoció por internet hace un par de años. Conocería Holanda, conocería Europa. Y si las cosas van bien, se casaría con su amigo y se pondría a trabajar. Tendría una nueva vida.


Los hombres dieron la espalda y salieron del avión. La aeromoza cerró la puerta.  El despegue se anunció.


Rita ajustó su cinturón de seguridad. Era la primera vez que volaba. Se persignó y se quedó dormida. Cuando despertó ya ni se acordaba del gordo ni de la angustia que pasó. Cerró los ojos una vez más para imaginar su nueva vida en Europa. Y sonrió. DEBAJO DE LA PLUMA. CíRCULO D.M.

1 reacties:

  • Anónimo says:
    10 de junio de 2022, 5:26:00 p.m. UTC

    Exelente, muy Buena.