20130126

SOMBRAS DE LA NOCHE (PARTE II) [áMSTERDAM]


Por: Karina Miñano.


Tengo dos. El mayor es un artista. Escribe poemas, canciones. Pinta retratos y lava los platos en Varsovia.  No me mires así. El lavar los platos puede ser un arte. 


Se ríe y los ojos se le achican. La lengua se le parte y los dientes, sucios y pardos se intentan esconder detrás de la barba. Luego viene el silencio para entonces continuar. 


El menor…el menor… bueno es un desconocido para mí. 


Mira al infinito. Es una noche negra y fría, llenas de estrellas, alcohol y porros.


No conozco al menor.  Me fui de casa cuando el menor tenía 3 meses de nacido o tal vez menos. No sé nada de él. No sé su nombre. No sé dónde está. Creo que ahora tiene 12 años o tal vez más. No sé cuánto tiempo estoy fuera de casa. A veces la memoria me falla, sobre todo con las fechas. Pero su madre, ah...si, la recuerdo. Era una mujer bonita, alegre. Se reía mucho, hablaba mucho. Me gritaba mucho.


Mira al suelo y luego ríe abiertamente otra vez y otra vez los dientes sucios y pardos intentan esconderse detrás de la barba. Toma un trago e inhala el frío que ingresa a su cuerpo como en una carrera de coches que arrasa lo que haya a su paso, para luego exhalar en forma de tos grotesca y nauseabunda.


Ella quería tener al bebé, el menor. Yo estaba sin empleo ya por dos años. Su familia nos ayudaba un poco, mejor dicho le ayudaba a ella y a los niños. A mí nadie me ayudaba. Yo recorrí Varsovia y otras ciudades a pie en busca de trabajo. Hice muchas cosas. Me acostumbré a vivir en la calle por varios días. Mi cabeza me dolía. Yo iba a un restaurante a limpiar el piso y lavar los platos a cambio de los restos de comida. Al menos comía y yo creía que era el dueño del restaurante. Un día me confundí. Pensé que estaba soñando. Entré al restaurante y fui directo a la oficina, me serví una copa de vino mientras alguien me preguntaba qué estaba haciendo y luego gritaba, y me empujaba y yo quería tomar mi copa de vino, pero entonces desperté de un golpe en la cabeza cuando caí al pavimento. No estaba soñando, era verdad. Entonces no pude regresar por los restos de comida.


Se ríe otra vez y se ríe muy fuerte. Los demás también ríen. Solamente una de las sombras sentada a los extremos se mantiene callada y cabizbaja. Tal vez está durmiendo, tal vez está escuchando. Tal vez está con nosotros y está ausente también.


Algo pasaba en mi cabeza. 


Al terminar esa frase las risas no se hicieron esperar. Todos menos la sombra del extremo comentaban que en su cabeza pasaba de todo y siempre, no solo entonces. Risas,  y el trago vuelve a circular.


Sí, es verdad. Algo pasaba en mi cabeza. Sin trabajo no es bueno tener otro niño. Pero su barriga ya estaba muy grande. Y entonces pensé que ella no podía tener a la criatura. Pensé en sacarla de su barriga y llevarla algún lugar, tal vez un convento para que la criaran allí. Pero ella se dio cuenta. Yo le expliqué el plan. Era perfecto. Pero ella empezó a gritar y le decía al mayor que llamara al vecino urgente. Luego no sé. Me llevaron a un lugar extraño. La gente vestía la misma ropa y me miraban asustados. Luego caí al pavimento otra vez y desperté.  Era un sueño. Se lo dije a ella, era solo un sueño. Qué no me tomara en serio. Pero ella me dejó allí. Y yo entonces estuve muy molesto.


Se molesta ahora también. Su expresión cambia, asusta un poco. Sus ojos parecen querer controlar lo que está sintiendo o pensando. Su cuerpo se tensa, sus manos tiemblan. Está molesto. Muy molesto. La sombra a su lado se para y se sienta a mi lado. Recordé que mis bolsillos están vacíos y que mi bolso está frente a mí.


Luego estuve en la calle. Y recordé el camino a mi casa. Había un niño o tal vez una niña. No lo sé. Pero ella me vio y me enseñó a ese bebe. Me dijo que era el menor. Y que estaba sano y que su familia la ayudaba pero que el mayor y el menor necesitaban a su padre. Me quedé en la casa, pero yo no hablaba con ella. Tenía miedo que el padre del mayor y del menor de pronto viniera y me sacara de la casa. Y entonces yo lavaba la ropa, el piso, los platos. El mayor lavaba los platos conmigo y pronto los lavaba todos y me quitó la tarea. Luego el también lavaba la ropa y limpiaba el piso. También cocinaba. Me quitó el trabajo y decidí escapar antes de caer al pavimento otra vez. He caminado mucho y cuando desperté me di cuenta de que el padre era yo.  Caminé de regreso, pero no encontré mi casa. No encontré a mi familia. No encontré a nadie. Pensé que era un sueño más, pero no era así. 


Mira otra vez al cielo y las luces de los faroles dejan ver sus ojos llenos de lágrimas, llenos de angustia. Esa que te oprime el corazón, que te hace querer darle un abrazo de consuelo. Mira al piso otra vez. Entre sus manos la botella de agua ardiente, la mira y se la pasa a la sombra que está sentada a mi lado.  Nadie habla, nadie dice nada. Todos encerrados en sus propios recuerdos en sus propios pensamientos. La sombra del extremo se ha alejado un poco, está llorando, está recordando.  Cuánta miseria hay aquí entre estas sombras tristes y sucias.


Caminé mucho para venir aquí. Estos son mis amigos y esta es mi casa. Es muy grande…y a veces muy fría.


Si, su casa es muy grande, verde y muy fría en las noches de invierno.  Se llena de gente durante los días y es solitaria durante las noches. Mucha gente entre en ella sin invitación y mucha gente sale de ella a toda prisa. Algunos se quedan unos minutos, horas y algunos solo llegan a dormir. Todos son bienvenidos. DEBAJO DE LA PLUMA. CíRCULO D.M.