20121223

CUARTO DE HOTEL


Por: Emanuele Strapazzon

Estaba acostado, cuando ella, aún mojada y saliendo de la ducha, superaba el umbral del baño. Empezaba a oscurecer, pero el bochorno, el característico calor-húmedo de los cuartos vividos,ése, aún oprimía.
Eramos cómplices y conscientes, dueños de nosotros y del tiempo transcurrido, del misterio contenido en las horas aún por vivir.

Puso una rodilla en la cama, y alargando las piernas, también la otra, encarcelándome entre sus muslos.
Llovía, desde su pelo encima de los pechos, y se acomodaba en mi vientre sudoso.
Se estiró hacia mi, y manos en la almohada empezó a refrescar mi cuerpo febril.


Yo retorciendo bajo el agua punzante, con vigor, riendo, riendo complacido, relajado y tenso al mismo tiempo, mientras ella exhibía una expresión canibalesca reteniendo entre los dientes su propio labio inferior.
Arqueandose aún más, posó su pelo mojado en mi pecho atrapado, originando, con movimientos lentos y sinuosos, un camino hacia el objeto del propio deseo.
De hecho,
aquel empezaba a latir nuevamente, poniéndose, por enésima vez, recto y poderoso.

Posó las manos en mi pecho y hábilmente, con precisos juegos de cadera, acomodó aquel entre sus piernas, empezando así una nueva lucha.
Sentía las uñas en el tórax y no podía inhibir la impetuosidad, los empujes, los movimiento de la desvelada e irreconocible fémina.

El ardor erupcionaba nuevo sudor, y el aire del cuarto se ponía aún más húmedo y pesado.


Un grito quebrantó el aire y un cuerpo colapsaba sobre el otro.
Oía el fin en los corazones implorantes latir uno en el pecho del otro, mientras su jadear impedía que soltara las riendas a mi impelente carencia de oxígeno.
Nos abrazamos fuerte y dócilmente. El sudor incendiaba mi pecho y nadie tenía la fuerza de la palabra.
Se dejó caer sobre la parte de cama a ella correspondiente y nos dimos la mano; mirando hacia el techo, hacia la oscuridad, dueña del cuarto y del primitivo de nuestros instintos.



Abrí los ojos cuando una luz del exterior alumbraba la cortina.
Encendí la lámpara, y el reloj marcaba las once y cuarenta-y-ocho. Ella dormía, puesta de lado, seduciendome la mirada con el nudo del cuerpo.
Fui al baño, y frente al espejo, acariciando los arañazos en el pecho, reviví lo suceso.
Una ducha y me apoderé por completo di mis facultades.
Bajé la escalera y salí.
El frío endurecía la ciudad, y la oscuridad envolvía el cansancio del cuerpo, la nada en mi mente, el vacío en mi entorno.
Levanté el cuello de la chaqueta y me prendí un cigarro. Tenía hambre. CAVILACIONES.
CíRCULO D.M.