20120429

SOMBRAS DE LA NOCHE



Primera parte

[Por Karina Miñano]

La verdadera noche comienza a las 00:00 horas, cuando casi todos los vespertinos visitantes del
parque se han retirado y los últimos amantes han decidido buscar un lugar más cálido y privado,
cediendo el puesto a otro tipo de visitante, diferente y que duerme poco. Debajo del único puente
que atraviesa el Vondel Park de Amsterdam, se reúnen de a poco sombras de rostros invisibles, de
lentos y bruscos movimiento que van arrastrando la humanidad que los envuelve como cadenas
perpetuas de condena sufrible. Llevan más de un abrigo para intentar calmar el temblor producido
por el frío. Son abrigos sucios, manchados, apestosos, raídos por el uso y por la superficie de turno
en que les toca dormir. Algunos llevan una bolsa camuflada entre sus abrigos, sucia como sus manos
y arrugada como sus pieles. No hay palabras, sólo un código de comportamiento que implícitamente
guía sus pasos a través de la noche.

Entre las sombras hay un estropajo humano que se mueve inquieto y desconfiado, camina hacia
adelante, da dos pasos y luego retrocede dos pasos también, manteniéndose en el mismo lugar. Se
mueve por que hace frío, mucho frío, se mueve porque no le gustan las `visitas`. No habla, no mira,
no escucha, no hace nada, solo está allí. Los demás también están allí, murmurando. Se saludan, se
dan la mano, se tocan el hombro, se murmuran monosílabos que podrían significar buenas noches,
o un simple hola que por la rutina, la vida en común y el frío son incapaces de pronunciar palabra
alguna en su totalidad. Las sombras van llegando, se van colocando una al lado de la otra, fuman
para calentarse, fuman para olvidar, fuman lo que sea para olvidar está noche y las que vendrán
porque cada noche deberá ser nueva aunque siempre pase lo mismo.

Las sombras parecen verse forzadas a hablar, a conversar en idiomas distintos, se van pegando a las
paredes sucias y pestilentes del único puente que cruza el parque. Es allí donde se sienten un poco
más seguras. Todavía no ha legado el momento de partir. Paciencia. Paciencia que la noche será larga
y las sombras no pararan de llegar.

Una luz se acerca a toda velocidad. Son los nocturnos parroquianos montados en su propio
transporte que usan el parque para atravesar la ciudad. Quieren volar si fuera posible porque no
quieren ver a las sombras, no se quieren topar con ellas, no quieren hablar con ellas. La luz de la
bicicleta se acerca irremediablemente al puente, allí donde todas las sombras se han reunido y se
han apoyado a la columna del puente para no caerse, para no sentir el aire frío, para protegerse.

La luz se aproxima al puente, está muy cerca, una sombra aparece sobre la luz, todavía distorsionada,
se mueve rápido, pedalea a máxima velocidad. Ha notado a las otras sombras, no las quiere ver, pero
las mira para asegurarse que no le harán daño, que no intentarán detenerla. Acelera, parece fuera de
si. Solo quiere pasarlas y dejarlas lejos y nunca voltear a mirarlas.

La luz ha pasado dejando a su paso un olor a miedo y desprecio, reproche social y pena al mismo
tiempo. Ha pasado en un parpadeo y la vez se ha eternizado como un pequeño huracán que destruye
a su paso lo que encuentra. Es que las sombras reunidas, debajo del puente del parque, sufren el
golpe del desprecio en sus rostros, lo sienten y irremediablemente lo aceptan. Saben que están al
otro lado, que nadie se detendrá a saludarlos. Las sombras distorsionadas no son parte de ellos, no

se parecen ni siquiera a ellos. Ellos son sombras oscuras, vacías, viejas y sucias.

El frío no perdona, se cuela entre los tejidos de esos abrigos sucios y raídos. Se divide, se apretuja
y se abre paso entre los hilos desgastados, se escabulla y logra escapar de las manos que intentan
calentar los brazos y las piernas con fuertes y rápidos toques, para llegar a la piel y perforarla,
atravesarla y llegar a los huesos.

Las sombras reunidas debajo del puente tienen frío. Y lo mejor es olvidar que tienen frío. Se van
juntando involuntariamente hasta formar un bloque negro. El estropajo grande e inquieto ha
dejado su lucha y se ha unido al grupo. Mira con recelo. Tiene los ojos opacos, hundidos, tristes.
Las protuberancias de sus mejillas están quemadas, los labios cuarteados. Intenta decir algo, pero
no puede. Se arrima a los demás. Intenta sacar algo que está dentro de su abrigo. Pero tampoco lo
consigue. Se molesta, estira el brazo e intenta sacarse un guante, la operación es difícil, no coordina
bien los movimientos, parece una tortuga torpe además de lenta. Usa los dientes, la mano está más
ligera pero no descubierta. Todavía hay más guantes que sacar. Nuevamente, intenta sacar el bulto
protegido por su abrigo. Mueve la cabeza, se molesta consigo mismo, pero lo ha logrado.

Una bolsa plástica que seguramente alguna vez fue blanca tiene hoy otro color. Oscuro como la
sombra misma. Un pico de botella se asoma, Está cerrada. Desenroscar la tapa toma tiempo. Las
sombras están quietas, atentas al estropajo. Se escuchan los tragos de saliva, se sienten los hondos
suspiros. Se ve el vaho que sale de sus narices. La botella ha sido destapada. El estropajo parece
sonreír, o tal vez es una mueca de rutina. Lleva con prisa el pico de la botella a su boca sedienta. Ha
pasado un trago y se escucha el segundo. Respira, inhala y luego exhala, emite un gemido, se seca los
labios con las manos cubiertas de guantes, pero no suelta la botella. Las sombras esperan paciente.
Después de un trago más, la botella es puestas en otras manos que repiten la misma escena.

Es tiempo. Parecen decirse entre si. Las sombras se van incorporando bruscamente. Se mueven
zigzagueando, no quieren caminar pero tiene que hacerlo. Se tambalean, por el frío o por el alcohol.
El parque es oscuro como ellos, tenebroso como ellos y enigmático como ellos. Es el parque de
siempre, que guarda secretos y espanta con sus hojas movidas por el viento.

Caminan despacio y cabizbajos. Han llegado a una de las puertas laterales del parque pero no van
a salir, el parque es su protector. El viento trae las voces y los rumores, no se escucha con claridad,
pero a las sombras no les interesa. Saben que son los policías de siempre. Irán al puente, estarán
allí un rato y luego se irán. Es la hora de dormir. Pero el estropajo no puede. Solloza, llora. Hoy es
el cumpleaños de su hijo al que no ve desde que es un estropajo más de este parque holandés.
El estropajo tuvo un nombre, tuvo una familia, tuvo un hijo. No recuerda, o no puede recordar el
nombre de su hijo, pero sabe que nació un día como hoy hace 12 años. DEBAJO DE LA PLUMA. CíRCULO D.M.