La señora Blanca Escobar percibe ruido y movimiento en la puerta del cementerio, sabe que es momento de trabajar. Toma su balde con agua y una flor, camina de la mano de su hijo Kevin hasta los pies del Cristo ubicado en la entrada; una vez ahí, de pie al lado del ataúd, pregunta el nombre del finado, y en medio del llanto y las miradas líquidas de los deudos, pedirá por el alma de quien acaba de llegar a su última morada.
VIDA EN MEDIO DE LA MUERTE
“El mundo del Cementerio General de Cochabamba”
Texto e investigación: Ronald Vega
LOS INICIOS
Antes que existieran cementerios los cadáveres eran enterrados en casas; posteriormente, con la legalidad del cristianismo, los entierros comenzaron a realizarse en iglesias donde se disponía la ubicación de las tumbas según el rango social de la familia.
Fueron los griegos los primeros en introducir sarcófagos en ciudades, los llamaron mausoleos en honor a la tumba – templo del rey Mausolo, considerada una de las siete maravillas del mundo.
Durante la edad media comienza a contratarse artistas para el diseño de los mausoleos. Hasta ese momento, muertos y vivos compartían las ciudades, los entierros en las iglesias eran cada vez más numerosos.
Entonces comenzaron las epidemias. En 1787, en España, el rey Carlos III prohibió los enterramientos dentro de la ciudad debido a los múltiples problemas de salud que la descomposición de los cuerpos generaba en diversos lugares de Europa. Comenzaron así las construcciones de cementerios en las afueras de las ciudades.
NUESTROS CEMENTERIOS
En Bolivia, mediante decreto firmado en enero de 1826, Antonio José de Sucre ordenaba: “se establecieran cementerios para dar sepultura a los cadáveres, en todos los pueblos de la república, cualquiera que sea su vecindario”. Los problemas generados por los entierros en las iglesias habían llegado a una situación límite en el país. Así lo explica Sucre en el citado decreto: “la experiencia ha enseñado, que nada corrompe tanto la atmósfera de los pueblos como el enterramiento de cadáveres en ellos, y particularmente en las iglesias, donde la reunión de los fieles hace que el aire por falta de ventilación se cargue de miasmas”.
Para evitar que los curas de aquel entonces, que recibían dinero por los entierros en las iglesias, desacataran la orden, Sucre estableció en el decreto un punto específico dirigido a ellos: “Los curas párrocos, a quienes se les pruebe que se han enterrado cadáveres en sus iglesias un mes después de haber recibido este decreto, serán irremisiblemente separados de sus curatos sin derecho a recibir ningún beneficio eclesiástico por diez años”.
A pesar de ello, todavía tuvieron que transcurrir algunos años y muchos otros documentos oficiales para que aquella iniciativa del Gran Mariscal de Ayacucho sea aplicada en todo el territorio nacional.
DOS SEÑORASY UN NIÑO
Juan de la Cruz tiene trece años, cinco de ellos trabajando entre los muertos. Observa la puerta sentado en una banca del cementerio, a sus pies sus implementos de trabajo: un balde en cuyo interior hay dos pomos con cremas, una zampoña de plástico con los colores de la bandera boliviana y algunos trapos. Dos señoras entran por la puerta principal, Juan busca a una de ellas con la mirada; la mujer, con un gesto de mano, le indica que las siga. Juan se levanta de la banca y tomando su balde acompaña a las dos señoras hasta el lugar donde descansan sus seres queridos.
Enjuaga los recipientes para el agua y luego junta con las manos las hojas secas alrededor de las tumbas; limpia las lápidas y riega el césped, recibe unas monedas y regresa a su banca cerca de la puerta en espera de otro trabajo. “También saco brillo a las lápidas, a veces canto cuando me lo piden y pinto las letras”. Juan va al colegio por la mañana y por las tardes viene aquí a trabajar “Lo hago para ayudar en mi casa”, dice con orgullo disimulado.
Cuando se trata de lápidas, Juan muestra gran manejo de su oficio. Unta una de las cremas en su mano y repasa los bordes de metal, luego, con uno de sus trapos, saca el brillo dejando todo reluciente; letras, imágenes, bordes, todo queda como si fuera de bronce acabado de colocar. “Quisiera ser futbolista –dice Juan-, me gusta el fútbol y siempre voy al estadio a ver los partidos”.
Juan trabaja junto a una treintena de niños en el cementerio. En días especiales, día del niño o del estudiante, reciben regalos de diversas instituciones e incluso materiales para su trabajo.
Cuando termina, la lápida queda brillante y sus clientes satisfechos; pero las manos de Juan quedarán ennegrecidas por la crema hasta el final de la jornada, luego tendrá que frotárselas contra la pared para limpiarlas: “Es la única manera, no sale con nada”, me dice mirándose las manos.
ARQUITECTURA Y PROYECCIONES
Al igual que en cualquier ciudad Latinoamericana, en el cementerio de Cochabamba pueden distinguirse tres zonas marcadamente diferentes, sobretodo en su arquitectura. Una primera, que sería el centro histórico, muestra la típica arquitectura gótica de cementerio de cuento de terror; anchas cruces, bóvedas y mausoleos que de inmediato nos retrotraen a escenas de “thriller” clásico. Avanzando un poco más, llegamos a lo que sería la zona moderna, donde los mausoleos son pequeñas y coloridas viviendas con paredes revestidas de losetas y puertas de vidrio grueso tipo cajero automático. Al final, en la última zona, se encuentran los barrios populares, nichos ubicados sobre tierra y en desorden, enterratorios, algunos mostrando señas de no ser visitados en años. Es curioso que en esta zona sólo estén enterrados niños. Se la conoce como el “Angelorio”.
La diversidad arquitectónica del cementerio se debe a que las familias compran el terreno y sobre él, salvo restricciones básicas de altura y espacio, son libres de construir como les plazca. Por eso en la actualidad, además de estas tres zonas, se pueden ver mausoleos peculiares, como aquel de estética oriental, por ejemplo, o el curioso estilo ufo - futurista de nave espacial, en un mausoleo ubicado cerca de la capilla.
Con el tiempo los cementerios se convertirán en museos. En la actualidad existe una red Internacional de Cementerios Patrimoniales; la tendencia apunta a que sean las instancias de turismo de las ciudades quienes se hagan cargo de reforzar la función social de un cementerio como lugar depositario de historia. En Cochabamba esto ya es una realidad. Fabiola Sandoval, responsable de la Dirección de Turismo de la municipalidad, explica los avances en este terreno: “Primero hemos hecho un relevamiento general en todo el cementerio, no solamente de los personajes notables sino también de la parte arquitectónica. Estamos trabajando con tesistas de la universidad, y después queremos que quienes se hagan cargo de esto sean los mismos niños que trabajan en el cementerio”.
La Dirección de Turismo ha creado un circuito de visita al cementerio mediante el cual la población podrá conocer los lugares donde descansan los restos de importantes personajes de la vida nacional y local, como el presidente René Barrientos, la escritora Adela Zamudio, el historiador Nataniel Aguirre, los Héroes de la Guerra del Chaco, entre otros. La idea es que Juan de la Cruz y sus demás compañeros sean los responsables de guiar a los visitantes en su recorrido. Próximamente se iniciará el trabajo de capacitación con los niños para fortalecer los conocimientos que tienen sobre su lugar de trabajo.
La propuesta de la dirección de turismo es ambiciosa “lo que nosotros queremos es que la gente entienda la puesta en valor del cementerio, por que la gente ve al campo santo como algo muy tétrico o triste, cuando en realidad no es así, se puede encontrar maravillas arquitectónicas, personajes de la historia, el arte, personajes históricos de Cochabamba que han trascendido a nivel nacional e internacional”.
Se trata de hacer del cementerio, un lugar de interés cultural para el ciudadano y el visitante, lo que en otras ciudades ya se está dando desde hace varios años y con muy buenos resultados.
UN TRABAJO QUE INICIA
“Nos hemos encontrado sin documentación alguna de los mausoleos y con casos de ventas ilegales de terrenos”. Sergio Gamarra es el administrador del cementerio y hace un año que inició su gestión. Diariamente llegan a su oficina los propietarios de espacios al interior del recinto para regularizar su situación.
Gamarra, y los demás funcionarios de la administración, tienen la responsabilidad de hacer cumplir las disposiciones vigentes para el uso del cementerio: “existen exigencias, por ejemplo las construcciones deben tener una altura máxima, sus planos deben estar aprobados; incluso por más que el doliente haya comprado ese predio, no puede venderlo. Ese predio le pertenece durante 99 años, luego de ese tiempo si los familiares no se hacen declarar herederos, el predio vuelve a posesión del gobierno municipal”.
La venta de terrenos al interior del cementerio sigue siendo el mayor dolor de cabeza para la administración: “Desde el año pasado que hemos tomado la administración se han detectado bastantes ventas ilegales –dice Gamarra-, los predios dentro del cementerio no son transferibles, no puede haber venta entre terceros”. Por desconocimiento de la norma, o por cuestiones económicas, sea cual fuera la razón, la venta de terrenos en el cementerio es ilegal, en esos casos la administración procede a la reversión: “Nosotros, cuando existen documentos de ventas o de transferencias, lo que hacemos es hacer la reversión de los predios que han sido vendidos ilegalmente”. Lo que antes fue vendido, pasa a manos del gobierno Municipal.
¿A qué apunta su gestión en la administración del cementerio?: “Apuntamos a dar la mayor comodidad a los dolientes, porque hay muchas falencias de servicios, seguridad, el mismo servicio en general. Queremos lograr la confianza de los dolientes en el servicio que les brindamos”.
EL OFICIO DE REZAR
“La bendición de dios padre, dios hijo, dios espíritu santo –en ese momento la señora Blanca, con su flor bañada en agua, hace la señal de la cruz sobre el ataúd-, dios padre creador te reciba en su santo reino y te tenga bajo su protección, descansa en paz…amén”. Al terminar, da a los deudos la recomendación más importante: “Se lo pueden llevar los pies por delante”. Luego, siempre guiada por su hijo Kevin, camina por entre los dolientes pidiendo una colaboración.
¿Por qué los pies por delante? “Los pies por delante porque cuando estamos vivos siempre lo que entra primero son tus pies, por eso decimos los pies por delante, que sería como entrar caminando”. El oficio de rezar lo heredó de su madre. Por aquellos años la señora Benedicta era acompañada por su pequeña hija: “hace muchísimos años atrás ella ha empezado con otra señora cuando eran jóvenes, las primeras han sido, después han comenzado a venir otras personas”.
La madre de Blanca, al igual que ella, era también invidente. Se cree que las plegarias de las personas invidentes tienen mayores posibilidades de ser escuchadas, sin embargo, no es precisamente por esa virtud por la que todas las rezadoras y rezadores del cementerio estén privados del sentido de la vista. Al respecto la señora Blanca aclara: “Esto es porque como no hay en qué más trabajar, porque la sociedad no nos da cabida para trabajar, por eso es el único medio que hemos encontrado el de rezar, esto es para las personas no videntes porque no hay en qué más trabajemos”.
La agudeza de su sentido del oído ha permitido a la señora Blanca aprender a tocar el teclado para acompañar con cantos sus plegarias. En su banca del cementerio recibe a personas que le piden un rezo por su bienestar y el de sus familiares: “Mayormente vienen para que les ayuden en su trabajo o estudios, y otros vienen por sus matrimonios, cuando están queriendo ir por mal camino, ellos piden a las almitas encomendar que les ayuden”.
Hace doce años llegó a trabajar en el cementerio, muchos la conocían como la niña que acompañaba a su madre, la hija de la pionera; por historia y tradición tenía aquí su lugar reservado.
MEJOR ANTES QUE DESPUÉS
El cementerio de Cochabamba está lleno de historia, de gente que ya no está, pero también de gente que vive y trabaja; es un lugar donde pasado y presente se estrechan invitándonos a ser parte de ese encuentro. El cementerio propone un diálogo con la historia y un encuentro con la realidad.
Vuelven ahora, como una invocación, las palabras de don Ramón Rivero, precisamente hablando del cementerio, allá en 1917: “…hagamos que en la mansión de los que fueron, se hermane el dolor con la piedad, la majestad de la muerte con la belleza del recinto”. SIN VéRTEBRAS. CíRCULO D.M.
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