Por: Hans Giebenrath
Siempre me pregunté cómo sería vivir igual que esa gente sin hogar, de aspecto sucio y desaliñado que vagabundea por las calles de las grandes ciudades. Por supuesto, que esta inquietud me dominó desde aquellos simples paseos de domingo por la mañana por el centro histórico de la ciudad de México... En los parques podrían encontrarse a hombres envejecidos a fuerza del implacable paso de las carencias y los dolores. Recuerdo a uno agonizando en una banca con la mano temblorosa en el vientre, a otro urgando en la basura, a una mujer hundida en la demencia de fragancia fétida y un fuerte olor a orines, a un grupo de jóvenes con la adolescencia truncada saliendo de las coladeras, tomando calmantes de toda índole, bebiendo sedantes mortíferos para apaciguar la crudeza de su realidad, sin familia de sangre, se reunían para ser hermanos, y a su manera hallaban algún tipo de consuelo. Forjaban alianzas para sobrevivir en las calles o a veces cada quien se defendía por su cuenta. De los que más persistencia tienen en mi memoria son un anciano ciego que descansaba en la banqueta muy cerca de mí y a un niño de aproximadamente 6 años con una mochilita amarilla de “winnie pooh” que no se le despegaba; sedientos, agotados de tanto caminar a un costado de la muerte, se complementaban el uno al otro en un nexo simbiótico para cruzar las turbulentas avenidas de la gran metrópoli, acechantes, peligrosas y llenas de insania, con el propósito de conseguir las migajas que serían la cena y continuar el martirio del día siguiente para recibir el azote del destino, condenados a un padecimiento continuo y sin final. ¿Qué significaba esa vida, tan cerca del absurdo y más aún, de la fatalidad? Yo no lo comprendía ni lograría comprenderlo del lado cómodo de mi status frívolo de curioso espectador.
¿Cómo hace para vivir esa gente, qué actividades llenan su tiempo, qué sienten, cuál es su percepción de ese existir fracturado al que están sometidos? Y lo más importante, ¿cómo es que llegaron a atascarse en ese modo de vida? La respuesta no se puede hallar en un noticiero, en el confort del sofá o en la lectura de una docena de libros; de ninguna manera, la única forma de conocer esa realidad es vivirla, experimentar en propia piel y carne lo que esa gente “homeless” percibe de sí misma... Para mí era inaccesible conocer el otro lado de esa vida. La única manera de desentrañar un misterio es experimentando ese misterio, acercándosele lo más posible, absorberlo, hacerlo propio. Y conocí ese misterio de manera involuntaria. Por circunstancias que aún no comprendo del todo, llegué a pisar el terreno volátil de los que conocen ese desamparo brutal y de quienes ocupan la casta incómoda de toda sociedad: llegué a ser un “homeless”. Ahora sé lo que es mirar desde sus entrañas a ese pasar del tiempo con el gélido toque de la desesperanza.
En breve, diré que los acontecimientos que me orillaron a quedarme varado en los límites de lo creíble se fueron apilando lentamente hasta que me vestí con la categoría social de un auténtico “homeless” en esta agitada y bella ciudad llamada Ámsterdam. ¿Cómo es que un profesional ha llegado al extremo opuesto de lo que soñó de su futuro, que trabajó sin recibir sueldo y escribió un libro de filosofía a los 24 años que nadie quiso comprender? ¿Cómo decidió cambiar de suerte, llegar a Europa con el único deseo de salir adelante porque en su país no encontró el apoyo suficiente? El resultado fue que viajando de un lugar a otro, llegué a Ámsterdam desde Alemania, pedaleando cientos de kilómetros en una bicicleta que armé como pude, revisando las raciones de pan, acumulando agotamientos, soledades, temores pero también fortalezas, con la única esperanza de hallar una oportunidad para cambiar mi pésima racha de infortunio que me ha estado persiguiendo desde hace más de una década. Pero ha sido más difícil de lo que parecía; nunca me imaginé que el sólo hecho de dormir al cobijo de las estrellas se convirtiera en un acto prohibido... sólo anhelaba un par de horas, y debía buscar constantemente diferentes parques, barcos, puentes o la plena calle. ¡Cuánto llegué a apreciar un rincón sucio en el que pudiera evitar el acoso de la policía y no incurrir en delito por el sólo hecho de querer dormir!, huyendo de las denuncias por allanamiento de lugares “públicos” ¡Paradoja inmensa de lo ilógico! La gente puede intoxicarse, fornicar en plena vía, inyectarse heroína dentro de una casita de juegos infantiles de un parque (de todo esto fui testigo veraz), pero dormir... dormir es lo peor, la ofensa más grave que puede cometer un “homeless” en las calles de esta ciudad.
Dentro de todo, debo decir que si continúo en esta lucha y si he logrado sobrevivir a las vicisitudes de mi búsqueda, es gracias a algunas amistades y a los lugares caritativos donde se encuentra alimento caliente, vestido, ducha gratis, aunque no siempre se corre con suerte para el alojamiento, por lo cual esta vida en las calles sin un sólo centavo es llevadera, soportable hasta cierto nivel. Al principio estaba entusiasmado, pues al encontrar todos los caminos obstruidos por lo menos no moriría de inanición. Pero hay un riesgo oculto. Un amigo siciliano me advirtió, con casi un siglo de experiencia que este modus vivendi le ha legado, que uno se acostumbra al andar callejero y peligra en acostumbrarse, de ser incapaz de anhelar otra vez, de sostener un proyecto decente, de salir del agujero abúlico de una ruina inevitable... Él no pudo salir, se acostumbró demasiado y ahora sólo anhela regresar a su isla Sicilia para pasar lo que le queda de tiempo con esa salud mermada después de cuarenta años de una travesía por los cinco continentes. Regresa con los bolsillos vacíos y sin ningún familiar que le espere, regresa a probar la otra soledad con un cuerpo que se ha marchitado ya de tanto vivir al filo de la nada. Le prometí visitarlo... y lucharé por cumplir esa promesa.
En esto se sintetizan los agrios frutos de mis anhelos... ser un indocumentado incapaz de ganarse el sustento en una labor tan simple como lavar platos. Laboré casi una semana en el llamado “black job” logrando que me pagaran 10 euros la jornada, mismos que gasté para alimentarme... esta opción es la más cercana a la esclavitud. Fui buscando, y en una ocasión llegué con unos turcos, resultó que eran más rigurosos en lo legal que los propios holandeses en su propia tierra: “le falta un documento para trabajar limpiando estiércol a media noche en un lugar distante, y no queremos riesgos para el negocio”, “le falta esto, aquello, le pago dos días y le debo cuatro, le falta un botón a su camisa y no puede trabajar más con nosotros, no hay lugar para usted en esta zona”, “aléjese, piérdase de la memoria de las gentes de bien que no lo necesitan... está de sobra en este mundo.” La cantidad de circunstancias incongruentes que me han ocurrido se eleva cada día más. Me estoy acomodando a la absurdidad que me acosa intensamente, no he tenido otra opción.
Todo esto se lo atribuyo al padecimiento de la modernidad y todas sus carencias... Tengo testigos para comprobarlo, si no fuera así, diría que todo lo que me ha pasado es un juego de la imaginación porque aún no logro entender la lógica con que giran las sociedades. Ya pertenecía desde hace mucho a esta estructura por todos aceptada, ahora como “homeless” creo que es un status necesario para que subsistan la cadena de otros status que le secundan, por ejemplo, si no estuviera el homless, las organizaciones institucioneles de asistencia, clericales, el sistema policíaco, las órdenes caritativas, los consulados y el jugoso negocio de los que contratan a los vagabundos en calidad de “black job”, mal pagado o que a veces ni se paga, quedarían menoscabadas en su fondo racional que las sustenta... toda la cadena que le secunda estaría en peligro de aminorar el subsidio que le suministra un Estado, de alli la importancia del “homless”... que es muestra de que la civilización fracasa con sus principios neoliberalistas que la edifican. La mayoría de los que deambulan en la indigencia tuvieron sueños de superación que en algún momento de querer realizarlo algo no salió como lo pensaron y ahora con el sólo hecho de vagar se destila un sin fin criterios muy poco apegados a la verdad profunda que encierra este problema del Estado y las sociedades.
Es increíble la cantidad de personas que viven en estas condiciones. Entregadas a un viaje ambulatorio que abrazan por años y años, algunos han recorrido prácticamente medio continente, Barcelona, London, München, Paris... y hay quienes son más osados y su éxodo comprende una extensión de gran magnitud, India, Medio Oriente, Sudamérica. Dentro de esta atmósfera hay muy pocos que aún desean trabajar, cambiar su status... es el peligro del que me advertía mi amigo siciliano y del que me he estado contagiando paulatinamente. Entre nosotros sabemos que algunos allegados de Europa del Este gustan de beber y esto resulta en efectos desgastantes para la ciudad, pues en los lugares caritativos no regalan alcohol u otras sustancias, por lo tanto se valen de sus propios medios para obtener lo que su cuerpo requiera... beben y fuman como si tuvieran un dolor que no se extingue con los potentes bálsamos báquicos.
En algún momento corrió información valiosa para mí que capté lo más rápido posible. Hay un lugar donde los hispanoparlantes se reúnen, organizan actividades, por una cantidad representativa, casi nada, asisten a clases de inglés u holandés, toman el té por las tardes... Acudí a la “Casa Migrante”, una comunidad de habla hispana donde me encontré a una organización de apoyo para los que venimos incluso de otro continente, y no se enfoca en exclusivo al migrante de la península Ibérica, engloba con suma atención a los originarios de América. Conocí amigos, paisanos, gente dispuesta a cooperar en lo que se pueda para ayudarse mutuamente. Fue mi solaz, un momento de esperanza dulcificada. Otro sitio que hasta el momento me ha deslumbrado ha sido la biblioteca de Ámsterdam, refugio seguro para candidatos como yo, lugar de apacible reunión en la que podemos contactar a familiares, escuchar música, ver algún video que relaje nuestra mente hundida en los problemas y las ansiedades (todos recurrimos a la web de youtube con los audífonos siempre listos)... la biblioteca se ha convertido en un recinto donde se puede alejar por unos momentos el “afuera” ese estar en peligro constante de desaparecer como un donadie, como una nulidad social que ha poblado las salvajes calles. Hasta cierto punto, la biblioteca de Ámsterdam ha llegado a ser un lugar confortable donde se reestablecen los ánimos. Particularmente, ha sido fundamental para mantener una cordura en mi vida cotidiana. Me ofrece lectura y acceso a la información de todo el planeta de forma gratuita. ¡Es una bendición este palacio del conocimiento!
Todo esta forma de vida se la atribuyo al absurdo sistema económico que rige hasta nuestros días y que ha contaminado a todo el mundo. Quisiera escapar, regresar, huir... pero ya no hay un rincón sano que se haya salvado del sistema que hemos construido a base de ensayo y error en los regímenes capitalistas. Si nació en Norteamérica donde hasta los seres humanos “están demás” como si fueran la mercancía sobrante de una fábrica o en Europa o en China, no lo sabremos con exactitud, pero de algo estoy seguro, dentro de cada pecho hay un desapego a las consecuencias del hiperconsumo y por lo tanto no nos interesa si algunos son relegados a la nada, sean buenos o malos. Son consecuencias de la producción y el consumo elevados a una rapacidad incontrolable. “Es sólo un fenómeno de migración”, dirán los expertos, pero en lo profundo se esconde una verdad desoladora que está íntimamente relacionada con el tipo de vida que hemos elegido como seres democráticos, es decir, por la causa masiva de este vivir basado en régimen inflexible de la moneda. Por cada persona que ha perdido la dirección y el curso provechoso de su vida para una sociedad se evidencia el fracaso de los Estados modernos. Empiezo a comprender un poco la naturaleza de esta absurdidad a la cual he sido sometido... Ya no hay lugar, ni en la propia casa, ni en el extranjero, para aspirar a un vivir digno; así me lo han hecho saber en cada puerta que he tocado para pedir empleo, ayuda, consejo.
He conocido el más hondo significado del hambre y de la soledad, pero también el de la amistad y llegué a saber que detrás de un indigente, un vagabundo, un “homeless” (para suavizar los términos) antes que cualquier otra cosa hay un ser humano, y si comete errores es porque se ha menoscabado su espíritu de lucha por ser alguien mejor en esta vida, por ser víctima, asimismo, de este hiperconsumo de las sociedades modernas que nos devora hasta los despojos arrebatándonos hasta la posibilidad de soñar con la simple calidez de un hogar. SIN VéRTEBRAS. CíRCULO D.M.
He leído tu historia y cómo se ve desde el punto de vista de un homeless y la verdad que es muy interesante a la vez que triste. Donde tú dices que te han tratado bien, en Casa Migrante, es donde yo trabajo. Quizás nos hemos cruzado alguna vez, quién sabe.
A mí siempre me ha llamado la atención la vida de la gente que vive en la calle. Hay mucho de pobreza de espíritu y amor propio me parece también. No creo que sólo pase por la economía del mundo o si el capitalismo nos deja de lado. Hay algo de eso, es verdad.
Sabes? Yo me he sentido muchas veces perdida, abandonada, sin sueños y oscurecida por la realidad. En momentos como esos no hay nada que te levante el ánimo, ni las mejores intenciones de la gente que quiera ayudarte. Yo creo que todo es posible, salir es posible, pero hay que tener mucha fuerza de voluntad. Ser fuerte significa también sacrificar los deseos de satisfacernos rápidamente. Suena quizás a algo que puedes leer en cualquier libro de autoayuda, pero yo he constatado esto que te digo. Y, lo más importante es no sólo creer en uno mismo, sino creer en los demás. Creer en el amor y saber que somos todos parte de algo mayor. Que somos energía y estamos conectados.
Porque el estado actual del mundo es a causa de las grandes injusticias que llevan a cabo otros seres humanos. No pasa con que venga Dios y dictamine. Pasa porque desde que el mundo es mundo las personas siempre han querido sacar provecho de los demás y satisfacer sus deseos. Si pensáramos más en servir al mundo dando lo mejor de nosotros, desarrollando nuestros talentos, quizás el estado del mundo sería otro.. quién sabe.
Hola, Gerogina. Al leerte pude saber que eres una persona sensible y que de verdad has aplicado tus principios, especialmente el de ¨fortaleza¨ en tu propia vida. Hace algún tiempo que escribí este artículo, y aunque han cambiado las circunstancias, sigo creyendo que la lección más profunda de esta experiencia fue precisamente sensibilizarme con los demás. Pude alcanzar cierto desprendimiento ante algunos deseos innecesarios de hábitos implantados y conductas convencionales de las sociedades modernas. De cierta manera agradezco cada mínimo rechazo, cada derrota, cada puerta cerrada pues en este momento puedo decir con toda seguridad que eso despertó cierto potencial en mí, y quizá me refiero a esa misma fuerza que tú mencionas.
De aquellos grisáceos y tórridos días surgieron algunas letras cargadas de esa potencia, de ese grito hueco que todos llevamos dentro y que sale de nosotros cuando reflexionamos sobre nuestra realidad. El que no medita, jaás los conoce y pasa de largo en la existencia, como una sombra, como el viento que se dispersa. Mandé quizá una docena de trabajos a concursos internacionales. En el momento más crítico, hubo una respuesta, una sola. En primavera se publicará un modesto poema en Madrid, uno de mis compañeros que no me a abandonó en aquellas noches sin estrellas que contemplé. Esto puede ser un suceso irrelevante, lo sé, pero dice una sola cosa: que confirma mi camino y no lo abandonaré así deba vivir para siempre en las calles.
Mucho antes de probar los efectos de ese mecanismo agobiante del status y el canibalismo que se practica con las ambiciones materialistas sin el objeto de elevar lo espiritual, llegué a conocer la categoría del ¨poet maudit¨, que para mí significó una actitud de contrapeso al automatismo del ser humano. Georgina, confieso que he roto con el mundo, con ese mundo que sólo es coherente consigo mismo, que no está interesado en cambiar. Yo encontré un medio de cómo sobrevivirme a mí mismo... y encontré un claro en el camino que me eligió y elegí con abnegación y gusto. Creo, incluso estando en aquellas circunstancias tan precarias, tengo suficiente para compartir. No debo pedir nada a nadie pues quizá nada puedan darme para colmar mis interrogantes; pero yo sí, encontré una fuente demasiado rica en gozos que quisiera compartir: la perseverancia en la realización de un sueño de libertad... por la mañana un amigo me ha llamado ¨el último romántico del mundo¨. Es curioso, no ha leído ninguno de mis versos, ninguna de mis sentencias, ni siquiera sabe que escribo y nos hemos conocido hace unos días y aún así pudo ver mi interior. Encuentro fascinantes algunos sucesos cotidianos. Eso aprendí en las calles, a apreciar lo inapreciable a simple vista... a escuchar a los demás, a dejar de ser un egoísta por unos instantes.
Un saludo y un abrazo con afecto, Georgina, gracias por leer el artículo. H. G.
Hola, Gerogina. Al leerte pude saber que eres una persona sensible y que de verdad has aplicado tus principios, especialmente el de ¨fortaleza¨ en tu propia vida. Hace algún tiempo que escribí este artículo, y aunque han cambiado las circunstancias, sigo creyendo que la lección más profunda de esta experiencia fue precisamente sensibilizarme con los demás. Pude alcanzar cierto desprendimiento ante algunos deseos innecesarios de hábitos implantados y conductas convencionales de las sociedades modernas. De cierta manera agradezco cada mínimo rechazo, cada derrota, cada puerta cerrada pues en este momento puedo decir con toda seguridad que eso despertó cierto potencial en mí, y quizá me refiero a esa misma fuerza que tú mencionas.
De aquellos grisáceos y tórridos días surgieron algunas letras cargadas de esa potencia, de ese grito hueco que todos llevamos dentro y que sale de nosotros cuando reflexionamos sobre nuestra realidad. El que no medita, jaás los conoce y pasa de largo en la existencia, como una sombra, como el viento que se dispersa. Mandé quizá una docena de trabajos a concursos internacionales. En el momento más crítico, hubo una respuesta, una sola. En primavera se publicará un modesto poema en Madrid, uno de mis compañeros que no me a abandonó en aquellas noches sin estrellas que contemplé. Esto puede ser un suceso irrelevante, lo sé, pero dice una sola cosa: que confirma mi camino y no lo abandonaré así deba vivir para siempre en las calles.
Mucho antes de probar los efectos de ese mecanismo agobiante del status y el canibalismo que se practica con las ambiciones materialistas sin el objeto de elevar lo espiritual, llegué a conocer la categoría del ¨poet maudit¨, que para mí significó una actitud de contrapeso al automatismo del ser humano. Georgina, confieso que he roto con el mundo, con ese mundo que sólo es coherente consigo mismo, que no está interesado en cambiar. Yo encontré un medio de cómo sobrevivirme a mí mismo... y encontré un claro en el camino que me eligió y elegí con abnegación y gusto. Creo, incluso estando en aquellas circunstancias tan precarias, tengo suficiente para compartir. No debo pedir nada a nadie pues quizá nada puedan darme para colmar mis interrogantes; pero yo sí, encontré una fuente demasiado rica en gozos que quisiera compartir: la perseverancia en la realización de un sueño de libertad... por la mañana un amigo me ha llamado ¨el último romántico del mundo¨. Es curioso, no ha leído ninguno de mis versos, ninguna de mis sentencias, ni siquiera sabe que escribo y nos hemos conocido hace unos días y aún así pudo ver mi interior. Encuentro fascinantes algunos sucesos cotidianos. Eso aprendí en las calles, a apreciar lo inapreciable a simple vista... a escuchar a los demás, a dejar de ser un egoísta por unos instantes.
Un saludo y un abrazo con afecto, Georgina, gracias por leer el artículo. H. G.
Hans, me alegra saber que tras aquel período de soledad y oscuridad hoy te sientas más entero.
Todo momento pasa en la vida para enseñarnos algo, incluso aquello que duele y nos cierra el paso.
Cuesta darse cuenta en el momento, se requiere mucha perseverancia para seguir caminando y reflexionar luego mirando hacia atrás. Yo admiro la gente que puede mirar con humildad su pasado, a mí aun me cuesta hoy en día.
Sin embargo, creo también en que lo que uno realiza en el día a día, o el día por venir ayuda también a enmendar los errores del pasado.
Porque el futuro es sólo presente en potencia.
Hans, no dejes de escribir, no dejes de crear. Si ese es tu talento, desarróllalo, dale todo el impulso que necesites darle.
Y no te dejes llevar por lo que un concurso te pueda dar.
Yo escribí toda mi vida, pero recién en este último año me atreví a compartirlo con otra gente. Y no necesito de ningún conscurso o jurado que me diga que si lo que hago esta bien o no. Escribo en mi blog y participo también aquí en Círculo Dilecto con artículos sobre la cultura holandesa..
Cada uno encuentra su vía de escape.
Yo no podría dejarme llevar al punto de vivir una existencia que limita con el vacío material. Pero yo soy madre, tengo otras responsabilidades además de mi persona.
Admiro tu temple y tu pasión por seguir adelante con un estilo de vida tan difícil.
Pero, te repito, no dejes de creer en tí mismo.
Esa luz que dejas brillar, puede hacer maravillas a gente que no conoces. Ese es tu talento. No lo derroches, no lo ignores. Déjalo ser.
Un abrazo.