20110915

SONHA, HERMANA MíA


Introducción
De ojos almendrados, delineados con un lápiz negro muy grueso. De mirada expresiva, con los ojos bien abiertos como si buscará algo. Las pestañas llevan una carga gruesa de máscara que hacen ver sus ojos más grandes de lo normal. Lleva un poco de rubor sobre las mejillas, los labios bien delineados y rellenos de carmín rosa. Cierra los ojos al verme. Los abre, me mira y me vuelve a preguntar si lo publicaré en holandés. Le digo que no. Se levanta, se sienta, respira, me mira. Me dice que es difícil que no se lo ha contado a nadie. Qué confió en esa organización pero que ahora no confía en nadie. Me mira con esos ojos grandes, como buscando una pista de mentira, un hilo de desconfianza. Le sostengo la mirada, ella baja la cabeza, cierra los ojos y me pide: júramelo. Se lo juro.

No sé qué lleva puesto debajo de su velo y debajo de esa ropa tan típica que le cubre todo y parece una carpa.

Cómo es tu cabello – le pregunto.

Como el tuyo – me responde.

Me miro en el espejo que está a nuestro lado y veo en el reflejo a dos mujeres. Una  cubierta y la otra sin velo. Fátima, se ríe, mejor dicho sonríe y parece sincera. Su nombre no es Fátima pero puede serlo me asegura. Enciendo la pequeña grabadora de mano y le digo que no tiene que responder a preguntas sino que ella me puede contar su historia, la propia, la real y yo a cambio le prometo no volverla a llamar, no volverla a mirar.



Sonha, hermana mía
Si se lo dices a nuestros padres no quiero volver a verte. Te excluiré de mi propia vida. No quiero que seas mi hermana nunca más. Eres egoísta y perversa. Piensas sólo en ti y te olvidas de los demás. No te das cuenta del daño enorme que puedes causar con esa debilidad estúpida que tienes.

Fátima cierra los ojos  y no puede contener las lágrimas. No soy egoísta, se dice en silencio. Sonha continúa sin mirar a su hermana, hablando casi sin respirar. Fátima no escucha o no quiere escuchar  pero no puede evitarlo Sonha habla fuerte, muy fuerte ahora que sus padres no están.

Lo mejor es que te cases con él, tengas a sus hijos, después de eso puedes hacer con tu vida lo que quieras. Pero antes tienes que darme tiempo, tiempo a que me case y tenga a mis hijos. Si ahora abres la boca para confesar esa debilidad, mejor dicho, enfermedad que tienes todo será destruido. No te das cuenta del daño que nos puedes hacer. Del  gran daño que me harías a mí, gritó casi al desmayo.

No es una enfermedad, reclama Fátima.

Sonha se calla por un momento. Se acerca a su hermana que está sentada en el piso con las piernas cruzadas, los codos sobre las rodillas, las manos sobre la cabeza. Es una enfermedad, le dice casi susurrando al oído. O acaso crees que es normal lo que te pasa. Eres mi hermana y podría aceptar todo, pero eso, eso  me da asco.

Soy tu hermana pero no te importo. Vuelve a reclamar Fátima.

Si no me importaras no te diría qué es lo mejor para ti, concluye Sonha antes de salir de la habitación.
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Mañana por la mañana conocerás en persona a tu novio. Le darás las gracias por el regalo y tendrás 5 minutos a solas con él.  La boda será como se planeó, una en Pakistán y la otra aquí en Holanda. Para entonces tu marido podrá pedir la residencia holandesa y vivirán por el momento en nuestra casa. Anunció el padre a su hija mayor. La menor, miraba de reojo desde una esquina. Con atención y disimulo tratando de no perder ninguna palabra de lo que se decía y mucho menos sin perder de vista cualquier posible reacción contraria de su hermana.

De vuelta a su habitación Fátima cerró la puerta por dentro. Se quitó la ropa y se miró desnuda al espejo. Observó cada detalle de su cuerpo. Pensó que era bonita y atractiva. Pensó también que era inteligente y que sabría vivir trabajando de lo que sea. Sabía escribir, leer, sumar, restar, dividir y multiplicar. Fue a la escuela primaria porque era obligatorio, la secundaria fue optativa y su padre optó por una carrera familiar. En donde aprendió a preparar platos tradicionales, atender la mesa, cuidar a los niños. Serás una excelente esposa. Le dijo su madre alguna vez.

Sonha tocó a la puerta. Nadie respondió. Fátima quería y necesitaba estar sola. Sonha tocó a la puerta de nuevo.

-Fátima abre, decía la voz de Sonha. Tengo que hablar contigo.

Fátima se vistió lentamente antes de abrir puerta. Sonha traía consigo una revista, escondida debajo de su jersey, estaba doblada y señalaba un artículo sobre la “enfermedad” de su hermana. En él decía que se curaba con paciencia y sobre todo con una firme convicción de querer ser normal como los demás.

Fátima recordó el tiempo de la escuela. Su primer roce, su primer beso. Fue de casualidad. Las demás niñas se rieron, y lo tomaron con naturalidad. Pero para Fátima fue ese beso, descuidado y sin intención, lo que marcó su vida para siempre. Vio a esa niña crecer y convertirse en mujer. La veía incluso de vez en cuando por el barrio, sobre todo cuando visitaba a sus padres que vivían a unas dos o tres puertas de la casa de Fátima. La niña le quitó el sueño y se sintió enamorada por primera vez.

De adolescente se dio cuenta que las niñas le atraían más que los niños. Pero con quién conversar al respecto. A quién contarle que mientras sus amigas de barrio y su propia hermana hablaban de chicos ella sólo pensaba en la niña que había besado en los labios de casualidad. Le gustaba mirar a las chicas, le gustaba estar entre ellas, pero no podía compartir sus intereses y menos conversar sobre ellos, los chicos.

¡Fátima! escuchó la voz de su padre llamarla. ¡Fátima!, escuchó la voz de madre llamarla. ¡Fátima! escuchó la voz de Sonha llamarle. ¡Fátima! se dijo a sí misma. Es la hora. Bajo con cuidado las escaleras, suavidad y cuidado que su novio tomó como una delicada y sutil manera de llamar su atención.

-Fátima, Zaid está aquí. Escuchó a su padres decir.

-Zaid, ella es tu novia. Dijo su madre.

Fátima, eres hermosa. Esto es para ti, dijo Zaid con una voz suave y cálida. Y Fátima lloró. No pudo contener su llanto, la respiración se hacía difícil, la angustia se apoderaba de ella. Sonha corrió a auxiliar a su hermana, la cogió por la espalda, le acarició el cabello, le sostuvo las manos.

-Es la emoción. Ha soñado tanto con este momento que ahora, que se convierte en realidad no lo puede soportar. Por favor discúlpala. Dijo Sonha.

Zaid, sonrió complacido. Y asintió.

¡Víbora, víbora, quieres destruir tu futuro, quieres destruir mi futuro!. Te vas a casar y esta familia será feliz como lo soñamos. No dejaré que nos destruyas. Fátima ¡escúchame! Bajarás y  le pedirás disculpas. Le sonreirás. Fátima ¡mírame, escúchame!. Sonha emitía sonidos, gritos susurrados para no llamar la atención de los de abajo.

Fátima, hermanita, no me hagas esto. Por favor. Piensa. Créeme, es lo mejor. Mírame. Sabes que te amo. Hermana mía. Déjame guiarte a tu felicidad. Sonha tenía lágrimas en sus mejillas, eran sinceras, eran verdaderas.

Fátima levantó la cabeza, miró a los ojos de su hermana, su única hermana. Se sintió perdida. Bajo la cabeza y asintió.

Bajaron de nuevo las escaleras, Fátima sostenida por su hermana.

Todos sonreían, todos comían. Fátima miró a su novio. Tenía ganas de vomitar. Sonha le apretó la mano y le susurró al oído. Estoy contigo. No te dejaré.
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Lo que sucedió después no me lo pudo contar. Pues no lo recuerda. Solo recuerda imagenes, preguntas vagas en su memoria, y a Sonha contestando por ella.

Cuando Fátima me contó su historia estaba decidida a escapar. La curiosidad por saber qué pasó a veces me consume. Pero he mantenido mi promesa y no la he vuelto a llamar. DEBAJO DE LA PLUMA. CíRCULO D.M.