20110314

LA PRIMERA VEZ



Por: Karina Miñano


-¿La primera vez?
-Si, la primera vez, insistí

No deja de mirar sus manos, cierra los ojos, los aprieta y sin lugar a dudas recuerda. Recuerda la primera vez que lo hizo. Se queda callado por unos segundos que parecen horas, segundos en el que ninguno de los dos habla.  Solo se escuchan las tazas y los vasos, a los camareros, a la gente que conversa en un idioma lejano y ajeno al nuestro.

-No quería. Pero estaba allí, tan hermosa, en silencio, con la mirada fija y perdida. Su familia estaba fuera de la habitación. Me dejaron solo con ella. Debía prepararla, debía cerrarle los ojos, pero así como estaba con los ojos abiertos se le veía hermosa. No pude resistirlo. La idea pasó por mi cabeza y creí que era una locura, una tontería. Pero por más que la negaba más me excitaba. Me acerqué a su rostro, tenía una piel suave y fría. Su olor todavía fresco. Acerqué mis labios a los suyos, tal vez buscando una respiración que nunca más existiría. No lo sé. Sé que asqueado con mi propia idea corrí a la puerta del cuarto. Quería salir, irme y no voltear a mirarla; no podía ser yo quien le cerrara los ojos y luego la vistiera como si nada. Al abrir la puerta no encontré a nadie en el corredor. Toda su familia esperaba en otra habitación. Pero al no ver a nadie pensén en retroceder. Cerré la puerta despacio y con cuidado. Pasé el pestillo por dentro. Volteé y allí estaba ella. Sobre la cama. Sentí una necesidad tan grande de abrazarla, besarla, estar con ella. Y ella, no lo sentiría.  Nadie se daría cuenta. Yo tendría todo el tiempo del mundo. Estabamos solos los dos. Fue el destino que me la puso al frente, pues esa noche mi colega se enfermó y yo tuve que ir solo.

Su voz se entrecorta. Siente naúseas y le hecha la culpa al café. Dice que tiene naúseas desde que bebe café, pero en realidad las tiene desde la primera vez. La idea le repugna y a la vez le excita. Entra en conflicto consigo mismo, al decidir entre lo que está bien y su más entrañable deseo. No se trata de besos no correspondidos, ni de aroma, ni de amor. Se trata de un impulso, un deseo incontrolable, bordeando lo enfermizo que lo aterra y que lo confina a ser víctima de sus propios delirios. No sabe por qué. No se puede explicar. Y sin embargo se considera normal.

-¿Cuántas veces ?, le pregunto.
-¿Cuántas veces? Repite y mira al techo. No lo sé, responde. Todos los días ingresa una nueva a la morge. Todos los días la posibilidad es latente.
-¿Cuántas veces?, insisto.

Se queda en silencio. Extiende sus manos sobre la mesa, las observa como si las descubriera por primera vez. Las tiene muy limpias, uñas bien recortadas, parecen suaves. Sus dedos son largos y delicados. Tiembla y las cierra en un puño, para decir que no lo recuerda con sinceridad. Pero que todo empezó hace 5 años con una adolescente de 15 o 16 años que había muerto de un paro cardiáco mientras dormía en su cama luego de una jornada intensa de deporte en la escuela.
Al terminar sus estudios forences la falta de conexiones lo llevó a trabajar como auxiliar en una morge de un hospital cerca a la capital belga. Y al mismo tiempo trabajaba para una empresa encargada de todos los asuntos funerarios. Cumpliendo su trabajo fue como la conoció.

Me acerqué nuevamente a su rostro hasta sentir sus labios cerca a los mios. Puse mis labios sobre los suyos fríos, distantes y a la vez suaves. No sé qué pasó exactamente. Pareciera que el tiempo se detuvo. Ella y su cuerpo solos conmigo. Le quité el camisón y puse mis manos sobre sus pechos. En ese momento solo quería besarla, tocarla.

Sabe que está prohibido, pero lo prohibido le atrae. Sabe que no se acepta socialmente pero no le importa.  No se considera un necrófilo ni tampoco ha leído historias como la de Henri Blot quien en 1886 desenterró el cádaver de una joven y tuvo sexo con ella, quedándose dormido y luego descubierto y procesado. Ni la de Carl Tanzler un radiólogo que restauró el cádaver de una de sus pacientes, metiéndolo en su cama.

No sabé que su atracción es llamada necrofilia, pero sabe que hay algo incorrecto en ello y al mismo tiempo se consuela pensando que debe haber más gente como él pero sin las agallas de contarlo.

¿Por qué huyes? Le pregunté
-No estoy huyendo.  Estoy de camino a Valencia. Tengo un puesto de trabajo allí en un hospital.
-Creo que huyes, le dije.

Otra vez extiende sus manos, las mira. Mira sus palmas y luego las voltea, hace un puño y responde :
-Mi jefe me ha descubierto. Creo que me ha denunciado, no lo sé.
-¿Por qué piensas que te ha descubierto? ¿Cómo ?
-El cadáver de su prima estaba allí. Yo ... – mira hacia la barra, busca al camarero y le pide una cerveza, baja la mirada y como en casi toda la conversación evita mirarme a los ojos – me propuse no tocarla por respeto a mi jefe. Y juro que no lo hice. Me negaba a mirarla, estaba preparando el material y con el rabillo del ojo miraba sus pies. Tuve una erección, quería irme y sin embargo me quedaba allí parado, inmóvil no sabía qué hacer. Solo pensaba en colocarme a su lado, tocarla, penetrarla, poner mi rostro sobre sus pechos. Mi jefe entró de repente y me preguntó que pasaba. Estoy casi seguro que se dio cuenta de mi erección. Me exigió salir de la sala y creo, o fue mi imaginación, que dijo “con ella no”.

Al día siguiente salió con destino desconocido. Llegó a la casa de un conocido, desde ahora su protector llamado Rubén, quien se hace llamar el Robin Hood de los criminales. No quiere ayuda pues piensa que no la necesita. Tampoco cree ser un criminal. Se siente incomprendido. Asegura haber tratado de controlar sus pasiones hacia los cuerpos inertes y sin vida de las personas. pero no puede. Le gustan, le atraen. Solo una vez tuvo sexo con una persona viva que le provocó repugnacia y angustia. La misma repugnancia y angustia animal que siente minutos antes de tocar un cadáver y que olvida cuando el climax llega a su cuerpo y lo hace desbordar y sentirse humano otra vez. DEBAJO DE LA PLUMA. CíRCULO D.M.