Por: Rómulo Meléndez
El nombre Ronald Vega lo había visto pasar algunas veces, entre las muchas visitas a internet. Él sería uno de los gestores de una biblioteca particular en la Tablada de Lurín, sería un amigo íntimo del gran escritor Leoncio Bueno, habría sido el guía cultural de Emanuele Strapazzon. Ronald Vega resultó ser hasta un vecino mío de la cuadra cuatro de la avenida Sucre en la Tablada de Lurín y; aunque –como muchos- no haya pasado toda su vida en la Tablada de Lurín, su vocación para escribir nació allí.
“Lo que me permitió la Tablada de Lurín fue el descubrimiento de algo que con los años comprobé su importancia en mi vocación por escribir: la abstracción. (Ahora mismo no podría decir si realmente fui yo quien descubrió la abstracción –cosa que me parecería demasiado pretenciosa- o si lo que en verdad sucedió fue que la abstracción me permitió descubrirme, es decir que fui descubierto por ella) Recuerdo el canto de las cuculíes por las mañanas, y ¡cómo podía perderme en esa melodía! , era una hermosa forma de iniciar el día. La Tablada de Lurín tenía por ese entonces muchos elementos que facilitaban la abstracción: el olor de la tierra mojada, los amplios terrales por donde podíamos correr libremente, el silencio, los eucaliptos. Era, para nosotros niños, como nuestra gran selva por descubrir”.
Ronald Vega llegó a la Tablada de Lurín a finales de la década de los ochenta. Venía de pasar su primera infancia en Surquillo y, vivir en la Tablada de Lurín, con el paso de los años, se convirtió en uno de los importantes pilares en su formación. Ronald recuerda: “Vivir ahí me permitió entrar en contacto por vez primera con la rica diversidad cultural de nuestro país, fue, en definitiva, mi primera experiencia de conocimiento del Perú. Escuchaba con atención las historias de mis vecinos sobre sus lugares de proveniencia, el hablar de las señoras en el mercado, la música (fue ahí donde descubrí los Huaynos y Chacalón) y sobretodo, mi primer disfrute de la lectura en un lugar que por aquellos años era bastante apacible y silencioso”.
Ronald comenzó como lector. “Mi primer libro creo que fue “Las mil y una noches” a los diez años, y una edición con dibujos de El Quijote que siempre había en casa. Luego, siempre en la Tablada de Lurín, conocí a quien considero mi gran maestro. El poeta Leoncio Bueno Barrantes, a quien desde mis 14 años no he dejado de frecuentar. Fue él quien comenzó a facilitarme libros hasta la actualidad”. La necesidad de escribir se le presentó, irrenunciable, en el año 2006 en que terminó y publicó, con el apresuramiento y la emoción del primerizo, su primer, y hasta ahora único, libro de cuentos titulado “Intimaciones y otros relatos”, del cual imprimió tan solo cien ejemplares que distribuyó en la Tablada, entre familiares y vecinos.
“El libro fue un desprendimiento necesario, vital. Algunos de los cuentos ya tenían bastante tiempo de haber sido escritos. Por aquel entonces vivía en una pequeña habitación en la calle San Martín y trabajaba como educador en la biblioteca “Michele Mosna”, y como profesor de literatura en el colegio Ciro Alegría en la Tablada de Lurín. Durante unos cinco meses vivía entre la biblioteca, el colegio y la escritura del libro. Cada experiencia es única y esta no fue la excepción. Recuerdo que despertaba agitado por las madrugadas y era como si una fuerza inexplicable me sentara frente al computador a escribir. El libro fue prologado por Leoncio Bueno y consta de siete primeros cuentos (Intimaciones) relacionados entre sí. Un grupo de cuentos sueltos (Otros relatos) completan el trabajo. La edición estuvo a mi cargo, se realizó en una imprenta en Villa el Salvador y se imprimieron cien ejemplares. Fue presentado en diciembre del 2006 en el auditorio de la biblioteca donde trabajaba. A la presentación asistieron mis familiares, amigos, vecinos y alumnos del curso de literatura del colegio”.
Para Ronald la motivación para escribir siempre ha sido siempre personal. La escritura se le presentaba como un lugar para la subversión de la realidad. “El espacio en el que podría alterar las cosas a mi gusto. En suma –como lo dice Oswaldo Reynoso- la creación como el único espacio para la experimentación de la libertad de forma incondicional. Escribo por que al hacerlo experimento una sensación de libertad que cada vez es más negada por el mundo”.
Sus referentes son diversos. Comenzó disfrutando mucho de los cuentos de Cortázar y Ribeyro que fueron, durante algunos años, su dúo preferido. Posteriormente el goce de la lectura lo llevó a muchos otros autores básicos en su formación como escritor. En cuestión de lecturas se guía por una frase célebre de José María Eguren: “Siempre a lo desconocido”.
Ronald tuvo una niñez urbana. “Vivía –como ya señalé- en Surquillo, y solía ir a pie hasta Miraflores, que estaba bastante cerca, para ir a los videojuegos. Estudie 10 de los 11 años de colegio en San Vicente de Paul en Surquillo y el último en el Stella Maris de Tablada de Lurín.
“En Surquillo la casa era pequeña y grande la imaginación. Con mi hermano nos gustaba inventar juegos y pasar tardes enteras metidos en ellos. Creo que fue en esas tardes cuando inventaba mis primeras historias. El colegio quedaba a pocas calles de casa. Era grande y bullicioso, ahí conocí a mis primeras amistades, era como otra vida en medio de la vida.
"Iba con frecuencia a la Tablada de Lurín a visitar a mis abuelos que ya vivían muchos años ahí. Cuando nos mudamos tampoco era un mundo del todo desconocido. Fue un punto de quiebre en mi vida. Llegar a la Tablada de Lurín fue un avanzar, me abrió la mirada hacia horizontes que desde lo urbano era casi imposible mirar”.
Ronald Vega vive actualmente en La Paz - Bolivia, trabaja poniendo música en el bowling. Las mañanas las dedica al trabajo literario (leer y escribir) y un poco a caminar por la ciudad, recibir visitas o visitar a amistades: “por las mañanas siento que el tiempo me pertenece”.
Su intención de estar en La Paz es precisamente dedicarse con mayor seriedad al trabajo literario (o la escritura que, aunque no considere que sea lo mismo, también le interesa), y, aún de a pocos, siente que es eso lo que está haciendo. SIN VéRTEBRAS. CíRCULO D.M.
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