20100919

LA LOCA CATA



Por:  Ronald Vega

Era en extremos ufana. Caminaba lenta por las calles polvorientas de la Tablada de Lurín, ataviada de sucias vestimentas, cubierta por una especia de chal mugriento, a veces con sandalias, otras descalza, pero siempre dejando ver sus pies arrugados y ennegrecidos de tanto andar. Aún así, era en extremo ufana.

Los niños desaparecíamos ni bien verla. Por aquellos tiempos era común escuchar decir a nuestros padres: “Si no comes toda la comida voy a llamar a la loca cata para que te lleve”. Se llamaba Catalina, o eso era lo que sabíamos, y vagaba por las calles sin dirección. A veces la veíamos en el mercado “Unión”, en la tienda de especerías de la señora “Berna”, comprando achiote y pagando con papeles perfectamente recortados en forma de billetes. Del brazo, en el que también lucía gran número de brazaletes enmohecidos, le colgaba un viejo balde de pintura al mejor estilo de una cartera o una bolsa de mercado. Ahí ponía, delicada, sus “compras”.

Ahora recuerdo su sonrisa, aunque desdentada, era en extremo maternal. Pero en ese tiempo, para los niños, era maléfica, terrorífica.

Por aquel tiempo oí contar, a algunas amigas de mi abuela, que se trataba de una señora de la alta sociedad Limeña que hacía muchos años llegó de visita a la Tablada de Lurín acompañada de su pequeña hija que, en circunstancias extrañas, desapareció en el pueblo sin dejar rastro alguno. Desde ese día, dicen, que se volvió loca. Entonces se quedó vagando por las calles con la esperanza de volver a reencontrarse con su pequeña desaparecida.

Cierto o no, la Loca Cata se convirtió en personaje importante para todos quienes vivimos en la Tablada de Lurín a finales de los años ochenta.

Algunas veces creía ver en los ojos de alguna niña del barrio la mirada de su pequeña hija. Entonces extendía los brazos cubiertos de mugre y caminaba lenta hacia la aterrorizada niña que, juntos a sus eventuales amiguitos –yo entre ellos, pues alguna vez se trató de una prima mía- corríamos, como alma que lleva el diablo, en dirección a la casa, llorando, a abrazarnos de algún tío o tía que, saliendo a la calle explicaba algo a la Loca Cata, algo que no podíamos entender pero que sabíamos que nos mantendría a salvo de ella. Luego la enajenada señora volvía sus pasos sobre la calle, sin dirección, frotándose los ojos –creo que llorando, no lo podría asegurar- y mascullando frases ininteligibles.

De un momento a otro desapareció, tal como su pequeña hija hace muchos años, sin dejar rastro. Algunos dicen que fue violada, en la nocturna oscuridad del campo deportivo, por un grupo de malhechores. Luego muerta y su cuerpo desaparecido. ¿Alguien habría puesto una denuncia por ese hecho?, no tengo idea. Otras versiones dicen que fue recogida por algún familiar que la internó en un sanatorio. Tal vez esta segunda versión se divulgó para restar un poco la responsabilidad social por la primera, igual la Loca Cata, nunca dejó de ser una “vecina” más de la Tablada de Lurín.




Ronald Vega (Lima 1978).- Culminó sus estudios secundarios en la Tablada de Lurín en el colegio Stella Maris, estudió posteriormente en la facultad de ciencias sociales de la Universidad San Cristóbal de Huamanga, Ayacucho, donde dirigió el programa radial Kontracorriente. Es miembro del Centro de Comunicación Alternativa CECAL, en el distrito de Villa Maria de Triunfo. Publicó el libro de cuentos "Intimaciones y otros relatos" en el año 2006. Dirige el blog "Voz Urgente", donde publica sus trabajos literarios. En la actualidad se encuentra trabajando en su primera novela. SIN VéRTEBRAS. CíRCULO D.M.