20091022

la carretera sin fin







por: María Cahuste Napinte




Ayer por la mañana se me tenían que haber acabado los días difíciles del mes, pero no sé por qué están durando más de lo debido. Será porque como no me gustan, me persiguen.

No tengo claro si el sueño que voy a contar lo he tenido antes de levantarme a las 04:27 horas o después. En cualquier caso, ha valido la pena despertarme en medio de la noche para que mi cerebro elaborara tan misterioso y surrealista sueño.

Conduzco un coche, un BMW azul oscuro, a toda velocidad por un paisaje de montañas secas que no tiene fin. No hay carretera, no hay señales de ningún tipo. Parece un desierto pero no es arena lo que pisamos. Es una tierra fina entre amarillenta y marrón. Un tipo de grano que no he visto en mi vida. Parecía como tierra artificial para Belenes (los que hacemos en Navidad en España). El contorno de la carretera no existe. No es siquiera "una carretera". Sé que es una carretera porque sus bordes son levemente marrones y no amarillos como el resto del paisaje.

Hacía sol, no tenía miedo, pero las montañas compuestas por esa extraña tierra, eran eternas. Se multiplicaban en el horizonte y no tenían fin. La carretera estaba llena de curvas. Íbamos hacia arriba y hacia abajo. Girando y volviendo a girar. A veces el BMW derrapaba, bajábamos del coche, divisábamos más y más montañas. A lo lejos, ni una sola casa. Ni una sola huella. El cielo era azul, como el del las doce del medio día. Empezamos a sospechar que conducíamos por La carretera sin fin. Boquiabiertas, subíamos al coche, seguíamos conduciendo por esa inmensidad. Los tonos amarillos y marrones dominaban. La textura, como polvo de oro pero más recio, más rugoso.

No teníamos sed, no teníamos temor a nada, pero acabábamos de descubrir que lo imposible, nos estaba ocurriendo en ese mismo momento. La carretera sin fin era algo real. Tantas veces había dicho la humanidad esta carretera no tiene fin y ahora había llegado el momento, en el que asistíamos a una irrealidad real, palpable.

Tras una eternidad subiendo y bajando las curvas de esa carretera, que lamía las eternas montañas de cumbres suaves y redondeadas, llegamos a un sitio.

¡Mira, hemos llegado a un sitio! Una arcada asentada en columnas color ocre, se apoyaba sobre un suelo blanco con rombos negros, brillante, recién pulido. Al terminar la arcada, verdes palmeras y vegetación de otro tipo, alegraban el lugar y le daban frescor. Era una sala de baile preparada para nosotras.

¿Quién la había limpiado o preparado para nuestra llegada? Eso permanecerá siendo un misterio. Era una sala preciosa, de estilo Art Nouveau, con el suelo abrillantado, listo para deslizarse sobre él con pasos de baile. Silencio y paz flota en el ambiente. Tras La carretera sin fin, hemos llegado a un lugar preparado para nosotras, sin un grano de arena en el suelo, donde vamos a bailar y a disfrutar profundamente de los regalos inesperados de la vida.

Moraleja. Todo el mundo está perdiendo su trabajo, y yo aún no he encontrado uno. Tras un recorrido que parece no tener fin, duro, seco, sin principio ni final, hallaré mi recompensa, y será maravillosa. Bailaré en un jardín húmedo, elegante, sereno, con el suelo recién abrillantado. DISTORSIONES. CíRCULO D. M.