American Dream
(Fragmentos)
26 de diciembre
Acandi es un pueblo pobre como muchos de Latinoamérica. Este lugar, a diferencia de otros, está íntegramente habitado por gente negra y una minoría blanca llamados “paisas”, que provienen de Antioquia. Debido a la pobreza, la humilde población solo sobrevive de la pesca, consumo de pescado y el arroz que esforzadamente siembran en sus chacras. En sus desoladas calles de madera y polvo, me duele ver a los niños con sus caras risueñas y sus barrigas hinchadas producto del hambre y la tuberculosis, igual que en los pueblos de la serranía del Perú. La misma precariedad en todas partes.
Este lugar ofrece la visión de ser un pueblo fantasma, de hombres que más parecen sombras abandonadas por la vida que seres vivos andantes. Duele ver que los niños acabarán sus días como sus desmejorados padres. A lo lejos se escucha la triste melodía “No woman to cry” de Bob Marley.
27 de diciembre
De Acandi un campesino me llevó hasta el último rancho de la frontera colombiana, para allí esperar algún guía que pase por esta ruta y me ayude a atravesar la selva. He llegado exhausto. El viaje ha demorado casi todo un día. Dicen que esta es la ruta obligada de los “guías”. Debo de estar desesperado para venir a este lugar.
El señor y la señora del rancho son hospitalarios. Sin embargo estás harto, quieres de una vez ya estar en camino. No obstante, más de un mes estarías atrapado en este rincón de la selva colombiana, comiendo los mismos frijoles negros de siempre, la sopa de carne caliente y el estresante café colombiano que te producía insomnio y no te dejaba dormir en las noches. Bajo un calor insoportable, los rayos enceguecedores cayendo sobre los árboles del rancho, destruyéndolos de raíz.
¿Qué haces aquí, Gabriel, en este remoto lugar, donde la naturaleza bulle en su más violento estado natural? ¡Ah, estás comenzando a recuperar la conciencia! Ahora puedes ver la naturaleza como algo corpóreo. La incontrolable fuerza de la naturaleza te ha hecho verla como algo real, tangible, y digno de temer y no como un mero paisaje inerte visto a través de tus miopes ojos. Los ventarrones tipo huracán del lugar te estremecen, tienes miedo y, para colmo de males, la infección de los mosquitos te produce visiones.
30 de diciembre
Ahora recuerdas tu viaje de regreso por los poblados inhóspitos del Putumayo en la selva amazónica, donde estarías perdido varias semanas a merced de los mosquitos, las shusupes, las gigantescas serpientes que devoraban a los perros y los niños. Recuerdas el interrumpido grito de los insectos. Recuerdas cómo te quedaste perdido en un poblado peruano, solo, estúpidamente pensando que en la frontera con Colombia y Ecuador debería haber un poblado como los que había en esos países limítrofes. Mas grande fue tu sorpresa al no hallar nada más que unas simples chozas vacías y una angustia terrible por tratar de escapar de esta enorme cárcel verde. Recuerdas que te ayudó el mismo pescador colombiano que te trajo hasta allí, pensando que deberías haber sufrido un ataque de locura por pretender ir hacia un lugar salvaje que ni los mismos lugareños se atrevían a recorrer. Recuerdas que te quedaste varado allí en Puerto Asís, y que luego durante semanas estuviste avanzando de pueblo en pueblo hasta poder llegar al puerto llamado Estrecho. El único poblado grande peruano en el Putumayo, cercano a Brasil. Que casi nunca había turistas en esa zona. Que todo el mundo desconfiaba de todos. Que el río estaba contaminado por los insecticidas rociados por la DEA y la absurda idea de los gringos de querer invadir esta zona. Que los paramilitares y la guerrilla colombiana se enfrentaban violentamente en esa selva y que era rutinario escuchar los sonidos de las balas en las noches. Que habías visto la residencia del famoso cauchero Fizcarraldo, quien pretendió en el siglo XIX construir un teatro en medio de la selva para que el más famoso cantante de ópera, Enrico Caruso, viniera a cantar a este lugar que quedaba en los confines del mundo. Pero lo que jamás pudiste olvidar en tus sueños fue la imagen de un niño indio huitoto gritando de dolor, con la cabeza tremendamente hinchada debido a la picadura de una araña extraña. Sí, ahora es como si estuvieras nuevamente allí, los gritos, los lamentos del niño son agudos y fuertes. Te estremeces. Su padre desesperado tratando de hacer algo, tocándole preocupado su cabecita, intentando mitigar el dolor del pequeño. Ahí, en ese inhóspito pueblo de la Amazonia peruana, donde es imposible pensar en encontrar algún doctor, alguna posta médica, alguna ayuda en ese hoyo perdido en el mapa, en donde todo es guerra, matanza y ansias de poder por controlar esta parte de la selva sudamericana. El padre indio sufre por dentro, llora de impotencia mientras los monos aulladores gritan ensordecedoramente en la selva, y la guerra por la droga continúa entre las fronteras y los gritos del niño huitoto también, esos desgarradores gritos que aún no te dejan dormir en las noches.
Leo Zelada, Lima,Perú (1970). Fundador del Grupo Neón. Estudió filosofía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.Ha publicado los libros de poesía: Delirium Tremens (Lima, 1998), Diario de un Cyber-Punk (D.F. México, 2001),Opúsculo de Nosferatu a punto de amanecer (Lima, 2005), La Senda del Dragón(Madrid, 2008); La novela American Death Of Life (Lima, 2005) y la traducción de la antología Poética del Imperio Inka (Madrid, 2007).De 1983 a 1998 viajo a la aventura, mochila al hombro, desde Lima atravesando los andes, cruzando el Amazonas,la selva del Darien, El Caribe y Chiapas hasta llegar a Los Ángeles, Estados Unidos. Entrevistas y notas sobre su obra han salido en TV y diarios de España ( TVE, El País,suplemento Babelia, ABC, suplemento ABCD, La Razón , El Mundo y EFE) Francia, USA y Latinoamérica. Premio del Concurso Internacional de Poesía 0rpheu, Brasil,2001. Blog: diario de un dragón
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